Aunque las duras políticas de inmigración no son nuevas en Estados Unidos, la narrativa racista y el discurso antiinmigrante del presidente Trump empieza a generar consecuencias psicológicas, emocionales y de rendimiento académico en los niños y adolescentes que viven en familias y comunidades inmigrantes.
LOS ÁNGELES, EE. UU.— El 28 de febrero de 2017 el llanto de Fátima Avélica, de 13 años de edad, se volvió viral a través de un video que grabó la niña con su celular. Esa mañana su padre, Rómulo, fue detenido por agentes de migración mientras llevaba a su hija a la escuela. Lo bajaron del auto, lo esposaron y lo metieron en un vehículo mientras Fátima, desde el asiento trasero del auto familiar, registraba la detención entre sollozos desgarradores. Por la tarde el video se difundió en las redes sociales, y a los padres de familia indocumentados de Los Ángeles los golpeó la realidad: en cualquier momento sus hijos podrían quedar solos, en un auto, llorando.
Las políticas migratorias y la aplicación de la ley suelen tener consecuencias negativas para los niños y jóvenes en familias inmigrantes en Estados Unidos, especialmente cuando uno o más de los miembros de la familia son indocumentados: los arrestos, deportaciones y la separación familiar alteran la vida y el desarrollo de estos chicos. Pero además de estas acciones concretas, el discurso oficial juega un rol: cuando la narrativa racista o antiinmigrante proviene de quienes representan a la autoridad en el país, se vuelve una presencia constante en su entorno y el efecto psicológico y emocional en niños y jóvenes deja marcas permanentes.
En marzo de este año el Proyecto de Derechos Humanos de la Universidad de California Los Ángeles (UCLA), encabezado por Patricia Gándara, publicó un estudio realizado entre 3,500 maestros y trabajadores administrativos de más de 700 escuelas en 12 estados, para determinar el impacto de las políticas de inmigración y el discurso contra los inmigrantes en los salones de clases en Estados Unidos. La encuesta se realizó entre octubre de 2017 y enero de 2018, los cuatro meses de la administración de Trump durante los cuales el tema de inmigración ha estado más presente en el discurso político —tanto, que este debate provocó un desacuerdo en la discusión del presupuesto para el próximo año fiscal y derivó en el “cierre” del gobierno por un par de días—. En promedio, siete de cada diez encuestados dijeron que los alumnos manifiestan algún tipo de afectación emocional o de conducta relacionados con el tema migratorio, que se refleja en problemas de comportamiento, ausentismo y bajo rendimiento académico, entre otros.
“Los educadores de todas las áreas del país nos dicen que sus estudiantes inmigrantes se encuentran distraídos y viviendo bajo el temor de perder a sus padres por una deportación, y que esto está afectándolos no solo a ellos, sino a todos los estudiantes del salón”, explica Gándara. “Las escuelas que enfrentan mayores retos para cerrar la brecha académica han sido más golpeadas por el régimen de aplicación de políticas migratorias. Y la carga adicional de tratar de educar niños que con frecuencia son ciudadanos estadounidenses, y viven bajo el terror de perder a sus familias, puede ser mucho para lo profesores, que también se encuentran estresados, a veces hasta el punto de quiebre”.
La detención de Rómulo Avélica ocurrió apenas un mes después de la toma de posesión de Donald Trump como presidente de Estados Unidos; un arribo al poder envuelto en un discurso antiinmigrante que renovó el temor entre estas comunidades, especialmente la latina —y entre esta, particularmente la mexicana—, ante la posibilidad de un aumento en las deportaciones. Y aunque durante el primer año fiscal de la administración de Trump el número de deportaciones fue más bajo que cualquiera de los años de la administración Obama —226,000 personas—, lo que sí aumentó fue el número de arrestos por parte de autoridades de inmigración en el interior del país, en oposición a la zona fronteriza. La política de Trump va por quienes ya tienen una vida hecha en Estados Unidos, pero no tienen documentos.
MIEDO
Tras la detención de Avélica y la publicidad que se dio a este caso, los directivos de Academia Avance, la escuela de Fátima, llamaron a los estudiantes a una reunión para tranquilizarlos, pero también para sugerirles que hablaran con sus familias sobre la necesidad de tener un plan listo en caso de separación. Más tarde se supo que lo de Avélica no fue producto del azar: el hombre tenía una orden de deportación por una detención previa; las autoridades lo buscaban específicamente a él, y el hecho de que la detención haya ocurrido cerca de la escuela de su hija fue algo fortuito. Pero eso no sirvió para tranquilizar a la comunidad, que ya estaba bajo alerta por el discurso amenazante que llegaba desde la Casa Blanca.
Las autoridades tuvieron que reaccionar. El 9 de mayo siguiente, el Distrito Escolar Unificado de Los Ángeles (LAUSD) reafirmó públicamente su compromiso de hacer de las escuelas “zonas seguras” para los estudiantes inmigrantes y sus familias —lo que en el discurso proinmigrante se conoce como “santuario”—, y citó el caso de Avélica en su comunicado oficial. Unas semanas antes, se implementó una hot line para dar orientación legal sobre inmigración a padres de familia.
No ha sido suficiente. De acuerdo con el reporte de UCLA, los padres han permanecido alejados de las escuelas; el involucramiento en las actividades escolares de sus hijos ha declinado, y aquellos que viven sin documentos en el país han expresado su temor de que las escuelas de sus hijos estén cooperando con los agentes de migración, a pesar de que los oficiales de inmigración aseguran que no harán redadas en las escuelas.
Melanie Masa es maestra en la escuela primaria Nobel Avenue de Los Ángeles, y da clases a alumnos entre el jardín de niños y el segundo grado. Coincide con lo expuesto por el reporte: en su escuela, con sus alumnos, con los padres de familia, experimenta el miedo todos los días.
“Para mí es claro. Menos padres de familia participan en las actividades; dudan cuando se les pide firmar documentos, tienen menos relación con el personal de la escuela, y eso lo notamos claramente a partir de la llegada de la nueva administración [de Donald Trump]”, explica. “Antes no había tanta tensión o ansiedad en los estudiantes. No sabían acerca de ser deportados, no conocían el concepto. Ahora los niños de kínder saben que hay un ‘hombre malo’ que los quiere deportar a ellos o a sus padres”.
Cuando Masa conversa con los padres, estos confirman las crisis de ansiedad de sus hijos ante la idea de la deportación. Entre sus alumnos hay algunos que ya cuentan con un padre deportado, y las consecuencias se ven casi de inmediato: empiezan a portarse mal o a actuar violentamente porque a veces es la única forma que tienen de expresar su frustración, explica la maestra.
Cerca de 90 por ciento de los administradores de escuelas encuestados por el reporte de UCLA dijeron observar problemas de comportamiento o emocionales en sus estudiantes inmigrantes, similares a los que describe la profesora Masa; uno de cada cuatro de estos administradores dijo que este asunto es un problema “grande”. Los estudiantes suelen saltarse clases, o de plano desaparecen; 68 por ciento de los educadores dijeron que el ausentismo es uno de los problemas que genera el tema de inmigración. Un administrador de una escuela de Nueva Jersey dijo a los investigadores que “los chicos están asustados y en ocasiones se ocultan por días después de que ha habido redadas de inmigración en el área”. Algunos maestros dijeron haber visto niños suicidas o desmotivados después de que uno de sus padres enfrentó una deportación.
Como parte de las medidas tomadas a partir de la llegada de Trump a la Casa Blanca, el LAUSD organizó charlas con los profesores con lineamientos para responder en caso de que las autoridades de inmigración se presenten en las escuelas, ya que no es legal que estas ingresen en sus instalaciones. En el caso de la escuela de la profesora Masa, además, se han organizado reuniones y conferencias telefónicas con los padres dándoles orientación. Para otorgar una alternativa a aquellos padres que temen presentarse en la escuela, se abrió un portal de internet en donde, con una clave especial, pueden acceder a la información en línea.
“Nosotros les explicamos a los niños que cuando están en la escuela nadie les hará daño”, dice Masa. “Les decimos que son tiempos difíciles para los inmigrantes, pero que no se preocupen demasiado; que nosotros haremos lo mejor para protegerlos”.
Los profesores hacen lo que pueden, pero el miedo es el miedo. El pasado 5 de abril las autoridades de inmigración realizaron una redada, la más grande de la última década, en una planta procesadora de carne a las afueras de Knoxville, Tenessee; resultaron detenidos 97 inmigrantes. Las autoridades del Departamento de Educación del condado de Hamblen, donde ocurrió la operación, reportaron que al día siguiente 525 estudiantes latinos faltaron a clases. Docenas de niños que se quedaron sin cuidadores fueron alojados en Iglesias “santuario” que iniciaron una recaudación de fondos; en un fin de semana recibieron más de 34,000 dólares para ayudar a las familias afectadas.
BREAKING DOWN
Enola Gueta vive en una familia de estatus migratorio mixto. Sus padres vinieron a Estados Unidos cuando su hermano y su hermana mayores, quienes son gemelos, tenían dos años. La familia, originaria de Guadalajara, de clase media, emigró para poder dar un tratamiento médico a su hija mayor, quien nació con un problema en la columna vertebral. Durante los más de 20 años que han vivido aquí, no han podido regularizar su estatus migratorio. Hace 15 años nació Enola, quien es la única en la familia que es ciudadana estadounidense.
“Me di cuenta de la situación hasta que estaba en sexto grado”, recuerda Enola, una chica esbelta, de pelo largo, labios gruesos y voz suave. “Fui a la Universidad de California Riverside con mi hermana, y ahí supe lo básico de lo que ocurría con ellos. Pero tardé dos años en entenderlo bien, y creo que fue en octavo grado cuando me afectó personalmente: yo soy más joven y no lo hago tan bien como ellos”.
Enola, quien se encuentra en la preparatoria, se refiere a su desempeño académico. Sus hermanos, Mafalda y Sebastián, hoy de 24 años, han sobresalido en sus estudios a pesar de no contar con documentos. Habiendo pasado prácticamente toda su vida en Estados Unidos, pertenecen a los casi dos millones de chicos conocidos como dreamers. Gracias al programa de protección temporal implementado por el presidente Barack Obama en 2012, DACA por sus siglas en inglés, Sebastián y Mafalda pudieron terminar su carrera y graduarse; pero DACA no otorga un estatus legal a sus beneficiarios, y en cualquier momento puede ser derogado. Desde el primer año de su administración, Donald Trump ha amenazado con hacerlo para negociar su agenda antiinmigrante en el Congreso.
Cuando Enola dice que “no lo hace tan bien como ellos”, lo dice sin autocompasión, como un hecho incuestionable. Asume que si ella cuenta con todas las herramientas que le da la ventaja de ser ciudadana, tendría que tener un rendimiento académico superior. A veces, ser el miembro de la familia con más recursos para la vida, se vuelve una carga.
“Yo puedo hacer sin ningún problema lo que ellos quieren hacer, y eso me pone mucha presión”, dice con su voz pausada. “Nunca hablo con ellos de esto porque no quiero poner en ellos más presión, o más atención; lo que yo estoy viviendo no es un big deal. No sé cómo explicarlo, no quiero crear un desbalance emocional en ellos si yo lo puedo resolver sola. Pero sí es presión. Tengo que poder hacerlo mejor porque soy la que lo puede hacer”.
En Estados Unidos hay más de cinco millones de niños que viven en familias de estatus migratorio mixto con al menos un padre indocumentado. Ocho de cada diez de estos niños, un poco más de cuatro millones, son ciudadanos estadounidenses, como Enola. Estos niños viven, tal vez como nadie más, las consecuencias del discurso que viene desde Washington, D. C. La criminalización de los inmigrantes los marca doblemente: por el temor de la separación familiar, y por la obligación moral que asumen al contar con el privilegio que sus padres o hermanos no. En el caso de Enola, se refleja en el ámbito académico.
En el sondeo entre autoridades escolares, siete de cada diez personas encuestadas dijeron haber visto una baja académica entre sus estudiantes inmigrantes en los meses recientes; en algunos casos, los estudiantes parecen haber dejado la escuela porque no ven un futuro para ellos. Un maestro de cuarto grado citado en el estudio dice que uno de sus estudiantes “me dijo que su mamá está enseñándole cómo hacer comida para ella y para su hermanita en caso de que la mamá sea arrestada”. El estrés de los niños inmigrantes se propaga a otros estudiantes. La presión de los estudiantes inmigrantes se ha extendido a través del salón de clases y está afectando a los alumnos no inmigrantes.
Enola dice que en su escuela no hay nadie que se reconozca abiertamente indocumentado. Es parte de MECha, el club de estudiantes mexicanos y mexicanoestadounidenses de las preparatorias y universidades de Estados Unidos, un espacio en donde los chicos pueden conversar abiertamente sobre los temas que les preocupan y suelen involucrarse en la defensa de derechos civiles.
“Hay muchos hispanos y es fácil darse cuenta de que algunos son indocumentados, pero no quieren decirlo. Lo entiendo; yo, como hija de indocumentados, nunca he podido decir a mis amigos abiertamente cuál es la situación de mis papás”.
La joven asegura que con los cambios recientes en la política, la presión aumenta. Se enoja y, dice, a veces se quiebra —usa el contundente término “break down”—. Considera que en los meses recientes la gente en su preparatoria está más consciente de la política, y también más ansiosa. En su caso, tiene problemas para dormir. Le resulta inevitable preguntarse si ese día, o al día siguiente, uno de sus padres, o los dos, o toda su familia, será arrestada y deportada. En su casa ya han tenido esa conversación: sus padres están convencidos de que, si algún día ocurriera algo, lo mejor para Enola es permanecer en Estados Unidos y terminar una carrera aquí. Aunque su familia esté en otro país.
“Sí me pongo a pensar qué haré si un día vuelvo de la escuela y encuentro una casa vacía. Una vez, un agente de tránsito detuvo a mi papá afuera de la escuela. I was all freaked out”, dice, con genuina angustia. “Hemos decidido que si, eso ocurre, mis familiares en Witthier [ciudad vecina de Los Ángeles] se harán cargo de mí; ellos tienen una situación financiera estable y podrían pagar mis gastos para que yo siga estudiando, hasta que pueda trabajar y mantenerme sola”.
Enola siente que el discurso de los meses recientes ha terminado por dividir a la gente.
“Pero cada quien escoge si va a aceptarlo o no. Hay gente que está uniéndose, que lo ha hecho antes, y ahora vemos a los chicos de Parkland, unidos y preparándose para pelear por lo que es correcto. Tengo la esperanza de que otros verán lo que es correcto, que se unirán por ello”.
“ILEGALES”
En 2011, un caso en una escuela de Chesney, Georgia, creó una pequeña controversia y atrajo la atención de algunas organizaciones y medios de comunicación. Una maestra de tercer grado dejó a los alumnos una tarea sobre “illegal aliens”, un término usado para referirse a los inmigrantes indocumentados contra el que han luchado las organizaciones proinmigrantes durante años por considerarlo ofensivo y discriminatorio.
La tarea asignada a los alumnos incluía la siguiente pregunta:
—¿Qué hace Estados Unidos con los “illegal aliens”?
a. Los pone a trabajar en el Ejército
b. Los envía al espacio exterior
c. Los ejecuta
d. Los envía de regreso al país del que vinieron
La pregunta generó la indignación en algunos padres de familia, que de inmediato hicieron llegar la información a los medios. Race Forward, una organización activista que edita el sitio de internet Colorlines.com, tomó el caso y se manifestó sobre el asunto.
“La palabra ilegal abre la puerta a toda clase de malas interpretaciones, sin importar la forma que tome”, publicó Colorlines en su denuncia al respecto. “Enseña a los niños que está bien evocar violencia contra otros seres humanos —sea en forma de broma o en un plan de clases— o sentir que valen menos. Los padres pueden prevenir que sus hijos sean expuestos a insultos raciales y mensajes de odio en casa, pero depende también de los educadores asegurarse de que exista un entorno de aprendizaje seguro. Es dañino para la sociedad en general, pero especialmente para los niños, que pueden ser blanco del mensaje de odio de la palabra ilegal”.
Cuando las autoridades de la escuela fueron cuestionadas sobre este examen, la respuesta fue que la maestra había tomado la prueba de EdHelper, un sitio de internet utilizado por profesores de escuela para obtener materiales de aprendizaje. Esto causó alarma entre las organizaciones activistas ya que, de ser así, otros maestros en otros puntos del país estarían usando los mismos materiales. El problema es que, aunque su uso sea peyorativo, el término “illegal alien” no solo está permitido, sino que ha sido utilizado durante la última década en algunos formatos oficiales y por parte de autoridades de gobierno para referirse a quienes se encuentran en el país sin documentos.
“Es dañino para los niños impregnarse indirectamente del discurso que les llega a través de la televisión y otros medios de comunicación, pero es mucho más atroz y dañino cuando el discurso de odio llega a ellos disfrazado de educación por parte de una fuente en la que ellos confían y a la que probablemente admiran”, señaló Colorlines en su comunicado. “El hecho de que estas dos palabras sean repetidas en documentos oficiales y en los medios de comunicación hace que sea igualmente plausible que estas llamadas ‘soluciones’ [las respuestas de opción múltiple a la pregunta de la tarea] puedan realmente ocurrir. Para un chico de ocho años, esa es una perspectiva aterradora”.
La lucha contra la palabra “ilegal” en el discurso antiinmigrante ha tenido algunas victorias en los últimos años. En 2010, Colorlines comenzó la campaña “Drop the I-Word”, para eliminarla del discurso en medios de comunicación; la campaña fue ignorada al principio, pero con el paso de los meses algunas organizaciones se empezaron a sumar. Un estudio de la organización indica que, entre 1980 y 2013, entre todas las fuentes de información en Estados Unidos, la palabra “ilegal” para referirse a temas relacionados con inmigración se usaba 55 por ciento del tiempo. En 2013 la agencia Associated Press decidió sacar la frase de su manual de estilo, lo cual tuvo un impacto en millones de lectores alrededor del mundo.
Esto tuvo un efecto dominó: otros diarios, como Los Angeles Times, adoptaron la misma política. Un nuevo estudio realizado en 2015, indicó que las mismas fuentes usaban la palabra 28 por ciento del tiempo. Sin embargo, de ese año en adelante, el uso del término ha vuelto a ser recurrente; entre los diez medios noticiosos más importantes del país, la palabra “ilegal” para referirse a los inmigrantes se usa un 41.4 por ciento del tiempo. Este aumento coincide con el comienzo de la campaña electoral de Donald Trump.
“Trump y otros han hecho que la frase sea ampliamente usada como insulto racial desde hace dos años, que sea aceptable otra vez”, explicó Rinku Sen, presidenta de Race Forward y editora de Colorlines, quien denunció que en el frente mediático los diarios The Washington Post y The New York Times, entre otros medios noticiosos influyentes, aún la usan.
Un estudio realizado por el Center for American Progress sobre el impacto de las políticas migratorias en los niños, sus familias y las comunidades, evaluó la influencia de los medios de comunicación en inglés en el desarrollo de los menores que viven en Estados Unidos. Los resultados mostraron que los niños asocian a la policía con la inmigración; que el concepto de ser inmigrante tiene una connotación triste para ellos, y que en algunos hay una noción de que ser inmigrante equivale a ser ilegal.
El discurso de Donald Trump no ayuda a cambiar esto. Desde sus acusaciones a los inmigrantes mexicanos, calificándolos de “violadores” y “traficantes de drogas” durante su campaña electoral, hasta las recientes declaraciones en las que se refiere a los países de los beneficiarios del Estatus de Protección Temporal (TPS) como “shithole countries” (países de mierda), la narrativa racista y antiinmigrante se repite en los medios de comunicación en un loop infinito.
A principios de abril, durante el fin de semana de Pascua, el presidente lanzó una serie de mensajes en Twitter atacando a los inmigrantes centroamericanos, refiriéndose a México como una amenaza, y anunciando —una vez más— el final de DACA. Unas horas más tarde, acompañado por una botarga de conejo, recibió a un grupo de niños en la Casa Blanca para la tradicional convivencia de Pascua. Rodeado de pequeños que le pedían un autógrafo, el presidente declaró en voz alta, para que lo alcanzaran a escuchar los reporteros, que los inmigrantes centroamericanos deben regresar a su país.
“WE ARE NOT EVIL”
Patricia Soto es mexicana, inmigrante y madre de Isabel, de diez años. Desde hace cuatro viven en Los Ángeles; Patricia es asesora de imagen y estilo, e Isabel cursa el quinto grado. Cuando llegaron a vivir a esta ciudad, Isabel entró a estudiar en una escuela pública. Fue un momento de transición difícil: enfrentó algunas situaciones en las que, cuando no hablaba inglés de manera suficientemente ágil, le decían que regresara a su país. Lo más grave, dice Patricia, es que algunas veces los niños que le decían estas cosas eran latinos.
“Yo le decía: ‘¿Sabes? A lo mejor es algo que ellos escuchan y lo están repitiendo’ —cuenta Patricia—. Pero había otros detalles, como que no querían hablar en español con ella a pesar de que hablaban en ese idioma con sus mamás. Para mi hija fue difícil entender por qué”.
Pasó el tiempo y un cambio de domicilio llevó también a un cambio de escuela. Isabel asiste actualmente a una escuela privada progresiva, donde el acercamiento al tema de la inmigración es diferente. Los niños aprenden sobre historia, pero saben que la escriben quienes tienen el poder en ese momento, de manera que están abiertos a la idea de que las versiones “oficiales” no necesariamente son la historia completa, que puede haber otra parte. Esto, considera Patricia, ayuda a que tengan una visión más amplia e incluyente.
Cuando comenzó la campaña presidencial de 2016 en Estados Unidos, Isabel, entonces de ocho años, se empezó a interesar en los discursos de los candidatos; primero el de Bernie Sanders, después el de Hillary Clinton, y de pronto descubrió la retórica antiinmigrante de Trump. Las charlas sobre el tema con Patricia y su esposo se volvieron frecuentes: Isabel preguntaba cómo es que alguien podía acusar de algo a otras personas sin dar argumentos claros, pero también entendía la lógica de que si una persona no sigue las reglas para estar en un país, haya gente molesta.
“Le dije: ‘¿Cómo crees que debería tratarse el asunto?’, y su respuesta fue: ‘Si son personas que están aportando, se busca la manera de que se queden legalmente para que todos vivamos en paz’ —recuerda Patricia—. Con su lógica de niña, Isabel responde a la retórica de Trump con soluciones prácticas: ¿cómo es posible que este señor no piense que estas personas tienen familia, que pueden estar sufriendo en su país de origen? Lo más frustrante fue cuando Trump ganó la elección. Lo primero que pensé es: ¿cómo se lo voy a decir? Yo lloraba porque no sabía cómo decirle a mi hija que Donald Trump iba a ser el presidente”.
Aparentemente la angustia de Patricia era compartida por otros padres de familia; a tal punto, que el director de la escuela de Isabel envió un correo electrónico dando consejos a los padres para tratar el tema de la victoria de Donald Trump con sus hijos. Patricia le dijo a Isabel que tenía que recordar también que había familias que habían votado por Trump, y que hay que respetar la manera de pensar de todos.
“Por un lado ha aprendido mucho, pero por el otro también se angustia” dice Patricia, ella misma un poco angustiada también. “El hecho de que gente a la que quiere podría no llegar a trabajar al día siguiente le causa conflicto. Incluso, aunque sabe que estamos en el país con los documentos adecuados, le angustia el proceso de pasar por el área de inmigración en el aeropuerto. Escucha a los agentes de migración siendo rudos con otras personas y me pregunta: ¿Por qué les gritan a esas personas que hablan chino? Le causa también ansiedad que no te permitan grabar un video en esa zona, es una forma de pensar de los niños actualmente: si algo no puede registrarse es porque no debería estar pasando”.
La sensibilidad de Isabel para entender la situación por la que atraviesan algunas personas que sufren discriminación por su raza u origen étnico tiene que ver con su propia experiencia. Los niños son niños, y se ha encontrado en situaciones en las cuales le han dicho que tiene un “funny accent”, un acento chistoso al hablar, o le preguntan por qué tiene dos apellidos. Cuando Donald Trump ganó, muchos de sus compañeros de escuela se mostraron muy interesados en saber si la iban a deportar. Patricia le explica que eso, aun que no sea muy amable, no necesariamente es racista.
“Las maestras vieron las inquietudes de los alumnos y hablaron con ellos; en la escuela hay papás de origen árabe y se volvía muy estresante saber si iban a poder salir del país, y los niños lo saben. Contaban que habían ido a una oficina de inmigración, e Isabel compartía su experiencia. Una mamá es egipcia; el niño estaba en terror por la posibilidad de que lo deportaran”.
En días recientes, en su clase de arte, Isabel hizo una escultura que incluía las banderas de México y de Estados Unidos, acompañadas por la frase “we are not evil”, no somos malos. En la explicación de su obra, Isabel escribió: “Quiero mostrar que los latinos, los musulmanes, los alemanes, y todas las culturas y religiones deben ser bienvenidas en Estados Unidos y en cualquier otro lugar”.
“A veces sí quisiera que Isabel se desconectara del tema migratorio”, dice Patricia, quien hace una pausa y elige bien las palabras para decir lo que siente al respecto. “Tiene diez años y vive con ansiedad, está teniendo situaciones del tipo ‘por favor, no te vayas hasta que me duerma’. Está más pendiente de las personas indocumentadas que conoce. Pregunta: ¿tú sabes si mi amigo de la otra escuela todavía está aquí? Es injusto que los niños vivan en esta situación, que cuando regresamos de un viaje internacional, me pregunte si nos van a dejar entrar en Estados Unidos. Sabe que tenemos los documentos adecuados, y de todas maneras pregunta: ¿tú crees que esta vez nos digan algo? Drena mucha energía y se distrae de otras cosas que le deberían estar ocupando la mente; me gustaría más que estuviera usando esa energía para crear, para proponer cosas, en lugar de estar pensando cómo debe defender a otros o defenderse ella misma”.