Octavio Paz pasó gran parte de su vida dentro del servicio exterior mexicano, lo que le permitió viajar a varios países durante 24 años, un período que acrisoló la maduración del escritor.
Poeta y ensayista. Esas son las dos palabras más comunes que surgen cuando uno busca conocer quién fue Octavio Paz. Y si uno se fija bien en las biografías, semblanzas y otros datos de la vida del Premio Nobel de Literatura, encuentra también la palabra diplomático, aunque nunca en el primer lugar de los calificativos del autor.
Pero sí. Octavio Paz fue miembro del servicio exterior mexicano gran parte de su vida, algo que le marcó y le ayudó a madurar gracias a los viajes que pudo hacer por numerosos países, y a la posibilidad de establecer contacto con personajes de la intensa vida intelectual surgida de entre los escombros de la Segunda Guerra Mundial.
Abogado por la UNAM, con un viaje a España a cuestas para participar en un congreso de escritores antifascistas, Octavio Paz era en 1943 un joven ya formado y “capaz de discutir con la élite chilanga” en los tiempos del México posrevolucionario, pero que estaba descontento con el sistema, según explica el investigador Froylán Enciso, autor del libro Andar Fronteras. El servicio diplomático de Octavio Paz (1946-1951).
“No se puede entender la obra de Octavio Paz sin los viajes que hizo como burócrata de los gobiernos del período posrevolucionario mexicano”, acota Enciso, quien actualmente funge como investigador invitado en la Universidad de California en San Diego.
El académico señala que esa época del laureado autor mexicano tuvo su inicio cuando recibió una beca Guggenheim para viajar a California, y luego se acomodó como miembro del consulado mexicano en San Francisco gracias a la influencia de Jaime Torres Bodet, quien le consiguió en 1945 un trabajo menor en la legación, lo cual permitió a Paz dedicarse a escribir sin muchas preocupaciones.
Un par de años más tarde, como parte del servicio exterior mexicano, Octavio Paz se trasladó a Nueva York, donde mantuvo la oportunidad de conocer a personajes del mundo intelectual, incluyendo al poeta Juan José Tablada, quien también era diplomático y quien acercó a Paz al mundo cultural de Oriente.
Pero el punto clave para Paz Lozano en su proceso de maduración, refiere Froylán Enciso, ocurrió cuando el escritor y diplomático fue enviado como funcionario a París, ciudad que “era una fiesta” intelectual pese a estar sumida en las ruinas de la posguerra. Y es que en París, explica Enciso, estaban André Bretón y los surrealistas, Jean Paul Sartre y Simone de Beauvior, y muchos otros personajes que convirtieron la Ciudad Luz en un mundo intelectual sin precedente.
Y si la madurez de Octavio Paz como escritor iba en crecimiento, también lo era su carrera diplomática. Paz, refiere Enciso, fue enviado a India en 1952 como parte del equipo de secretarios de la embajada mexicana, y en el trayecto hacia Delhi tuvo oportunidad de conocer Egipto. Más tarde al escritor le encomendaron una tarea difícil: abrir la embajada nacional en Japón, tarea que desempeñó hasta que su esposa, Elena Garro, enfermó, por lo que ambos fueron enviados a Ginebra.
Octavio Paz escaló su máximo peldaño como diplomático cuando en 1963 fue nombrado embajador en India, una representación que abarcaba también Afganistán y Ceilán. Durante los cinco años que estuvo al frente de la legación Paz afianzó ese período de maduración, dice Enciso, hasta que dejó el cargo en 1968 al estar en desacuerdo con la represión gubernamental mexicana hacia los estudiantes.
Ese trayecto de 24 años de Octavio Paz como integrante de la diplomacia mexicana, precisa Froylán Enciso, es lo que permitió que el Nobel de Literatura “fuera un gran traductor, que comentara, que escribiera textos que se distanciaban del nacionalismo revolucionario de la época, que diera una visión estética del mundo, especialmente de Oriente, y que tuviera una fuerte postura política en sus ensayos a favor de las democracias occidentales en la guerra fría”.