Angelina Jolie encabeza una campaña justiciera contra los crímenes sexuales de la Guerra de Bosnia.
Edina, una bosnia radicada cerca de Srebrenica, tenía solo 15 años cuando fue capturada con una pariente mientras buscaban comida para la familia, que se había refugiado en un bosque. La cautiva fue violada por cinco hombres durante varias semanas, y explica que sobrevivió porque, mientras aquello ocurría, “me sentía como otra persona que miraba, desde afuera, lo que estaba pasando”.
Al cabo de dos décadas, Edina ha tratado de reconstruir su vida y ahora tiene hijos propios, pero conserva el aspecto de una mujer quebrantada. Se sienta en una banca del Memorial de Srebrenica y charla con los visitantes –incluida Angelina Jolie- con voz carente de emoción. Aunque testificó en La Haya en 2005, ninguno de sus violadores fue llevado ante la justicia y Edina insiste en que no solo siguen libres, sino que viven cerca de su hogar.
“Sé quiénes son”, dice a Newsweek. “Los encontré en Facebook”.
Actriz y directora, Jolie ha regresado a Bosnia con el secretario británico del Exterior, William Hague, con objeto de promover su sociedad para la prevención de la violencia sexual en conflictos armados. Muchas veces, la violación en tiempos de guerra suele tratarse como un crimen menor y la iniciativa intenta generar voluntad política para propugnar por estándares internacionales de justicia.
Eso significa que los Estados deben reconocer el sufrimiento de las víctimas, y ese día han ido al lóbrego memorial bosnio para conocer a otras personas que sufrieron aquellos horrores y sobrevivieron.
“Una mujer dijo que sintió como si se hundiera”, revela Jolie, vestida de negro y con una pañoleta en la cabeza para cubrir su pelo. “Están destruidas y sin embargo, conservan su dignidad… Son extraordinarias”.
Los muros de concreto del memorial, albergado en una fábrica de baterías abandonada, están cubiertos con fotografías de los turbios días de 1995 cuando más de 8000 varones musulmanes, de entre 16 y 60 años, fueron arrancados de sus familias y masacrados por las fuerzas serbobosnias.
Jolie es una especie de heroína popular en Bosnia y no por su papel como Lara Croft. En 2012 hizo una importante película sobre los campamentos de violación del país, En tierra de sangre y miel.
Madre de seis niños y enviada especial del alto comisionado ONU para refugiados, Jolie rodó la película en Bosnia con actores de la antigua Yugoslavia, y se adentró en la historia regional.
Leyó libros, hizo anotaciones, entrevistó reporteros que cubrieron la guerra, y utilizó uniformes y transmisiones radiales auténticas. Estrenó la cinta en Zetra, antigua pista de patinaje olímpico de Sarajevo, capital de Bosnia-Herzegovina y recinto que, durante el sitio, sirviera para almacenar los alimentos de la ciudad.
Ahora, Jolie y Hague hacen equipo en un tema con el cual están profundamente comprometidos desde que el político viera la película de Jolie a instancias de su asesora especial, Arminka Helic, bosnia que escapó al Reino Unido en 1992 para obtener un doctorado.
El ministro británico quedó impactado por la fuerza del filme.
“Inicié esta campaña con Angelina Jolie porque la política exterior ya no se limita a resolver crisis urgentes; ahora debe mejorar la condición de la humanidad”, explica Hague.
Su campaña, llamada Iniciativa para la Prevención de la Violencia Sexual (PSVI, por sus siglas en inglés), busca poner fin a la vergüenza de las víctimas y a la impunidad que acompaña semejantes crímenes, así como crear conciencia de la magnitud de las violaciones en épocas de conflicto.
Durante el genocidio de Ruanda, hace 20 años, el total de violaciones ascendió a cerca de medio millón de personas; en la República Democrática del Congo, que Jolie y Hague visitaron hace un año como parte de su campaña, hay unas 200 000 víctimas; y actualmente, en Siria, la cifra de violaciones es insospechada debido, en buena medida, a que el tabú de la violación está tan arraigado en las musulmanas que muchas no lo denuncian ni se atreven a revelarlo a sus cónyuges o parientes.
Según PSVI, de 1992 a 1995, entre 20 000 y 50 000 hombres, mujeres y niños fueron violados en Bosnia. Algunos fueron retenidos en campamentos de violación en regiones como Foca, Visegrado y Zenica, donde varios agresores los ultrajaban hasta una docena de veces al día, a veces con la finalidad de fecundar a las mujeres y diluir el fondo genético musulmán.
A la fecha, la mayoría de esos violadores sigue libre, pese a que algunos supervivientes han manifestado su desesperación y humillación de encontrarlos cara a cara en sus ciudades, y otros no han podido regresar a casa debido al estigma.
Según el ministerio del Exterior británico, la corte internacional de La Haya está ventilando siete casos de violencia sexual que involucran 14 acusados, en tanto que a fines de 2013, los tribunales de Bosnia estaban juzgando otros 35 casos.
Aún desaparecidos
Durante la Guerra de Bosnia, Srebrenica debía ser un “refugio” salvaguardado por las fuerzas de Naciones Unidas. Sin embargo, cuando el general Ratko Mladic y sus soldados invadieron la ciudad, mujeres, niños y hombres desarmados trataron de asilarse en la fábrica que hoy alberga el memorial, y los pacificadores de la ONU los echaron del complejo.
Los hombres más afortunados fueron ejecutados con un tiro en la cabeza, porque los demás fueron cazados en los bosques como animales o encerrados en edificios, fábricas y sembradíos, donde los ametrallaron en grupos y tiraron sus cuerpos en fosas masivas. Los que sobrevivían tenían que permanecer bajo los cadáveres hasta que caía la noche, para salir a rastras y escapar.
“No he tenido un día feliz desde que mi padre y mi hermano gemelo fueron asesinados en el bosque”, dice Hasan Hasanovi?, superviviente de la masacre, mientras escolta a Jolie y Hague por el memorial. En aquellos días, Hasanovi? tenía 19 años y sobrevive gracias a que, junto con otros hombres, caminó casi 100 kilómetros hasta la zona libre, de donde unos salieron con vida, pero otros no.
“Ahora, el problema principal es recuperarnos”, interpone Dubravko Campara, fiscal bosnio. “Todos resultaron heridos en esa guerra”.
“Una vez pregunté a un asesino de Srebrenica qué recordaba después de un día de matanza”, prosigue. “Me dijo: ‘Terminaba muy cansado’”. El fiscal parece acongojado. “Se arrepienten al final, cuando quieren que reduzcan sus sentencias. Pero no creo que entiendan la gravedad de sus crímenes”.
Otra fuente de sufrimiento para muchas mujeres es que aún no han encontrado los restos de sus seres queridos. En octubre de 1995, los Acuerdos de Paz de Dayton pusieron punto final a la Guerra de Bosnia; pero un mes antes de su firma, al abrigo de la noche, las fuerzas serbobosnias que después serían capturadas y llevadas ante la justicia internacional, se valieron de excavadoras para desenterrar algunas tumbas masivas en Srebrenica y después, volvieron a sepultar los cadáveres en otros sitios, creyendo que así encubrirían sus acciones cuando se hiciera la investigación de crímenes de guerra.
Trataron de “borrar la historia”, dice Kathryne Bomberger, directora general de la Comisión Internacional de Personas Perdidas, fundada en 1998 para seguir el rastro de los supervivientes. “Pensaron: si desaparecen los huesos, desaparecen ellos”.
Luego de reunirse con las víctimas, Jolie y Hague fueron al cementerio, donde blancos mojones cubren los restos de los más de 6000 cuerpos hallados hasta ahora. Las tumbas parecen extenderse al infinito. Cada año, el 11 de julio, las familias de los difuntos se reúnen en el sitio para revivir su duelo y algunos que recién encontraron los restos, van a sepultarlos. Jolie enjuga sus lágrimas junto a un memorial que enumera los nombres de 8000 víctimas.
Al iniciar la visita, habló ante un salón repleto de militares bosnios en Sarajevo. “A veces, ustedes son lo único que se interpone entre un niño y la violencia que le marcará para siempre”, dijo a los soldados. “Sus acciones pueden marcar la diferencia entre un proceso judicial exitoso y la impunidad de los agresores”.
Más tarde, Jolie y Hague abordaron un helicóptero para cruzar las montañas hasta Zenica, donde se reunieron con otros supervivientes en una pequeña organización no gubernamental llamada Medica. En lo alto de una empinada calle hay una “casa segura” para mujeres violadas, donde las supervivientes aprenden destrezas prácticas.
En espera de su turno para hablar se encuentra Lejla quien, a los 14 años, fue hecha cautiva y violada durante tres años. A los 17 dio a luz a un varón y confiesa que fue difícil reintegrarse a la familia cuando recuperó su libertad.
“Nadie se alegró de tenerme nuevamente en casa”, dice, explicando las consecuencias del trastorno de estrés postraumático. “Tenía un niño pequeño, hijo de un serbio, pero producto de la violación. Todos se burlaban de mí”.
“No sé cómo me recuperé después de lo que pasó. No puedo explicar el proceso de sanación… tuve que reaprenderlo todo… a reír, a maquillarme y a comprender que no soy culpable de lo ocurrido”.
“Tuve que aprender que el odio a nada conduce”.
Lejla también testificó en La Haya, pero el proceso la dejó frustrada. “Creo que ningún miembro de la corte entiende a las víctimas”, lamenta.
Las víctimas de violaciones ven no solo que sus agresores quedan sin castigo, sino que son marginadas por la sociedad. Muchas incluso tienen dificultades para ganarse el sustento, informa Nela Porobic, académica que trabaja con mujeres. “A menudo no tienen acceso al asesoramiento psicológico y necesitan seguridad financiera. Muchas ni siquiera pueden dar educación escolar a los hijos”, revela.
En otra habitación de la casa segura se encuentra Zihnija, un exsoldador de 56 años, oriundo de Kakanj, quien se unió al Ejército bosnio para defender su población, al inicio de la guerra, pero poco después de los Tratados de Paz de Dayton fue capturado por las fuerzas serbobosnias y encarcelado durante 28 días. Explica que, debido a su rango de oficial, lo trataron peor que a los demás prisioneros e incluso fue violado con una pala militar.
Zihnija cree que los hombres que abusaron de él y lo dejaron sangrando en el suelo, jamás comparecerán ante la justicia. Al mismo tiempo, dice, si los enviaran a la cárcel, “es probable que tengan familias e hijos; y pese a lo que hicieron, no quiero que más niños sufran”.
Zihnija revela que contó lo ocurrido a su esposa y a la larga, buscó ayuda profesional, pero el camino hacia la recuperación ha sido laborioso. “Soy una sombra de lo que fui”, confiesa. En cierto momento, al describir lo que le acompaña cada día –los recuerdos de la violación, las imágenes de la devastadora guerra que asoló su país-, tiene que contener las lágrimas.
“Nuestra religión nos enseña a perdonar”, prosigue. “Y podemos perdonar, pero no borrar nuestros recuerdos ni el dolor que sentimos”.
En junio, Hague y Jolie celebrarán en Londres una cumbre de cuatro días en la que participarán los gobiernos de 141 países. Su objetivo: promover prácticas para estandarizar las investigaciones de violencia sexual en gran escala durante periodos de guerra, trabajar para crear conciencia, y capacitar pacificadores, policías y miembros del sistema judicial.
“Como secretario del Exterior de una nación poderosa, considero que mi país tiene que hacer algo, simplemente, porque puede”, sentencia Hague. “Y como hombre, me siento particularmente responsable, porque estos crímenes suelen ser perpetrados por hombres”.