Llegan a México para exigir que se les tome en cuenta, y es que a falta de homologación entre países para la identificación y EL traslado de datos, ellas siguen con la incógnita que les desgarra el alma.
Su rostro refleja cansancio, cada arruga pudiera ser un signo de los años de lucha y peregrinaje que han mantenido cada una de ellas en la búsqueda de sus hijos que, pareciera, se los tragó la tierra. Pero en estos rostros también hay esperanza, sus miradas reflejan luz, reflejan la verdadera fuerza que tienen para seguir buscándolos donde quiera que estén… o ya no estén. Son las caras de las madres centroamericanas y sudamericanas, en su mayoría mayores de 60 años, que han venido por novena ocasión a México en búsqueda de alguna pista para encontrar a sus familiares, dejando en sus comunidades a los hijos de sus hijos que, a su regreso, con lágrimas en el rostro, les preguntan ilusionados si por fin los han encontrado.
Pero no es así. Quienes llegan a descubrir una pista de su paradero no obtienen éxito porque, para la mayoría de ellas, la burocracia e indiferencia de las autoridades hacen que no reciban ningún tipo de respuesta.
Tan solo de 2006 a agosto de 2012 —período que abarcó la “guerra” del expresidente mexicano Felipe Calderón al crimen organizado— se elaboraron perfiles genéticos de 15 618 cadáveres jurídicamente no identificados; 97 por ciento de ellos fueron enviados a la fosa común, y solo 425 fueron identificados, aunque se desconoce si se entregaron a familiares.
Y es que, a pesar de los acuerdos para elaborar un protocolo de identificación de personas asesinadas, las procuradurías de justicia de México (y también de varios países de Centro y Sudamérica) carecen de reglas homologadas para el manejo y conservación de cuerpos o restos humanos; a su vez, no hay un avance significativo para compartir esos datos entre países.
La “Novena caravana de madres centroamericanas buscando a sus migrantes desparecidos Eleuteria Martínez”, integrada por 43 madres centroamericanas, principalmente de Guatemala, Honduras y El Salvador, partió el 2 de diciembre pasado de Guatemala y llegó a México con el canto “¿dónde están nuestros hijos, dónde están?”, para exigir apoyo y respuestas. En México se les unieron organizaciones no gubernamentales que las recibieron con un “no están solas”. Se sumaron, además, el Movimiento Migrante Mesoamericano y el obispo Raúl Vera López.
Las madres, en su mayoría integrantes del Cofamide (Comité de Familiares de Migrantes Fallecidos y Desaparecidos, El Salvador), relataron su sufrir por décadas: “Es duro el impacto. Llevo 11 años en esta lucha, es difícil para mí. Para mí siempre es el día uno, es el mismo dolor por las ausencias de nuestros hijos. Todos los días lloramos, nos llenamos de nostalgia y dolor, pero es peor darnos cuenta de lo que sufren los migrantes, nuestros hijos son bajados del tren, secuestrados, robados y asesinados, embolsados, arrestados. El gobierno no quiere que se destapen todas estas situaciones. Quieren confundirnos, nos muestran muchas fotos que ni siquiera se parecen a nuestros hijos, siguen jugando con nosotros, pero no somos ignorantes. Muchos papás ya murieron esperando escuchar la voz de sus hijos en una llamada, o saber alguna noticia. Pero eso nos hace seguir, el día que mi hijo aparezca yo quiero estar viva”.
“No es valentía, es el amor por nuestros hijos, no podemos estar sin hacer nada, sí hay cansancio, pero es el amor el que nos hace seguir. No pedimos, exigimos un alto, no podemos pedir porque no nos escuchan, ahora venimos a exigir una solución”, expresó una de ellas, con coraje, impotencia y dolor.
“Antes los migrantes morían de picaduras de serpiente o de deshidratación, pero ahora hay un campo dinamitado por cientos de cuerpos que solo tienen una equis como nombre y apellido. No estamos aquí porque queremos, es porque nos obligaron. Hay que aplastar a esa serpiente de dos cabezas, que son nuestros gobiernos. Hemos descubierto a niñas violadas cuatro o cinco veces por agentes del Instituto Nacional de Migración, migra cochina, racista y asesina. Como hemos podido, nosotros hemos contratado a forenses y antropólogos para que nos ayudaran a identificar ADN, les aseguro que si desaparecieran los hijos de los gobernantes, moverían cielo, mar y tierra para encontrarlos, pero como nosotros somos pobres no lo hacen”, denunció una madre más.
“Salen policías padrinos, ministerios públicos, una mujer se volvió prostituta buscando a su hija a quien secuestraron a los 14 años, y la encontró, pero se dio cuenta de barbaridades, capturaron a su secuestrador, pero salió libre por 50 000 pesos. Ya no es crimen organizado, sino autorizado.
“De mis hijos, solo tres me han quedado. Estoy llena de resentimiento e ira, ¿cómo pueden desmembrarlos y meterlos en barriles? Hay mucha discriminación, no hay igualdad para darnos visas. La gente se va de sus ciudades porque la situación está muy dura. Le decimos a Estados Unidos que pare esta masacre, pedimos un alto y que vean a las personas como eso y no como animales”, señaló una más.
“Nicaragua tienen dos caras, de los que se van y los que se quedan. Un estudio reciente arrojó datos muy preocupantes de niños pequeños, hijos de migrantes, que no solo tienen un bajo rendimiento escolar, sino que son violados y maltratados por sus familiares. Tenemos que denunciarlo como disco rayado a ver si así nos escuchan. En mi país ni siquiera tenemos datos de cuántos desaparecidos hay porque nuestro gobierno no los ha contabilizado”, indicó otra madre.
Por su parte, monseñor Raúl Vera López, obispo de la norteña ciudad mexicana Saltillo, también reveló: “Yo vi a agentes de migración, ellos mismos hablaban a los secuestradores para que fueran a recoger a mujeres migrantes. Cada persona tiene el derecho a pisar cualquier tierra, la ideología política ha demostrado que son hegemonías con mentalidad colonial”.
Nada detendrá a estas madres. Ellas seguirán hasta el fin de sus días en esta lucha por averiguar dónde están sus hijos, pues cada una de ellas sabe que la esperanza muere al último, y mientras exista la incógnita también existirá la posibilidad de que vuelvan a verlos.