Los medios sociales de
comunicación han convertido toda la política en local, conforme los activistas
de todas partes del mundo apalean a un poblado de pescadores japoneses por
asesinar delfines.
Kiyoko Isoda es una
mujer delgada y vieja que administra una posada bien cuidada en el pequeño
poblado de pescadores de Taiji, en el oeste de Japón, y se puede decir con
seguridad que ella no sabría quién es Ricky Gervais aunque él le derramase una
olla de té verde caliente en el regazo. O al roquero canadiense Bryan Adams, si
vamos al caso, o a la actriz estadounidense Hayden Panettiere, o a cualquier
otra de las muchas celebridades —mayores o menores— que hicieron uso de los
medios sociales de comunicación previamente este año para hablar en contra de
un evento anual en lo que solía ser un lugar tranquilo del que pocas personas
habían oído hablar.
Algunas de esas
celebridades incluso viajaron a Taiji y luego usaron las redes sociales para
expresar su consternación por lo que vieron en este pequeño poblado. Matt
Sorum, exbaterista de Guns N’ Roses, visitó Taiji en septiembre, y tan pronto
estuvo allí, tuiteó que era como si estuviera en una “mala pesadilla”, o viendo
un episodio de La dimensión desconocida.
La “pesadilla” que él
presenció era la llamada cacería por conducción de delfines por los pescadores
de Taiji. Por varios meses cada año, los delfines son arreados hacia una
pequeña cala y confinados allí. Algunos son capturados y vendidos a acuarios de
todo el mundo; otros son apuñalados por los pescadores que blanden arpones
grandes y matados para que su carne se pueda vender en los mercados locales.
Isoda, la posadera, está
muy consciente de la controversia; todos en este poblado de 3400 habitantes lo
están. Ella también sabe que Caroline Kennedy, la embajadora de alto perfil de
EE UU ante Japón, ayudó a alimentar la indignación mundial con un tuit el 17 de
enero, diciendo que le preocupaba profundamente lo “inhumano” de la cacería.
Pero Isoda, como la mayoría de los miembros de las familias pescadoras locales,
no tiene remordimientos, y en silencio y un poco resentida por cómo su pequeño
poblado de pescadores ha sido vilipendiado por celebridades y civiles de todo
el mundo.
La ira mundial generada
por la cacería anual de delfines es el ejemplo más reciente de cómo el
activismo social se ha transformado con la tecnología. Los medios sociales son
reconocidos por ayudar a la forma en que se dieron eventos políticos notables
por todo el mundo, desde la Primavera Árabe hasta la caída del presidente
ucraniano Viktor Yanukovich en febrero. Pero también ayuda en campañas de
cambio más enfocadas. Por ejemplo, los residentes de áreas con alto índice
delictivo en Centro y Sudamérica llevan a cabo vigilancia ciudadana de una
manera más efectiva gracias a los mensajes de texto o tuits, así como organizar
manifestaciones en contra de las condiciones lamentables de la ley en ciudades
como Ciudad Juárez, en México, o Río de Janeiro, en Brasil.
Grupos ambientalistas y
de conservación, como los que hacen campaña en contra de la caza de ballenas y
delfines, están tratando enérgicamente de educar a sus partidarios en cómo usar
las redes sociales para generar un entusiasmo para sus causas entre la
población civil. Para tomar un ejemplo, el año pasado Greenpeace instruyó a 180
subordinados mundialmente a través de su “Laboratorio de Movilización” en las
mejores prácticas de redes sociales, y su más reciente intercambio anual de
conocimientos sobre estrategias digitales atrajo 130 personas que representaban
a 40 países.
Tradición versus tuits
Isoda proviene de una
familia cazadora de ballenas. Su padre diseñó los barcos que llevaban a los
hombres a la mar, y su marido sostuvo a su familia por 22 años cazando
ballenas. Ella empezó a comer ballena y delfín cuando era niña, y durante la
Segunda Guerra Mundial esta carne era vital para la supervivencia de muchos de
los residentes. Cuando el padre de Kennedy, el Presidente John F. Kennedy,
sirvió en el Teatro del Pacífico durante esa guerra, capitaneando un bote de la
patrulla torpedera en las Islas Salomón, Estados Unidos bombardeaba sin cesar a
Japón. Incluso el poblado de Taiji, alejado de cualquier área urbana de
importancia, fue golpeado.
Sentada hoy en su hogar,
Isoda recuerda aquellos días. La comida era escasa durante los últimos años de
la guerra. La posibilidad de la hambruna durante la época de guerra fue la
pesadilla de Isoda, una muy real. Fue la carne de ballena y delfín lo que sació
el hambre de esta gente. “No hubiéramos sobrevivido sin ellos”, dice ella.
“Ellos nos salvaron. Hemos estado junto a ellos en nuestros buenos tiempos, y
en los tiempos difíciles”.
Para Isoda y los otros
residentes de Taiji, los tiempos dolorosos han regresado. Gente que ella nunca
ha visto, gente que nunca había estado en su posada o su poblado, ahora
describen a Taiji como un matadero acuático, el lugar donde los pescadores
locales arrean a cientos de esos delfines bonitos, inteligentes, con sus pequeñas
narices de botella, hacia un callejón sin salida y tiñen el mar de rojo al
sacrificarlos.
En Taiji han cazado
delfines y ballenas por siglos: desde 1675, para ser exactos, dice el alcalde
del poblado, Kazutaka Sangen, quien le entrega con alegría a cualquier
visitante un libro que documenta el linaje de la caza de ballenas en el área.
Esa versión de la
historia, al igual que todo lo demás relacionado con la cacería, se ha vuelto
un tema de contención en una lucha cada vez más amarga. Los grupos de conservación
y otros activistas en contra de la caza de ballenas dicen que los pescadores
han exagerado en extremo la magnitud en que la caza de ballenas y delfines es
una tradición en Taiji. Ellos dicen que la cacería por conducción se remonta
solo a 1969.
Esa afirmación, según
creen muchos residentes, es una señal de ignorancia o de mala voluntad —o de
ambas— por parte de la gente que, en la última década, se ha convertido en sus
atormentadores incansables. En 1969, dice el alcalde Sangen, la conducción de
delfines se “institucionalizó”, lo cual significa que los pescadores formaron
una unión e hicieron de la conducción un evento más organizado. La idea de que
fue entonces cuando comenzó la cacería, dicen ellos, es ridícula.
Hay muchas disputas con
respecto a cuándo comenzó aquí la cacería por conducción, pero ninguna disputa
con respecto a cuándo comenzó la lucha por ella. Los residentes dicen que ellos
se ocupaban tranquilamente de su negocio hasta 2003, cuando Taiji fue visitado
por un navío de Sea Shepherd, un grupo de conservación de la vida marina, que
desde hace mucho ha combatido la caza de ballenas en Japón y otras naciones que
la practican.
Al principio, dicen los
residentes, ellos pensaron que los extraños caminando por sus calles eran solo
turistas. Pero poco a poco cayeron en cuenta de que los visitantes no estaban
allí de vacaciones. Miyato Sugimori, un asesor especial de la unión de
pescadores de Taiji, afirma que los activistas acosaron a los pescadores
locales, golpeándolos con los trípodes de sus cámaras y filmándolos cuando
ellos no querían ser filmados. Los activistas rompieron arpones y cortaron las
redes de pesca, dice Sugimori. La presencia de Sea Shepherd y otros activistas
en contra de la caza de ballenas se volvió tan imposible de eludir en Taiji que
los residentes empezaron a quejarse de que estaban violando su privacidad. En
un caso, los activistas irrumpieron a la fuerza en el funeral de un residente,
pensando que la reunión tenía algo que ver con la caza de delfines.
Sangen dice que él ha
recibido amenazas de muerte anónimas, y se han publicado fotos de prontuario de
los pescadores por todo el poblado en afiches de “se busca” al estilo
occidental. Él se queja amargamente de que Taiji ha sido tachado como una
“comunidad brutal e incivilizada”.
Melissa Sehgal, guardiana
en jefe de calas para Sea Shepherd, dice que las acusaciones de acoso son
“obviamente falsas”. Ella dice que los miembros del grupo son “monitoreados por
la Policía las 24 horas del día, los siete días de la semana. No estamos allí
para acosar a los lugareños. Estamos allí para documentar lo que sucede para
que el mundo lo vea”.
Extremadamente
tendencioso
En 2009, un equipo que
incluía a Ric O’Barry, quien alguna vez entrenó a los delfines utilizados en el
programa televisivo de la década de 1960, Flipper, produjo un documental sobre
la caza de delfines llamado The Cove. El filme era, en partes, extremadamente
tendencioso y desmesurado. Los productores llevaron muchísimo equipo de alta
tecnología para cablear y filmar la cala a la que los delfines son conducidos
cada año. En el documental se los ve escabulléndose de noche para hacerlo,
usando walkie-talkies para comunicarse y comportándose como si fueran el Equipo
Seis de los SEAL abatiendo a Osama bin Laden. Cuando son seguidos por lo que
parece ser un auto patrulla local sin insignias, salen en desbandada para
abortar la misión.
Luego, de vuelta en su
hotel, O’Barry hace parecer que Japón tiene más en común con el Irak de Sadam
Hussein que con una democracia liberal y pacifista al estilo occidental. Él le
asegura a su equipo que es un lugar común el ser arrestado y detenido sin
cargos por 28 días, razón por la cual la Policía es capaz de “resolver” la
mayoría de los crímenes sin confesiones. Ergo, concluye él, la “tortura” es rutinaria
en Japón.
El documental también
plantea explícitamente la posibilidad provocadora de que los ciudadanos
japoneses se envenenen con mercurio al comer carne de delfín, ya que algunos
delfines parecen tener niveles muy altos de mercurio. The Cove compara lo que
está sucediendo en Taiji con el horrendo brote de la enfermedad Minamata,
llamada así por la ciudad japonesa en la década de 1950, donde miles de
personas fueron expuestas al mercurio a través de peces contaminados con aguas
residuales industriales. Algunos niños nacidos durante ese período estaban
desfigurados terriblemente, como lo muestra un frgamento en blanco y negro en
The Cove.
Minamata tal vez sea el
caso más atroz de envenenamiento industrial en la historia de Japón. Pero la
analogía con Taiji, dice un académico que aparece en el filme, es tremendamente
engañosa. Tetsuya Endo, un profesor adjunto de ciencias de la salud en la
Universidad de Hokkaido, es presentado en The Cove sosteniendo un pedazo de
carne de delfín supuestamente muy contaminado con mercurio. Pero Endo dijo a
Newsweek que lo que él dijo ante las cámaras era que el hígado del delfín
contenía rastros de mercurio, no la carne de delfín vendida en las tiendas. (La
unión de pescadores de Taiji dejó de vender hígado de delfín en 2003, en parte
a instancias de Endo).
Endo dice que él les
pidió a los productores que lo quitasen del filme cuando vio cómo habían usado
su entrevista. Cuando ellos se negaron, él demandó a la distribuidora del
filme.
Pero a pesar de todos sus
defectos, The Cove es angustiantemente potente, en ningún momento más que
cuando los pescadores de Taiji son filmados apuñalando delfines en repetidas
ocasiones; uno ve a los animales heridos y moribundos saltar y agitarse en el
agua hasta que flotan sin fuerzas hacia la superficie una última vez.
El filme cumplió con su
propósito: crear una conciencia global de —y una indignación por— la conducción
de delfines en Taiji. The Cove ganó el Oscar a mejor documental en 2009. Matt
Damon les entregó el Oscar al director Louie Psihoyos y al productor Fisher
Stevens. En 2010, varias celebridades, incluyendo a Jennifer Aniston, el
difunto James Gandolfini, Robin Williams y Woody Harrelson, editaron un anuncio
de servicio público vinculado a The Cove en el que instaban a la gente a
“correr la voz” sobre la cacería anual.
El problema del pequeño
poblado se ha convertido en una causa célebre mundial, precisamente lo que
O’Barry quería. Él se unió a esta causa después de una famosa carrera
trabajando con delfines todos los días. Como el entrenador de los delfines
usados en Flipper, era el Sr. Delfín no oficial de EE UU. Los animales como
héroes encantadores se habían vuelto una especie de franquicia por entonces —el
collie en Lassie y el pastor alemán en Rin Tin Tin también fueron populares— y
el adorable Flipper se convirtió en otro ícono de la TV, realizando alguna
proeza inteligente o desafiando a la muerte todas las semanas para sacar a los
humanos de algún aprieto. Para los estadounidenses de cierta edad, o para los
adictos a Nickelodeon o TV Land, todo delfín es Flipper, y uno simplemente no
mata a Flipper. Hoy, O’Barry se ha convertido en uno de los defensores más
efectivos en la oposición a tener a los delfines en cautiverio en SeaWorld u
otros acuarios por el estilo, donde él comenzó su carrera como entrenador de
delfines hace décadas.
El mar de sangre
Es imposible saber cuál
es el impacto que ha tenido la campaña en Twitter o la película, pero las cosas
están mejorando para los delfines de Taiji. Incluso antes del estreno de The
Cove, las cantidades de delfines sacrificados o retirados para ponerlos en cautiverio
han empezado a disminuir en las aguas alrededor del poblado. En 2000, según
información recabada por la Sociedad de Conservación de Ballenas y Delfines,
2009 delfines fueron arreados en la conducción de Taiji, la cual empieza cada
septiembre y continúa hasta finales de abril. En 2012, el último año del que
hay información disponible, solo 899 delfines fueron capturados o sacrificados.
Sin embargo, la matanza de delfines cuya carne es usada como alimento no ha
disminuido tan marcadamente.
Mucho antes de que la
tormenta de críticas internacionales se batiera sobre ellos, los pescadores de
Taiji habían ajustado algo de su comportamiento, cosa por la que, creen ellos,
no se les da crédito. Por ejemplo, una escena en especial horripilante en The
Cove muestra cómo el agua en el corral donde los delfines son capturados se
teñía de rojo conforme los pescadores apuñalaban en repetidas ocasiones a los
delfines con sus arpones largos. Pero ese método horripilante de sacrificar
—atravesar al animal con un arpón largo— se abandonó en 2008, antes de que The
Cove se estrenara. Ahora, los pescadores de Taiji usan un tipo diferente de
arpón, el cual con una sola estocada en la espina dorsal del delfín lo mata más
rápidamente y con mucho menos sangre, dice Sugimori, de la unión de pescadores.
(La desconfianza de los cineastas y de los activistas en contra de la caza es
tan intensa que algunos residentes, quienes dicen que el agua nunca se tiñe tan
roja durante la matanza, creen que los productores añadieron después el color
estridente con efectos especiales. Los cineastas niegan esto terminantemente).
La comunidad pesquera de
Taiji es igual de terminante en que ninguna presión internacional, sin importar
cuán intensa sea, los disuadirá de hacer lo que han hecho por años. Así, la
conducción anual de delfines comenzó como siempre en septiembre pasado, como lo
exige la tradición. Su estilo de vida importa más que el comercio, dicen muchos
residentes. “No se puede comprar o vender la cultura de nuestra región”, dice
Yasuhiro Horie, director ejecutivo del gobierno de la prefectura local.
Los pescadores también
insisten en que debería permitírseles ganarse la vida como ellos consideren
adecuado, y que la economía de vender delfines es una razón de peso para la
caza. Horie dice que el mundo exterior necesita entender que Taiji no es “un
área acaudalada”. La tierra allí no es en especial fértil para la agricultura.
El aislamiento del poblado —cuatro horas en tren desde Osaka— significa que una
acción reciente para promover el turismo no ha salido precisamente bien.
Por ello es que cuando un
joven delfín albino fue arreado hacia la cala de Taiji previamente este año,
este les pareció oro cetáceo a los pescadores locales. Según Jeff Pantukhoff,
presidente de la Fundación de Balleneros, un grupo de conservación, una cría de
delfín albino es tan rara que puede venderse a un acuario hasta por US$500 000.
(Un funcionario local de Taiji niega que los albinos puedan alcanzar precios
tan exorbitantes. Son blancos “a causa de una enfermedad”, añade él, y por ello
es que tienen muchas más probabilidades de sobrevivir en cautiverio que en el
océano).
Cuando O’Barry publicó en
Instagram una foto del delfín, ahora apodado Ángel y conservado en el Museo de
la Ballena en Taiji, ayudó a disparar una tormenta viral que hizo palidecer a
la publicidad negativa por The Cove. Ese mismo día, Caroline Kennedy tuiteó su
desaprobación a la caza, y un tuit similar del embajador del Reino Unido ante
Japón se dio poco después. El tuit de ella —“Muy preocupada por lo inhumano de
la cacería y matanza de delfines por conducción. El gobierno de EE UU se opone
a las pesca con caza por conducción”— fue retuiteado 4509 veces, y cinco días
después un representante del Departamento de Estado de EE UU la apoyó.
Tres días después de eso,
Yoko Ono publicó una carta abierta al gobierno japonés en su perfil de Google+,
instándolo a detener la caza en Taiji “por el futuro de Japón”.
Todo esto montó el
escenario para una guerra relámpago en los medios sociales. Desde que fue usado
por primera vez por la cuenta de Twitter de Sea Shepherd en 2011, el hashtag
#tweet4taiji ha aparecido en un flujo al parecer interminable —127 000 tuits el
mes pasado, según el sitio de análisis Topsy—, incluido un tuit de Gervais
condenando la caza, el cual fue retuiteado 5903 veces.
Esta oleada de
aprobación, dice Pantukhoff, se dio gracias a una “tormenta perfecta de
eventos”. La conducción de delfines en Taiji movió este año a 250 delfines
nariz de botella hacia la cala al unísono, “una cantidad sin precedentes”, dice
él. En comparación, señala él, la población total de delfines nariz de botella
en la costa del sur de California se piensa que está entre 250 y 300
individuos.
¿Los tuiteros salvarán a
Flipper? “Al momento, es muy pronto para decirlo”, acepta Pantukhoff. “Muchas
de estos asuntos tienen una vida media muy breve en los medios”.
En Taiji, esta arremetida
de Twitter solo ha aumentado la amargura de sus residentes, y su desconfianza
en los fuereños. Los residentes se quejan de racismo. Ellos señalan que la
mayoría de las peticiones para terminar la caza provienen de blancos
relativamente acaudalados en Estados Unidos y Europa. Ellos aceptan que los
delfines son inteligentes y bonitos, pero acusan que calificar a las especies
animales con base en esas cualidades es “arrogante”, dice Tetsuo Kirihata,
subdirector del Museo de la Ballena en Taiji. “Toda creatura tiene sus
capacidades y atributos especiales”, dice él.
Todos los años, a finales
de abril, los residentes de Taiji se reúnen en el monumento a una ballena en la
cima de una colina para realizar un ritual solemne. Sacerdotes del templo
budista local llevan a cabo la ceremonia. Ellos leen oraciones budistas, y los
residentes colocan flores en la base del monumento a la ballena. Ellos lo llaman
sus exequias anuales para las ballenas y delfines de Taiji. Ellos dan gracias
por el alimento que comen, y rezan por las almas de las ballenas y los
delfines.
Kiyoko Isoda planea
asistir a la ceremonia, como lo ha hecho desde que tiene memoria. En su casa,
ella se sienta bajo una obra de arte caligráfica en su muro, que reza:
“Viviendo con las ballenas”.
“Me encanta esta frase”,
dice ella con alegría. Pero un instante después, al preguntarle sobre los
activistas que presionan para eliminar la caza de ballenas y delfines, su ánimo
se ensombrece. La controversia ya ha afectado la economía del poblado. El museo
de la pesca de ballena, el cual gana un dinero extra al vender delfines a
acuarios de todo Japón, ahora en ocasiones no puede conseguir que el servicio
local de ferris los transporte. La administración tiene miedo de que los
activistas los acosen. Pero para Isoda, el furor es más personal. Ella mira el
suelo y pregunta: “¿Acaso ellos han pensado en cuán humillante e insultante es
ser criticado por lo que comes?”
Ella se enfurece mientras
habla, pero no levanta la voz. Es una furia que ahora la sienten todos en una
comunidad diminuta. Y —tuiteé esto, si le place, tiene menos de 140 caracteres—
esa furia se intensifica, y no cederá al corto plazo.
(Reporteo adicional de
Yusuke Maekawa, Takashi Yokota y Zoe Schlanger).