La gente que busca pruebas de que hombres y mujeres aprenden, hablan, resuelven problemas o leen mapas de forma diferente a menudo piensa que los encefalógrafos son la respuesta definitiva. Y es fácil ver por qué. Ya sea que se quiera hacer campaña por escuelas separadas para niñas y niños o por un entrenamiento segregado por sexo en las fuerzas armadas, uno puede estar seguro de hallar mapas codificados en colores brillantes que subrayan las diferencias entre hombres y mujeres en varias áreas del cerebro, potencialmente apoyando su argumento.
El poder de lo “neuro” ha sido empleado firmemente en el debate actual sobre las diferencias entre hombres y mujeres. Las referencias entusiastas a la “neurociencia de punta” constantemente son usadas por personas quienes hacen conjeturas sobre las diferencias sexuales, que van desde comerciantes hasta políticos y grupos de presión.
La idea de que el cerebro es responsable de las diferencias o los desequilibrios entre los sexos/géneros ha estado con nosotros desde hace mucho. En el siglo XVIII, científicos descubrieron que los cerebros de las mujeres pesaban en promedio cinco onzas menos que los de los hombres, algo que se interpretó de inmediato como una señal de inferioridad. Desde entonces, los cerebros de las mujeres han continuado siendo pesados, medidos y se los ha hallado en falta. Esto ha sido apuntalado por una creencia en el “determinismo biológico”, la idea de que las diferencias biológicas reflejan el orden natural de las cosas, con el cual no se puede jugar sin riesgo para la sociedad.
Desgraciadamente, esto todavía pasa hoy día. El “neurosexismo” es la práctica de afirmar que hay diferencias fijas entre los cerebros masculino y femenino, lo cual podría explicar la inferioridad de la mujer o su inadecuación para ciertos roles. Al ubicar la actividad dependiente del sexo en ciertas regiones cerebrales —como aquellas asociadas con sentir empatía, aprender idiomas o el procesamiento espacial—, los estudios neurosexistas han permitido que florezca una “lista de referencia” establecida de diferencias sexuales. Esto incluye cosas como que los hombres son más lógicos y las mujeres son mejores en idiomas o crianza.
Las diferencias sexuales en un espectro
Las técnicas para tomar imágenes del cerebro simultáneamente han ofrecido una evaluación por perfil cada vez más detallada de la actividad cerebral, dando a los investigadores un acceso a series enormes de datos. También ha habido el descubrimiento de que nuestros cerebros en realidad pueden ser moldeados por experiencias diferentes, incluidas aquellas asociadas con ser hombre o mujer. Esto ilustra claramente el problema del enfoque determinista biológico. También muestra la necesidad de tomar en cuenta variables como la educación, y el estatus económico y social cuando se comparan características cerebrales.
Los psicólogos también han comenzado a mostrar que muchos de los rasgos psicológicos que pensamos como masculinos o femeninos en realidad existen en un espectro. Un estudio reciente que revisó cierta cantidad de dichas características de comportamiento, mostró que no caen típicamente en una de dos categorías binarias claras sin superposiciones. Incluso las habilidades “superiores” de los hombres en la cognición espacial —algo plena y firmemente establecido— se ha demostrado que han disminuido con el tiempo, incluso desaparecido. En ciertas culturas, la situación en realidad se ha revertido.
Y no termina allí. El concepto en sí de un cerebro “masculino” y uno “femenino” se ha demostrado que es errónea. Un estudio reportó recientemente que todo cerebro es en realidad un mosaico de patrones diferentes, algunos de los cuales se hallan más comúnmente en cerebros de hombres y algunos en los de mujeres. Pero ninguno pudo ser descrito como enteramente masculino o enteramente femenino.
Pero los viejos argumentos neuro-sinsentido no han desaparecido. A todos les encanta una historia de diferencia sexual, en especial una que pueda ilustrarse con una imagen cerebral. Los libros de autoayuda, anuncios, artículos periodísticos y medios sociales se aferran a tales historias, incluso aquellas que son desafiadas de inmediato.
Tal neurociencia populista a menudo se basa en un modelo erróneo de lo que puede hacer la toma de imágenes cerebrales. Tiende a presentarla como una especie de “cinéma vérité”, ofreciendo un acceso en tiempo real e instantáneo a estructuras y funciones cerebrales claramente definibles. Pero los mapas cerebrales en realidad son el producto final de una larga cadena de manipulación de imágenes y complejo procesamiento estadístico, específicamente diseñado para resaltar las diferencias. No nos dicen lo que el cerebro de cualquier persona haría en una situación dada.
Lidiar con la neurobasura
Pero por fácil que sea culpar a los medios de comunicación o la industria de la mercadotecnia, este tipo de neurobasura a menudo es sostenido por la mismísima comunidad que toma las imágenes cerebrales. Los investigadores a menudo no tienen el suficiente cuidado de reconocer el papel de variables más amplias al diseñar un estudio o seleccionar participantes. Términos como “fundamental” o “profundo” a menudo se hallan en las síntesis de los estudios de diferencias sexuales, incluso cuando una inspección minuciosa de las tablas de datos revela efectos diminutos o resultados estadísticamente insignificantes.
También hay ejemplos de investigadores quienes interpretan los hallazgos en términos de anticuadas diferencias estereotípicas. Por ejemplo, ellos podrían asumir la superioridad espacial de los hombres o la destreza lingüística de las mujeres cuando estas ni siquiera fueron medidas en la fase de escaneo. Aparte de ser una práctica científica cuestionable, tales estudios retroalimentan el suministro de neurobasura y continúan la creencia de que, por más inconveniente que sea la “verdad”, hombres y mujeres son inmutablemente diferentes.
Desafiar el neurosexismo no es negar la existencia de cualesquiera diferencias sexuales, aun cuando ya se ha hecho la acusación. Por ejemplo, la investigación en salud mental ha mostrado importantes diferencias sexuales en la incidencia de padecimientos como la depresión, el TDAH y el autismo. Reconocer tales diferencias podría ser clave para hallar los tratamientos apropiados.
Pero, como ahora sabemos que el concepto de un cerebro “masculino” y uno “femenino” es erróneo y que la lista de referencia de diferencias psicológicas basadas en el sexo no da la talla, necesitamos dejar de enfocarnos en la categoría binaria del sexo biológico como su fuente. Podrá tomar tiempo el desafiar tales creencias sostenidas por mucho tiempo; pero asegurar que los científicos, los medios de comunicación y el público en general estén conscientes del problema es un buen lugar donde empezar.
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Este artículo se publicó originalmente en The Conversation.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek