La película de Alfonso Cuarón es menos cerebral y más una experiencia que apela a los sentidos.
Dirigida por el mexicano nominado al premio de la Academia, Alfonso Cuarón, Gravity (Gravedad) es una película que se ha convertido en un verdadero fenómeno dentro y, gratamente, fuera de la industria cinematográfica. Desde su estreno, en el Festival Internacional de Cine de Venecia, y ahora próximo a estrenarse en el Festival Internacional de Cine de Morelia, el 18 de octubre, el hype alrededor de Gravity va en aumento exponencial.
La película es un thriller de ciencia ficción cuya historia se desarrolla en el espacio exterior: George Clooney y Sandra Bullock (Ambos ganadores del Oscar) son un par de astronautas en una misión relativamente sencilla. La doctora Ryan Stone es una nerviosa ingeniera médica en su primer viaje al espacio, y Matt Kowalsky, un veterano de las expediciones espaciales. Sin embargo, todo toma un rumbo catastrófico cuando su transbordador se destruye mientras ellos realizan un paseo espacial rutinario. De pronto, se encuentran a sí mismos absolutamente solos en la implacable profundidad del espacio.
Ryan y Matt se deben enfrentar a las adversidades que representa este caos a millones de kilómetros de la tierra, aquel lugar lejano que contiene todo aquello a lo que se le puede tener apego. Cuarón no solo coloca al público en el mismo espacio que los protagonistas, sino que lo posiciona en la misma sintonía emocional que ellos. El frenesí, la angustia, la tensión, la frustración y, en ocasiones, el terror mismo, son un viaje emocional que resuena con toda la gente porque son quizá la gama de emociones más puras y viscerales del ser humano. Aquellas que, consecuencia del razonamiento, nos hacen sentir nostalgia por una estabilidad que casi siempre damos por sentado. El mismo director afirma que la situación que se desarrolla en la película no es otra cosa que una metáfora de las adversidades que todo el mundo enfrenta mundanamente. Alfonso Cuarón aborda estas adversidades como una representación de toda clase de retos para nuestros sentidos.
En palabras del periodista David Denby, “Gravity no es una película sobre ideas, como lo es 2001: odisea en el espacio, de Kubrick, pero es una sobrecogedora experiencia física”, y este es, sin duda alguna, el mayor logro de Cuarón. El conseguir introducirnos, a través de la impecabilidad de sus efectos especiales y visuales, en un espacio que, hasta ahora, nos había sido familiar en el plano superficial, pero completamente ajeno en el sensorial.
Así, la pregunta que el público se hace, una y otra vez, al salir de la sala es: ¿cómo se hizo para filmar tal espectáculo y deleite visual? En pocas palabras, Gravity es menos una película cerebral y más una experiencia que apela a los sentidos y las reacciones humanas. Y en un momento histórico en el cual lo racional, la ciencia y la tecnología se piensan superiores frente al mundo del conocimiento emocional y estético, hay que celebrar que Alfonso Cuarón haya empleado las primeras para desempolvar nuestros auténticos —y cada vez más reprimidos— impulsos emocionales. Devolviéndonos, con ello, nuestra más pura capacidad de asombro.