La doctora en sociología y catedrática de la UNAM explica que la Primera Guerra Mundial, que comenzó en 1914 y concluyó en 1918, estaba en pleno apogeo en octubre de 1917, cuando los rusos organizados tomaron por asalto el Palacio de Invierno de Petrogrado e inesperadamente materializaron una utopía largamente perseguida: la ocupación del poder por parte del proletariado y la construcción de una nueva sociedad sin clases.
“La Revolución rusa fue un proceso que venía gestándose desde hace tiempo y que, de pronto, con la situación de la Primera Guerra Mundial, se puso sobre la mesa. La guerra fue muy larga y dolorosa, Rusia sufrió mucho y, además, la estaba perdiendo. Entonces en ese momento se dio la crisis. Años antes, en 1905, había habido ya una revolución, un primer intento de superar el régimen zarista, pero fracasó. Empero, dejó un germen muy interesante, una sociedad que sabía de qué se trataba una revolución, y una creación muy original y propia, los consejos o llamados soviets”.
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Estos soviets, aclara la investigadora, conformaron una organización muy amplia y diversa, “cuyo origen fueron las huelgas obreras en la medida en que los obreros vivían en donde estaban las fábricas”. Por esa razón, en el momento en que la fábrica se declaraba en huelga, “los obreros se quedaban al mando en la zona, así aquello se convirtió en una organización muy interesante que incluso tenía que ver con el manejo territorial y legal de los asuntos, pues si alguien se quería casar, el soviet lo casaba, o si se había muerto la abuelita o se requería un acta de nacimiento, etcétera, el soviet también lo veía”.
Considerado uno de los acontecimientos históricos más trascendentales del siglo XX, la Revolución rusa celebra su centenario en este año, razón por la cual los historiadores españoles Juan Andrade y Fernando Hernández Sánchez se dieron a la tarea de coordinar y editar el libro 1917, la Revolución rusa cien años después. Publicada por la editorial Akal, la magna obra reúne un par de decenas de ensayos poliédricos de investigadores españoles, italianos, franceses, neerlandeses, estadounidenses y mexicanos que pretenden aclarar el panorama histórico y, a la vez, ofrecer un análisis crítico sobre el gran movimiento revolucionario.
Elvira Concheiro Bórquez, quien en el libro participó con el ensayo “La Revolución rusa y América Latina. El primer diálogo (1917-1924)”, recuerda que, en febrero de 1917, cuando de manera espontánea estalló la revolución, lo primero que se planteó fue que Rusia se saliera de la guerra mundial y pactara la paz.
“Lo que hizo estallar la revolución fue algo muy sencillo y elemental: la gente estaba pasando hambre y el gobierno no garantizaba el abasto de pan. Este fue el motivo primario que sacó a los trabajadores a las calles a protestar. Y en ese febrero cayó el zarismo, que ya era muy débil por la situación política general”.
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—Elvira, ¿cómo se justifica un libro de esta naturaleza?
—Sobre este tema ha habido, desde 1989, mucha tinta, se ha escrito mucho. Se abrieron archivos que estaban cerrados en lo que era la Unión Soviética y en otros países. Incluso se hizo bastante escándalo con esos archivos, algunos eran de la policía de la Alemania Oriental, los famosos archivos de la Stasi, y luego los archivos de Moscú, de la KGB. En fin, hubo muchas historias de espías, las cuales atrajeron mucho sobre la Guerra Fría, esas historias de conspiraciones, policías y secretos. Pero bueno, los historiadores serios, aparte de todo ese ruidero propagandístico, nos hemos beneficiado mucho de esa apertura de archivos y ha habido muchas obras interesantes con documentaciones en mano. Yo justamente en mi ensayo critico que muchos trabajos, en vez de aclararnos temas en el ambiente ideológico que se armó con la caída del régimen de aquellos países, nos los hayan oscurecido. Espero que, en los próximos años, y estoy convencida de que este libro está en esa preocupación, aclare procesos que fueron tan controvertidos y mistificados durante el siglo XX.
—¿Qué debe aprender el mundo de la Revolución rusa de hace cien años?
—Primero espero que haya la inquietud de conocerla. Las revoluciones son extraordinarios acontecimientos de la historia. No son muy frecuentes, y menos de esa dimensión, y creo que vale la pena estudiarla sin prejuicios, sin todos estos clichés ya hechos, e ir con muchas preguntas. La Revolución rusa, como la mexicana, fue utilizada para legitimar Estados que surgen muy fuertes y poderosos, pero que ya no son la revolución misma. Las revoluciones se acaban, pueden durar algunos años, pero hasta ahí. En Rusia duró menos que en México porque los acontecimientos, esencialmente la muerte de Lenin [Vladimir, 21 de enero de 1924], dieron un viraje. Entonces comenzó otra historia, pero normalmente la confundimos, pues ya no podemos hablar de Revolución rusa después de 1924.
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—¿Qué sucedió en Rusia después de 1924?
—A partir de ese año comenzó un proceso muy dificultoso que terminó de forma muy violenta con el asesinato de prácticamente todos los dirigentes bolcheviques. Así empezó otra historia muy compleja, el estalinismo, muy brutal en muchos aspectos. Lo malo fue que mezclaron una cosa con otra y desacreditaron una revolución que inventó muchísimas cosas, que fue muy modernizante y muy avanzada en los derechos de la mujer, en el cuidado de los niños, en los derechos sociales, por eso Rusia tuvo un estallido artístico brutal como en México lo tuvimos con el muralismo. Los artistas son almas muy sensibles a esos cambios sociales y lo expresan de manera muy creativa e importante. Yo advertiría que pudiéramos distinguir claramente lo que es una revolución, sus características, sus causas, de los procesos posteriores con los cuales no puede cargar la misma revolución. Así como la Revolución mexicana no tiene por qué cargar con el priismo ni con el 2 de octubre, la rusa no tendría por qué cargar con el estalinismo, aunque no dejen de ser parte de una misma historia.
—¿De qué manera la Revolución rusa se manifestó en América Latina?
—En el momento en que ocurre la Revolución rusa, en México ya llevábamos siete años de una revolución que estaba dejando una impronta. Ya sabíamos de qué se trataba una revolución, había países de América Latina que no, pero aquí sabíamos muy bien que había proyectos diversos que se confrontaban internamente y que se tenía que esperar a ver cómo cuajaban esas posturas y fuerzas. A partir de lo que conocían como la Revolución mexicana, muchos países de América Latina intentaron superar a las oligarquías tradicionales. Con ese lente, pensando a la inversa, nosotros ya sabíamos lo que era una revolución, este país estaba inmerso en un proceso que había sido doloroso, pero al mismo tiempo estaba culminando su labor constructiva y ya estábamos elaborando la Constitución. ¿Cómo recibimos la Revolución rusa? De una manera muy compleja, según los sectores, porque la sociedad estaba muy separada y confrontada. El gobierno, por ejemplo, lo vio como un asunto de geopolítica frente a Estados Unidos si acaso brindaba un apoyo al movimiento ruso. Y por otro lado estuvo la carta de Emiliano Zapata, en donde anunció que la Revolución rusa no estaba sola, que estaba la Revolución mexicana, y que había que entender que los propósitos de una y de la otra eran los mismos.
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