La potencia de sus motores les permite meterse en el ojo del huracán y soportar vientos superiores a 200 km/h.
Odile, Polo, Rachel y, ahora, Simón. Son algunos de los remolinos gigantescos que se forman sobre los océanos tropicales y que tienen sus orígenes en las ondas tropicales que se generan en las costas de África y que tardan aproximadamente de siete a 10 días en acercarse a nuestras costas, y que al combinarse con temperaturas del agua superiores a 26 grados centígrados propician los ciclones tropicales, cuyo máximo exponente son los huracanes.
De acuerdo con Juan Manuel Caballero, coordinador general del Servicio Meteorológico Nacional de la Comisión Nacional del Agua (Conagua), el monitoreo de los fenómenos se realiza desde que se detectan las ondas y se observan perturbaciones tropicales. Estas zonas de inestabilidad con vientos convergentes pueden derivar en una depresión tropical con velocidades sostenidas de hasta 62 km/h y que en algunos casos da paso a una tormenta tropical, la cual lleva vientos de 63 a 118 km/h.
Si la tormenta tropical se intensifica, se convierte en huracán al mostrar vientos superiores a 119 km/h. Es ahí donde aparecen los aviones cazahuracanes. Los satélites son de gran ayuda para determinar la zona de impacto y trayectoria de un ciclón, pero el avión es 30 por ciento más efectivo, según Ricardo Prieto, subgerente de Desarrollo de Sistemas de Alertamiento Meteorológico de la Conagua.
Antes de usarse para este fin, los aviones cazahuracanes fueron utilizados en la Fuerza Aérea de Estados Unidos. Son naves tipo Hércules 130J (de combate) y, por ende, mucho más resistentes. La potencia de cada uno de sus motores Rolls-Royce es de 4700 caballos de fuerza, y esto les permite meterse al ojo del huracán y soportar vientos superiores a 200 km/h.
En los vuelos cazahuracanes suelen ir cinco personas: piloto, copiloto, navegante, el encargado de reconocimiento aéreo y el oficial meteorológico. Todos ellos son fundamentales para el éxito de la misión, que generalmente dura de 10 a 12 horas. Caballero y Prieto precisan que estos aviones guían sus investigaciones a través de sensores colocados en las alas y nariz, así como de radares que son puestos en la cola de las aeronaves; pero existe un dispositivo mucho más relevante: la sonda de caída.
La ruta de estos vuelos es variada. Primero se realiza un reconocimiento a aproximadamente 3000 metros de altura que detecta la posición exacta del ojo del huracán, y después se repite el procedimiento para recabar la información necesaria para analizar trayectoria y lugar de impacto. Esto se logra a través de la sonda de caída, la cual va en el fuselaje del avión, y una vez en el ojo del ciclón es tirada al mar. Esta sonda mide aproximadamente 40 centímetros y consta de una especie de píldora (donde se almacena la información y se transmite directamente al Centro Nacional de Huracanes de Estados Unidos) y un paracaídas que hace más lenta la precipitación al mar.
La relevancia de la sonda radica en que mide la temperatura del viento, humedad, presión y rapidez, lo cual facilita el proceso que determina cómo se mueve el ciclón tropical. Posteriormente, el SMN procesa la información a través de sus expertos y la sube a redes sociales para que los status de los ciclones pueda mostrarse prácticamente en tiempo real. Así que, ya lo sabe, la próxima vez que se presente un huracán, revise su Twitter y Facebook. Un simple tuit o post salvan vidas.
Fernando del Río Quiroz colabora en México en el programa de radio López-Dóriga y es responsable de las redes sociales de Grupo Fórmula. Es asesor en tecnologías digitales y contenidos web. @MexicoFER