A unos días de las elecciones presidenciales en Chile, la candidata de Nueva Mayoría avanza sin problemas a su reelección gracias a propuestas como la gratuidad educativa y una nueva Constitución que se aleje de la establecida por Pinochet.
Con la mayoría de las encuestas electorales en la bolsa, y con la atención de la prensa internacional a su lado, Michelle Bachelet camina segura de regreso a la presidencia de Chile. Junto con Bachelet, quien ya ocupó esa magistratura entre 2006 y 2010, el socialismo estaría de regreso en el poder luego del impasse del actual presidente Sebastián Piñera, de centro derecha, quien dejará un mandato de altibajos que ostenta desde 2010 y quien, por ley, no es elegible a una reelección inmediata.
Bachelet, médico de profesión y con una larga carrera política y de servicio público, ha basado su campaña en ofrecer una nueva Constitución para el país, y en hacer una profunda revisión al sistema educativo nacional, un tema que se convirtió en dolor de cabeza para el aún gobernante Sebastián Piñera, quien enfrentó grandes manifestaciones estudiantiles a lo largo de su gobierno, en torno a la gratuidad escolar y a una reforma profunda al sistema educativo.
El tema económico nacional, hay que decirlo, está presente en las campañas, pero no es el punto gravitacional de las mismas debido a que el país andino ha vivido un crecimiento sostenido desde hace varios años basado principalmente en la industria minera, una de las más fuertes de la nación. Por eso las preocupaciones de los chilenos, y el debate de los candidatos, se ha enfocado en otros temas: Constitución, educación y salud.
La nueva constitución chilena, sostiene Bachelet en sus documentos de campaña, debiera basarse “en los valores de la dignidad de la persona; de la libertad, de la igualdad y de la solidaridad; estableciendo en plenitud un sistema democrático que reconozca el pluralismo propio de las sociedades democráticas modernas y, con ello, la autonomía moral de las personas y su libre desarrollo de la personalidad”.
En el fondo la propuesta de la candidata presidencial de Nueva Mayoría busca separarse de una Carta Magna heredada del gobierno del dictador Augusto Pinochet, un texto aprobado en 1980 y que ha sufrido cambios menores solo gracias a los esfuerzos de grupos políticos y legislativos que lograron en 2005 retirar algunas cláusulas consideradas antidemocráticas, algo que se consideró insuficiente desde entonces por parte de la izquierda chilena.
Michelle Bachelet no va sola en su lucha por una nueva Constitución. La idea de renovar la Carta Magna ha sido mencionada abiertamente por algunos de sus rivales en la carrera presidencial, como ocurrió en uno de los debates electorales recientes, donde Roxana Miranda (Igualdad), Marco Enríquez-Ominami (Progresista) y Marcel Claude (Humanista), dejaron en claro que ellos también abogarían desde la presidencia por una reforma a ese documento.
La contraparte en el tema constitucional lo representa Evelyn Matthei, la rival más fuerte de Bachelet, quien una y otra vez insiste en que el tema de la nueva Constitución está alejado de las preocupaciones del electorado.
Evelyn Matthei, abanderada de la derechista Unión Democrática Independiente e hija del general Fernando Matthei Aubel, uno de los hombres más cercanos a Augusto Pinochet, resumió su postura sobre el debate constitucional en una frase pronunciada en un acto de campaña: “La gente quiere que los políticos le alivien la vida cotidiana, por lo tanto lo que no le importa a la gente son las discusiones ideológicas como qué tipo de Constitución vamos a tener, o qué tipo de país vamos a tener en el sentido de quiénes van a ser los que van a tener más poder; porque las discusiones constitucionales son básicamente discusiones ideológicas que en la vida cotidiana a la gente no le cambian nada”.
Matthei, dos veces diputada, exsenadora y exministra del Trabajo del actual presidente Piñera, está colocada en la segunda posición en las encuestas de preferencia electoral, aunque alejada de Bachelet por más de 20 puntos porcentuales, algo que podría evitar una segunda vuelta en las urnas.
La candidata de la Unión Democrática Independiente ha basado su campaña en defender los logros del actual gobierno y en lograr mejoras en temas de salud y seguridad social. “Seamos sinceros”, sostiene Evelyn Matthei en su carta de presentación como candidata, “los chilenos no estamos para experimentos. Mientras algunos proponen reinventar el país adoptando medidas radicales que han probado su fracaso en el mundo, lo que encontrarán en estas páginas (su programa electoral) son las reformas necesarias para que, manteniendo el crecimiento y la estabilidad, la prosperidad llegue a todos los rincones del país, tal como lo han realizado países como Alemania o las naciones escandinavas”.
Pero si el debate en torno al tema constitucional es uno de los temas centrales de las campañas, también lo es el de la reforma al sistema educativo, especialmente en lo referente a la gratuidad de este.
El sistema educativo chileno, sobre todo en lo referente a la educación superior, cuesta a los alumnos. En muchos casos los estudiantes reciben becas gubernamentales para solventar ese gasto, pero el resto de los universitarios tiene que pagar ya sea de manera directa, o por medio de créditos que irán cubriendo una vez terminados sus estudios.
Camila Vallejo, exdirigente estudiantil en 2011 y actual candidata a diputada postulada por las juventudes comunistas, ha sido una de las principales impulsoras de la gratuidad educativa en su país. La joven ha calificado el sistema de créditos bancarios para la educación como una suerte de “nueva forma de esclavitud”, pues los intereses que cobran las instituciones suelen ser altos. Por eso Vallejo apoya las acciones a favor de la gratuidad, pues “100 mil familias que están hoy día con la soga al cuello, viven con la angustia de ser esclavos de una deuda que jamás podrán pagar”, señala en su blog de internet (http://camilavallejodowling.blogspot.mx/).
Bachelet ha propuesto como parte de su campaña “lograr que el derecho a una educación de calidad no dependa de la capacidad de pago de las familias y que por lo tanto su nivel de ingreso o endeudamiento no determine el acceso a la educación y con ello su futuro. Disminuir la desigualdad supone que el nivel socioeconómico y cultural de los estudiantes no sea una barrera al acceso, por lo que avanzaremos decididamente hacia la gratuidad universal”.
Una vez más, en sentido completamente opuesto, la candidata Evelyn Matthei se ha mostrado en desacuerdo con dicha gratuidad. “No creo en la educación gratuita para todos”, dijo en una entrevista con la estación de radio Bio Bio. No le vamos a regalar la universidad, dijo, a “niños de familias pudientes que tuvieron acceso a mayor cultura, libros, mejores colegios”.
Para Matthei la respuesta está en dar becas directas a las familias más necesitadas y que sean ellas las que decidan en qué escuela inscribir a sus hijos. Esas becas aumentarían el nivel de competencia de los planteles educativos, sostiene la abanderada derechista. Además, la exministra ofrece un programa de apoyos para mil escuelas necesitadas, dinero del que se entregaría 60 por ciento a los profesores según su desempeño, y el resto para mejorar la infraestructura.
Pero más allá de los debates y las posiciones, lo claro es que en esta campaña Michelle Bachelet ha logrado aventajar a todos sus rivales y encaminarse a una victoria que, salvo algún desastre político, llevará a la expresidenta de regreso a La Moneda, sede de la presidencia de Chile.
¿Dónde está entonces la diferencia?, se preguntó en un editorial del diario El Mercurio, Joaquín García Huidobro. Y él mismo escribió: “La respuesta es sencilla: Bachelet cuenta con la colaboración de varios miles de personas que han olvidado sus diferencias y rencillas, y empujan al unísono hacia La Moneda. Matthei, en cambio, ha debido enfrentar constantemente el fuego amigo y lidiar con una centroderecha arisca y caprichosa. Su figura, ciertamente, ha crecido. Ha mostrado patriotismo y una enorme valentía, que se suman a sus cualidades intelectuales y personales. Pero las elecciones no se ganan con valor, sino con votos, y hasta ahora sus partidarios no parecen muy preocupados de conseguirlos”.