De pasajera con la mujer que impulsa el cambio en Arabia Saudí
Benjamín Franklin escribió que había tres tipos de personas en el mundo: “las inamovibles, las movibles y las que mueven”. Y Manal Al-Sharif, científica computacional de 34 años, está por mover algo trascendental: el tabú cultural saudí que impide que las mujeres conduzcan.
Sin embargo, su activismo debe vérselas con un reino represivo. Arabia Saudita es una monarquía y el único país del orbe donde las mujeres no pueden conducir, según las tradiciones tribales y sunitas que definen los derechos de 20 millones de musulmanas. “El pueblo está aislado del proceso de tomar decisiones”, acusa.
Pese a ello, las repercusiones del movimiento de protesta de Al-Sharif trascienden el futuro de las mujeres al volante y algunos la consideran catalizadora de un cambio mucho más vasto –similar al engendrado por las frustraciones y acciones de Mohammed Bouazizi, vendedor de frutas tunecino que desató la Revolución de Jazmín, preparando el camino de la Primavera Árabe.
“Para mí, es una primavera femenina”, dice Al-Sharif, explicando que, aunque los gobernantes saudíes reprimen la disidencia por temor de que las oleadas de la Primavera Árabe puedan diseminarse por el reino, eso no la desanima ni la hará retroceder.
Y así, se ha convertido en el rostro del cambio. Foreign Policy la cita entre los 100 Principales Pensadores Globales de 2011, y sus palabras y acciones se difunden por toda la región.
“Manal es, sin duda, uno de los mejores ejemplos de personas que mueven a las demás, aunque leyes, costumbres, y gobiernos poderosos se opongan a sus nobles esfuerzos”, afirma Srdja Popovic de CANVAS, organización estratégica de Belgrado que entrena revolucionarios pacíficos de todo el mundo.
Popovic –quien hace 13 años contribuyera a derrocar al dictador serbio Slobodan Milosevic- sabe de desafíos políticos. Entre sus alumnos hay destacados miembros del movimiento egipcio de abril 6, así como activistas sirios e iraníes. Con todo, Al-Sharif es “una de mis heroínas”.
La ley saudí no prohíbe, técnicamente y estrictamente, que las mujeres conduzcan; solo impide que obtengan licencias para conducir o utilicen licencias extranjeras. Debido a esa limitante, las saudíes están obligadas a desplazarse con hombres de su familia o chóferes, y las que intentan hacerlo por su cuenta suelen ser detenidas por la policía, que se comunica de inmediato con el varón guardián.
En 1990, un grupo de mujeres se manifestó contra la prohibición y fueron castigadas con tal severidad (con restricciones de viaje, detención y sermones calumniosos en la oración del viernes) que, durante dos décadas, ninguna volvió a oponerse a la medida hasta que Manal Al-Sharif decidió tomar el volante.
Su odisea – de joven madre divorciada a famosa disidente, palabra que tuvo que buscar en el diccionario- inició en mayo 2011.
Desde hacía cuatro años tenía un auto que no podía conducir y aquello terminó por hartarla. Descubrió entonces que no existía una ley saudí que le prohibiera conducir, excepto las limitaciones de cultura y tradición.
Pocos días después, Al-Sharif –con espejuelos de sol a la Jackie O y negra abaya tradicional- se sentó al volante de su SUV Cadillac mientras una amiga en llamativa abaya rosada la grababa con su iPhone.
La conductora recuerda que, al encender el motor, se sintió “asustada y emocionada”.
“Me senté y me puse el cinturón… Luego dije ‘Bismillah’ [En nombre de Dios] y empecé a conducir”, relata, “Me sentí como el ave que ha pasado toda su vida en una jaula y de pronto, al abrirle la puerta, vacila: ‘¿Debo salir o quedarme?’”.
Al-Sharif pisó el acelerador y voló “a través de las rejas”.
Durante ocho minutos, las amigas condujeron por las calles de Khober, en la provincia oriental del reino, filmando todo lo que veían. Unos días más tarde, la policía religiosa detuvo a Manal durante seis horas, mas para entonces, el vídeo ya había recibido 600 000 visitas en YouTube y al correrse la voz, algunas mujeres aplaudieron su arrojo, aunque otras se escandalizaron.
“Muchas dicen que lo que hago no está bien”, revela. “Están celosas o no quieren que cambie la forma en que las trata la sociedad saudí –como reinas o perlas. Sus maridos hacen todo por ellas”.
Su breve paseo fue todo un triunfo, pero también desató un ciclo de acoso que persiste hasta la fecha. De hecho, un clérigo sentenció: “Te has abierto las puertas del infierno”; y posteriormente en otra ocasión, recibió un correo electrónico que contenía el sombrío mensaje: “La tumba te espera”.
Pero Al-Sharif no se amedrentó y junto con sus partidarios, organizó una campaña popular: diseñaron el logotipo, alertaron a los medios locales e invitaron a todas las mujeres a salir a conducir el 17 de junio, para hacer videos de sus viajes. La respuesta fue apoteósica.
“Los oponentes decían: ‘Hay muchos lobos en las calles’”, informa. “‘Van a violarlas, acosarlas y raptarlas si conducen un vehículo”. Pero Al-Sharif decidió que su auto lo conducía ella y que nadie iba a violarla.
Así mismo, publicó una encuesta en el que preguntaba: “¿Quieres conducir el 17 de junio?”. De las mujeres que respondieron, 84 por ciento dijo que sí; pero a la pregunta: “¿Sabes conducir?”, solo 11 por ciento contestó afirmativamente. En consecuencia, la disidente y sus camaradas de campaña crearon una escuela para automovilistas con maestros voluntarios.
Empoderada, Al-Sharif dio un paso más. Pidió prestado el auto de su hermano Mohammed y salió a pasear, pasando junto a un oficial de policía.
Estuvo nueve días en prisión por “incitar al desorden público” y Mohammed –quien la alentó en su desafío- también fue detenido. Cuando Manal salió de la cárcel, descubrió que se había convertido en el rostro público por el derecho de las mujeres para conducir en Arabia Saudí.
“Me considero una activista accidental”, dice. “Ni siquiera sabía qué significaba la palabra”. Parte del activismo, dice, iba más allá que hacer que las mujeres condujeran.
Educada en las décadas de 1980 y 1990 en Meca, donde casi 40 por ciento del currículo escolar está dedicado a la enseñanza religiosa, fue adoctrinada para abrazar el código moral saudí.
“Nos enseñaron que vivíamos en una sociedad perfecta, pero también que debíamos seguir las reglas para ir al cielo pues, de lo contrario, terminaríamos en las llamas del infierno”.
Basada en el temor y el honor, su educación religiosa inició a temprana edad. Al concluir la primaria y sin saber la causa, de pronto le prohibieron jugar con su primo favorito, a quien no volvió a ver en 10 años. Al-Sharif dice que lloró no solo la amistad perdida, sino también las implicaciones de la separación de géneros.
“¡Me dolió mucho! ¡Solo jugábamos! ¡Éramos niños!”, exclama. “Estaba aprendiendo que a las personas se les controla con temor”.
Durante unas vacaciones en Egipto con sus padres, su hermano y hermana (hoy médica), Al-Sharif vio que las mujeres de aquel país conducían libremente, con las cabezas descubiertas y el cabello al aire. “Casi me salía por la ventana para mirarlas. Era increíble”.
Halló consuelo en la vida académica. Sus progenitores, de clase trabajadora (su padre era chófer de un camión y su madre, ama de casa) alentaron a los tres hijos para que estudiaran. Su madre, incluso, prefería que las chicas se ocuparan en sus deberes escolares que en labores femeninas.
“Mamá nunca nos pedía que hiciéramos algo en casa”, recuerda. “Para ella, era más importante que estudiáramos”. Cuando Al-Sharif se graduó con estupendas calificaciones, persiguió la carrera en ciencias computacionales y con el tiempo trabajó en Aramco, compañía nacional de petróleo y gas natural.
Pero allí volvió a ser testigo de la injusticia: “Las mujeres no obtenían ascensos ni buenas evaluaciones, solo por su género”.
Tuvo un “despertar personal” como musulmana y mujer mientras miraba las perturbadoras imágenes de la destrucción de las Torres Gemelas, el 11 de septiembre. Horrorizada, vio a la gente que se lanzaba por las ventanas tratando de salvar la vida. “Los hombres [que hicieron eso] no eran héroes, sino asesinos”, declara.
Cuando Aramco la envió a Boston durante un año, tuvo otra revelación. Alquiló su propio apartamento, condujo su propio auto y ya no necesitó la firma de su padre para viajar. Por ello, el regreso a su país fue un doloroso retroceso.
“Tenía que pedir a mi padre que firmara papeles para hacer cualquier cosa”, explica. “Ni siquiera podía recoger a mi hijo en la escuela”. Luego de vivir y experimentar la libertad fuera del reino, comprendió que no podía volver a someterse a la injusticia.
Se dedicó entonces a causas más activistas en el interior de Arabia Saudí, pero en mayo 2012, Aramco finalmente logró echarla de su puesto.
“Este país tiene dos caras”, asegura. “Es una sociedad hipócrita. Los hombres educados viajan al extranjero donde conocen mujeres que conducen autos y se descubren la cabeza, y todo les parece muy bien. Pero regresan a casa y sus opiniones cambian”.
El 26 de octubre, Al-Sharif y otros activistas instaron a las saudíes a tomar el destino en sus propias manos y ponerse al volante. El resultado fue que centenares de mujeres salieron a las calles a conducir y 16 mil firmaron una petición exigiendo al gobierno que retire la prohibición o al menos, ofrezca una “justificación válida y legal” para la misma.
Eso fue un triunfo personal. Igual que su matrimonio, el año pasado, con un brasileño llamado Raphael, a quien conoció en Aramco. Y es que incluso esa decisión tan íntima le ha representado un gran problema. Primero, tuvo que solicitar un permiso del Ministerio del Interior para casarse con un extranjero, pero al serle denegado, optó por contraer matrimonio fuera del país. Sin embargo, su ex marido no le permitió sacar a su hijo del reino, así que para ver al niño, tiene que viajar continuamente entre Arabia Saudí y Dubái, donde ha conseguido un nuevo empleo. En cualquier caso, sus viajes son monitoreados por encontrarse inscrita en una lista de vigilancia.
El 26 de octubre, la página web de su movimiento fue hackeada, pero eso no la ha detenido ni asustado. Se mantiene ocupada escribiendo su autobiografía, viajando a conferencias activistas en todo el mundo y haciéndose oír. Al-Sharif dice que, como en otras revoluciones árabes, cuando la gente se da cuenta de que están negándoles sus derechos, nadie puede ignorar la realidad.
Es como la primera vez al volante de su Cadillac. “Tuve la sensación de que solo tenía que dar el salto”, dice. “Confiar en mí”.