No enterremos tan rápidamente a aquellos que viven su duelo en línea.
Durante años, Lisa Bonchek Adams ha estado documentando su experiencia al vivir con un cáncer de mama incurable en etapa 4. Ella ha compartido todo esto de una manera muy pública, primero en Facebook, luego en su blog personal, y finalmente, en Twitter, siempre recibiendo apoyo incondicional, hasta hace muy poco, cuando en un par de notas editoriales publicadas en The Guardian y The New York Times se criticaba a Adams por utilizar las redes sociales como “una especie de automedicación”. Se produjo una enorme locura mediática, en la que cada publicación tomó partido.
Esta histeria es una señal de la manera en que las redes sociales han comenzado a hacer visibles muchas de esas cosas preocupantes que durante mucho tiempo se mantuvieron ocultas: el cáncer, la enfermedad terminal y la muerte misma están siendo redefinidas por los nuevos modos de comunicación.
En ningún lugar esto es más obvio que en el proceso de duelo, que para muchas personas ha pasado de las sombras silenciosas del dormitorio y la respetuosa reunión de seres queridos, al mundo explosivamente grande de las redes sociales. Las series de mensajes en Twitter son los nuevos panegíricos; los perfiles de Facebook son los sitios conmemorativos. Cuando Nora Ephron falleció en 2012, su página de Facebook se convirtió en un lugar de reunión para las personas a quienes había conmovido con su trabajo y su vida. Dicha página sigue activa hasta el día de hoy: los admiradores ponen citas en el muro de Ephron, y “Ephron” (su editorial) publica mensajes en el mismo.
Es un extraño nuevo mundo, donde la vida después de la muerte es eterna y presente. Sin embargo, dado que todo lo demás ocurre en Facebook, ¿por qué no puede ser el sitio en el que las personas vivan su duelo?
Casi todas las personas están familiarizadas con las cinco etapas del proceso de duelo, descritas por Elisabeth Kübler-Ross en su libro On Death and Dying (Sobre la muerte y el morir), publicado en 1969: negación y aislamiento, ira, negociación, depresión y, finalmente, aceptación. Es fácil darse cuenta que las primeras cuatro etapas no resultan muy divertidas; son cosas por las que las personas deben pasar para alcanzar un punto donde puedan vivir con su pérdida. Y antiguamente, era fácil empantanarse en la primera etapa; era necesario tomar la iniciativa para ponerse en contacto con los demás. Pero ahora, con Twitter, Facebook y Tumblr siempre cerca, es casi imposible que una persona se aísle.
Quizás esto sea algo bueno. Cuando la etiqueta de Tumblr de “Selfies at Funerals” (Autorretratos en funerales), con sus imágenes de adolescentes aparentemente absortos pavoneándose ante sus iPhones mientras asistían a servicios funerarios, se volvió viral el año pasado, parecía validar las afirmaciones realizadas en un estudio realizado por la Universidad de Michigan, según las cuales nuestra incapacidad para apartarnos de las redes sociales refleja y amplifica la creciente calidad narcisista de nuestra cultura contemporánea. Pero tal vez esa crítica refleja más una división generacional que un defecto de carácter. Los adultos que han experimentado pérdidas podrían ver a los adolescentes tomándose fotos de sí mismos de camino a un funeral y etiquetarlas como #sadday (#díatriste) y pensar que son mensajes irrespetuosos. ¿Pero qué adolescente sabe cómo afrontar la muerte? No es difícil imaginar que esta es la mejor manera que conocen de ponerse en contacto con los demás y compartir con sus amigos. (Aunque es difícil poner al presidente Barack Obama en la misma categoría.)
“Las personas desean sentir que son parte de algo”, declaró a Newsweek Tamara McClintock Greenberg, catedrática de psiquiatría de la Universidad de California en San Francisco. “Facebook permite que las personas encuentren su red de personas que realmente van a apoyarlas”.
Ben Nunnery, originario de Kentucky de 34 años cuya esposa Ali murió en 2011 como consecuencia del cáncer de pulmón, supo que, en ocasiones, la comunicación masiva podía ayudar a sanar. Antes de que Ali muriera, la pareja se tomó fotografías en su primera casa; cuando ella murió, Ben recreó las fotografías con su hija de 3 años, Olivia, en lugar de Ali. Compartió las imágenes en línea con toda su red social, y recibió una gran cantidad de apoyo. Nunnery nunca esperó que las fotos tuvieran tal impacto, pero se muestra agradecido.
“Pienso que [las redes sociales] permiten que las personas conecten más fácilmente unas con otras y… que no solo nos proporcionan una plataforma para compartir nuestro dolor, lo cual, en mi opinión, ayuda a los demás, sino que… también ayuda a los demás a apoyar el duelo”, declaró Nunnery a Newsweek.
Sin embargo, hay algunas cosas que se deben tomar en cuenta antes de manifestar el duelo en SnapChat. Aunque podría parecer que uno recibe mucho apoyo al exponerse en las redes sociales, también es posible que reciba críticas de extraños y, peor aún, el rechazo de su familia y amigos. Mostrar públicamente el dolor y las emociones tiene sus riesgos.
“Es posible que las personas de las que usted realmente podría querer tener noticias puedan no preocuparse y no contactarlo; quizás el distanciamiento [de sus amigos] en las redes sociales hará más difícil que usted afronte su dolor”, afirma McClintock Greenberg. “Es complicado.” Desde luego, eso no es necesariamente distinto de cualquier otra parte de la vida, donde algunas personas actúan y proporcionan un excelente apoyo en tiempos de necesidad, mientras que otras huyen ante la simple mención de la muerte y el duelo. El mundo de las redes sociales sencillamente amplía ambas facetas: hay más apoyo, pero también más decepciones”.
También existe el riesgo de que las nuevas tecnologías fomenten la negación y hagan más difícil el desapego. En 2009, cuando varios usuarios se quejaron por ver entre sus “amigos sugeridos” a personas que habían fallecido, Facebook empezó a conmemorar a los usuarios que habían muerto, desactivando sus perfiles y creando “conmemoraciones” a solicitud de sus seres queridos. Los perfiles conmemorados no desaparecen, sino que viven a perpetuidad (o por lo menos mientras Facebook dure) y dan a amigos y familiares la oportunidad de mirar antiguas publicaciones, mensajes de Facebook y fotografías.
Esa es esa clase de cosas que pueden facilitar la curación, pero esto también puede ir demasiado lejos. Por ejemplo, una aplicación lanzada el año pasado, denominada LivesOn ofrece la promesa de que “cuando su corazón deje de latir, usted seguirá mandando mensajes de Twitter”. Funciona así: usted da a la aplicación un acceso total a todo lo que ha dicho en línea, y esta crea una “continuación virtual” de su personalidad una vez que usted muera, imitándole.
Internet es una cosa rara, transitoria y permanente a la vez. Es un lugar donde 140 caracteres (# RIP) pueden reflejar un sentimiento significativo y donde chicos de 14 años, incapaces de concebir un año más allá de 2015, publican autorretratos en funerales, pero es también un lugar donde las exequias adquieren un tono de vaguedad, y la muerte puede extenderse hacia atrás y hacia delante. En última instancia, al igual que en la vida real, el duelo en línea suele ser complicado, contradictorio y muy personal, pero la mayoría de las personas que viven su duelo a través de las redes sociales las utilizan más para buscar el contacto con otras personas que para retraerse. Ya sea para compartir la alegría o la tristeza de alguien, sentirse conectado es una parte de la experiencia humana. La tecnología está haciendo que todo ello resulte más fácil.