Si los escoceses votan a favor de la independencia, la reina Elizabeth podría quedar destrozada.

En 1977, la reina Elizabeth II habló ante el Parlamento británico en la víspera de una votación sobre la “transferencia de competencias” escocesa que dio como resultado la creación, de nueva cuenta, de un parlamento escocés independiente en 1999.

“Tengo a reyes y reinas de Inglaterra y de Escocia y príncipes de Gales entre mis antepasados”, dijo la reina, “por lo que puedo comprender fácilmente estas aspiraciones. Pero no puedo olvidar que fui coronada reina de Gran Bretaña e Irlanda del Norte.”

“De manera comprensible, la familia real ha evitado expresar sus opiniones sobre el asunto de la independencia escocesa”, señala Peter Hennessy, catedrático de historia británica contemporánea del colegio Queen Mary de la Universidad de Londres. “Pero la reina sabía lo que hacía cuando dijo eso, y pienso que lo dijo de todo corazón.”

De acuerdo con Hennessy y Vernon Bogdanor, experto constitucional y catedrático de gobierno del King’s College de Londres, esto es probablemente lo más cerca que ha estado de expresar en público sus sentimientos personales acerca del posible desmembramiento del Reino Unido, y ello sugiere que la posibilidad no la hace feliz. “Es el único texto que tenemos”, dice Hennessy. “como un texto sagrado de la Unión, su versión de declarar que no puede concebir ser otra cosa que no sea británica.”

El debate anterior al referéndum a realizarse el 18 de septiembre acerca de la independencia escocesa podría haberse concentrado en divisas y armas nucleares, pero éstas son la parte visible de un debate más visceral acerca del simbolismo, la identidad nacional y los legados emocionales de la historia.

“Si los escoceses quieren ser independientes, se trata realmente de un tema de identidad, de si se sienten ajenos, como decidieron los irlandeses”, afirma Bogdanor. “Los irlandeses no pedían pensiones más altas o mejores condiciones económicas, sino que decían, ‘nos sentimos ajenos’. Los colonizadores estadounidenses no afirmaron que obtendrían pensiones más altas. Dejaron de sentir que tenían alguna relación con Gran Bretaña.”

Las imágenes de Mel Gibson con la cara pintada de azul e interpretando a William Wallace en Corazón Valiente por un lado, o la “delgada línea roja” de la reina Victoria, con la infantería de las Tierras Altas escocesas repeliendo a la caballería rusa en la Batalla de Balaclava por el otro, se ocultan debajo de los argumentos sobre si los escoceses podrían estar mejor dentro, o, como dicen ellos, “afuera” de la Unión. Y pocas personas están más involucradas en ese simbolismo que la Reina. Posteriormente, podrían surgir asuntos sobre su función constitucional, especialmente si se convierte en Jefa de Estado de dos reinos vecinos que se oponen el uno al otro. Pero es en este nivel emocional y cultural que la decisión de Escocia puede resultar trascendental.

Si Escocia solicita el divorcio, los efectos psicológicos se sentirán al sur de la frontera y también en Irlanda del Norte. “Tengo una abuela escocesa y familiares que viven en las islas del norte, pero a mí me importa muchísimo”, dice Hennessy. “Si uno creció durante el repentino aumento de la población después de la guerra, uno se sentirá naturalmente como británico, pues todos tuvimos ese gran ejercicio colectivo compartido de la Segunda Guerra Mundial. En la década de 1950, no había ninguna angustia relacionada con la identidad nacional. Por ello, me resulta especialmente punzante contemplar como la Unión se desmembra. Ella nunca lo diría en público, pero supongo que la reina se siente de la misma manera.”

Tal sentido de unidad común es históricamente reciente. Las dos coronas de la reina actual no se combinaron sobre una sola cabeza hasta 1603, cuando el rey James VI de Escocia asumió el trono de Inglaterra. Lo que importaba a los peces gordos ingleses era que James era protestante, y que estaba salvando a Inglaterra de lo peor de la guerra religiosa que devastaba al resto de Europa.

Sin embargo, a pesar de los vehementes esfuerzos de James, tuvieron que pasar cien años antes de que los dos reinos se unieran en un solo estado. Irónicamente, en vista de los eventos recientes, el Parlamento inglés fue el que bloqueó la unión. Escocia era considerada como una región pobre, económica y culturalmente atrasada y como una problemática molestia.

Conforme el poder en Inglaterra fue arrebatado gradualmente a la monarquía y transferido a Parlamento, a los escoceses les enfureció el hecho de que la elección de su rey fuera decidida por políticos extranjeros. Cuando los políticos ingleses tramaron el golpe de estado de 1689, en el que el católico James II fue remplazado por Mary, su hija mayor protestante, y su marido holandés, William de Orange, la mayoría de los escoceses estuvieran de acuerdo.

La mayoría de los habitantes de las Tierras Bajas hablaban escocés, una lengua estrechamente relacionada con el inglés, además de ser protestantes y de sentirse alarmados por los intentos de James de hacer que sus reinos volvieran a adoptar el catolicismo. Pero los habitantes de las Tierras Altas, que hablaban gaélico, eran principalmente católicos y pusieron en marcha la primera de varias rebeliones “jacobitas” con la intención de reinstaurar a James.

Cuando resultó claro que la última monarca estuardiana, la reina Anne, moriría sin hijos, el asunto de la sucesión se volvió crítico. El Parlamento Escocés hizo valer su derecho de seleccionar al próximo monarca de Escocia. Temiendo que una escisión de las monarquías pudiera constituir una oportunidad para los invasores franceses o españoles, los ingleses ofrecieron plenos derechos mercantiles a los escoceses dentro y fuera del país a cambio de mantener la unión política. El Parlamento escocés votó a favor.

El Reino Unido nació en 1707, y el alemán George, el familiar protestante de Anne y príncipe elector de Hanover (además de ser antepasado de la reina actual), asumió el trono. Este acuerdo apresurado y hecho bajo presión ha dado como resultado la creencia persistente entre muchos escoceses de que perdieron su independencia por una traición. “Fuimos comprados y vendidos por el oro inglés”, escribió Robert Burns.

Durante los siguientes 40 años, la nueva Unión estuvo amenazada por las rebeliones jacobitas, atizadas por habitantes resentidos de las Tierras Altas. La última de ellas fue aplastada en 1745, y la Unión parecía segura. Mientras tanto, los habitantes de las Tierras Altas fueron “desalojados” sin piedad por sus arrendadores, quienes llenaron esas tierras con ovejas, que resultaban más rentables.

Sin embargo, cuando este proceso cruel e injusto fue concluido, ocurrió algo extraño. Una versión idealizada de la cultura de las Tierras Altas llegó a representar la esencia misma de la identidad escocesa. Regimientos de las Tierras Altas, luciendo sus faldas escocesas, poblaron los ejércitos británicos y coloniales. Se inventaron las telas escocesas que denotaban la pertenencia a un clan. Las gaitas sonaban mientras autores como Burns y Sir Walter Scott celebraban las antiguas costumbres, convirtiendo la historia de pobreza y disputas de las Tierras Altas en folclore romántico.

En una ironía final, nadie adoptó esto con más entusiasmo que la hanoveriana reina Victoria y su consorte alemán, el príncipe Albert, quien ayudó a diseñar el Castillo de Balmoral, ese capricho señorial escocés donde la reina Elizabeth pasa sus vacaciones de verano, vagando por las colinas cubiertas de brezo y asistiendo a los Juegos de las Tierras Altas en Braemar.

No obstante, el compromiso personal de Elizabeth para con Escocia va más allá de la simple nostalgia cultural, como señala Hennessy. “Sus muchas visitas a escuelas, hospitales y sitios industriales no son cosas que haga un monarca escocés. También pasa una semana cada verano en el Palacio de Holyroodhouse, el antiguo asiento de los monarcas escoceses en Edimburgo, realizando labores oficiales.”

Entonces, ¿de qué manera la independencia escocesa podría cambiar la relación de la monarca con el reino? “No lo hará”, señala el profesor Alan Boyle de la Universidad de Edimburgo, un experto constitucional que ha asesorado en estos temas al Primer Ministro británico David Cameron y al Parlamento británico, “A menos que Escocia se convierta en una república, que no es lo que se propone actualmente.”

En marzo, el secretario de justicia escocés Kenny MacAskill sugirió que la independencia podría provocar un referéndum sobre la monarquía, pero esta nunca ha sido la política del Partido Nacional Escocés (SNP, por sus siglas en inglés), y su ala republicana ha permanecido en silencio durante todo el período previo al referéndum.

“En mi opinión, la monarquía sigue estando firme”, afirma David Steel, el ex líder del Partido Liberal británico, que ha actuado como representante de la reina, como funcionario presidente del Parlamento escocés y como Alto Comisionado de la Asamblea General de la Iglesia de Escocia. “Algunos nacionalistas piden un referéndum, pero son una minoría pequeña aunque ruidosa y no obtendrán el apoyo suficiente.”

La reina ya es monarca de 16 reinos distintos, desde Canadá hasta Tuvalu. De acuerdo con Boyle y Bogdanor, Escocia simplemente se convertirá en el número 17, y este proceso no deberá acarrear ningún problema. Hennessy no está tan seguro. “Existen toda clase de modelos para la relación de un monarca con una antigua colonia o dominio”, dice, “pero esto es diferente porque la relación ha sido mucho más íntima. Es carne de nuestra carne.”

La reina Elizabeth no tiene ningún poder político y sólo puede actuar con la asesoría de políticos electos, y esta es la razón por la que la mayoría de los comentaristas parecen estar de acuerdo en que la división de los reinos no perturbará una de sus disciplinas más famosas: no revelar sus propias opiniones políticas.

Sin embargo, ella es aún la voz oficial de sus reinos. La mayoría de los conflictos serían mantenidos a distancia, dice Bogdanor, porque ella estaría representada probablemente por un Gobernador General. Pero ella inaugura el Parlamento de Westminster con “el discurso de la reina” que describe a grandes rasgos el programa legislativo de su gobierno. “Por el momento, ella no pronuncia el discurso de la reina en el Parlamento escocés”, afirma Bogdanor, “pero con la independencia, es posible que le pidan hacerlo”

¿Así que ella podía terminar hablando en nombre de dos gobiernos en desacuerdo? Hay muchos asuntos sin resolver que podrían resultar sumamente espinosos: ya sea que una Escocia independiente mantenga la libra esterlina y si lo que quede del Reino Unido tendrá que retirar su flota de submarinos nucleares de su base en el Río Clyde.

“Sería muy desafortunado si las negociaciones para la separación después de una votación a favor se volvieran ásperas, lo cual tiene muchas posibilidades de ocurrir”, señala Hennessy. “Las personas tratarían de politizar la cuestión de ella. Ella nunca lo haría por sí misma, pero otros podrían tratar de hacerlo. Con la tensión republicana en el SNP, eso podría ponerse muy difícil.”

Un área que parece relativamente sencilla es la que provocó más problemas a los Estuardo. La reina es dirigente de la Iglesia Anglicana de Inglaterra y de la Iglesia Presbiteriana de Escocia, aunque sus doctrinas y prácticas tienen diferencias importantes. Esto no parece molestar mucho a nadie, y mucho menos a la reina. “Algunos dirían que es el típico pragmatismo británico: ¡genio o confusión!” Dice Bogdanor.

La Unión empezó como “una boda incómoda, desigual y mercenaria”, señaló el catedrático Clare Jackson de la Universidad de Cambridge en una transmisión reciente, “pero una boda al fin.” Y eso, en lugar de cualquier dificultad de protocolo posible, puede hacer que la ruptura resulte angustiosa para la reina si Escocia vota a favor de la independencia.

“Será un terrible golpe psicológico para el resto del Reino Unido”, afirma Hennessy. “E incluso si, como las encuestas indican, Escocia vota en contra de la independencia, se tendrán que hacer muchos esfuerzos para reparar la Unión, que ha sido seriamente dañada.”

Pocas personas están en mejor lugar que la reina para contribuir a dicho proceso. Si Hennessy tiene razón y Escocia vota en contra de dar fin [1] [2] a este turbulento matrimonio de 300 años, podría enfrentar un desafío tan grande como la disolución del Reino Unido.