Mientras Estados Unidos y sus aliados árabes
combaten a los terroristas suníes del Estado Islámico (conocido como ISIS),
autoridades de Arabia Saudita –nación de mayoría suní y leal aliado
estadounidense en la región- actúan contra un líder de la disidencia chií
local.
En 2012, Nimr al-Nimr –clérigo chií
cincuentón que liderara marchas exigiendo un estado independiente para las
minorías chiitas en la Provincia Oriental de Arabia Saudita- fue detenido bajo
la acusación de sedición, y tras ser juzgado y hallado culpable, fue
sentenciado a muerte. Si la ejecución se lleva a cabo según lo programado, será
el primer religioso musulmán ejecutado en Arabia Saudita.
Aquel arresto desató una oleada de protestas
y miles de ciudadanos montaron violentas manifestaciones que estremecieron la
Provincia Occidental, desde grandes ciudades hasta pequeñas poblaciones. Por
ejemplo, en Qatif, donde los revoltosos tomaron las calles, la policía disparó
contra la muchedumbre matando a dos manifestantes y dejando varios heridos; y
protestas parecidas han estallado en países adonde han escapado activistas
saudís por los derechos civiles. Autoridades sauditas han descrito a al-Nimr
como un “alborotador e instigador de la desavenencia”.
Fronteriza con el Golfo Pérsico, la
Provincia Oriental de Arabia Saudita es la más grande del reino; alberga casi
toda la producción de crudo del país y es hogar de la mayor concentración de
minoría chiita (cerca de la tercera parte de sus habitantes).
La población chiita ha montado una
prolongada serie de manifestaciones en dicha provincia a resultas de los
acontecimientos de la Primavera Árabe de 2011, periodo en que pareció posible
un cambio político en Medio Oriente y toda la región norte de África. Sin
embargo, las autoridades de Riad han tenido buen cuidado de evitar que
Occidente esté al tanto de las protestas en la Provincia Oriental.
Los chiitas saudíes, siguiendo el ejemplo de
sus correligionarios de Bahréin (que representan apenas 15 por ciento de los
28.8 millones de habitantes de aquel reino) comenzaron a vociferar contra sus
gobernantes sunitas, acusando a las autoridades de discriminar durante mucho
tiempo negándoles, rutinariamente, sus derechos fundamentales al empleo y
limitando su representación en los niveles más altos del gobierno (por ejemplo,
en el reino no hay un solo ministro o diplomático chiita de alto rango).
Sin embargo, la insatisfacción con el
régimen alcanzó un punto crítico cuando al-Nimr, el líder más prominente de las
manifestaciones, fue sentenciado a muerte. Y la posible forma de ejecución del
clérigo hace un grotesco retrato de la justicia saudita, pues al-Nimr no sólo
será decapitado, sino que tal vez su cuerpo sea crucificado, una sentencia aun
más dura pues el cadáver mutilado quedará exhibido varios días en un lugar
público.
Al-Nimr fue arrestado en varias ocasiones
por instar a los residentes de la Provincia Oriental a separarse de Arabia
Saudita y establecer un estado independiente.
El llamativo clérigo barbado, reconocible
por sus gafas ahumadas a lo John Lennon, siempre ha sido un personaje atractivo
para los chiitas jóvenes y desposeídos de la región. Sus discursos de los
viernes en la mezquita Awamiyya de Qatif eran tan ardientes y apasionados que
incluso figuran en YouTube. Uno de ellos, subido en 2012, incluye un insulto al
finado príncipe heredero saudí Nayef bin Abdul-Aziz: “Se lo comerán los gusanos
y sufrirá los tormentos del infierno en su tumba”.
Al-Nimr tiene fieles seguidores en Facebook,
donde la página “Free Sheikh Nimr Baqir al-Nimr” ha recibido casi 7,600 “Me
gusta” [1] y organizado protestas mundiales luego de su detención de 2012. Así
mismo, el religioso se ha granjeado una gran base de admiradores en Twitter
entre activistas por los derechos humanos, periodistas y políticos como el
parlamentario británico y opositor de la guerra de Irak, George Galloway; el
hashtag Twitter #FreeSheikNimr (@mzs1347) ha captado poco más de 400
seguidores.
Como muchos activistas chiitas de Arabia
Saudita, al-Nimr no teme la brutal represión de la disidencia en el reino.
Aunque se desconoce la cifra exacta de
disidentes cautivos en las prisiones sauditas, algunos funcionarios por los
derechos humanos considera exagerada la cifra de 30 mil “prisioneros de
conciencia” que cita la Asociación Saudí por los Derechos Civiles y Políticos.
Con todo, puede afirmarse que hay miles de prisioneros políticos en Arabia
Saudita.
La mayor parte de los países del Golfo son
autoritarios a su manera. Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Qatar,
Bahréin y Omán no respetan la libertad de expresión, asociación y asamblea;
pero tratándose de libertad religiosa, Arabia Saudita es el peor.
Al-Nimr fue arrestado en varias ocasiones
entre 2003 y 2008, y nuevamente en julio 2012. En la última oportunidad, cuando
las fuerzas de seguridad fueron a aprehenderlo se desató un altercado entre la
policía saudita y su guardia personal, el cual derivó en un tiroteo durante el
cual, el clérigo recibió cuatro balazos en una pierna.
El propio al-Nimr afirmó que las autoridades
intentaron asesinarlo. Retenido durante ocho meses sin que se le hicieran
cargos, durante el primer cuatrimestre estuvo aislado en un hospital carcelario
donde se recuperó lentamente de las lesiones.
Su familia asegura que las heridas de bala
no fueron debidamente tratadas y que cuando al fin les permitieron visitarlo,
más de una semana después de su prendimiento, lo habían torturado y presentaba
heridas en la cabeza. Según Press TV, “la hermana [de al-Nimr] dijo que se
hallaba muy debilitado y pudo observar huellas de tortura en su cabeza”.
Amnistía Internacional informa que, en mayo
y junio 2014, por lo menos cinco musulmanes chiitas fueron detenidos y
sentenciados a muerte debido a las manifestaciones de 2011 y 2012; entre ellos
el sobrino del jeque al-Nimr, Ali al-Nimr, de escasos 17 años al momento de su
arresto. Pese a que el joven aseguró que le torturaron para que confesara, fue
juzgado y condenado a muerte; en estos momentos aguarda la respuesta a una
apelación de su sentencia y veredicto, proceso que puede demorar “muchos meses”
en Arabia Saudita, explica Adam Coogle, de Human Rights Watch.
Coogle y otros trabajadores de derechos
humanos opinan que el sistema judicial saudí, supuestamente “modernizado” en
2008 con un sistema de “cortes terroristas”, sigue plagado de injusticias. Los
abogados de la defensa suelen quejarse de que sus clientes, a menudo, no leen
la lista de cargos imputados antes de comparecer ante el juez y tampoco pueden
consultar con sus representantes legales ni usar bolígrafo o papel; por su
parte, Human Rights Watch y Amnistía Internacional han condenado al gobierno
saudí por violaciones sistemáticas de los derechos humanos.
Aun con los estándares sauditas, se sabe que
al-Nimr ha sido especialmente maltratado. “No tiene acceso a luz alguna y [las
condiciones] del lugar en que se encuentra son pésimas”, acusa Ali al-Dubaisy,
activista saudí por los derechos humanos, actualmente radicado en Alemania.
“Pese a ello, escribió 100 páginas en su defensa, estando en prisión. Y lo hizo
después que lo amarraran a la cama, cuando lo lesionaron”.
Por lo pronto, las manifestaciones han
perdido impulso toda vez que las autoridades han hecho ejemplo de al-Nimr para
disuadir a otros disidentes; mas las querellas de los chiitas no quedarán en el
olvido, pues la desigualdad en la distribución de la riqueza en la súper rica
Arabia Saudita es uno de los principales reclamos.
“Se encuentra parada en uno de los campos
petrolíferos que alimentan al mundo entero”, dijo en mayo el activista Fadhil
al-Safwani, entrevistado por la reportera encubierta saudí de la BBC, Safa
al-Ahmad. “Sin embargo, no vemos un centavo [de las utilidades de las
lucrativas ventas de crudo]. Pobreza, hambre. Ningún honor, nada de libertad
política. Nada tenemos. ¿Qué nos queda? Y encima, nos atacan y tratan de
matarnos”.
El trabajo periodístico es extremadamente
difícil en Arabia Saudita. Luego de repetidas solicitudes, negaron la avisa a
Al-Ahmad, quien viajó encubierta a la Provincia Oriental, con una pequeña
cámara, para grabar lo que ocurría. Criada en la región, encajaba fácilmente
con la población y conocía el terreno; no obstante, fue acosada por la policía
religiosa –la Organización para la Prevención del Vicio y la Promoción de la
Virtud-, que aseguraba que su abaya (túnica femenina) no estaba debidamente
ceñida. “Fue difícil para mí”, escribió. “Corría el riesgo de ser detenida”.
Luego de dos arrestos, Al-Dubaisy escapó de
Arabia Saudita en mayo. El hombre de 34 años explica que, previamente, lo
habían detenido sin presentarle cargos para liberarlo después de varios días,
pero cuando supo que lo arrestarían por tercera ocasión, abandonó el país y
ahora busca asilo político en Alemania. Dice que la discriminación contra los
chiitas permea “cada aspecto de la vida” en Arabia Saudita.
“Ha sido así desde hace más de un siglo”,
asegura. “Es una forma de vida. Pero no es un problema del Islam sino del
gobierno saudí, que ignora por completo al pueblo chiita”.
El régimen saudí siempre ha negado esa
discriminación y asegura que la exacerbación de las divisiones entre chiitas y
sunitas en Medio Oriente es provocada por Irán, el gigante chiita en la otra
margen del Golfo Pérsico. Los saudíes temen un levantamiento chiita masivo en
su territorio y son muy conscientes de que la yihad siria puede ser contagiosa.
De hecho, el reino ha sido acusado del surgimiento de ISIS, de financiarlo
junto con otros grupos terroristas que luchan por derrocar al régimen del sirio
Bashar Assad.
“Las manifestaciones son ilegales en Arabia
Saudita”, informa Coogle. “Hemos presenciado docenas de arrestos y ahora somos
testigos de las crueles condenas”.
Los chiitas que intentan protestar en la
Provincia Oriental son brutalmente reprimidos. Desde el inicio de las
manifestaciones, en 2011, veinte individuos han perdido la vida y otros muchos
han sido encerrados por crímenes aparentemente banales. En un caso, el bloguero
Fadhel al-Manasif fue sentenciado a 15 años de prisión seguidos de 15 años de
prohibición para viajar, solo por ayudar a un reportero de Reuters a realizar
la cobertura de las protestas.
A principios de este mes, la prensa iraní
anunció que al-Nimr –quien también posee el alto título musulmán de ayatolá-
había sido absuelto y no sería decapitado. Según el informe iraní, Hashemi
Rafsanjani, cuarto presidente de Irán desde 1997, envió a Riad una petición de
clemencia para el clérigo, subrayando la importancia de poner fin al cisma
sunita-chiita.
“En este periodo en que las conspiraciones
han hecho blanco en las tierras de la ummah islámica, detener la sentencia del
ayatolá jeque Nimr Baqer al-Nimr decepcionará a quienes siembran la discordia,
incrementará las interacciones y resolverá los problemas del mundo musulmán”,
escribió, supuestamente, en su apelación.
Sin embargo, la familia al-Nimr, que
participa noticias sobre el destino del jeque vía Twitter, niega que Rafsanjani
haya intervenido o que el clérigo fuera absuelto. Según Sevag Kechichian,
investigador saudí y yemení de Amnistía Internacional, “fue un informe falso.
Persiste la sentencia de muerte contra el jeque, aunque es obvio que tiene el
derecho de apelar. Pero así como el juicio fue profundamente fallido, también
es muy improbable que reciba una audiencia de apelación justa”.
¿Cuáles serán las implicaciones del caso
al-Nimr en el conflicto sunita-chiita que sacude Medio Oriente y que ha
ocasionado el surgimiento de ISIS en Irak y Siria? Según Kechichian: “La
represión contra los chiitas, no obstante la motivación real, tendrá un impacto
tremendamente pernicioso en las relaciones de las comunidades chiitas y sunitas
de toda la región y el resto del mundo”.
CITAS:
1.
“Pobreza, hambre. Ningún honor, nada de
libertad política. Nada tenemos”.
2.
“No
es un problema del Islam sino del gobierno saudí, que ignora por completo al
pueblo chiit