En el Palacio que recorrió de niño, aprendiendo de memoria sus pasillos, René Avilés
Fabila fue aplaudido el pasado 1 de octubre, a causa de su premiación con la
máxima presea del Instituto Nacional de Bellas Artes. Con ello, el mexicano
llega a la cumbre de una amplia lista de reconocimientos por su trayectoria en
distintas áreas, todas unidas por el amor a la cultura.
Comenzó su carrera literaria en la década de
1960. En 1965 obtuvo la beca del Centro Mexicano de Escritores, entonces
liderado por Juan Rulfo, Juan José Arreola y Francisco Monterde, y escribió su
primer libro de cuentos, Hacia el fin del mundo. Dos años después
publicaría su primera novela, Los juegos, y desde entonces su dinamismo
artístico, lejos de apagarse, continúa generando seguidores de nuevas
generaciones.
La Sala Manuel M. Ponce sirvió (a medias) de espacio
celebratorio para la entrega de la presea; con una asistencia que, para el
contento del escritor, superó las capacidades del pequeño salón de
espectáculos. Avilés Fabila cuenta a Newsweek en Españolsus apreciaciones
sobre la ceremonia y asegura que los lectores son los que le invitan a
continuar por el camino de la literatura.
“Son actos muy emotivos y quizá lo más interesante
para mí fue la reacción del público, de los que han seguido mi trabajo a lo
largo de varios años. La sala fue insuficiente, tuvieron que poner en el lobby
del palacio una pantalla y otras 300 sillas para acomodar a los asistentes.
Para mí eso es muy emocionante, porque uno escribe realmente para la gente y
eso me dio mucho gusto”.
Además de la cantidad de personas a las que
convocó, es importante recalcar que una porción considerable del público era
joven. El autor mexicano considera que esto es una alegría por sí misma, ya que
valida su trabajo más allá de los reconocimientos formales y demuestra de facto
que algo de su obra le ha permitido mantenerse vigente a los ojos de la
juventud lectora.
“Me sorprendió la cantidad de jóvenes que llevaban
libros míos y algunos eran ediciones primeras; es decir que las buscaron,
heredaron o de alguna forma las obtuvieron”.
Avilés agrega con gusto y con asombro a la vez:
“Había, por ejemplo, una edición inicial de mi primera novela que le firmé a un
joven y me dijo que la había buscado mucho”.
Empero, hay una razón que ha sido de gran ayuda
para que la obra del autor, tanto cuentos como novelas, se siga leyendo con el
mismo ahínco (o quizás más) que cuando se publicaron por primera vez. Y es que,
como él mismo afirma, internet y las nuevas formas de comunicación social han
sido muy importantes en el diálogo continuo con los lectores:
“Las redes sociales me han servido mucho, ya que
he establecido un contacto permanente con cientos, quizás miles de personas,
que por lo que observo en sus perfiles son en su mayoría jóvenes”.
Durante la ceremonia de entrega de la medalla,
las palabras que dirigió el presidente del Conaculta, Rafael Tovar y de Teresa,
dan fe de la relación que el autor sostiene con la juventud:
“Hay de manera permanente una intensa cerca-
nía
con los jóvenes que René ha cultivado toda su vida; en las épocas
estudiantiles, en el impulso literario que se descubre como un golpe vocacional
inmenso, en la amistad con los escritores de su generación, que lo llevó a
formar parte de un grupo de autores que pusieron a los jóvenes como
protagonistas de sus propias historias; que, a su manera, inventaron a los
jóvenes como el centro del lenguaje, los deseos, la política, el amor y el desamor,
la música, el humor, la familia y la ciudad”.
Si bien Avilés Fabila es un adiestrado de la
narrativa iberoamericana, desde los inicios de su carrera profesional también
halló otras dos esferas en las cuales diversificar y profundizar su querencia
por las letras: la academia y el periodismo.
Desde hace casi 40 años ejerce como catedrático
en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM (su alma máter), y
es también profesor de tiempo completo en la UAM. En esta “casa abierta al
tiempo” ha sido jefe del Departamento de Política y Cultura, así como dirigente
del proyecto “La prensa en México: un largo monólogo”. El postrero ejemplo nos
lleva a referir su otra gran devoción, el periodismo. Desde las décadas de 1960
y 1970 inició como colaborador en importantes diarios y revistas mexicanas como
Siempre!, La Crisis, El Diario de México, Uno Más Uno, El Universal,
etcétera. Además, en 1985, habría de fundar y dirigir el suplemento cultural El
Búho, en Excélsior. Su quehacer como periodista ha sido un constante
esfuerzo orientado a la divulgación cultural y al análisis político, y con él
completa una terna de incursiones exitosas en el ámbito humanístico.
Respecto a esto, Avilés Fabila comenta: “Tengo
la fortuna de que estas tres actividades las he podido reunir en una sola. En
especial cuando se trata del área docente, porque conmigo se titulan los
jóvenes de comunicación y más específicamente los que optan por el periodismo
cultural, que es de alguna forma la inteligente fusión de literatura y
periodismo; entonces siento que en ambas tesituras les resulta enriquecedor a
los alumnos.
“Por ahora pienso continuar con las tres
actividades, pero en algún momento tomaré la decisión de dejar el periodismo,
que con toda honestidad me encanta, y también me apartaré de la docencia…
para dedicarme solo a la literatura en los años que me queden”, afirma el
fundador del Museo del Escritor, y adelanta sobre su obra: “Ya tengo terminados
dos libros de cuentos y estoy trabajando en una novela ambiciosa de tema
intimista, amoroso, de conflictos psicológicos”.
En efecto, el escritor ha logrado comulgar
quizás tres de las actividades más apasionantes que existen, y por ahora, a la
luz de una serie de homenajes por su trayectoria, se siente estimulado para
continuar malabareando las tres. Por ello el premio que le otorgó el INBA el
mes pasado significa para él la cumbre de su labor intelectual. Sin embargo,
asegura que, lejos de querer retirarse de la vida cultural, esto lo motiva a
seguir siendo partícipe de ella.
“En estos últimos años ha aumentado el número de
lectores y de gente que se acerca a mí. También se desataron homenajes, que
realmente me tienen desconcertado, por parte de instituciones y universidades.
He recibido un par de doctorados honoris causa últimamente y así supongo que
uno se percata de que, en efecto, su trabajo no está perdido. Sigue allí. Da
mucho gusto y estimula seguir escribiendo. Creo que, en ese sentido, la Medalla
Bellas Artes es un fuerte impulso para que continúe trabajando por la
literatura mexicana”.