“Todos hermanos…”. Fue bajo esta sencilla y contundente consigna que el filántropo suizo Henri Dunant comenzó una travesía, después de la Batalla de Solferino, en Italia, en junio de 1859, para brindar ayuda a los más de 40 000 heridos de guerra que habían sido abandonados a su suerte después del enfrentamiento.
Hoy en día, gran parte de la visión que tenemos sobre ayuda humanitaria y solidaridad en tiempos de guerra la debemos a este suceso.
Después de presenciar tal acontecimiento, Dunant, quien había quedado asombrado por las miles de víctimas y el escenario tan desolador, escribió sus memorias en un libro publicado tres años después de la famosa batalla, titulado Recuerdo de Solferino que, en esencia, es un primer tratado de lo que posteriormente habría de convertirse en las sociedades que ahora integran el movimiento de la Cruz Roja Internacional. Aquí, Dunant trató por primera vez la idea de una organización que fuera completamente neutral, que se elevara por encima de las fronteras políticas y de las enemistades entre naciones, para brindar ayuda a todos quienes hubieran resultado víctimas de las desastrosas guerras.
Incluso hoy en día se puede decir que el objetivo seminal que Dunant concibió para la organización no solo sigue estando vigente, sino que ha servido durante un siglo y medio como pieza angular para la creación y el desarrollo de la Cruz Roja Internacional y las entidades que la conforman. Dunant escribió en 1862 la concepción de una asociación “cuya finalidad será cuidar de los heridos en tiempo de guerra por medio de voluntarios entusiastas y dedicados, perfectamente calificados para su trabajo”. La obra de Henri Dunant obtuvo un éxito enorme; se tradujo prácticamente a todos los idiomas de Europa y fue leída por las personalidades más influyentes de la época. Entre ellas, el ciudadano ginebrino Gustave Moynier, presidente de una sociedad suiza de beneficencia (la Sociedad Ginebrina de Utilidad Pública). El 9 de febrero de 1863, Moynier presentó las conclusiones de la obra de Dunant a la sociedad que presidía, y esta terminó creando una comisión de cinco miembros encargados de estudiar las propuestas. Poco tiempo después este comité, conformado por Moynier, Dunant, el general Guillaume Dufour y los médicos Adolphe Appia y Théodore Maunoir (popularmente conocidos como el Comité de los Cinco) se habría de convertir en el germen del Comité Internacional de la Cruz Roja.
La fundación
Reunida por primera vez el 17 de febrero de 1863, la comisión constató, de entrada, que los voluntarios imaginados por Dunant solo podrían actuar eficazmente y sin correr el riesgo de ser rechazados por los soldados si se diferenciaban de los civiles mediante un signo distintivo. Esta es la base del concepto de neutralización de los servicios sanitarios y de los enfermeros voluntarios de la Cruz Roja Internacional. Dichos miembros de la Sociedad Ginebrina de la Utilidad Pública impulsaron el proyecto hasta llevarlo a ser el fundamento del Comité Internacional de la Cruz Roja, cuya primera conferencia formal se inauguró el 26 de octubre de 1863. En ella se reunieron 36 personas, 14 de ellas delegados de gobiernos, seis delegados de diversas organizaciones y siete personas que asistieron a título privado. Este carácter híbrido (en donde se conjuntaron actores públicos y privados) se ha mantenido en las Conferencias Internacionales de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja desde aquel entonces. Fue en esta conferencia diplomática en donde 12 estados firmaron el Primer Convenio de Ginebra, por el cual se establece que los ejércitos tenían la obligación de prestar asistencia a los soldados heridos, independientemente de la facción militar a la que pertenecieran, y se introdujo un emblema uniforme para los servicios sanitarios: una cruz roja sobre fondo blanco.
Un año después, el 22 de agosto de 1864, el CICR insta a la firma del Convenio para mejorar la suerte que corren los militares heridos en campaña, y con este importante paso nacía el derecho internacional humanitario moderno.
En un inicio, el quehacer del Comité Internacional de la Cruz Roja era el de coordinar, pero paulatinamente se fue implicando más en las actividades operacionales sobre el terreno, en tanto que se identifcaba la necesidad de un intermediario neutral entre los beligerantes. Durante los siguientes 50 años, el CICR expandió su labor, mientras que se iban estableciendo las Sociedades Nacionales (la primera, en el estado alemán de Württemberg, en noviembre de 1863) y se adaptó también el Convenio de Ginebra para incluir la guerra en el mar.
Al estallar la Primera Guerra Mundial, basándose en la experiencia adquirida en otros conflictos, el CICR abrió una Agencia Central de Prisioneros de Guerra en Ginebra, cuya finalidad era restablecer el contacto entre los soldados capturados y sus familiares. Sus visitas a los prisioneros de guerra aumentaron durante este período; e intervino en el uso de armas que causaran sufrimiento excesivo: en 1918, hizo un llamamiento a los beligerantes para que renunciaran al uso del gas mostaza. Ese mismo año, en Hungría, el CICR visitó por primera vez a prisioneros políticos. Las mismas Sociedades Nacionales emprendieron una movilización sin precedentes, en la cual los voluntarios dirigieron los servicios de ambulancia sobre campo de batalla y prestaron asistencia a los heridos en los hospitales.
Sin embargo, después de la guerra muchas Sociedades Nacionales de la Cruz Roja consideraron que con el advenimiento de la paz y las esperanzas de un nuevo orden mundial, el cometido de la Cruz Roja tenía que cambiar. En 1919 fundaron la Liga de Sociedades de la Cruz Roja (posteriormente bautizada como Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja), prevista como el futuro órgano de coordinación y de apoyo para la totalidad del movimiento. Pero los conflictos durante las décadas de 1920 y 1930 pusieron de manifiesto la necesidad de un intermediario neutral, y el CICR siguió activo en las zonas de conflicto, ahora cada vez más fuera de Europa, en Etiopía, América del Sur, el Lejano Oriente y en distintas guerras civiles, especialmente en España.
En 1929, el CICR persuadió a los gobiernos a aprobar un nuevo Convenio de Ginebra, a fin de prestar mayor protección a los prisioneros de guerra. Pero, a pesar de las evidentes y grandes amenazas que entrañaba la guerra moderna, no pudo lograr a tiempo que convinieran en nuevas leyes para proteger a los civiles, y, con ello prevenir las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial.
Los retos de la segunda mitad del siglo XX
Durante la Segunda Guerra Mundial se registró una gran expansión de actividades por parte del CICR, cuando la institución intentó, más que nunca antes, prestar asistencia y proteger a las víctimas sin importar sus nacionalidades. El Comité y la Liga de Naciones trabajaron conjuntamente para enviar ayuda alrededor de todo el mundo en favor de prisioneros de guerra, pero también de la población civil. Los delegados del CICR visitaron a prisioneros de guerra en decenas de países y ayudaron en el intercambio de millones de mensajes de Cruz Roja entre familiares. Tras la guerra, el CICR gestionó solicitudes de noticias acerca de familiares desaparecidos, aun muchos años después de haber terminado el conflicto armado.
Pese a estos logros, en este período de la historia también se registró el mayor fracaso del CICR: su falta de acción en favor de las víctimas del Holocausto. Carente de una base jurídica específica, vinculado a sus procedimientos tradicionales y trabado por sus conexiones con la clase política suiza, el Comité fue incapaz de tomar una acción decisiva o incluso recurrir a la manifestación pública. En lugar de esto, se dejó a los delegados del CICR que hicieran por su cuenta lo poco o mucho que pudieran para salvar a unos cuantos grupos de judíos.
Desde 1945, el Comité Internacional de la Cruz Roja ha instado a los gobiernos de diversos países a fortalecer y respetar el derecho internacional humanitario. Esto, sin duda alguna, se ha convertido en uno de los mayores emblemas de la Cruz Roja Internacional: el evitar y limitar el sufrimiento humano en cualquier contexto.
A partir de la segunda mitad del siglo XX, el CICR ha intentado afrontar las consecuencias de índole humanitaria de los conflictos que marcaron un hito en este período de la historia; comenzando, por supuesto, por Israel y Palestina en 1948.
En el año de 1949, por iniciativa del Comité, los Estados acordaron examinar los tres Convenios de Ginebra vigentes (que versan sobre los heridos y los enfermos en el campo de batalla, las víctimas de la guerra en el mar y los prisioneros de guerra) para añadir un cuarto convenio, con el fin de proteger a los civiles que viven bajo el control del enemigo. Y en 1977 se aprobaron dos protocolos adicionales a los Convenios: El primer protocolo habría de aplicarse en conflictos armados internacionales y, el segundo, en conflictos internos. Este fue un progreso muy importante para la protección del derecho humanitario internacional, y por supuesto, para el desarrollo de la Cruz Roja Internacional como un actor fundamental en tiempos de guerra hasta nuestros días.
El movimiento de ayuda humanitaria más grande del mundo
La base jurídica que asienta toda acción del CICR como parte del Movimiento se puede resumir en el derecho de iniciativa que este posee para prestar sus servicios en caso de conflictos armados internacionales e internos, respaldado por los cuatro Convenios de Ginebra. Los órganos directivos que conforman la estructura interna actual del CICR son la Asamblea (compuesta por 15 a 25 personas), que es la máxima autoridad del CICR junto con su presidente; el Consejo de la Asamblea (integrado por cinco miembros elegidos por la Asamblea y el presidente), que actúa entre las sesiones de la Asamblea y se encarga del enlace entre esta y la directiva; y la directiva (conformada por el director general y tres directores nombrados por la Asamblea), que es el órgano ejecutivo encargado de ejecutar las decisiones de la Asamblea y la administración del CICR. Según los estatutos del Comité, todos los integrantes de los órganos directivos deben ser ciudadanos suizos.
Sin embargo, es preciso destacar que aunque el CICR es una entidad independiente en muchos sentidos, está circunscrito en todo momento al Movimiento Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja. Como parte de este, el CICR es una pieza clave de la red humanitaria más grande del mundo, integrada por unos 97 millones de voluntarios, colaboradores y personal empleado en 187 países. Neutral e imparcial, el movimiento brinda protección y asistencia a personas afectadas por desastres y conflictos armados alrededor del mundo. Aparte del Comité Internacional de la Cruz Roja, el movimiento comprende a la Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja (FICR); y las 187 Sociedades Nacionales de la Cruz Roja y la Media Luna Roja.
El Movimiento Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja realiza su labor bajo siete principios fundamentales que rigen las actuaciones de esta organización, creando un vínculo de unión entre las Sociedades Nacionales (de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja), el CICR y la FICR. Estos garantizan la continuidad del movimiento en cuanto a su labor humanitaria:
Humanidad: se esfuerza, bajo su aspecto internacional y nacional, en prevenir y aliviar el sufrimiento de los hombres en todas las circunstancias. Considera que la protección de la vida y de la salud, así como el hacer respetar a las personas, favorece la comprensión mutua, la amistad, la cooperación y una paz duradera entre todos los pueblos.
Imparcialidad: no hace ninguna distinción de nacionalidad, raza, religión, condición social ni credo político. Se dedica únicamente a socorrer a los individuos en proporción al sufrimiento, intentando cubrir sus necesidades, dando prioridad a las más urgentes.
Neutralidad: con el fin de conservar la confianza de todos, se abstiene de tomar parte en las hostilidades y, en todo momento, en las controversias de orden político, racial, religioso e ideológico.
Independencia: el Movimiento es independiente. Auxiliares de los poderes públicos en sus actividades humanitarias y sometidas a las leyes que rigen los países respectivos, las Sociedades Nacionales deben, sin embargo, conservar una autonomía que les permita actuar siempre de acuerdo con los principios del Movimiento, antes que la legislación particular de cualquier otro gobierno o institución.
Voluntariado: es un movimiento de socorro voluntario y de carácter completamente desinteresado.
Unidad: en cada país solo puede existir una sociedad de la Cruz Roja o de la Media Luna Roja, que debe ser accesible a todos y extender su acción humanitaria a la totalidad del territorio.
Universalidad: el Movimiento Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja, en cuyo seno todas las sociedades tienen los mismos derechos y el deber de ayudarse mutuamente, es universal.
La Cruz Roja Internacional también se ha dedicado en las últimas décadas a emprender nuevas y fundamentales acciones, basadas en los principios anteriores, para ampliar y desarrollar nuevos terrenos de ayuda humanitaria global. Entre las iniciativas que destacan están las campañas de prevención de enfermedades, campañas para promover el respeto a la diversidad y la dignidad humana, reducir la intolerancia, la discriminación y la exclusión social; la intervención en casos de desastres, búsqueda, primeros auxilios, abastecimiento de agua, alojamiento temporal a damnificados, donaciones voluntarias; la mejora de los servicios de salud en la comunidad, donación de sangre, hospitales, servicios de ambulancias, psicológicos y sexuales, así como apoyo social a las personas más vulnerables (niños, adultos mayores, mujeres).
Tales hazañas por alcanzar la paz y la unión entre los pueblos, le han merecido —desde sus inicios— reconocimiento, validación y confianza a nivel internacional al CICR. El mismo Henri Dunant fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz por su activismo humanitario, junto con Frédéric Passy, en 1901, y desde entonces, el Comité internacional de la Cruz Roja ha sido acreedor a este galardón en tres diferentes ocasiones: en 1917, 1944 y 1963, así como del Premio Balzan en 1996. Sin duda alguna, el Comité se ha desarrollado de manera insospechada para sus fundadores, y no obstante sus grandes avances, su perspectiva central continúa siendo la misma: prestar asistencia, procurar y proteger a las víctimas de la guerra y de la violencia interna en todo el mundo, actuando como un organismo neutral en la totalidad de sus ramas.
Hoy en día el Comité Internacional de la Cruz Roja se considera a sí mismo como una organización imparcial, neutral e independiente, con una misión cabal, y exclusivamente humanitaria, de proteger la vida y la dignidad de las víctimas de los conflictos armados y de otras situaciones de violencia, así como el prestarles asistencia.
El CICR, como parte del Movimiento de la Cruz Roja y la Media Luna Roja, ha estado al servicio de la humanidad por más de un siglo. Henri Dunant, su fundador y figura irrevocablemente relacionada con el derecho humanitario, concluyó su famoso relato, Recuerdo de Solferino, con una pregunta primordial: “¿No se podría, durante un período de paz y de tranquilidad, fundar sociedades de socorros cuya finalidad sería prestar o hacer que se preste, en tiempo de guerra, asistencia a los heridos, mediante voluntarios dedicados, abnegados y bien calificados para semejante obra?”. Con ello, marcó un antes y un después en la historia de la ayuda y la solidaridad humanas. Con base en un principio tan esencial como la fraternidad entre personas, concibió la existencia de un conjunto de voluntarios dedicados a prevenir y detener el sufrimiento de las personas; sentando así el precedente para la creación, absolutamente necesaria, de una organización que rompiera las fronteras geopolíticas, para poder velar por el derecho a la vida de todos aquellos afectados de alguna u otra forma por la irracionalidad de la guerra.