Apps para mejorar el desempeño fortalecerán sus músculos… y mente.
Si el novato Jordan Spieth hubiera llevado en la gorra un monitor de ondas cerebrales conectado vía inalámbrica con una app para procesamiento de datos en el iPhone de su cadi, habría sabido cómo prepararse para ganar el torneo Masters hace unas semanas, en vez de mandar la pelota a la charca y “morir ahogado”.
Mejor suerte la próxima. Tal vez, para entonces, ya exista el dispositivo.
Las sustancias para mejorar el desempeño son cosas del siglo pasado. Esta es la era de las apps para mejorar el desempeño.
Nuevas tecnologías, algunas basadas en investigaciones del Ejército estadounidense, leerán la actividad cerebral y correrán los datos en un software diseñado para mejorar el desempeño deportivo, laboral, escolar o lo que sea. Integradas en una cinta para la cabeza, casco o gorra, serán tan fáciles de usar y tan baratas como hoy lo es Fitbit.
Conforme las apps cerebrales mejoren, ayudarán a los profesionales a alcanzar niveles de desempeño cada vez más elevados; pero lo emocionante es que la tecnología ha demostrado que ayuda a los novatos a aprender destrezas rápidamente. Imagine un mundo donde cientos de horas de práctica puedan sustituirse con una retroalimentación que enseñe al cerebro a imitar los cerebros de expertos. ¡El impacto en la productividad global será fabuloso!
La clave del desempeño siempre ha sido un misterio. Yu Daarvish, estrella de los Rangers de Texas, pichea impecablemente un día y al siguiente, no da una. ¿Por qué? Es el mismo beisbolista con las mismas destrezas. ¿Tiene que ver su estado mental particular? ¿Sus patrones de sueño o lo que comió? Tal vez llamó a su mamá y se desveló escuchando Staying Alive. Podrían hacerse muchos cuestionamientos parecidos sobre cualquiera que un día esté que arde y al siguiente, como un trapo.
Filósofos, psicólogos y entrenadores siempre han hecho propuestas como entrar en “la zona”, enfocarse, relajarse o intentar las 10 mil horas de práctica de Malcolm Gladwell, mientras que el mercado ofrece dispositivos que registran frecuencia cardiaca, sudación, respiración, movimiento, sueño y otros marcadores biológicos. Pues bien, estamos por ver el primer aparato que rastrea ondas cerebrales.
“El mundo no estaba preparado hace dos años, pero ahora podemos producir un dispositivo usable, con batería para cinco días, que realiza lecturas [de ondas cerebrales] con calidad científica”, afirma Peter Bonanni de Uncodin, compañía tecnológica de Texas que, conjuntamente con la Agencia de Proyectos Avanzados de Investigación para la Defensa (DARPA, por sus siglas en inglés), ha producido dispositivos de tecnología cerebral que lanzará este año.
Al mismo tiempo, estamos recogiendo muchísima más información sobre el desempeño mismo. En la NBA, la tecnología de rastreo en video clasifica cada movimiento de un partido y detalla la rapidez de cada jugador o la cantidad de veces que toca el balón; el mismo software, utilizado en un empleo común y corriente, puede rastrear sin interrupción el trabajo que realiza un empleado o el dinero que genera con su desempeño.
De modo que, si ahora es posible cuantificar el desempeño de casi cualquier persona y correlacionar el alto desempeño con ciertas condiciones físicas o mentales, el siguiente paso será enseñar al usuario a reproducir las condiciones óptimas en todo momento.
Hace unos 10 años, DARPA empezó a investigar las “neurociencias operacionales”: la manera de sacar la ciencia cerebral del laboratorio y ponerla en práctica. Desde 2005, el programa ha estado a cargo de la neurocientífica Amy Kruse, quien se ha concentrado en dos interrogantes. La primera: ¿Acaso los expertos tienen patrones mensurables que les distingan como expertos? En otras palabras, al comparar dos patrones cerebrales, “¿es posible identificar al tipo sobresaliente?”.
Segunda pregunta: “Si tengo el patrón de un experto, ¿podría usarlo para entrenar a un novato y acelerar su desarrollo?”.
Kruse diseñó un innovador experimento con francotiradores, para el cual colocó en sus cabezas monitores de ondas cerebrales y buscó patrones comunes justo antes del disparo. Los profesionales en mejor condición se mantuvieron en un estado de absoluto enfoque y relajación –casi como si meditaran-, lo cual se manifestó en las señales cerebrales y también, como una menor frecuencia cardiaca.
Luego repitió el procedimiento con unos novatos que no podrían darle a un camión estacionado frente a ellos. Cuando sus ondas se hacían similares a las de los expertos, una señal les indicaba que tiraran del gatillo. Voilá! Los novatos respondieron 2.8 veces más rápido que el grupo de control.
Kruse hizo el mismo experimento con golfistas cerca del hoyo y obtuvo resultados parecidos. Sus hallazgos respondieron ambas interrogantes: Los profesionales poseen, ciertamente, patrones cerebrales especiales y definibles que están ausentes en el resto de la población y una vez identificados, dichos patrones sirven para mejorar el desempeño de los novatos –y por supuesto, también el de los profesionales.
Ahora que ciencia, dispositivos y datos comienzan a conjuntarse, podemos imaginar toda suerte de apps cerebrales combinadas; y en ese sentido, Kruse dirige la atención hacia el baloncesto. Una compañía llamada 94Fifty produce un “sensor de baloncesto inteligente” que rastrea el arco y giro de la pelota, y envía los datos a una app que permite tiros más precisos. Combinada con ondas cerebrales, frecuencia cardiaca, sudación y demás marcadores biológicos, podríamos entrenar por nuestra cuenta para alcanzar el estado mental que se correlaciona con nuestros mejores lanzamientos.
Ese tipo de información cerebral también podría ayudar a los entrenadores, pues si hubiera monitores en las gorras de los mejores jugadores de Ligas Mayores, un manager inteligente interpretaría las lecturas en tiempo real para conocer el estado mental de cada uno y haría una alineación ideal con los jugadores que se encuentren dentro de la zona.
Todo lo que funciona en deportes puede aplicarse al trabajo y otras situaciones de la vida. Uno de los primeros experimentos de Kruse consistió en leer ondas cerebrales para que analistas de inteligencia pudieran escanear con rapidez las imágenes de reconocimiento y “vieran” un signo revelador, como un silo de misiles, incluso antes que el analista lo reconociera conscientemente.
Los datos de investigaciones sugieren que todos podemos aprender a lograr un estado de máxima productividad y reproducirlo a voluntad; y también descubrir cómo es que los mejores de nuestro campo alcanzan su máximo desempeño y hacer que nuestros cerebros funcionen como los suyos.
El mayor obstáculo a corto plazo para la tecnología cerebral en la oficina, será el aspecto. “Los infantes de marina se ponen cualquier cosa en la cabeza”, señala Kruse, con ironía. “Pero eso no es aceptable para la fuerza de trabajo civil”. Sin embargo, cualquiera que haya usado un auricular Bluetooth durante cinco años se habrá acostumbrado a que sus colegas lo llamen Sr. Spock, así que no pasará mucho tiempo antes que levantemos la mirada y encontremos un batallón de gorras con aplicaciones cerebrales.