¿Valió la pena la guerra en Afganistán? Depende de quién se quede con Kabul.
Afganistán se dispone a elegir nuevo presidente y la postura de los dos candidatos es anti-Al-Qaeda. Sin embargo, queda la duda de que el ganador pueda evitar que el conflictivo país vuelva a sus malos hábitos tras la retirada de Estados Unidos.
En los últimos días de mayo, el presidente Obama anunció que el Ejército estadounidense reduciría su presencia en Afganistán para fines de año y abandonaría completamente el territorio antes de 2017. Parece que la guerra más larga en la historia de Estados Unidos está por terminar, pero nadie puede garantizar que Afganistán, antaño hogar de las mentes que lanzaron los peores ataques terroristas en suelo estadounidense, no vuelva a representar una amenaza para Washington.
Mucho dependerá del ganador de las próximas elecciones: el exministro de Finanzas, Ashraf Ghani o el exministro del Exterior, Abdullah Abdullah, quienes se enfrentarán en una elección de desempate, el 14 de junio, debido a que ninguno consiguió la mitad de todos los votos cuando se celebraron los comicios nacionales de abril, en los que hubo gran participación del electorado y no se materializaron las amenazas del talibán de atacar las casillas.
Ambos han prometido firmar el Acuerdo Estratégico Bilateral con Estados Unidos para permitir la presencia de efectivos estadounidense en el país; pero lo mismo hizo el presidente saliente, Hamid Karzai quien, al final, se retractó y se negó a firmar el pacto.
En su discurso de mayo, Obama anunció que para fines del presente año quedarían 9800 efectivos en Afganistán, donde a la fecha se encuentran desplegados 32 000 soldados de la OTAN al mando de Estados Unidos. Para fines de 2015, dicha fuerza se reducirá a la mitad y cuando el mandato de Obama llegue a su fin, en 2016, los soldados estadounidenses habrán salido de Afganistán, cumpliendo así su promesa preelectoral de poner fin a las dos guerras estadounidenses en Afganistán e Irak.
Washington ha dicho a sus aliados regionales que el plan de retirada de Obama fortalecerá Afganistán y que, en los dos años restantes, los soldados estadounidenses consolidarán al país y su ejército.
Y no es exageración. Hay razones que justifican el optimismo en lo tocante a Afganistán. Las elecciones de abril “sorprendieron a muchos”, me dijo, hace poco, el exsecretario del Exterior británico, David Miliband. “La primera ronda de elecciones presidenciales resultó mucho mejor de lo anticipado. Hubo impresionantes escenas de filas de electores, de ciudadanos haciéndose oír; y de allí surgieron dos candidatos creíbles para una segunda ronda”.
Ghani, exfuncionario del Banco Mundial, fue prominente defensor de un nuevo Afganistán tras la invasión de la OTAN de 2001 que derrocó al talibán, y una de sus acciones más importantes ha sido su lucha contra la corrupción generalizada que asola al país.
Por su parte, Abdullah, oftalmólogo de profesión e importante miembro de la Alianza del Norte, combatió contra la ocupación soviética de su país y contra los sucesores de los rusos, el talibán. Sin embargo, es mitad tayiko y eso podría ser una desventaja frente a Ghani, completamente pashtu, la etnia que domina las políticas del país; pero observadores afganos señalan que Abdullah cuenta con un sólido respaldo de Occidente y ha logrado reunir mucho dinero para su campaña. En todo caso, Miliband opina que los dos son “buenas opciones para Afganistán”.
En su actual cargo como presidente del Comité Internacional de Rescate (organización que distribuye ayuda humanitaria por todo el mundo), Miliband ha visitado las aldeas más pobres de Afganistán y señala que, como la cuarta nación más pobre del planeta, “sigue necesitando ayuda” del exterior. Y no solo humanitaria, añadió, sino en “el frente político y de seguridad”.
En una videoconferencia, la semana pasada, Ghani dijo al Consejo Atlántico que el ingreso anual de Afganistán era 2000 millones de dólares, mientras que las necesidades nacionales de seguridad ascendían a 4.1 mil millones de dólares. Si bien Obama se comprometió a mantener el actual nivel de ayuda, el Congreso estadounidense lo redujo a la mitad en 2012 –a 1.12 mil millones de dólares- y con el inevitable escrutinio congresista que acompañará la retirada de soldados, Afganistán “tendrá que hacer muchas reformas en la gestión de sus fuerzas de seguridad”, sentenció Ghani.
Además, luego de una década de la presencia de la OTAN, muchos en la región temen la partida del Ejército estadounidense y sus aliados. “Lo que nos inquieta es el tema de una salida responsable”, dijo Abdullah, en reciente entrevista con la cadena francesa France 24. “Nadie quiere una situación que pueda derivar en las condiciones previas a la intervención de Estados Unidos [en 2001)”.
Tal vez por eso, en las elecciones de abril, los votantes afganos rechazaron a los candidatos que favorecían al saliente Karzai y dieron su apoyo a Abdullah y Ghani. Karzai ha desafiado a Washington demasiado tiempo y “en el Afganistán actual, no es conveniente ser excesivamente antiestadounidense”, comentó un diplomático destacado en la región.
La esperada transferencia pacífica de poderes al sucesor será recordada como un legado positivo de Karzai, declaró Zalmay Khalilzad, embajador de George W. Bush ante Irak, Afganistán y la ONU. Con todo, nadie olvidará que el afgano mantuvo malas relaciones con Estados Unidos durante su segundo período, agregó.
En entrevista con Mark Leon Goldberg de la OUN Dispatch, estación de audio en línea, Khalilzad señaló que, al principio, Karzai fue un fuerte aliado estadounidense, pero al aproximarse su campaña reelectoral de 2009, “llegó a la conclusión de que Estados Unidos quería deshacerse de él”.
Al recordar su época como embajador en Irak, Khalilzad dice que Washington y Bagdad manifestaron el deseo de un Acuerdo sobre el Estatus de Fuerzas como el propuesto en Afganistán, a fin de conservar una fuerza estadounidense residual en territorio iraquí. Pero la presidencia de Obama y el gobierno de Nuri al-Maliki no llegaron a un arreglo, pese a que “mucha gente tenía la esperanza de que nos quedáramos allá mucho tiempo”, asegura Khalilzad.
Los principales asesores militares de Obama –en particular, el comandante de la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad de la OTAN, el general Joseph Dunford- arguyeron la necesidad de dejar una fuerza mínima de 10 000 efectivos para ayudar al Ejército afgano a impedir el resurgimiento de Al-Qaeda. A decir de Obama, no quedan más de 100 combatientes de dicho movimiento en la provincia montañosa de Kunar; pero según algunos informes, Al-Qaeda lanzó un reciente ataque fallido con autobomba contra una base estadounidense en Afganistán (el cual habría sido desastroso, debido a la enorme carga explosiva) y eso significa, posiblemente, que el beligerante grupo islamista ha vuelto a las andadas.
Obama intenta tranquilizar a estadounidenses y afganos prometiendo un futuro deslumbrante para Afganistán. “Hemos diezmado el liderazgo de Al-Qaeda en la región fronteriza de Pakistán y Afganistán, y Osama bin Laden ya no existe”, dijo a los cadetes de West Point, el 28 de mayo.
Mas no todos respiran tranquilos. “Hace años tuve un amigo”, recordó, un diplomático, en reciente entrevista anónima. “Lo conocí en París, cuando éramos estudiantes. Era un francés recién convertido al islam. Se dejó crecer la barba, cambió su nombre, emigró a Afganistán y vistió como lugareño”. A fines de la década de 1980, cuando la presidencia de Reagan y los combatientes muyahidín afganos estaban a punto de derrotar a las fuerzas soviéticas, “mi amigo previno a sus contactos estadounidenses, que estaban a punto de marcharse, de que algunos mujahidín ya estaban hablando de una nueva guerra, esa vez contra Estados Unidos. Pero lo único que los estadounidenses respondieron fue: ‘No te preocupes”.
Ahora, concluyó el diplomático, “cada vez que los estadounidenses dicen ‘no te preocupes’, me preocupo”.
La Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad de la OTAN argumentó que era necesario dejar 10 000 efectivos en Afganistán para impedir el resurgimiento de Al-Qaeda.