En toda América Latina hay una
figura con la que crecieron generaciones enteras de niños. Su influencia en el
humor singular latinoamericano es indudable y sus personajes serán recordados y
extrañados por muchos años más. Chespirito, nombre profesional del comediante y
actor Roberto Gómez Bolaños, comenzó su carrera como creativo y guionista en la
televisión mexicana en la década de 1950 y en 1968 nació su primer personaje
como actor, en la comedia Los Supergenios de la mesa cuadrada.
Dos años después habría de
cambiar el rumbo de la tv nacional y los ratos libres de miles de niños
hispanoamericanos. En 1970, Bolaños se nombró Chespirito -a manera de homenaje,
tropical y popular, al dramaturgo William Shakespeare- y debutó el personaje el
Chapulín Colorado, acuñando con este la famosa frase “ahora quién podrá
defendernos?”. Al año siguiente nació el Chavo (conocido también como el Chavo
del ocho) y el éxito de ambos personajes fue tal, que se dedicó un programa
entero para cada uno. Casi 50 años después de su estreno, las televisoras en
una enorme cantidad de países hispanohablantes siguen dedicando un espacio para
estas comedias legendarias.
Las tramas de los programas de
Chespirito eran familiares, de humor benigno y muchas veces hasta simplones,
sin embargo, esta cualidad es la que les permitió trascender fronteras,
generacionales y geográficas. Sus situaciones cómicas eran similares de
episodio en episodio, e incluso entre sus otros famosos personajes como el
Doctor Chapatín, el Chómpiras, y Chaparrón Bonaparte, pero no hay duda de que
una buena parte de la población mexicana se identificaba, en la década de 1970,
con el retrato que pintaban los programas y las figuras de humor que venían de
la mente de Chespirito. Un México que apenas despertaba a la modernidad, con
vecindades al estilo Chavo, se reconoció en Bolivia, Venezuela, Ecuador,
Guatemala, Colombia, España y hasta Estados Unidos. Aun después de su exitoso
estreno inicial, la audiencia seguía (y sigue) siendo tan amplia, que se creó
El Chavo Animado, una versión de caricatura del entrañable niño que se escondía
en un barril. El humor frugal, pero honesto e idiosincrático de estas comedias,
es la razón por la que millones de niños y adultos, durante décadas, se han
sentado a gusto a reír frente al Chavo y a la Chilindrina; convirtiendo al
legado humorístico de Chespirito en una de las exportaciones mexicanas más
perdurables de las últimas décadas.