Es probable que el ébola no se convierta en una epidemia en EE. UU., pero de hacerlo, el gobierno ya tiene un plan de contingencia.
Ébola es uno de los virus más mortíferos del planeta: mata la mitad de sus víctimas y en ciertas circunstancias, muchas más. Según la Organización Mundial de la Salud, durante la epidemia congolesa de 2003 murió un impresionante total de 90 por ciento de las personas infectadas; con base en ese cálculo, la cantidad de víctimas de un gran contagio de ébola en Estados Unidos sería terrible, por no hablar de que es una forma de morir espantosa.
Por ello, hace poco, cuando el público se enteró de que un paciente estadounidense había sido diagnosticado con el mortífero virus –y encima, pasó varios días fuera de cuarentena– estalló la histeria. 27 por ciento de los estadounidenses estaban “muy preocupados” o “algo preocupados” de que ellos mismos o alguien de su familia se hubiera contagiado de ébola, reveló una encuesta de CNN.
Pero según los Centros para Control y Prevención de Enfermedades (CDC), el ébola “no es una amenaza significativa” para Estados Unidos porque, en esencia, el contagio no es fácil. A diferencia de la peste negra, que se transmite por la mordedura de garrapatas (o la gripe porcina, la aviar y el SARS, que se diseminan en el aire), el contagio de ébola requiere de contacto directo con los fluidos corporales del individuo infectado: sangre, vómito, heces, semen, saliva o sudor. Y solo quien manifiesta síntomas puede transmitir el virus; los portadores que no presentan síntomas no son contagiosos.
Otra razón de que el ébola no deba causar inquietud en Estados Unidos es que el CDC está muy bien preparado y tiene la autoridad e infraestructura necesarias para implementar múltiples niveles de protección contra brotes de enfermedades infecciosas, todos basados en un concepto a la vez simple y eficaz: la cuarentena.
Su estrategia es sencilla: Mantener a personas enfermas y potencialmente enfermas apartadas de individuos sanos. La primera cuarentena se impuso en la República de Dubrovnik-Ragusa en 1377 para combatir la diseminación de la plaga. Luego, en 1423, la República de Venecia fundó el primer hospital o lazaretto contra la plaga en la isla de Santa María de Nazaret y el término “cuarentena” deriva de la expresión quaranta giorni (40 días), período que exigía la Serenissima para que los barcos aguardaran anclados antes de atracar. Las cuarentenas ayudaron a controlar epidemias de cólera en el siglo XIX y de influenza en el siglo XX, y sin duda serán de gran eficacia para contener al ébola, asegura Ross Hammond, director del Centro sobre Dinámicas y Política Social en la Institución Brookings, centro de estudios no lucrativo ubicado en Washington, D.C.
El CDC tiene la capacidad para identificar y localizar rápidamente individuos que han estado expuestos al virus y monitorearlos; además, tiene la autoridad reguladora para imponer cuarentenas. No es tan malo como parece porque, para que funcione la cuarentena, “es necesario que los pacientes estén cómodos”, señala Derek Cummings, profesor asistente del Departamento de Epidemiología de la Universidad Johns Hopkins, “así que está en su mejor interés que participen”.
Epidemias previas han demostrado que, cuanto más satisfechas están las personas en cuarentena, menos propensas son de escapar. Por ejemplo, en 2003, durante la epidemia de SARS de Hong Kong y Singapur, los gobiernos reservaron hoteles completos con servicio en las habitaciones a los individuos en cuarentena.
Mas eso no significa que la cuarentena sea siempre una experiencia agradable. Por ejemplo, en Sierra Leona y Guinea, el temor ha ocasionado que los barcos que transportan grano eviten atracar en puertos contaminados exacerbando la escasez de alimento en esos países.
También es posible aplicar cuarentenas de nivel estatal e incluso nacional: toda una subsección del CDC, la División de Migración Global y Cuarentena (DGMQ, por sus siglas en inglés), está dispuesta a entrar en acción para aislar a individuos que ingresen en Estados Unidos. La DGMQ está a cargo de las Estaciones de Cuarentena de los 20 principales puertos de entrada y cruces fronterizos del país, y puede retener viajeros y bienes en dichas estaciones para ralentizar la introducción de la enfermedad. En casos extremos, el CDC puede intervenir en el nivel estatal y frenar el tráfico interestatal, y la Secretaría de Salud y Servicios Humanos tiene la autoridad para cerrar fronteras internacionales.
Si la epidemia se generaliza, el CDC puede exigir la implementación de lo que Hammond describe como “distanciamiento social”. Igual que una cuarentena, el distanciamiento social es un conjunto de prácticas ideadas para evitar el contacto entre individuos enfermos y sanos. Sin embargo, la diferencia es que el distanciamiento social se aplica en una escala más amplia y puede abarcar desde “sutilezas”, como fomentar el trabajo desde casa hasta medidas restrictivas como alertas y advertencias de viaje e incluso, clausurar el transporte público, aeropuertos y escuelas.
“Las medidas de distanciamiento social están arraigadas en las leyes federales, estatales y locales de Estados Unidos”, afirma James Hodge, experto en legislaciones de salud pública de la Red para Legislación de Salud Pública y profesor de leyes del Colegio de Leyes Sandra Day O’Connor de la Universidad Estatal de Arizona. Hodge asegura que la tuberculosis ofrece un estupendo ejemplo del exitoso uso de las medidas de distanciamiento social para combatir enfermedades. “En cualquier momento hay cientos de miles de casos en todo el país”, dice, pero gracias al distanciamiento social rutinario, en el último siglo no se ha visto una gran epidemia de la infección en el país. “Cuando tengamos epidemias de ciertas enfermedades en nuestras escuelas, sobre todo las primarias”, prosigue Hodge, “utilizaremos técnicas de distanciamiento social para distanciar a los alumnos que puedan ser más susceptibles; por ejemplo, quienes no hayan sido vacunados”.
No obstante, el costo económico de semejantes medidas puede ser enorme. En la epidemia de gripe porcina de 2009, Hammond descubrió que “una clausura escolar de un mes” reduciría el producto interno bruto estadounidense en 10 000 millones de dólares, según “un cálculo de costos reducido”. Por otra parte, el cierre de escuelas también incidiría en la oferta de trabajadores sanitarios del país, pues casi uno de cada cinco permanecería en casa cuidando de sus hijos en vez de trabajar para poner fin a la epidemia, reveló el estudio. Además, las medidas que restringen el movimiento poblacional casi siempre requieren de medidas legales y en Estados Unidos, las leyes diseñadas para promover el distanciamiento social son una colección de regulaciones federales, sociales y locales que dificultan que el CDC implemente una política uniforme de distanciamiento social.
Con todo, Estados Unidos está preparado para la batalla que se avecina y lo que le distingue de los países de África occidental que más han sufrido durante la actual epidemia de ébola son las grandes inversiones que el CDC ha realizado, en años recientes, para desarrollar la infraestructura médica privada necesaria para combatir enfermedades infecciosas. En 1995, la Academia Nacional de Ciencias publicó un señero informe titulado “Infecciones emergentes: amenazas microbianas para la salud en Estados Unidos”. “Si la Academia Nacional alguna vez tuvo un bestseller, ese lo fue”, declara James LeDuc quien, en 2006, dejó la dirección de la División de Enfermedades Virales y Rickettsias del CDC para dedicarse a la investigación de vacunas y enfermedades infecciosas en el Instituto de Infecciones e Inmunidad Humana de la Universidad de Texas Medical Branch.
Las infecciones emergentes cambiaron la percepción estadounidense sobre las enfermedades. El informe “estudió las perspectivas, la historia reciente de las infecciones y los cambios del mundo”, prosiguió LeDuc. “El crecimiento de la población global, la interconexión mundial, la creciente frecuencia y celeridad de los viajes”; y la combinación de todos esos factores se tradujo en que las enfermedades podían diseminarse mucho más rápidamente y a mayor distancia que nunca en la historia de la humanidad. “Cualquiera podía infectarse con cualquier cosa, de cualquier parte del mundo, en apenas 24 o 48 horas”, afirmó LeDuc.
“Durante un siglo, nadie siquiera pensó en la cuarentena”, prosiguió LeDuc, pero esa publicación lo cambió todo. A partir de 1995, el CDC posicionó fármacos y equipos médicos estratégicamente, fortaleció la red de laboratorios equipados para realizar pruebas diagnósticas para el ébola y capacitó hospitales nacionales para recibir gran cantidad de enfermos infecciosos, agregó LeDuc. “Hizo inversiones muy fuertes que sigue manteniendo en ese nivel”. Por desgracia, las naciones de África occidental que han llevado la por parte han sufrido, justamente, porque son pobres.
“El Ébola está extendiéndose en lugares donde hay una enorme escasez de recursos”, acusa Cummings. Médicos y profesionales de la salud pública concuerdan en que la mejor manera de evitar la propagación del virus hacia Estados Unidos es impidiendo que se propague hacia el exterior, pero cerrar las fronteras impedirá que profesionales de la salud talentosos y bien capacitados viajen a las regiones más afectadas donde, simplemente, la enfermedad se diseminará aun más.
@dogstoevsky