“¿Por qué?”, es la pregunta que se oye en muchas mesas de los mexicanos.
El gobierno de Guerrero, donde se ubica Ayotzinapa, se ha empeñado en decir que estos jóvenes están llenos de “rencor social porque según él han sido adoctrinados por grupos extremistas”, dice Kau-Sirenio, un indígena especialista en el estudio de las escuelas rurales de magisterio, que tampoco se ha separado de ahí desde que ocurrió la tragedia. Él dice que se generó una especie de linchamiento contra ellos que despertó un odio de la ciudadanía.
Sin embargo, la animadversión que el gobierno municipal de Iguala tenía por los estudiantes de estas escuelas no era nueva, al menos data de mayo de 2013.
En esa fecha se registró en Iguala otro secuestro, que concluyó con el asesinato de un reconocido líder social y otros dos compañeros, que de haber sido investigado por las autoridades “todo esto se habría evitado”, lamenta sentada en la mesa de una nevería en el centro del pueblo Sofía Lorena Mendoza Martínez, una joven política local y viuda de Arturo Hernández Cardona, quien fuera líder de la Unión Popular (UP), una organización que había aglutinado a agrupaciones de campesinos, vendedores ambulantes y otros rubros inconformes de esta ciudad de 140.000 habitantes.
A finales de mayo del año pasado, Hernández Cardona fue secuestrado con siete compañeros más en Iguala, luego de que habían encabezado una manifestación para pedir fertilizante para los campesinos. Fue llevado por sus captores a un cerro aledaño a la ciudad.
Al día siguiente del secuestro, llegó hasta ahí José Luis Abarca, entonces presidente municipal de Iguala. Este hombre, ahora prófugo de la justicia, mató al líder social con sus propias manos, denunció la viuda.
“Qué tanto estás chingando con el abono (fertilizante para el campo), ahora me voy a dar el gusto de matarte”, le dijo el ahora exalcalde antes de ultimarlo a balazos, según ella.
Entre los ocho secuestrados, tres fueron asesinados y otros cinco lograron huir entre la maleza del monte cuando se distrajeron sus captores, “que estaban muy drogados”.
Este asesinato fue denunciado ante el ministerio público estatal y ante un alto funcionario de la fiscalía federal por el chofer del líder asesinado que estuvo entre los secuestrados y fue testigo del crimen, pero nadie investigó.
El hallazgo del cuerpo de Cardona ocurrió el 3 de junio de 2013. Días antes su esposa convocó a las organizaciones a una manifestación frente a la alcaldía para exigir su aparición.
Los estudiantes de Ayotzinapa “siempre fueron muy solidarios con Arturo”, recuerda Sofía Lorena en la entrevista.
El día que apareció el cuerpo del activista, acudieron a la manifestación, que se tornó violenta quemando puertas y ventanas de la presidencia municipal. Los funcionarios que ahí trabajan dicen que los jóvenes rompieron mobiliario y computadoras.
Desde la llegada a la alcaldía en 2012 de José Luis Abarca y su esposa María de los Ángeles Pineda Villa, una pareja que gobernaba con mano de hierro, entre la población era un secreto a voces que el gobierno local estaba totalmente coludido con el cartel de Guerreros Unidos.
Ahora se sabe que el día del ataque a los jóvenes , la esposa del alcalde daría un discurso en el centro de Iguala y no quería que las protestas estudiantiles se lo echaran a perder.
Un miembro de la gendarmería mexicana en una operación de búsqueda de los desaparecidos en las afueras de Cocula, estado de Guerrero, el 19 de octubre (AFP/Ronaldo Schemidt)
Un miembro de la gendarmería mexicana en una operación de búsqueda de los desaparecidos en las afueras de Cocula, estado de Guerrero, el 19 de octubre (AFP/Ronaldo Schemidt)
En las últimas semanas la fiscalía ha descubierto que el cartel pagaba la nómina de los policías municipales y que dos hermanos de Pineda Villa, ahora fallecidos, habían sido importantes cabecillas del cártel de los hermanos Beltrán Leyva.
Por miedo la gente calló desapariciones, secuestros y extorsiones. A raíz de la desaparición de los 43 estudiantes, una tragedia que atrajo la atención nacional y extranjera, ha salido a la luz que los cerros que rodean a Iguala están plagados de entierros clandestinos, a donde por la noches los integrantes del crimen organizado subían para torturar y asesinar impunemente a sus enemigos.
Los pobladores de humildes barrios de la periferia de la ciudad han narrado que en medio de la oscuridad oían gritos y lamentos de los torturados.
Habitantes de la colonia Loma de Zapatero dicen que la madrugada del 27 de septiembre, las camionetas de policías municipales cargadas de estudiantes subieron por esas polvorientas calles perdiéndose más adelante entre puras brechas y en la profunda vegetación.