El pasado 27 de noviembre, el presidente Enrique Peña Nieto
propuso 10 acciones con la finalidad de fortalecer el Estado de derecho en el
país. Dirigiéndose a los mexicanos desde Palacio Nacional, algunas de las
propuestas hechas por el presidente no eran nuevas: tomar el control de
municipios donde se sospeche que la autoridad esté coludida con el crimen
organizado, la creación del mando único de las policías en cada estado, la
clave única de identidad y el operativo especial en la región de Tierra
Caliente son acciones que, de una u otra forma, ya había promovido Felipe
Calderón y que fueron rechazadas o congeladas en el Congreso. De alguna manera
ya se dieron cuenta de que el análisis de la administración anterior era el
correcto y que el enfermo, en este caso el país, sigue necesitando la misma medicina,
solo que de manera más apremiante.
El gobierno encabezado por el presidente Peña Nieto no ha
sabido enfrentar las crisis que empezaron con los estudiantes de Ayotzinapa desaparecidos
en Iguala, Guerrero. Un escándalo que debió haberle estallado al PRD, los
gobernantes emanados de ese partido y buena parte de la izquierda mexicana,
incluido Andrés Manuel López Obrador, encontró la manera de estallarle en la
cara al gobierno federal y hacerle mucho daño.
Como si eso no fuera suficiente, y sin haber salido del
problema generado en Iguala, se dio a conocer el asunto de la “casa blanca” que
posee la primera dama en las Lomas de Chapultepec. Lo grave de este asunto no
es que el costo de la casa sobrepase los 80 millones de pesos; lo grave es el
conflicto de intereses demostrado de manera clara al conocerse que la casa fue
financiada por el empresario más beneficiado durante los seis años de Peña
Nieto al frente del gobierno del Estado de México. Quien quiera que haya
elaborado las líneas de comunicación y estrategia para afrontar el escándalo de
la mansión de la primera dama debería dedicarse a otra actividad, pues quedó
claro que no solo falló en su objetivo, sino que perjudicó al presidente al
generarle una enorme falta de credibilidad que costará mucho trabajo
reconstruir, si acaso se puede.
Pero no solo en la oficina del presidente y en el PRI están
sufriendo por diversas crisis: el PRD, el PAN, la clase política, el Poder
Judicial y la sociedad entera hemos fallado al enfrentar las crisis actuales
que nos afectan.
La renuncia de Cuauhtémoc Cárdenas al PRD y sus públicas
diferencias con la cúpula encabezada por Carlos Navarrete provocaron un
resquebrajamiento de ese partido al tiempo que López Obrador se frotaba las
manos.
El PAN no ha sido capaz de superar la orfandad en que quedó
después de los comicios de 2012 y sus miembros siguen sin poder dirimir sus
diferencias y enfocar su visión hacia un mismo lugar.
La clase política está más preocupada por las elecciones de
2015 que por servir a los ciudadanos que los eligieron. Es tanta la soberbia y
la falta de visión que se están peleando por los huesos de un enfermo grave, al
tiempo que la población los califica peor que a las policías.
El Poder Judicial vive la más grave crisis de credibilidad que
haya enfrentado gracias a la opacidad con la que se desenvuelven jueces y
magistrados. Los salarios de los magistrados de la Suprema Corte de Justicia de
la Nación son insultantes para una nación con los niveles de pobreza como los
que tiene México.
Y, para cerrar con broche de oro, todos tenemos parte de culpa
de lo que pasa en nuestro país. Entre medios acotados por sus propios intereses
y una sociedad que no ha sabido encausar su enojo y convertirlo en propuestas y
acciones concretas que puedan ayudar a resolver los problemas de nuestra
nación, estamos atascados en lo más profundo de la inutilidad. No hemos sabido
imponer, de manera ordenada, nuestra voluntad en los servidores públicos que
hemos elegido porque ni siquiera somos capaces de ponernos de acuerdo en algo.
Las ideologías nos están destrozando mientras acudimos a marchas estériles que
afectan a terceros que no tienen culpa de nada y sirve de gasolina al fuego de
la polarización.
Georg Christoph Lichtenberg, científico alemán, decía: “Cuando
los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto”. El
asunto aquí es que nosotros, los ciudadanos, somos los que mandamos. Nos han
perdido todo el respeto.