La indignación no termina y la lucha “sigue y sigue”. Han
pasado casi tres meses desde la desaparición de 43 estudiantes en Iguala y los
ciudadanos siguen llorando la pérdida, y no solo eso, siguen esperando
respuestas.
Así, ni la Casa Blanca de la ‘Gaviota’, ni el encarcelamiento
del matrimonio Abarca, pueden hacer que los mexicanos dejen de mirar hacia
Iguala. México está inconforme y cansado.
Pero no permitamos que se olvide que el problema de México no
son solamente estos 43 estudiantes que desgraciadamente fueron quemados, según
los datos de la Procuraduría General de la República, uno encima de otro, y los
43 encima de una pila de llantas y trozos de madera. Que no se nos olvide que
lo que nos duele es Ayotzinapa, Tlataya, el ABC, el 2 de octubre, Aguas
Blancas, el Heaven, la trata de personas, la corrupción, el narcotráfico, la
delincuencia y, sobre todo, la impunidad.
Para muchos la pregunta es obligada: ¿qué es lo que tiene de
especial el caso de los 43 estudiantes que no tenían todos los anteriores? ¿Qué
hace que México y el mundo salgan a las calles a reclamar justicia por este tan
desafortunado evento? ¿Por qué parecen más importantes estos estudiantes que
los 49 bebés que murieron quemados en una guardería del hospital ABC en Sonora?
Recordemos la frase de Salvador Allende en la que dice que “ser
estudiante y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica”. Esta
condición revolucionaria, característica de los estudiantes jóvenes, sumada al
sentimiento de cercanía que el caso representa para estos, es un factor clave
para comprender las razones que hacen a los estudiantes levantarse en defensa
de sus compañeros, porque yo también soy estudiante y cualquiera de nosotros
pudo haber sido víctima de esta penosa injusticia.
¿Cuántas veces no hemos escuchado a un estudiante decir que la
revolución es la única manera? ¿Cuántas veces no los hemos escuchado estar en
contra de todo lo que la autoridad representa? Miles, porque para eso tenemos
el corazón joven y sensible; sentimos nuestro país y nos sabemos totalmente
responsables de lo que con él suceda; sabemos que el país será nuestro: que
mañana seremos los políticos, cocineros, maestros, periodistas y trabajadores,
y si de algo estamos seguros es de que este no es el país que queremos manejar.
A los jóvenes nos ha dolido esta pena más que cualquier otra
porque es nuestra, porque el ser estudiantes nos hace ser Ayotzinapa, ser
estudiantes nos hace solidarios con nuestros compañeros que injustamente han
muerto y ser estudiantes nos obliga a levantarnos en contra de la corrupción y
de las injusticias que vivimos porque no queremos heredarlas.
Por supuesto que no son más importantes estos 43 estudiantes
que los 49 bebés del ABC, ninguna vida vale más que otra. Pero la situación en
la que el país se encuentra hoy es completamente distinta a la de 2009.
El nivel de hartazgo al que hemos llegado como comunidad se ha
vuelto intolerable para nuestros corazones. A base de mentiras se acabó la
época de creer en todo lo que nos dicen; los años han revelado verdades que le
restan credibilidad a nuestro gobierno.
Por eso hoy millones de estudiantes y de padres de familia,
millones de maestros y de hijos de México, están en las calles. No solo en las
de la ciudad, sino en las de todo el país, y más allá: en las calles de Grecia,
Alemania, Argentina o España, en las calles del mundo se está alzando la voz
porque ha llegado el momento de terminar con la pesadilla en la que se ha
convertido nuestra vida diaria y que es nuestra triste imagen ante el mundo.