¿Cuáles son estos obstáculos? Sistemas educativos caducos, burocracia, corrupción y gobiernos que restringen las libertades fundamentales, son algunos de los más importantes.
Considero que para superar estas y otras barreras es condición necesaria generar un verdadero cambio cultural cuyos pilares sean la educación, la creación de empresas y la innovación. Debemos reconocer que, en los últimos 20 años, algunos países de América Latina han dado pasos importantes hacia el desarrollo, pero siempre debemos preguntarnos qué puede fallar.
Al respecto, Daron Acemoglu y James Robinson, en su libro Why Nations Fail, nos ofrecen una visión interesante sobre el desarrollo, o su carencia.
De acuerdo con esta visión, las instituciones políticas y económicas de un país son determinantes para su prosperidad —o su colapso—. De acuerdo con estos autores, existen dos tipos básicos:
Instituciones extractivas: generan privilegios para pocos y ningún beneficio social.
Instituciones inclusivas: distribuyen y generan incentivos positivos para un espectro más amplio de la sociedad.
Acemoglu y Robinson mencionan al sistema de encomienda, al modelo colonial español, al sistema juche en Corea del Norte y al apartheid como ejemplos de instituciones extractivas, cuyo factor común es una estructura de poder centralizado, burocrático y autoritario.
Las instituciones extractivas destruyen la riqueza y distribuyen el poder entre una pequeña élite, y su existencia se basa en la aversión al cambio; y en este sentido, son totalmente conservadoras.
Estas instituciones van totalmente en contra de un concepto fundamental acuñado por Joseph Schumpeter: la destrucción creativa, que es cuando la innovación y el avance tecnológico reemplazan lo viejo por lo nuevo y generan cambios políticos, ideas transformadoras, libertad y desarrollo.
Al margen de esto, me llama mucho la atención que al conservadurismo a nivel mundial típicamente se le asocia con la derecha. Paradójicamente, en México y otros países latinoamericanos la izquierda suele ser más conservadora, al oponerse sistemáticamente a cambios que son fundamentales para hacer nuestra economía mucho más competitiva y a nuestra sociedad, más próspera.
Regresando a los autores, el ejemplo histórico de transformación que señalan con más claridad es la llamada Revolución Gloriosa (Inglaterra, 1688), que limitó el poder del rey, aumentó las facultades del Parlamento, rompió los monopolios de la corona y abolió muchos impuestos.
De acuerdo con esta obra, la generación de una sociedad más libre y plural y el establecimiento de instituciones económicas abiertas fue el germen de la Revolución Industrial, de la que nos beneficiamos todos.
La naturaleza competitiva de las instituciones inclusivas favorece el avance tecnológico, la expansión de los negocios, la inversión y el uso eficiente de las capacidades creativas de las personas. No es casualidad que los procesos de industrialización y cambio tecnológico vayan de la mano de la creación de este tipo de instituciones.
Aunque no coincido con todas las conclusiones de esta obra, no me queda la menor duda de que en México necesitamos construir instituciones abiertas y terminar con las instituciones extractivas que tanto nos dañan —una buena reforma energética sería solo un primer paso en esta dirección.
Es evidente que las naciones fallan cuando sus rezagos económicos y políticos impiden el bienestar y la prosperidad de sus ciudadanos, cuando las instituciones se convierten en lastres y cuando el autoritarismo frena la innovación y limita la libertad de los individuos. Ya he concluido que el excesivo gasto público y los incesantes incrementos en impuestos también son causas del colapso de las naciones.
El cambio cultural y nuestro eventual tránsito hacia el desarrollo depende de nuestra activa participación como ciudadanos. Para evitar el colapso y lograr la prosperidad de nuestra nación, debemos reflexionar y actuar, imaginar un mejor futuro y, después, encontrar la forma de llegar a él.
Ricardo B. Salinas es presidente y fundador de Grupo Salinas.