SERGIO RAMÍREZ (Masatepe, Nicaragua
1942) hace tiempo que abandonó las barricadas de la política, la revolución y
el Frente Sandinista, para dedicarse solo a escribir novelas. Fue
vicepresidente del gobierno de Daniel Ortega, que por un momento pareció rozar
con los dedos el viejo sueño de Sandino de hacer de Nicaragua un país moderno y
avanzado. Todo fue un espejismo. Pronto llegaron la guerra, la “contra”
financiada por los yanquis, siempre los gringos conspirando y abortando cualquier
conato de cambio en Latinoamérica. Hoy ya no se habla con Ortega —“no tenemos
relación, no tenemos enemistad pero no tenemos relación”—, y el futuro de
Nicaragua parece ensombrecerse de nuevo, pero por otras razones bien distintas.
“Me parece que los capos del narcotráfico están sustituyendo a los dictadores
como personajes literarios”, asegura nada más poner pie en la Semana Negra de
Gijón, donde presenta su último libro, Sara,una reelaboración del mito
del Antiguo Testamento. Lejos quedan ya los años de la lucha armada, el Che,
Fidel, Allende, los ideales utópicos que siempre acaban siendo pisoteados en el
barro pobre de Sudamérica… El que fuera mano derecha de Ortega no piensa en
transformar el mundo, solo en ficcionar, en inventar historias. “La novela no
me parece a mí que tenga que ver con el compromiso social, no creo en la novela
de tesis”, sentencia.
FOTO: STR / PRENSA LATINA / AFP
—Anastasio
Somoza: su nombre aún produce escalofríos, y eso que ya han pasado años desde
que fue derrocado…
—Yo creo que para la sociedad nicaragüense
Somoza no tiene demasiada relevancia, más que a la hora de mencionarlo como
referente y de exacerbar ánimos, pero no creo que el país esté dominado ahora
por esta figura. Creo que si a un joven de menos de treinta años le preguntamos
quién era Somoza ni siquiera sabría qué responder.
—¿Hay un barrido
de la memoria?
—Sí, los jóvenes no tienen conciencia
del pasado, no tienen información sobre el pasado, ya no les interesa ni estar
informados.
—Se dice que
Somoza llegó a acumular un patrimonio de 5,000 millones de dólares con el apoyo
de Estados Unidos. ¿Ha perdonado el pueblo a los norteamericanos por su
política injusta en Nicaragua?
—Yo creo que ha olvidado, la fortuna
de Somoza se disolvió, algunos familiares viven dentro de Nicaragua, otros no,
pero no se reconoce a la familia Somoza en el mundo por ser una familia
poderosa, por sus millones. Me parece que esto se ha difuminado también.
—Sandino era la
gran esperanza que se vio truncada. ¿Qué cree que hubiera pasado de no haberlo
asesinado Somoza?
—Es muy difícil decir qué hubiera
ocurrido. Yo creo que ver a Sandino a la cabeza del país como presidente no
hubiera sido su destino, yo creo que su destino fue lo que fue, luchar por la
independencia del país, por la soberanía nacional, una figura romántica de
nuestra historia, una figura idealista, pero yo creo que como forma de poder
realmente no lo veo.
—En los sesenta,
tras años de dictadura somocista, se recrudece la represión: torturas,
asesinatos, desapariciones. ¿Cómo vivió usted aquello en lo personal, señor
Ramírez?
—Bueno, con todo el dramatismo que
esos años tuvieron, de enfrentamiento, de pérdida de tantas vidas de jóvenes
idealistas que fueron a luchar contra una dictadura que representaba una
amenaza para el progreso de Nicaragua, para cualquier futuro que pudiéramos
conseguir de libertad, de democracia, pero bueno, yo siempre he dicho que valió
la pena haberse visto involucrado en esa lucha, sin la cual el país de hoy no
sería el mismo.
—La situación era
insostenible para el pueblo. Miseria, hambre, subdesarrollo, plagas,
analfabetismo…
—Y represión, claro, mucha represión.
—Nace el FSLN y
estalla la guerra. Entonces creían en la victoria, en la transformación real
del país, ¿eran unos ingenuos?
—Yo creo que más bien lo que había
era un gran nivel de idealismo político, de romanticismo, de ideales puros, de
entrega total, de entrega al sacrificio, la disposición a dar la vida, todo eso
fue muy hermoso en aquel tiempo.
—¿Cree que la
respuesta del mundo civilizado ante una revolución sandinista que era justa y
necesaria fue la más apropiada? ¿Se vieron ustedes apoyados por la comunidad
internacional o solos en la lucha?
—Bueno, durante la lucha contra
Somoza hubo una gran solidaridad internacional, yo creo que el mundo entero se
identificó con lo que era el sandinismo en Nicaragua. Al final hubo que
enfrentarse con el gobierno de Reagan, que era un enemigo formidable. El
respaldo que Nicaragua recibió en esos años fue en busca de la paz, de la
salida negociada, yo siempre consideré que Nicaragua estuvo muy bien acompañada
entonces.
—¿Hubo algún
hecho concreto que le hizo tomar partido?
—Uno va tomando su conciencia
política desde joven y ve la represión en las calles, en el ámbito estudiantil
sobre todo, todo esto fue lo que me llevó a mí a tomar esta decisión de
enfrentarme a la dictadura desde muy joven. Yo a los 17 años ya estaba
convencido de que había que acabar con aquella dictadura.
—El apoyo de la
Iglesia de la teología de la liberación, ¿fue crucial como dicen los libros de
Historia?
—Para mí no, no conmigo. Esto ocurrió
con los estudiantes de las escuelas religiosas, yo vengo de la escuela laica,
estudié en entidades públicas. Pero en una generación, la siguiente a la mía
sobre todo, sí que es cierto que fue muy poderosa la influencia de la teología
de la liberación, sobre todo en las escuelas de los jesuitas de Nicaragua.
—Dígame una
cosa, ¿hubiera triunfado el movimiento guerrillero sin el apoyo de la Unión
Soviética y de Cuba?
—La Unión Soviética nunca le dio
apoyo al movimiento guerrillero, Cuba sí fue un apoyo decisivo pero también de
otros países como Costa Rica, Panamá, México o Venezuela, sobre todo Venezuela,
y sí, estos países dieron un apoyo decisivo. ¿Que la revolución hubiera
terminado triunfando a pesar de no haber recibido el apoyo de estos países? Yo
creo que sí, pero la lucha hubiera sido más larga y más cruenta.
—En el 81 Reagan
impuso el bloqueo económico y empezó a financiar a la contrarrevolución, a los
grupos armados antisandinistas. El escándalo Irangate, Irán-Contra, es un
episodio todavía no muy bien aclarado. ¿Se sabe todo sobre aquella trama?
—Se ha ido aclarando en la medida en
que se han ido revelando los documentos de esa época, los archivos se han ido
abriendo y yo creo que en el futuro habrá más elementos para ir desentrañando
todo lo que pasó entonces. Pero la verdad es que sigue siendo una historia muy
oscura.
—En el 84, ya
con Daniel Ortega de presidente, el Gobierno sandinista se vio obligado a
proclamar el estado de excepción ante la presión de la ‘contra’. Se suprimieron
derechos civiles, se limitó la libertad de expresión, recortes a la democracia.
¿Fue ese el principio del fin de la revolución?
—Bueno, aquello fue por la necesidad
de la guerra. El estado de excepción, el llamamiento al servicio militar
obligatorio, el racionamiento, todo esto era consecuencia de que nos estábamos
enfrentando a una guerra en un país sumamente pobre que no tenía recursos. La
inflación fue otra consecuencia, hubo que imprimir dinero para seguir
financiando la guerra. El proyecto tuvo que apartarse para hacer frente a la
guerra, tenga en cuenta que Nicaragua era un país muy pequeño y muy pobre.
—Democracia sin
justicia social o justicia social sin democracia, ese es el dilema…
—Sí, sobre todo cuando se trata de
revoluciones juveniles donde la ansiedad del cambio sustituye cualquier
esfuerzo por institucionalizar la democracia. Para nosotros siempre fue la
prioridad la Justicia social, que al final no se consiguió por la guerra.
—Sin embargo, el
índice de analfabetismo era más del 50 por ciento y en dos años quedó reducido
al 13 por ciento. Parecía que la revolución triunfaba, ¿qué
fue lo que falló?
—La guerra, la guerra lo truncó todo.
—Usted siguió
ejerciendo la política pero rompió relaciones con el FSLN. ¿Qué le llevó a romper
con Ortega, con sus compañeros de revolución?
—Bueno, eran concepciones muy
diferentes de lo que el país debería ser, concepciones acerca de la democracia…
—¿Cuáles eran
esas concepciones?
—La gente que estaba conmigo
queríamos un partido democrático dentro del sandinismo que fuera capaz de
recuperar el poder por la vía electoral, convenciendo a los electores, y
llegamos a apoyar una reforma de la Constitución para que la revolución se
hiciera dentro de los cauces democráticos. Yo creo que ahí estuvo la esencia de
toda la contradicción.
—¿Se habla con
Ortega últimamente?
—Pues no tenemos relaciones, no
tenemos enemistad pero no tenemos relaciones…
—¿El poder
corrompe los ideales?
—El poder siempre termina
contaminando los ideales. El poder es un organismo vivo que tiene sus propias
reglas, sus propias leyes, sus propias necesidades.
—¿Llegó a estar
hastiado de la política y por eso se refugió en la literatura?
—No, al revés, yo estaba en la
literatura e hice un tránsito por la política temporal en mi vida y luego
regresé a la literatura cuando ya no tenía interés en la vida política. Para mí
había terminado mi participación política y volví a lo que siempre fui: un
escritor deseoso de reemprender su obra literaria.
—Pero ese hastío
estaba ahí, ¿salió desencantado?
—Bueno, yo lo veo como una
experiencia en mi vida, como una etapa que viví con sus altos, con sus bajos,
sus sabores, sinsabores, y lo veo como una experiencia, no lo veo con amargura.
—Y la revolución
parece que ya no le interesa a nadie…
—La revolución armada no creo, ni a
mí me interesa reconectar con la revolución armada. En Latinoamérica están
abiertos nuevos cauces de expresión, las elecciones, los sistemas de cambio
político, me parece que son esos cauces los que hay que seguir.
—¿Le agrada el
gobierno chavista?
—Pues no, pero hay elecciones ahora
en noviembre que van a ayudar a dilucidar el asunto del poder y yo creo que
mientras en Venezuela haya estos respiraderos electorales siempre va a haber
una posibilidad de cambio.
—Y que Felipe González
defienda a los opositores a Maduro, ¿qué le parece?
—Está en su derecho, es un demócrata
y creo que la democracia no tiene fronteras.
—En España está
muy de moda el término bolivariano…
—Pues yo no identifico a Podemos con
los bolivarianos, yo lo identifico con un movimiento que busca la renovación
política en España y eso genera sus propias posibilidades de convencer al
electorado.
—Hablemos de
literatura. Sara: ¿cómo empezó a pensar en ese personaje para una
novela?
—Yo siempre fui un devoto del Antiguo
Testamento como escritor, siempre veo una multitud de historias en ese texto,
historias que recontar o recrear, y pensé que el Génesis que habla de Sara me
llevaba por buen camino, de recreación literaria y de volver a recontar esta
historia, me parecía que tenía grandes posibilidades por el poder que esta
historia tiene, y eso fue lo que hice, recontarla.
—Pero empezó
escribiendo cuentos, no novelas…
—Así es, empecé con los cuentos. A
los 17 años escribí mi primer relato corto y a los 20 había publicado mi primer
libro de cuentos.
—Latinoamérica
ha sido una gran cantera de cuentistas, Cortázar, Borges y tantos otros. ¿Por
qué triunfa el género en América? En España apena se practica…
—Yo creo que los novelistas siempre
escribieron cuentos, Clarín, Pérez Galdós en el siglo XIX, Pío Baroja, yo creo
que se pierde esa tradición porque la novela tiene un gran apetito comercial,
cuando las editoriales empezaron a preferir las novelas por encima de los
cuentos. Eso también pasó en América Latina, llegó un momento en que se dejaron
de escribir cuentos, hoy se está empezando de nuevo.
—¿La novela
tiene que tener un compromiso social?
—La novela no me parece a mí que
tenga que ver con el compromiso social, la novela tiene sus reglas de
creatividad que tienen que ser atractivas para el lector. Si uno escribe sobre
un país donde hay problemas de desigualdad, de anormalidades políticas, esos
problemas van a surgir en la escritura, pero no creo en la novela de propósito,
en la novela de tesis, porque eso es poner la carreta por delante de los
bueyes.
—¿Es el
narcotráfico el gran tema de la literatura americana de hoy?
—Es uno de los grandes temas que
cruzan la literatura latinoamericana, porque es una de las grandes
anormalidades de la vida social y hasta política en estos países, también en la
novela negra. Es un tema muy dominante en la Sudamérica del siglo XXI.
—¿Ha sustituido
el narcotráfico a las dictaduras?
—Me parece que incluso los capos del
narcotráfico están sustituyendo a los dictadores como personajes literarios.
—¿De qué habla
Sergio Ramírez en su obra? ¿Cuáles son los temas de hoy que le apasionan
literariamente?
—Pues depende de la novela que
emprenda o el relato: la anormalidad misma de la Historia, las dictaduras que
siempre están regresando a mi mente, el narcotráfico, las migraciones forzadas
de gente que emigran de Sudamérica a Estados Unidos, que por sí mismo ya
constituye un drama, la corrupción gubernamental, todo esto va en mi
literatura.
—¿Hay futuro en
la literatura nicaragüense, hay cantera?
—Yo creo que estamos en un buen
momento en la literatura hispanoamericana, hay nuevos nombres, nuevas
corrientes, nuevos lenguajes, yo creo que tenemos una gran perspectiva de
futuro.
—Entonces hay
relevo…
—Sí, por supuesto, además el número
de escritores se ha multiplicado generación tras generación.
—¿Sigue vivo el
realismo mágico?
—No, yo creo que fue una cosa del
pasado, a nadie le interesa ya el realismo mágico como vena literaria, hay una
gran diversidad que se aparta muchísimo de esta gran tradición que fue el
realismo mágico, que la verdad solo perteneció a Gabriel García Márquez.
Quienes empezaron leyendo a Gabo terminaron imitándolo.
—¿Para cuándo
una novela sobre sus años como vicepresidente de Daniel Ortega? Porque ahí hay
una gran novela de intriga…
—Bueno, alguien la escribirá, a mí no
me interesa en particular, pero sí, alguien la hará…
—En 2014 fue
galardonado con el Premio Carlos Fuente. ¿Es el galardón del que se siente más
orgulloso?
—Sin duda, es el premio que reconoce
a toda una vida literaria.
—¿Mantenía
relación con Carlos Fuentes?
—Sí, haberlo perdido ha sido un golpe
muy duro, probablemente se ha perdido la voz más importante, era una conciencia
crítica de América Latina, la voz de Carlos Fuentes fue trascendental.
—
Esta entrevista
se publicó en 2015 en la revista Gurb.
La reproducimos con autorización del director de esa publicación y autor de
este material.