Solo EE. UU. puede evitar que los estados árabes colapsen.
A tres años de lo que se llamó optimistamente una “primavera árabe”, ahora la pregunta apremiante es: ¿quién perdió el oriente medio?
Conforme los gobiernos árabes se debilitan, los estados se desintegran, las viejas fronteras desaparecen, los extremistas ganan y los partisanos sectarios pelean unos contra otros, también vale la pena preguntar si la actitud distante de Estados Unidos puede sostenerse más tiempo.
Los críticos del presidente Obama acusan a su administración de desatender una región donde, sin tomar en cuenta la opinión pública, los intereses estadounidenses siguen siendo fuertes. Terminar la guerra de Irak sin firmar un acuerdo con Bagdad, el cual hubiera dejado un remanente de presencia estadounidense, y mantenerse alejado de la guerra civil siria ha convencido a algunas personas en oriente medio de que EE UU ya no está interesado en la región, o que no tiene poder para influir en ella.
Con un poco de inversión, EE UU todavía podría ayudar a ponerle orden a la región, argumentan quienes proponen un mayor involucramiento. El antídoto a la disolución de los viejos estados, que ya no son mantenidos juntos por los dictadores, bien podría ser la descentralización, crear federaciones menos estrictas a partir de estados donde las facciones tribales actualmente quieren las cabezas unas de otras.
“El estado centralizado ha fracasado, y se requiere de un nuevo paradigma en el que el poder pase del centro a las comunidades locales, donde estas puedan ejercer un autogobierno”, me dijo Jamal Benomar, enviado especial del secretario general de Naciones Unidas en Yemen.
Pero ¿Washington está interesado en encaminar a los estados de la región hacia un futuro descentralizado, o de guiarlos a cualquier parte, si a esas vamos? Obama “se ha mostrado tremendamente renuente a comprometerse con cualquier iniciativa diseñada para darle forma a un nuevo orden regional”, dijo Michael Doran, del Instituto Brookings y que participó en el Consejo d Seguridad Nacional durante la gestión de George W. Bush. “Esta actitud reservada ha dado por resultado un vacío de poder —que es más obvio en Siria— en el que Irán y Al Qaeda se están volviendo cada vez más poderosos mientras compiten entre sí por la influencia”.
La ausencia de EE UU y el vacío que dejó su salida amenazan la existencia de estados con viejas fronteras trazadas por los colonialistas europeos a finales de la Primera Guerra Mundial. El Tratado Sykes-Picot —basado en fronteras en línea recta trazadas en 1916 por el diplomático británico Mark Sykes y su colega francés Francois Georges Picot— está a punto de terminar.
¿O no? “Los estados modernos de la región no son invenciones cien por ciento imperialistas”, dice el historiador Amatzia Baram, director de estudios sobre Irak en la Universidad de Haifa en Israel. Más bien, dice él, las fronteras actuales están basadas en entidades que se remontan al surgimiento temprano del islam en oriente medio. Y después de vivir por siglos en un estado cohesivo, con “burocracias, instituciones, culturas e incluso elementos vernáculos” diferentes, los suníes de Irak, y sus chiitas, “son primero iraquíes”, argumenta él.
Pero él reconoce que Siria se ha roto, Líbano está bajo amenaza, y el futuro como unidades nacionales cohesivas de países como Yemen, Bahréin y otros, incluido Irak, está amenazado. Se necesita hacer mucho, incluido un liderazgo estadounidense, para volverlos a unir.
Irak, donde EE. UU. llevó a cabo una guerra por ocho años que culminó en una victoria sobre Al Qaeda y una brevísima Pax Americana, está de nuevo en guerra. La semana pasada, un grupo afiliado con Al Qaeda y conocido como ISIS capturó las ciudades de Ramadi y Faluya al oeste de Irak, un baluarte suní. El nombre completo del grupo —el Estado Islámico de Irak y al-Sham (Siria mayor) — es un indicio de su objetivo: unir a los países árabes existentes bajo una bandera yihadista.
Mientras tanto, la semana pasada el petróleo empezó a fluir por un oleoducto entre las áreas kurdas y el puerto mediterráneo de Ceyhan en Turquía, al través del cual alrededor de 2000 000 de barriles de crudo podrían fluir finalmente hacia los mercados europeos todos los días. De manera notable, el gobierno central de Bagdad quedó fuera de la negociación entre los líderes del cada vez más autónomo enclave kurdo del norte de Irak y Ankara. El gobierno del primer ministro iraquí, Nouri al-Maliki, está furioso, naturalmente.
Funcionarios de Washington argumentan que las hostilidades actuales en Irak no le pueden ser achacadas al fracaso de la administración en cuanto a asegurar un acuerdo de estado de fuerza con al-Maliki, el cual hubiera dejado un remanente de tropas estadounidenses de contingencia para ayudar a los iraquíes a repeler a los yihadistas.
“Cuando teníamos 160 000 soldados en el país, esto no negó las tensiones sectarias”, dijo Marie Harf, portavoz del Departamento de Estado de EE. UU., a los reporteros esta semana. “Cuando teníamos 160 000 soldados en Irak, la frontera con Siria todavía era increíblemente porosa”. Aun así, imagine que una pequeña fuerza estadounidense se hubiera quedado por allí, e incluso hubiese gozado de algo de éxito limitado, “¿Por cuánto, 10 años? ¿20 años? ¿30 años? ¿Cuándo terminaría? Ésa no es una solución a largo plazo”, dijo Harf.
De forma similar, la administración de Obama ha argumentado en contra de una “solución estadounidense” a la matanza en Siria, especialmente no una que involucre “soldados en el lugar”. Siria ahora está dividida en por lo menos tres secciones. El área costera es controlada por los alawites del Presidente Assad; el norte y el este por varios grupos suníes —muchos de ellos peleando entre sí—, y algunos enclaves son controlados por kurdos.
Además de extenderse hacia Irak, la guerra de Siria ha emigrado hacia el vecino Líbano, desde hace mucho un símbolo de la coexistencia incómoda de suníes, chiitas, drusos y cristianos maronitas. El país rápidamente está regresando a una guerra civil, llena de coches bomba, asesinatos y caos creciente en los centros de población.
A pesar de una conferencia en Suiza planeada para el 22 de enero, donde se espera que asistan algunas de las facciones en guerra de Siria junto con extranjeros interesados, pocos predicen que la guerra civil siria pueda terminar pronto. Recientemente, Naciones Unidas anunció que dejará de calcular el número de víctimas fatales en la guerra civil; según el último conteo, eran alrededor de 100 000 muertos.
“La meta de su política debería ser desarrollar una tercera fuerza en Siria, una alternativa distinta a Irán y Al Qaeda”, dice Doran. Tal alternativa “funcionaría como un aliado valioso en el lugar” y “aseguraría que Estados Unidos sea la voz dominante en todas las discusiones sobre Siria”.
Si Siria fuese a convertirse en aliada de EE UU, al final podría aceptar un acuerdo constitucional similar al que se consiguió a fines de diciembre en Yemen.
Los sureños de Yemen desde hace mucho tiempo han sido descuidados por su capital, Saná. Cuando el presidente del país, Ali Abdullah Salleh, fue derrocado, las tribus se volvieron unas contra las otras. Suníes yihadistas de toda la región pronto llegaron en tropel, creando baluartes de Al Qaeda, y Hezbolá llegó para combatir en nombre de los chiitas del país.
“Las fuerzas centrífugas estaban amenazando con disolver el estado centralizado, particularmente con el surgimiento de un movimiento secesionista en el sur”, dijo Benomar. Él facilitó las negociaciones que llevaron a los yemeníes a concluir que la única manera de avanzar era crear un nuevo estado federal.
Después de mucha persuasión, él se las arregló para conseguir que todos los líderes políticos firmasen un acuerdo en este sentido. El nuevo pacto concibe un estado federal, con regiones autónomas y fuertes controlando mucho de lo que sucediese en sus territorios. Saná seguirá siendo la capital, con responsabilidades de gobierno muy debilitadas, tales como dirigir la política exterior nacional.
Los detalles, incluido cómo muchos estados serán parte de la nueva federación, todavía tienen que resolverse, y la gente de fuera y los aguafiestas todavía podrían arruinar el plan. Pero el primer acuerdo formal para crear una unión federal a partir de una vieja dictadura árabe, la cual solo se mantenía unida por la fuerza dictatorial, ahora está en los libros.
Según Baram, un pacto similar podría resolver muchos de los problemas de Irak también. A los suníes, dice él, les encantaría tener el mismo grado de autonomía que gozan los kurdos. Con algo de ayuda por parte de Bagdad, podrían expulsar a los yihadistas —a quienes aborrecen en gran medida— como lo hicieron en 2008.
Pero “el diablo está en los detalles”, advierte Baram. Antes de salir de Irak, los estadounidenses se hicieron buenos en cuanto a tratar con los líderes tribales. Ese tipo de involucramiento estadounidense es necesario para crear una federación equitativa a partir del viejo orden iraquí.
También Siria podría beneficiarse con un acuerdo semejante, añade Baram. Los suníes controlan áreas donde hay petróleo, así como agua y otras cosas esenciales. Pero los alawites de Assad controlan el acceso al mar. Entonces, la mejor solución es crear autonomías sirias de autogobierno junto con un gobierno federal en Damasco.
Sin embargo, los críticos de la administración dicen que para que esto pueda darse, EE. UU. necesita restablecerse como un líder en la región. La administración de Obama ha “abdicado el papel tradicional de líder de EE. UU.”, dice Doran. “Construir una coalición no significa necesariamente poner soldados de EE. UU. en el lugar, pero sí significa liderazgo”, dijo él.
Sin un involucramiento estadounidense, los yihadistas antiamericanos podrían hacerse con el poder.
Y que los yihadistas se queden con el poder, teme Doran, tal vez obligue a que regresen las tropas estadounidenses a la región. De ser así, dice él, “deberíamos empezar a darle forma a la región desde ahora, bajo nuestros propios términos, en vez de vernos forzados a hacer cosas precipitadamente bajo los términos de alguien más”.
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