Hay dos opciones: se interrumpe el sueño brasileño, o se prolonga hasta volverse pesadilla. Ambas son complicadas.
Brasil es la democracia más grande de América Latina, así lo refleja su padrón electoral con 143 millones de electores; vaya, les alcanza para ser un pequeño continente. Es también la séptima economía del mundo, y produce el 40 por ciento del PIB latinoamericano. Por ello es referencia obligada en la región, por su trascendencia política y económica, es un laboratorio para América Latina.
Para el proceso electoral del 5 de octubre hubo propuestas de 25 919 candidatos, empero, la atención se enfocó en la carrera por la presidencia. Allí, la presidenta Dilma Rousseff, quien busca reelegirse, obtuvo 41.5 por ciento de los votos, mientras que el socialdemócrata Aécio Neves registró 33.6 por ciento de los sufragios. Es una competencia cerrada que obligó a la segunda vuelta para el 26 de octubre.
Más allá de la publicidad, lo que se encuentra en juego es la continuidad de un modelo económico, del régimen del Partido del Trabajo que acumula 12 años en el poder, ocho de Lula y cuatro de Rousseff; y que han sido suficientes para entregar resultados y demostrar capacidad para gobernar. Es lo que se valorará.
En estos años, 36 millones de personas dejaron la pobreza extrema y se ubicaron en las clases baja y media baja. El hecho es fundamental en el éxito de Lula, por ello lo quieren tanto. No obstante, como en toda buena fiesta, siempre llega la resaca, y hoy estos ciudadanos exigen continuar en ascenso permanente y acceder a servicios y empleos de calidad, instan a que el progreso continúe. No aceptan entender que la fiesta culminó. Y bueno, es difícil avisarles.
La economía de Brasil ya no es tan próspera como antaño. En 2014, el crecimiento será de 0.5 por ciento, y la inflación superior a 6 por ciento; Petrobras, su principal empresa, ha perdido 58 por ciento en valor de mercado; mientras, la corrupción y el desempleo de profesionistas van en ascenso. Hay crisis social y estancamiento económico, un círculo vicioso muy complicado.
La infraestructura también es deficiente, tiene lustros desatendida y requiere cuantiosa inversión, lo que no abona para la competitividad nacional y la promoción global. Eso sí, aunque van cuatro años de nula expansión económica, el salario mínimo sí creció 50 por ciento en dicho lapso. Es un contrasentido. Se entienden las carencias y su atención, pero la gente no prosperará al repartirle dinero, sino al capacitarla para las oportunidades, al volverla competitiva.
Los países no avanzan solo con la repartición de apoyos sociales, sino elevando la productividad y el talento de los ciudadanos. Es un historia conocida: el presidente Lula se apalancó en los recursos naturales, repartió beneficios no sustentables y prometió progreso. A la presidenta Rousseff le tocó volverlo realidad, o bien, explicar la imposibilidad de hacerlo, lo que en política es harto difícil. Y por ello creció tanto Aécio Neves, porque es el contraste natural.
Hay dos opciones: se interrumpe el sueño brasileño, o se prolonga hasta volverse pesadilla. Ambas son complicadas, por lo acumulado de los 12 años. A ver cómo les va.
Amable lector, recuerde que aquí le proporcionamos una alternativa de análisis, pero extraer el valor agregado le corresponde a usted.
Óscar Armando Herrera Ponce es académico y profesional de las finanzas. Destaca como analista y docente en posgrado.
@oscar_ahp.