La retirada de todos los soldados estadounidenses dejará a los afganos vulnerables al Talibán.
Igual que Irak, Afganistán tal vez deba valerse por sí sola para combatir grupos terroristas tras la retirada de Occidente.
Y es que la más reciente crisis política del país que albergara a los perpetradores de los ataques de septiembre 11 –la agresión terrorista más mortífera jamás cometida en territorio estadounidense- plantea nuevas dudas sobre la futura presencia de fuerzas estadounidenses y OTAN en su territorio.
El presidente Barack Obama ha dicho que si, para fines de año, no se ha firmado un nuevo acuerdo de seguridad con el gobierno de Kabul, Estados Unidos retirará los efectivos aún destacados en Afganistán cumpliendo así su promesa de campaña de “terminar” la guerra en 2014.
Hamid Karzai, el mandatario afgano saliente se retractó de la promesa de firmar el nuevo acuerdo para facilitar la presencia de una fuerza OTAN residual en su país; y si bien sigue en efecto el acuerdo original firmado tras la invasión OTAN de 2001, funcionarios de la administración afgana han sugerido la necesidad de firmar un nuevo tratado con el gobierno entrante para que los efectivos permanezcan en el territorio.
Observadores advierten que, cuando no queden soldados estadounidenses en Afganistán, habrá un verdadero peligro de que resurja el Talibán –que gobernó el país hasta la invasión de Estados Unidos- junto con otros grupos extremistas como Al-Qaeda. El mes pasado, el secretario de Estado estadounidense, John Kerry trató de minimizar el riesgo a través de un acuerdo con los principales contendientes por el puesto de Karzai (Abdullah Abdullah y Ashraf Ghani) a fin de garantizar que uno fuera declarado presidente antes de la cumbre OTAN de esta semana en Gales, donde –confían los estadounidenses- el presidente electo de Afganistán negociaría un nuevo acuerdo bilateral de seguridad (ABS) con Estados Unidos y permitiría que una fuerza residual permanezca en territorio afgano después de 2014.
Sin embargo, el acuerdo de Kerry estuvo a punto de desintegrarse poco después cuando un equipo de Naciones Unidas realizó un recuento de votos por todo Afganistán y repentinamente, Abdullah retiró del proceso a sus representantes. Su decisión fue “lamentable”, dijo a la prensa Nicholas “Fink” Haysom, Asistente ONU para la Misión Afgana (UNAMA, por sus siglas en inglés) añadiendo que, no obstante, el recuento seguiría adelante.
Tras la partida de los observadores de Abdullah –quienes, de paso, lanzaron acusaciones sobre irregularidades en el proceso-, representantes de Ashraf Ghani aceptaron la petición ONU de retirarse también para evitar la sospecha de que el recuento no había sido imparcial. Con todo, parecía que la tarea no podría concluir a tiempo para la cumbre OTAN. “Una auditoría rigurosa y fiable [requiere de] tiempo, pero podríamos terminar alrededor de septiembre 10”, anunció Ján Kubi?, director de UNAMA. “Si seguimos todos los pasos que exige la ley, será posible inaugurar poco después al nuevo presidente”.
Más adelante también podría firmarse un ABS, independientemente de la cumbre OTAN, mas el recrudecido resentimiento entre ambos candidatos sugiere que tal vez sea difícil formar un gobierno afgano que logre sobreponerse a la hostilidad de las numerosas facciones políticas que objetan la presencia de fuerzas extranjeras en el país.
“Necesitamos un acuerdo para no tener otra Irak entre manos”, sentenció un diplomático afgano antes que se desatara la nueva crisis política. Dijo que los dos candidatos presidenciales se comprometieron a firmar un acuerdo con Estados Unidos, lo que sugiere que los círculos de poder de Kabul son cada vez más conscientes de que, a menos que OTAN conserve un contingente militar en Afganistán, el país caerá nuevamente en un caos como el de Irak y se volverá muy vulnerable a los extremistas.
El fantasma de otra Irak es muy ominoso. Todos los soldados estadounidenses se retiraron del país en 2011 después que Bagdad y Washington firmaran un acuerdo para garantizar la inmunidad de los efectivos estadounidenses frente a acusaciones legales iraquíes. Como dijera Obama hace poco: “En lo político, [los iraquíes] no podían aprobar el tipo de legislaciones necesarias para proteger a nuestros efectivos en Irak”.
Pero ahora, incluso sin un acuerdo vinculante, asesores militares estadounidenses regresan poco a poco a Irak y el ejército de Estados Unidos realiza ataques aéreos contra los terroristas del Estado Islámico (grupo antes conocido como ISIL o ISIS, en inglés) que han infiltrado el territorio. Algunos críticos de Obama dicen que el vacío que dejó la retirada de las fuerzas estadounidenses de Irak creó un ambiente político que facilitó el surgimiento de organizaciones extremistas como ISIL y advierten que algo parecido podría ocurrir en Afganistán.
Igual que Irak, Afganistán es “una nación dividida, con una democracia frágil y sin un acuerdo viable para compartir el poder entre facciones políticas rivales”, señala Vali Nasr, decano de la Escuela Paul H. Nitze de Estudios Internacionales Avanzados, Universidad Johns Hopkins. Y también como Irak, Afganistán adolece de “instituciones estatales débiles para enfrentar a la insurgencia, en tanto que Estados Unidos [está] ansioso de partir”.
Ex asesor del Departamento de Estado para la administración Obama, Nasr previene que “lo mismo que ocurrió en Irak podría ocurrir en Afganistán. A la zaga de la salida estadounidense, el proceso político hará implosión, el ejército afgano se desintegrará y los extremistas llenarán el vacío”; y en poco tiempo, el Talibán recuperaría territorios cruciales más allá de las áreas fronterizas que controla actualmente. Aun cuando “no pueda capturar Kabul”, prosigue Nasr, “podría hacerse con grandes regiones del sur y oriente de Afganistán”.
El peligro aumentó de manera significativa el mes pasado, cuando la agitación intervino en el proceso de recuento y arruinó las posibilidades de una transferencia de poder pacífica entre Karzai y su sucesor. Si bien Abdullah recibió la mayor cantidad de votos en la elección presidencial de abril, no alcanzó el 50 por ciento requerido, lo que obligó a unos comicios de desempate en junio. Ghani ganó esa elección, mas Abdullah disputó los resultados y se negó a reconocerlos argumentando el generalizado fraude de votantes e irregularidades en las urnas.
Se vinieron abajo diversos intentos para crear un proceso de recuento que satisficiera a los dos frentes y a principios de agosto, Kerry voló a Kabul para reunirse con los enemistados candidatos presidenciales. En una conferencia de prensa conjunta, Kerry y los contendientes mostraron un frente unificado en el que Ghani declaró que, en las entrevistas con Kerry, él y Abdullah prácticamente “terminaban las oraciones del otro”.
Más allá de un recuento bajo los auspicios ONU, el compromiso pactado incluyó la promesa de que, sin importar quién resultara ganador, el recuento conferiría al perdedor un papel no especificado en el nuevo gobierno. “Es indispensable que los dos candidatos cumplan lo acordado; es decir, trascender la campaña y proceder con el proceso de gobernar”, declaró Kerry. “Uno de estos hombres será presidente, pero los dos son indispensables para el futuro de Afganistán”.
Haysom, quien el mes pasado aseguró que el proceso de recuento proseguiría contra viento y marea, indicó que ONU todavía considera posible un gobierno de unidad. La “auditoría y formación de un gobierno de unidad nacional son pilares fundamentales para un resultado electoral creíble y la pacífica transmisión de poderes por la que votaron millones de afganos”, declaró.
Ambos candidatos aceptaron ceñirse a los resultados del recuento y también que el ganador “formaría [de inmediato] un gobierno, mientras que el otro individuo sería parte de ese esfuerzo”, dijo el mes pasado la portavoz del Departamento de Estado, Jen Psaki. No obstante, con el fracaso de las relaciones en torno del recuento, la perspectiva de que respeten el resultado se antoja tan desapacible como el futuro de Afganistán.
@bennyavni