Los iraquíes salieron a votar a pesar de una tormenta de violencia sectaria y bombardeos.
En la noche del 16 de abril, proyectiles de mortero cayeron como lo han hecho todas las noches desde el 2 de enero de 2014, en Fallujah, Irak, una ciudad clave de la provincia occidental de Anbar y dominada por los suníes, donde yihadistas y miembros de tribus ahora tienen el control en gran medida.
Los proyectiles cayeron sobre los civiles mientras dormían. Mataron a 16 personas e hirieron a otras 15, según un portavoz del Hospital General de Fallujah. Las bombas provenían del recinto militar de Tarik/Mazraa a cinco kilómetros del noreste del centro de la ciudad.
Cuando el bombardeo comenzó el invierno pasado, los lugareños reportaron que fuerzas del gobierno —quienes no admiten los ataques— atacaban las zonas industriales. Ahora están moviéndose hacia las zonas residenciales.
“Primero fueron hospitales, luego áreas civiles densamente pobladas”, dice Erin Evers, de Human Rights Watch (HRW) en Bagdad. “Ahora son vecindarios donde la gente solo trata de vivir”.
La tragedia en Fallujah apenas y fue notada en las vísperas de las elecciones parlamentarias iraquíes, que se celebraron el 30 de abril, las primeras elecciones nacionales desde que las tropas de EE UU se retiraron del país en 2011. Nadie le prestó mucha atención porque la violencia se ha vuelto algo distintivo en esta campaña.
Desde enero, cuando el gobierno del primer ministro Nouri al-Maliki, apoyado por los chiitas, comenzó una campaña de represalias en contra del Estado Islámico de Irak y Al-Sh?m, apoyados por los suníes, se estima que 4000 personas han sido asesinadas, o aproximadamente 1000 personas cada mes. Investigadores en el lugar dicen que de 20 a 30 por ciento de los muertos son niños. Mientras tanto, fuerzas del gobierno han asesinado a 348 personas, según el Recuento de Víctimas de Irak.
El resultado de que los dos bandos se hagan la guerra es una crisis humanitaria, según Evers. HRW ha dicho: “Grupos armados como el Estado Islámico de Irak y Al-Sh?m (ISIS) han cometido ataques atroces contra civiles que posiblemente equivalgan a crímenes contra la humanidad”, mientras que al mismo tiempo también cita la respuesta del gobierno como “excesiva y llena de abusos”.
Los detalles de Anbar son imprecisos. Ha habido un bloqueo mediático desde enero, y no hubo locales de votación en Fallujah y partes de Ramadi, de lo cual el gobierno afirma que se debió a la defensa. Los hospitales son la fuente clave de información, aunque mucha gente se niega a ser atendida allí.
“La gente teme a los hospitales porque son administrados por el ejército [apoyado por el gobierno]”, explica Evers. “Y en Ramadi solo hay 20 médicos en el hospital. La gente tampoco va a los hospitales porque sabe que estos serán atacados. La situación es nefasta”.
Lily Hamourtziadou, del Recuento de Víctimas de Irak en Londres, la cual trata de establecer una base de datos independiente de las muertes civiles, dice que la situación es “estremecedora”.
“No hay un día en que no haya civiles asesinados en Irak”, dice ella. “No sé de otra parte del mundo donde suceda esto, por tanto tiempo. Por tantísimos años”.
Ahora los votos de la elección se están contando, y Al-Maliki y su Partido Dawa parecen confiados en que ganarán. Este sería su tercer período. Al-Maliki es apoyado fuertemente por EE UU —él vio al presidente Barack Obama en noviembre y le pidió más ayuda, poco antes de que comenzara la campaña de bombardeos en Anbar— a pesar del hecho de que muchos iraquíes sienten que este gobierno es una de las principales causas de la violencia.
“Lo que nosotros [EE UU] hemos apoyado es esta guerra”, dice Evers. “Enviamos más armas que ayuda. Básicamente, le hemos dado el visto bueno al uso de métodos ilegales y abusivos para conservar el poder”.
En un país donde la gente ha vivido y muerto en una sangrienta guerra civil, dice Evers, Al-Maliki ha creado otra cultura del miedo. “Al-Maliki se ha ensañado con las inseguridades de la gente para crear eso que la gente más teme: una serie de ataques violentos”, dice ella. “E ISIS es más poderoso que nunca antes”.
Ella dice que las milicias chiitas se han unido a las tropas del gobierno para combatir a los yihadistas en una serie de ataques de represalia. Según Reuters, Al-Maliki informó a importantes políticos chiitas sobre un nuevo grupo paramilitar en una reunión sobre la guerra contra ISIS el 7 de abril, donde él expresó su frustración por la actuación de los militares en ciudades y poblados, según dos de quienes asistieron a la sesión.
Al-Maliki dijo a importantes figuras políticas chiitas que los combatientes eran “mejor que el ejército” en la “guerra de guerrillas”, según las minutas de la reunión leídas a los reporteros y conformadas por una segunda persona que asistió. Amir Al-Kinani, legislador chiita y un crítico de Al-Maliki, asistió a la sesión y dijo que el grupo, el cual ha existido por un año, fue sacado principalmente de las filas de otros grupos armados chiitas.
El portavoz del gobierno iraquí ha negado que las milicias actúen bajo órdenes del gobierno, pero otros políticos importantes han confirmado que la milicia Hijos de Irak ha trabajado en forma conjunta con el ejército para ayudar a erradicar a los terroristas.
Pero mientras los milicianos hacen su trabajo, los civiles se cruzan en su camino.
“El gobierno no ha admitido los asesinatos de civiles o sobre el daño que ellos han causado”, dice Hamourtziadou. “Lo que vemos son declaraciones casi diarias sobre los milicianos asesinados, los rebeldes suníes”.
Desde su primer término en 2006, Al-Maliki ha sido acusado de avivar la tensión actual entre suníes y chiitas y otros grupos sectarios. El miedo es que las elecciones consoliden esta brecha.
“Sí, los chiitas son el grupo más grande, pero también comunidades suníes y kurdas importantes”, dice un importante funcionario de la ONU. “Y a menos que ambos sientan que sus intereses son tomados en cuenta de la manera apropiada, es muy poco probable que haya estabilidad en Irak”.
Irak nunca la iba a tener fácil. Desde los primeros días, cuando soldados estadounidenses entraron en tropel a la Plaza Firdos y ataron una cuerda a la estatua erigida por el 65º aniversario de Saddam Hussein y la derribaron, el estado de ánimo siempre fue de incertidumbre.
En ese día de abril de 2003, mientras los infantes de marina de EE UU terminaron la Batalla de Bagdad con ese gesto simbólico, pandillas de iraquíes furiosos corrían por las calles con cosas que habían saqueado de oficinas, hospitales y apartamentos.
Esa escena caótica y violenta, a solo un kilómetro y medio de distancia de la jubilosa Plaza Firdos, fue un presagio. A pocas semanas, se plantaron las primeras semillas de la insurgencia y las milicias se levantaban para combatir a las tropas estadounidenses que veían como ocupantes.
Para 2006, la guerra estaba en todo su apogeo. El derramamiento de sangre, los hallazgos de cueros atados y apaleados, las fosas comunes y los bombardeos continuaron hasta que las tropas estadounidenses se retiraron en 2011. Estas dejaron un legado de odio y desconfianza, así como una división feroz entre suníes y chiitas.
La víspera de las elecciones se vio marcada por una violencia que no se había visto a tal grado desde 2008, especialmente en Anbar, donde los ataques contra chiitas —y las represalias del gobierno— se salieron de control.
En Bagdad y otras ciudades, la gente realizaba sus acciones cotidianas porque se había habituado a los coches bomba, los mercados destruidos y los funerales interrumpidos por el derramamiento de sangre. Pero es cautelosa. Evers dice que muchos iraquíes —tanto suníes como chiitas— le han dicho que aun cuando la era de Saddam fue sangrienta de muchas maneras, también era predecible.
“Ellos dicen que cuando Saddam tenía el poder, había una línea que no se rebasaba”, dice ella. “Pero ahora, hay múltiples líneas que se rebasan, así que ellos nunca saben cuándo la cruzan. O sea, hay menos imperio de la ley, el sistema judicial es todo un lío, y, por si fuera poco, las milicias chiitas trabajan con el gobierno en contra de los grupos suníes violentos”.
El día de las elecciones fue tranquilo, lo cual el gobierno tomó como un indicio de que Al-Maliki ganaría. Un diplomático iraquí dijo: “Lo importante es que las elecciones se celebraron. Y razonablemente bien, dadas las dificultades. Después de que se certifiquen los resultados, comenzará la verdadera labor de formar el gobierno, y posiblemente se lleve tiempo. Hace cuatro años, duró nueve meses”.
¿Qué armas se están usando para matar a tantos? Henry Dodd, un experto en dispositivos explosivos improvisados de Acción Contra la violencia Armada en Londres, dice que las armas usadas por ISIS van desde pequeñas bombas en los caminos, cuyos objetivos son vehículos de la policía, hasta un vehículo bomba manejado al interior de un mercado o una zona densamente poblada “diseñados para matar y mutilar a cuantos civiles sea posible”.
Las bombas van desde versiones sofisticadas hechas con ingredientes difíciles de conseguir hasta unas más simples, las cuales pudieron hacerse con fertilizante y combustible, y que los bombarderos aprendieron a hacer en internet. “Me imagino que algunos de los atacantes pudieron haberse entrenado en Siria”, dice Dodd.
El asesinato de civiles ha sido “aceptado por demasiado tiempo como algo normal”, dice él. Él cree que una manera de presionar al gobierno después de la elección es abordar directamente el problema de los explosivos improvisados. “La gente asume… no hay nada que podamos hacer con respecto a la violencia”, dice él. “Pero los explosivos improvisados pueden abordarse… mediante el cambio de las políticas relacionadas con la importación y exportación de fertilizantes que se usan [para fabricar bombas], cómo logran pasar la frontera”.
Es posible que Al-Maliki continuará acumulando poder y que el ciclo de violencia continúe. “En Anbar, se ha convertido en el tipo más desagradable de guerra civil”, dice Dodd. “Religiosa con un elemento sectario”.
Hamourtziadou dice que la culpa radica en el fracaso de la política de EE UU para refrenar a Al-Maliki, y el apoyo continuo que EE UU le ha dado. Ella dice que el gobierno de Al-Maliki señala los asesinatos cometidos por los yihadistas pero no admite sus propios crímenes.
“Encuentro estremecedor que el Primer Ministro coreano renunciase por el desastre del ferri y que los políticos iraquíes no asuman sus responsabilidades por la matanza escandalosa en su país”, dice ella.