CUANDO TAI JORDAN ERA PEQUEÑO y visitaba la piscina municipal, se preguntaba por qué los niños podían chapotear sin camisa mientras que él tenía que usar un bañador que le cubría la mayor parte del cuerpo. Y cuando imaginaba el día de su boda, en un futuro lejano, Jordan no se imaginaba caminando por el pasillo con un vestido blanco y vaporoso, como su familia esperaba que hiciera algún día. Jordan quería ser el novio, aguardando por su novia al final de aquel pasillo.
“Nunca me he identificado con el cuerpo con que nací”, confiesa Jordan, de 18 años y estudiante de Evergreen State College en Olympia, Washington. “La manera como decidí conducirme, mi forma de actuar, siempre fui más masculino”.
En 2013, Jordan se identificó como lesbiana, pero ni siquiera después de declarar su orientación sexual se sintió “completo”. Confundido con su cuerpo y su orientación, se convirtió en un triatleta dedicado y se entregó a los deportes, lo cual le llevó a una revelación. Durante una competencia de fútbol en el tercer año de secundaria, se lesionó los dos cuádriceps y requirió de cirugía. Al practicarle una resonancia magnética en la parte inferior de su cuerpo para diagnosticar la lesión, los médicos detectaron algo mucho más grave: junto a sus ovarios hallaron teratomas, un tipo de tumor benigno muy raro. Jordan se sometió a un procedimiento quirúrgico para extirpar los dos ovarios. De esa manera, Jordan perdió toda posibilidad de tener hijos biológicos. Sin embargo, la cirugía también lo dejó en busca de respuestas a preguntas aún más complejas acerca de su identidad. Esa búsqueda permitió que Jordan comprendiera que no era homosexual. Lo que quería era ser un hombre.
Casi nunca es fácil anunciar al mundo —o alguien de tu familia— que deseas hacer la transición al sexo opuesto; e, invariablemente, esta transición es una dura prueba física y psicológica. Si bien el proceso es cada vez más aceptado por el público y la comunidad médica, el panorama sigue siendo muy difícil para cualquier joven que tal vez fue reprendido por un adulto por sentirse atrapado en el cuerpo equivocado, o incluso ignorado. Familias y pediatras a menudo insisten en que solo es un síntoma de una fase “incómoda” de la vida llamada pubertad, o alguna conducta autocomplaciente típica de los adolescentes ansiosos.
Pero la experiencia de Jordan fue mucho más positiva. Se “destapó” con su madre por segunda vez (la primera como lesbiana, después como transgénero) y la vio estallar en lágrimas (de nuevo). “No lloraba porque estuviera triste, lloraba porque conoce las estadísticas y conoce la realidad de las personas en la comunidad LGBTQ; la tasa de suicidios sin precedentes, la posibilidad de sufrir depresión, la falta de recursos”, explica Jordan, quien sabe que cerca de 40 por ciento de los individuos que se definen como transgénero intentarán suicidarse en la adolescencia. Esos jóvenes también tienen una probabilidad significativamente mayor de vivir en las calles, abusar de drogas y desarrollar depresión, respecto de la población general.
Jordan es uno de cerca de los 700 000 estadounidenses que se identifican como transgénero, según el Instituto Williams, organización independiente dedicada a investigar la orientación sexual y la identidad de género. Gracias a una mayor conciencia y aceptación, la transición ya es opción a edades cada vez más tempranas. No obstante, las intervenciones médicas utilizadas —terapias hormonales, medicamentos para detener la pubertad— son muy controvertidos. Los críticos argumentan que los tratamientos no son éticos y que los jóvenes no están preparados psicológica o emocionalmente para tomar decisiones tan trascendentales.
Otros miembros de la comunidad médica difieren vehementemente, y trabajan con ahínco para normalizar el proceso proporcionando dichos tratamientos en hospitales pediátricos.
Jordan contactó con el Dr. David Breland, especialista en medicina pediátrica y del adolescente en el Hospital Infantil de Seattle, y director de la nueva Clínica de Género de dicha institución. Poco después de la entrevista con Breland, Jordan inició una terapia con testosterona para hacer que su cuerpo desarrollara ciertas características masculinas. Breland se ha dedicado a trabajar con adolescentes transgénero y ha visto al menos 200 pacientes jóvenes como Jordan. Ayuda a las familias a entender el proceso que denomina un “nuevo tipo de la pubertad”, mediante el cual los jóvenes pueden convertirse en el adulto que desean ser. Los proponentes afirman que someterse a este proceso de transición temprana minimiza el estigma y mejora tanto los resultados médicos como los cosméticos.
El Hospital Infantil de Seattle es la quinta institución de salud de Estados Unidos que ha abierto una clínica dedicada a las necesidades complejas de esta población de pacientes jóvenes. Breland y sus colegas reciben a niños y adolescentes de 8 a 21 años a quienes ofrecen un nivel de atención muy alto, el cual incluye especialistas en endocrinología y medicina conductual. Los chicos que acuden a la clínica de Seattle también tienen acceso a asesoramiento psicológico, y pueden recibir bloqueadores puberales para “dar algún tiempo a la familia” antes de iniciar la terapia hormonal cruzada al inicio de la pubertad, informa Breland. Aunque el hospital aún no brinda cirugía reconstructiva para modificar el aspecto de los genitales o el pecho, proporciona orientación y hace referencias si el paciente decide someterse a cirugía más adelante, muy probablemente después de los 18 años. Los expertos de este campo especializado señalan que es evidente que una transición en etapas más tempranas de la vida puede resultar en menos procedimientos médicos en la adultez. Si se administran hormonas al inicio de la pubertad es posible evitar que las características sexuales del individuo sean excesivamente masculinas o femeninas, y el proceso resulta mucho menos doloroso que la cirugía cosmética, casi siempre drástica y costosa, que suelen requerir algunos pacientes para lograr el aspecto que desean. Según algunos, la transición temprana también se traduce en una mejor salud mental.
Sin embargo, Breland sabe que la elección del momento difiere en cada paciente. “Estos individuos tienen gran cantidad de factores de riesgo, y solo quieren ser ellos mismos”, dice. “Por eso consideramos que debe ser un esfuerzo de equipo, con un proveedor médico y un proveedor de salud mental, para que puedan apoyarse en la psicoterapia y la evaluación de salud mental y asegurarse de tomar la decisión correcta”.
¿ES MEJOR TENER CÁNCER?
La mayoría de los médicos de esta especialidad se apegan cada vez más a los protocolos establecidos para la transición temprana. La Asociación Mundial de Profesionales para la Salud Transgénero, organización no lucrativa, proporciona educación y capacitación a médicos que quieren aprender sobre el cuidado de esta población de pacientes. Y también asesora al creciente número de hospitales pediátricos que ofrecen estos servicios basados en los estándares de atención para pacientes transgénero.
También están interviniendo otras organizaciones médicas más convencionales. Por ejemplo, la Academia Estadounidense de Pediatría recomienda que médicos y adultos tengan una charla inicial sobre la transición cuando el niño cuenta alrededor de 12 años, mas la organización considera que el proceso debe iniciar hasta los 18 años.
Aun cuando los proponentes del campo tienen opiniones propias sobre el momento de iniciar el proceso, poco se sabe de los factores que impiden que los pacientes transgénero reciban la atención médica adecuada. Breland tiene conciencia de esto y, por ello, llevó a cabo algunas investigaciones antes de fundar su clínica. Para su estudio, publicado en la revista Journal of Adolescent Health, él y sus colegas entrevistaron a 15 pacientes transgénero y 50 personas que brindaban cuidados con objeto de descubrir los desafíos que enfrentaron al buscar atención, e identificaron varios problemas graves. Algunos participantes manifestaron que fue difícil encontrar pediatras capacitados para proporcionar “atención médica para afirmación de género”. Otros informaron de una falta de protocolos consistentes para el manejo de estos pacientes. Algunos dijeron que hubo médicos que no pudieron coordinar la atención o que el acceso a los bloqueadores puberales y las hormonas fue limitado o retrasado. Y fue común que los médicos no usaran de manera consistente los nombres o pronombres elegidos. En conclusión, Breland señala que su investigación demostró que “es más fácil tener una enfermedad crónica” que ser transgénero.
Al tratar a sus pacientes más jóvenes, Breland prescribe bloqueadores puberales que detengan por completo la pubertad e impidan el desarrollo de las características sexuales biológicas. Estos medicamentos, aprobados por la Administración de Alimentos y Medicamentos y conocidos como agonistas de GnRH, se crearon originalmente para tratar la pubertad precoz (inicio de la pubertad antes de los 8 o 9 años). La hormona que contiene el medicamento sobreestimula los receptores cerebrales de la hormona liberadora de gonadotropina (GnRH) y “simplemente, apaga estos receptores”, explica Breland. En su mayor parte, esos efectos se revierten cuando el paciente deja de tomar los agonistas.
Cuando el paciente y su familia están listos, la clínica prosigue con la transición. Breland comenta que la mayoría decide continuar, y entonces prescribe la terapia hormonal cruzada, testosterona para hombres transgénero y estrógenos para mujeres transgénero. Por lo general, esto comienza hacia los 12 años. El inicio de la terapia farmacológica permite que los pacientes empiecen a desarrollarse como adultos con el sexo reasignado. “Como cualquiera que pase por la pubertad, sus niveles de testosterona o estrógeno aumentarán gradualmente, y eso es lo que cambiará el cuerpo, la voz, el crecimiento del cabello y el desarrollo de mamas”, explica Breland, quien suele indicar un aumento gradual de la dosis para incrementar los niveles orgánicos de estrógeno o testosterona, como ocurriría normalmente en un adulto que es biológicamente femenino o masculino.
El uso de hormonas afecta muchos rasgos físicos de la persona. Los chicos que hacen la transición a chicas no desarrollan características sexuales biológicas como mayor estatura, rostro ancho, manos grandes, la nuez del cuello y una voz más grave. Las niñas que hacen la transición a niños desarrollan características masculinas típicas, como vello facial. Por lo general, una mujer biológica que participa en este protocolo deja de menstruar después de seis meses. La transición a varón hace que la voz del paciente se vuelva más profunda; un cambio que, posiblemente, es permanente. Las hormonas no cambian el aspecto ni la función de los genitales, aunque la testosterona pueden ocasionar que se alargue el clítoris, lo cual podría resultar útil si el paciente desea someterse a una reconstrucción genital más adelante, apunta Breland.
Jordan comenzó a utilizar testosterona para la transición mujer a hombre en 2014, durante su primer año de preparatoria. Hoy día, se aplica las inyecciones de testosterona cada dos semanas, sin ayuda, y tendrá que hacerlo el resto de su vida. Dice que el proceso es como una “segunda pubertad”, mas esta vez es diferente, porque recibe con agrado los cambios de su cuerpo. “Tengo acné, vello facial, se me quiebra la voz en los momentos más inesperados”, comenta. “Son las características sexuales secundarias que me hubiera gustado que ocurrieran desde el principio.”
LA FALACIA DE LA DISFORIA
Hasta 2012, la Asociación Estadounidense de Psiquiatría (APA, por sus siglas en inglés) tenía inscrito el “trastorno de identidad de género” en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, el cual sugería que los pacientes que cuestionaban o se sentían incómodos con su sexo biológico eran anormales. A partir de 2012, tras décadas de clasificar a los individuos transgénero como enfermos mentales, APA reemplazó el término por “disforia de género”, que se utiliza para describir la angustia que sienten algunos con este aspecto de su identidad. En esencia, afirma que la inconformidad de género no es una enfermedad psiquiátrica.
Muchos defensores LGBT celebran el cambio, pero algunos médicos consideran peligroso facilitar a los jóvenes una transición precipitada. El Dr. Lawrence Mayer, residente del departamento de psiquiatría en la escuela de medicina de la Universidad Johns Hopkins, y profesor de estadística y bioestadística en la Universidad del Estado de Arizona, sostiene que los jóvenes no están preparados para tomar semejantes decisiones por su cuenta. Kenneth Zucker, terapeuta e investigador de la Universidad de Toronto, ha sugerido en varias revistas científicas que, con base en sus estudios, las experiencias familiares traumáticas, como un progenitor ausente, pueden desencadenar una conducta de inconformidad con el género, pero que esos sentimientos desaparecen eventualmente. Sus investigaciones apuntan a que hasta 90 por ciento de los niños que se identifican como transgénero terminan por aceptar su sexo biológico después de la pubertad. En un estudio de seguimiento con 25 mujeres biológicas transgénero halló que solo tres seguían identificándose como transgénero en la adultez. Zucker ha utilizado sus investigaciones para desarrollar su propia estrategia terapéutica para estos pacientes. El tratamiento es controvertido, porque se centra en hacer que el niño se sienta cómodo con su cuerpo, en vez de obtener la atención necesaria para la transición temprana.
Mayer y otros no consideran que la intervención temprana deba incluir medicamentos. En vez de eso, debe enfocarse en alentar a los jóvenes a experimentar con su género de formas que más mutables, como un cambio de peinado y ropa, y usar un nombre diferente. “Sería feliz si enviaran a estos niños con un paidopsiquiatra; se les diera seguimiento durante un tiempo sin que sus padres estén presentes; y viéramos qué piensan y cuán persistentes son sus ideas”, dice. “Si son lo bastante persistentes, los apoyaría, porque me intereso en mis pacientes”.
Mayer es coautor de un informe donde afirma que hacen falta más datos para entender los resultados de la transición temprana. El problema, insiste, es que hay muy pocos estudios equilibrados, sobre todo en el tema de la intervención temprana. Su artículo cita un estudio, publicado en Pediatrics, el cual halló que una operación de reasignación en los primeros años de la edad adulta aliviaba la disforia de género, y que el bienestar de esos pacientes era similar o superior al de los adultos jóvenes de la población general. Sin embargo, Mayer dice que el diseño de dicho estudio fue inadecuado, pues se basó solo en 55 jóvenes transgénero, y no incluyó una correlación con un grupo de pacientes transgénero que no se hubiera sometido a tratamiento médico.
Jordan no siente la necesidad de estudios para validar su experiencia. Se opone rotundamente al enfoque de Mayer de observar y esperar, pues, en su opinión, solo refleja una absoluta incomprensión de las circunstancias. “Si hace falta un pellizco, un pinchazo o un poco de dolor para sentirme mejor, para ser feliz y seguir adelante con mi vida, entonces eso no es más que un simple contratiempo en el resto de mi vida”, sentencia. “Nadie conoce tu cuerpo mejor que tú”.
Aunque sea el cuerpo equivocado.
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