El Holocausto fue uno de los acontecimientos más traumáticos en la historia de la humanidad. La “persecución y el homicidio sistemático, burocrático, sancionado por el Estado, de seis millones de judíos a manos del régimen nazi y sus colaboradores”, según lo describe el Museo Memorial del Holocausto de Estados Unidos, dejó a los supervivientes llevando a cuestas cicatrices físicas y emocionales indefinidamente.
Y esas cicatrices incluyen un alto riesgo de cáncer, según afirma un nuevo estudio. En “Riesgo de cáncer entre los supervivientes del Holocausto de Israel, un estudio nacional”, publicado el lunes en la revista Cancer, investigadores del Centro Médico Chaim Sheba, la Universidad de Tel Aviv y la Universidad de Haifa hallaron que los supervivientes del Holocausto israelíes tenían “un incremento pequeño, pero consistente en el desarrollo del cáncer”.
Durante el Holocausto, los supervivientes eventuales fueron sometidos a una letanía de estresores que incluyeron inanición, temperaturas extremas, hacinamiento, enfermedades infecciosas, actividad física intensa y extenuante, y maltrato físico y emocional, así como respuestas psicológicas como angustia y privación del sueño. Algunos de esos factores fueron vinculados anteriormente con tasas mayores o menores de cáncer. Para su estudio, los investigadores intentaron analizar el impacto de la combinación de estresores que experimentó esta población.
Siegal Sadetzki, directora de la Unidad de Epidemiología de Cáncer y Radiación del Instituto Gertner, en el Centro Médico Chaim Sheba, y sus colegas, examinaron un total de 152,622 supervivientes del Holocausto que viven en Israel. Revisaron expedientes que abarcan más de cuatro décadas y realizaron dos análisis utilizando distintos enfoques para la “exposición” a estresores, ya que no existe una definición aceptada para el término “superviviente del Holocausto”.
El análisis principal se basó en el recibo de indemnización reconocido por diversas legislaciones –como la “Ley de víctimas de la persecución nazi” de Israel, y la “Ley de Beneficios para supervivientes del Holocausto”-, el cual sirvió como una representación (proxy) de la exposición, y luego compararon ese grupo contra un conjunto de individuos que habían solicitado compensación como víctimas del Holocausto, pero fueron rechazados. El análisis complementario separó a las personas que recibieron compensación por país de origen: un grupo se integró con los individuos procedentes de la Alemania nazi y los países directamente ocupados por el régimen, y otro con quienes llegaron de los países no ocupados, incluidos los del Eje y las potencias Aliadas, y las naciones neutrales.
Luego de revisar los datos del Registro Central de Población Israelí y el Registro Nacional de Cáncer, los investigadores encontraron que casi 22 por ciento de los supervivientes del Holocausto que recibieron compensación fueron diagnosticados con cáncer, contra 16 por ciento del grupo al que le fue negada la compensación. El riesgo de que el grupo compensado desarrollara un cáncer de cualquier tipo fue 6 por ciento más alto. Así mismo, presentó 12 por ciento más probabilidades de desarrollar cáncer colorrectal, y un riesgo 37 por ciento mayor de desarrollar cáncer pulmonar. Los individuos procedentes de los países ocupados tuvieron un riesgo 8 por ciento mayor de desarrollar cáncer respecto de sus equivalentes de los países no ocupados, con tasas superiores de cáncer colorrectal, gástrico, pulmonar y renal, además de leucemia. Ningún análisis reveló un riesgo mayor de cáncer mamario o algún cáncer ginecológico entre las supervivientes.
“Los datos ponen de relieve la importancia de conocer el efecto combinado de las numerosas exposiciones que ocurren, intensa y contemporáneamente, en el riesgo de cáncer, como las que infortunadamente ocurrieron durante la Segunda Guerra Mundial”, dijo Sadetzki en un comunicado. “Semejante inspección no puede llevarse a cabo con estudios experimentales, y solo podría evaluarse recurriendo a investigaciones epidemiológicas observacionales”.
Los resultados no son del todo sorprendentes. Un estudio, publicado en 2009 en Journal of the National Cancer Institute, hizo una comparación de los judíos de origen europeo que emigraron a Israel después de la guerra contra los que emigraron antes o durante la guerra. Los investigadores descubrieron que quienes permanecieron en Europa durante la guerra fueron, al menos, 17 por ciento más propensos a desarrollar cáncer.
“Una explicación posible para las diferencias en la incidencia de cáncer observada entre los diversos grupos étnicos judíos, puede ser la diferencia en su exposición específica a los traumas del Holocausto”, escribieron los investigadores.
Los autores del nuevo estudio hacen referencia a esta investigación, aunque señalan que los tiempos de inmigración son una aproximación general de la exposición. En cambio, identifican las fortalezas de su estudio, por ejemplo, el gran tamaño de su muestra general, el seguimiento a largo plazo, la inclusión de datos individuales sobre exposición y los diagnósticos de cáncer. Por otra parte, sus datos se limitaron a los supervivientes que emigraron a Israel, los que seguían vivos en 1953 y presentaron cánceres a partir de 1960. Además, sus definiciones de exposición fueron meramente representaciones (proxis) basadas en clasificaciones legales y en los países de origen, más que en información específica o detallada sobre las experiencias de los individuos durante el Holocausto. También es importante considerar que, debido a que el grupo comparativo del análisis principal consistió en individuos que habían presentado solicitudes como víctimas del Holocausto, esas personas podrían haber experimentado algunos efectos del Holocausto, aun cuando hubieran sido insuficientes para ameritar compensación.
“Los autores realmente hicieron su mejor esfuerzo” con los datos disponibles, afirma Electra Paskett, directora asociada de ciencias poblacionales en el Centro Integral de Cáncer de la Universidad Estatal de Ohio, en entrevista conNewsweek. La investigación “nos ofrece evidencia de que un acontecimiento espantoso, impuesto a todo un pueblo, tiene efectos de largo alcance en el cáncer”, añade. Señala que algunos de esos efectos podrían estar relacionados con comportamientos como el tabaquismo, a los que se recurre para lidiar con el estrés de semejantes acontecimientos. En cualquier caso, el estudio demuestra “el impacto de las cosas que no pensamos que causarán una enfermedad [como el cáncer] al cabo de los años, incluyendo el miedo, el terror, el hambre, el maltrato, el encarcelamiento, la discriminación, y todo lo que se te ocurra que ocurrió en el Holocausto”.
Es posible observar algunos elementos de estas experiencias en otros casos. Paskett, quien también es editora de una sección de la revistaCancer, trabajó con dos colegas para escribir un editorial relacionado con el estudio. En “Eventos extremos a nivel poblacional: ¿Tienen un impacto en el cáncer?”, Paskett y sus colegas analizan de manera más extensa el efecto de las tragedias de escala poblacional en el desarrollo del cáncer, incluyendo situaciones como hambrunas nacionales y la discriminación a nivel de población. En su artículo sugieren que el estudio de Sadetzki “podría tener paralelismos con los grupos raciales minoritarios de Estados Unidos que experimentan graves privaciones sociales a lo largo del tiempo”, aunque apuntan que harán falta más investigaciones para analizar esos paralelismos.
El estudio que relaciona los horrores del Holocausto con el riesgo de cáncer “hace pensar a la gente en el impacto del estrés”, prosigue Paskett, tanto en contextos históricos como contemporáneos. “Un grupo poblacional puede ser muy discriminado y encontrarse en situaciones [tan] terribles que los efectos persisten durante años”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek