CUANDO PLACIDO PEREZ cierra los ojos, aún puede ver las torres del World Trade Center debajo de él. Los fines de semana, en ocasiones volaba su Cessna rojo y blanco a lo largo del río Hudson, y se tomaba fotografías con las torres de fondo, en contraste con un cielo azul cerúleo. “Sigo mirando las fotos todo el tiempo”, afirma. “Recuerdo los buenos tiempos. Es lo que me hace seguir adelante”.
Perez también tiene fotos que tomó durante los ataques del 11 de septiembre de 2001. Estaba de pie en la base de las torres aquella mañana con una cámara digital, muy cerca de donde trabajaba como gerente en una empresa de telecomunicaciones. “Iba camino al trabajo y, bum, escuché cómo una turbina se estrellaba contra uno de los edificios”, señala. “Recuerdo los sonidos y las personas saltando [de las torres]. Aquella plaza de mármol afuera de las torres donde estaba la escultura en forma de globo, ¿recuerdas que tenía bocinas? Podía oírse música ambiental. No pudieron detener la música. Era automática. Las personas saltaban y los escombros volaban. Fue terrible”.
Perez, técnico médico de emergencia, se quedó en el centro de la ciudad para ayudar a las personas que trataban de escapar de los edificios en llamas. Al día siguiente volvió al sitio y trabajó como voluntario junto a miles de oficiales de policía, bomberos, trabajadores de la construcción y otros para buscar sobrevivientes. No salió de la Zona Cero por toda una semana, trabajó en turnos de 12 a 14 horas. Cuando necesitaba descansar, dormía en el lugar.
Ahora, en el decimoquinto aniversario del 11/9, lucha por aceptar una terrible verdad: el tiempo que pasó salvando vidas en la Zona Cero lo ha enfermado y podría matarlo. “Entre 2005 y 2009 terminé en la sala de emergencias seis o siete veces, pensando que me estaba dando un ataque cardiaco y que estaba a punto de morir”, señala Perez, de 59 años. Se trataba de ataques de pánico; su ritmo cardiaco aumentaba hasta 157 latidos por minuto, muy por encima del promedio para un hombre sano de su edad. Luego vinieron los problemas respiratorios que le hacían ahogarse mientras dormía y despertar en medio de la noche. Descubrió que tenía una enfermedad pulmonar restrictiva, síndrome de estrés postraumático, rinitis, asma y una inflamación del hígado tan grave que comenzó a afectar las plaquetas sanguíneas, esófago, diafragma, estómago y otros órganos del aparato digestivo.
Él afirma que su enfermedad hepática actualmente se encuentra tan avanzada y que la cicatrización es tan grande que ya no puede sanar o regenerarse; solo un trasplante podría ayudarle. Lo único que puede hacer es esperar. Perez dice que si la enfermedad avanza más, los médicos temen que pueda significar cáncer o insuficiencia hepática. “Nunca consumí ninguna droga y tampoco bebo. Peso 74 kilos y estoy delgado, excepto por mi hígado, que es como si fuera un tubo interno alrededor de mi cintura.
“Esto no debería estarme ocurriendo”.
LECHO DE TOXINAS: Perez trabajó como voluntario en turnos de 12 horas durante los esfuerzos de rescate, y en ocasiones durmió en el sitio tras quedar exhausto. Foto: Evin Yalkin para Newsweek.
EXPOSICIÓN A LA ZONA CERO
Perez es una de las miles de personas que combaten enfermedades mortales como resultado de su exposición a la Zona Cero. Los médicos del Programa de Salud del World Trade Center, creado por el gobierno federal tras los ataques, han relacionado alrededor de 70 tipos de cáncer con la Zona Cero. Muchas personas han sido víctimas de tipos de cáncer que, según sus médicos, son raros, agresivos y particularmente difíciles de tratar. “Las enfermedades derivadas de los ataques al World Trade Center comprenden casi todos los tipos de enfermedades pulmonares, casi todos los tipos de cáncer, así como problemas en las vías respiratorias superiores, enfermedad por reflujo ácido gastroesofágico, síndrome de estrés postraumático, ansiedad, pánico y trastornos del ajuste”, dice el doctor David Prezant, codirector del Programa de Monitoreo del World Trade del Departamento de Bomberos de la Ciudad de Nueva York.
Con excepción de la batalla de Antietam durante la Guerra Civil estadounidense, se perdieron más vidas de estadounidenses el 11 de septiembre de 2001 que en cualquier otro día de la historia de Estados Unidos: 2996 personas fueron asesinadas, 265 en los cuatro aeroplanos secuestrados, 125 en el Pentágono y 2606 en el World Trade Center y el área que lo rodeaba. Más de 411 trabajadores de emergencia murieron el 11/9, y el número total de trabajadores de rescate y recuperación que han muerto es de más del doble desde los ataques, alcanzando la cifra de 1064 hasta julio de este año, de acuerdo con datos proporcionados por los Centros para el Control y la Prevención de la Enfermedad (CDC) y el Instituto Nacional de Seguridad y Salud Ocupacional.
La población también sufre: se calcula que hasta 400 000 personas están afectadas por enfermedades, como distintos tipos de cáncer y trastornos mentales relacionados con el 11 de septiembre. En estas cifras se incluye a aquellas personas que vivían y trabajaban en un intervalo de 2.40 kilómetros alrededor de la Zona Cero en Manhattan y Brooklyn, cuya gran mayoría ignora que se encuentra en riesgo. Mark Farfel, director del Registro de Salud del World Trade Center, que da seguimiento a la salud de más de 71 000 trabajadores de rescate y sobrevivientes, señala que “muchas personas no relacionan los síntomas que tienen actualmente con el 11 de septiembre”.
Richard Dixon, oficial del Departamento de Policía de Nueva York, asignado a la zona del Bronx, está de acuerdo. “Uno no sabe si la tos que tiene hoy se convertirá en el cáncer que padecerá mañana”. Él pasó dos meses trabajando en labores de rescate y recuperación en la Zona Cero. Desde entonces padece apnea del sueño, sinusitis y enfermedad de reflujo gastroesofágico (ERGE), que puede ser precursora de cáncer.
Y es uno de los afortunados. A diferencia de otros miembros de la policía, aún puede trabajar y está libre de cáncer. “Perdimos a 23 oficiales de la policía de Nueva York en los ataques —afirma—. Pero muchos más han muerto desde entonces debido a esas enfermedades relacionadas con el 11 de septiembre. Necesitamos averiguar por qué, o la lista de nombres en el memorial del 11/9 irá aumentando”.
RESCATAR A LOS RESCATADORES: Dixon (en la foto) pasó dos meses cavando para encontrar sobrevivientes. Actualmente sufre numerosos problemas de salud. Foto: Evin Yalkin para Newsweek.
LA TOS DEL WORLD TRADE CENTER
Varios días después de los ataques, los trabajadores de rescate comenzaron a acudir al Hospital Mount Sinai en Nueva York para recibir tratamiento y asistencia médica. Muchos de ellos tenían heridas y problemas respiratorios debido a los restos que cayeron sobre ellos, incluida la que llegó a conocerse como “la tos del World Trade Center”.
“Los síntomas que presentan estos pacientes son aterradores”, señala el doctor Michael Crane, director del centro clínico principal del Programa de Salud del World Trade Center en el hospital Mount Sinai, que da tratamiento a alrededor de 22 000 trabajadores de rescate y recuperación. “Se despiertan de repente y se dan cuenta de que no pueden respirar”.
Un paciente del hospital Mount Sinai que contrajo esa tos fue John Soltes, policía retirado de la Autoridad Portuaria de Nueva York y Nueva Jersey que vigilaba las torres del World Trade Center. Él trabajó en la Zona Cero durante casi nueve meses limpiando los escombros y recuperando los restos de sus colegas. “Solo padecí la tos durante un año —dice—. Conozco a algunos tipos que aún la tienen”. Su tos le produjo ERGE y una grave complicación de ese padecimiento, denominada esófago de Barrett, que puede degenerar hasta convertirse en cáncer. “Ya he tenido que enfrentar el cáncer de piel en mi rostro, mejilla y espalda”, el cual también se relaciona con el 11/9, afirma. “Así que trato de tener cuidado”.
Daisy Bonilla, agente de seguridad escolar del Departamento de Policía de Nueva York, también realizó labores de rescate y recuperación en la Zona Cero, atendiendo a niños huérfanos cuyos padres murieron en los ataques. Actualmente sus vías respiratorias superiores están demasiado inflamadas para deglutir alimentos sólidos. “Los alimentos se atoran en mi esófago y me siento como si estuviera ahogándome”, señala. “Así que ahora bebo batidos proteínicos o muelo todos mis alimentos. No he podido ir a un restaurante con mis amigos. No he comido alimentos sólidos ni comido un filete en más de un año. Es terrible, pero me estoy acostumbrando a ello. Trato de verlo positivamente: al menos estoy viva”.
Crane también ha visto periódicamente casos de cáncer que se han desarrollado desde fechas tan tempranas como 2005. Hasta junio del año en curso, 5441 de las 75 000 personas que pertenecen al Programa de Salud del World Trade Center han sido diagnosticadas con al menos un caso de cáncer relacionado con el 11/9, de acuerdo con datos del programa obtenidos por Newsweek. Y muchas de ellas padecen varios tipos de cáncer; el número total certificado de casos de cáncer era de 6378 hasta junio de este año. “Cualquier cáncer interno por debajo de la piel es terrible”, señala Crane. “Pero el cáncer en los órganos del aparato digestivo, el cáncer en los órganos internos, puede asentarse en esa zona sin que uno sepa siquiera que está desarrollándose”.
Paul Gerasimczyk, oficial retirado de la policía de Nueva York que trabajó en la limpieza de la Zona Cero, afirma que acudió por primera vez al hospital Mount Sinai en 2005 para recibir tratamiento para “la tos” y descubrió que tenía asma. “Tenía gotas de sudor en todo el rostro, y tosía muy fuerte”. “La doctora me preguntó: ‘¿Llamó a la ambulancia y fue al hospital?’. Yo le respondí: ‘No, creí que solo era tos’. Y ella me dijo: ‘Usted tuvo un ataque de asma’”. Para 2007, Gerasimczyk supo que había desarrollado cáncer de riñón, así como enfermedad de reflujo gastroesofágico. “Cuando alguien te dice que tienes cáncer, no lo crees —afirma—. Sientes que estás sano y entras en negación. Piensas que puedes vencerlo, que la operación será exitosa”.
Agrega que dos amigos íntimos que trabajaron en la Zona Cero no lograron superar la enfermedad: uno de ellos murió de cáncer de páncreas y el otro, de cáncer cerebral. “No murieron simplemente; lo hicieron de la peor forma imaginable. A mi amigo Angelo Peluso, que murió en 2006, le extirparon del cerebro un tumor en forma de huevo. La primera vez que lo operaron sufrió un daño cerebral y solo podía decir mi nombre. La segunda vez que lo operaron nunca salió del hospital y pocos meses después ya había muerto. Es algo que te rompe el corazón”.
EL DOCTOR CRANE, director de un centro clínico de Mount Sinai, proporciona tratamiento a más de 22 000 trabajadores de rescate y recuperación del 11/9. Foto: Evin Yalkin para Newsweek.
UNA CLOACA DE CÁNCER
Actualmente, 15 años después de los ataques, los médicos comienzan a comprender por qué las personas siguen muriendo. Cuando las torres fueron derribadas, afirman, liberaron una enorme cantidad de carcinógenos, convirtiendo la parte baja de Manhattan en una cloaca de cáncer y enfermedades mortales. “Nunca sabremos cuál fue la composición de esa nube debido a que el viento se la llevó, pero las personas la respiraban y la ingerían”, señala Crane, del hospital Mount Sinai. “Lo que sí sabemos es que tenía todo tipo de cosas terribles. Combustible para aviones quemado. Plásticos, metal, fibra de vidrio, asbesto. Era una cosa espesa y terrible. Una mezcla venenosa”.
En un informe publicado pocos meses después de los ataques, el Consejo Nacional de Recursos de Defensa, un grupo para la defensa del medioambiente con sede en Nueva York, señaló que la torre norte del World Trade Center contenía hasta 400 toneladas de asbesto. Todo ello, junto con los muebles de oficina, computadoras y los miles de lámparas fluorescentes del edificio que fueron quemados, liberaron plomo, mercurio, compuestos orgánicos volátiles y otros venenos mortíferos. “Una emergencia ambiental como esta, en la que cientos, si no es que miles de componentes tóxicos, fueron descargados simultáneamente en el aire con tal magnitud que lo ocurrido el 11 de septiembre no tiene ningún precedente”, escribió la organización, y sus efectos son “desconocidos”.
Dado que los incendios continuaron en la Zona Cero durante más de 90 días, en un estudio realizado posteriormente se explicó que los contaminantes encontrados en el polvo inmediatamente después de los ataques siguieron apareciendo en muestras durante varias semanas. Los resultados, según el estudio, apoyaron “la necesidad de hacer que el interior de las casas habitación, de los edificios y de sus respectivos sistemas CVAA [calefacción, ventilación y aire acondicionado] sean limpiados de manera profesional para reducir el riesgo residencial a largo plazo antes de su rehabilitación”, se indica en el estudio, señalando la probabilidad de “efectos agudos o a largo plazo” derivados del polvo, que podría levantarse una y otra vez.
Nuevas investigaciones confirman que este coctel tóxico provocó un alza en los índices de cáncer. “Si comparas nuestros índices de cáncer con la población general de Estados Unidos, los nuestros son alrededor de diez por ciento más altos de lo esperado”, señala Prezant, del Departamento de Bomberos, que da seguimiento a los perfiles de salud de 15 700 bomberos y trabajadores de servicios de emergencia. “Si comparas dicho índice con nuestros datos anteriores al 11 de septiembre, los índices de cáncer son entre 19 y 30 por ciento más altos en nuestros bomberos”. Añade que los datos están cuidadosamente ajustados según la edad, la exposición y otros factores, de manera que “produzcan las cifras más conservadoras”.
Prezant también descubrió que los bomberos que trabajaron en la Zona Cero mostraban una reducción importante en su capacidad pulmonar. “Normalmente, en el caso de la exposición pulmonar, uno se recupera —dice—. Descubrí que su función pulmonar no se recuperaba, a pesar de recibir tratamiento y a pesar del paso del tiempo. Lo atribuyo a la naturaleza extremadamente inflamatoria del polvo que se encontró en el sitio del World Trade Center. Cuando se analizan [las partículas de polvo] bajo un microscopio, se muestran demasiado irregulares y están cubiertas de carcinógenos”.
Sin embargo, después de los ataques, el gobierno anunció repetidamente que el aire del área de 16 acres de la Zona Cero podía respirarse sin riesgos. Una semana después de que las torres fueron derribadas, Christine Todd Whitman, que en ese entonces era directora de la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA, por sus siglas en inglés), afirmó que el aire “no plantea ningún riesgo de salud”. Estaba equivocada. En ese momento, dicho organismo “no contaba con suficientes datos y análisis para realizar esa afirmación tan general”, de acuerdo con un informe publicado en 2003 por el inspector general de Estados Unidos. “El Consejo de la Casa Blanca sobre la Calidad Ambiental [durante el régimen de George W. Bush] influyó, a través del proceso de colaboración, en la información que la EPA comunicó al público a través de sus primeros comunicados de prensa, cuando convenció a dicho organismo de añadir afirmaciones tranquilizadoras y eliminar las de tipo preventivo”.
La Corte de Apelaciones de Estados Unidos determinó más adelante que Whitman no era culpable de las afirmaciones hechas por la EPA debido a que no tenía la intención de hacer ningún daño. Perez, el trabajador de rescate, aún siente amargura debido a las afirmaciones de la EPA. Él perdió a varios amigos que respiraron el polvo. “Nadie decía nada acerca de los químicos y de lo que significaba respirar las cenizas de tantas toxinas mezcladas con restos humanos —afirma—. Tenía amigos que habían desarrollado carcinomas en los pulmones, y muchos de ellos estaban en lo más profundo de la pila”.
LIMPIEZA SIN FIN: Soltes pasó casi nueve meses cavando entre los escombros. Actualmente sufre numerosos problemas de salud, entre ellos, cáncer y trastorno de estrés postraumático. Foto: Evin Yalkin para Newsweek.
DEMASIADO JOVEN PARA MORIR
Desde el 11/9, muchas de las personas que estaban en la Zona Cero se han dispersado a los 50 estados de la Unión, el Distrito de Columbia, Puerto Rico y más de 15 países, entre ellos, Canadá y el Reino Unido, así como a distintas partes de la zona continental de Europa y Oriente Medio, señala Farfel, director del Registro de Salud del World Trade Center. “Vemos a todos esos sobrevivientes con asma grave, problemas conductuales, estrés postraumático, problemas de abuso de sustancias y altos índices de cáncer”, declaró a Newsweek. “Actualmente, esto ha sido relacionado con los ataques y ha sido corroborado por distintos estudios”.
El registro es parte de una amplia red de clínicas y organizaciones posteriores al 11 de septiembre que pertenecen al Programa de Salud del World Trade Center. El programa recibe fondos públicos por parte del Instituto Nacional para la Seguridad y Salud Ocupacional del CDC, y consiste en un programa de respuesta para el rescate y la recuperación de trabajadores como Perez, así como un programa de sobrevivientes, con muy pocos miembros, para aquellos que vivían y trabajaban cerca de la Zona Cero. “Muchas de las personas que deberían incorporarse al programa no lo hacen porque piensan que otras personas lo necesitan más que ellas”, afirma Crane.
Nadie sabe a ciencia cierta cuándo el centro de Nueva York volverá a ser seguro, y algunas personas, como Bonilla, afirman que actualmente no lo es. Sin embargo, la gente expuesta directamente al desastre del World Trade Center y que puede demostrar que vivió o trabajó en el área entre el 11 de septiembre de 2001 y el 31 de julio de 2002, cuando terminó la limpieza, puede recibir tratamiento gratuito para una creciente lista de padecimientos relacionados con los ataques del 11/9. En diciembre, el Congreso volvió a autorizar un proyecto de ley para proporcionar servicios médicos y tratamiento gratuito a las personas que respondieron a la emergencia, así como a los sobrevivientes del 11 de septiembre, durante el resto de su vida. En el año fiscal de 2016, el Congreso gastará 330 millones de dólares en el programa. Esta cifra aumentará gradualmente a 570 millones para 2025.
A pesar de estos importantes recursos, señala Farfel, sigue siendo difícil lograr que las personas relacionen una enfermedad que podrían estar sufriendo actualmente con los ataques ocurridos hace 15 años. Farfel tiene un personal compuesto por unas cuantas docenas de individuos con sede en Long Island City, Nueva York, tratando de alertar a la gente acerca de los peligros de su exposición al sitio del World Trade Center y sobre cómo obtener tratamiento gratuito. Incluso tienen personas que hablan chino y español para llegar a los grupos menos privilegiados. “Es un verdadero desafío para nosotros. ¿Cómo hacer contacto con las personas y animarlas a que se inscriban, especialmente aquellas que quizá ya sufren algún padecimiento y se encuentran aisladas?”.
El objetivo de Farfel es limitar el número de personas que siguen muriendo debido a enfermedades relacionadas con el 11/9. Hasta julio de 2016, 1140 personas han muerto desde los ataques, la mayoría de las cuales trabajaban o vivían en el sitio o cerca de él, de acuerdo con datos del Programa de Salud del World Trade Center. Sin embargo, estos datos se basan solo en informes no solicitados, debido a que el programa no investiga datos de mortalidad, ni tampoco los analiza para investigar factores como la causa de muerte. El programa afirma que se centra exclusivamente en la supervisión de la salud y el tratamiento.
Es muy probable que el número de fatalidades sea mucho más grande que la cifra presentada. Se han incorporado menos de 10 000 personas consideradas elegibles para el programa de sobrevivientes. Esto significa que casi medio millón de personas expuestas a lo que los médicos denominan ahora “el área de desastre del World Trade Center” permanecen sin tratamiento y no se sabe nada de ellas. Se espera que la cantidad de atención que esta población necesitará durante la siguiente década será monumental, ya que los médicos observan que los periodos de incubación del cáncer pueden ser de hasta 15 o 20 años, un periodo que están alcanzando los pacientes. “Aunque esta población está envejeciendo —afirma Crane—, sigue siendo relativamente joven como para contemplar la posibilidad de morir”.
La edad promedio de los trabajadores de rescate se acerca a los 54 años, señala Andy Todd, covicedirector del Programa de Salud del World Trade Center del hospital Mount Sinai. Más de 86 por ciento de ellos son varones, y más de la mitad sufren de diversas enfermedades relacionadas con el World Trade Center. Menos de diez por ciento padece cáncer ahora mismo, dice Todd, pero conforme estas personas envejecen, él y Crane esperan que esa cifra aumente constantemente. “Si estuviste aquí, y especialmente si fuiste una de las personas que respondieron a la tragedia —señala Crane—, necesitas que te examinen”.
MIENTRAS CAÍAN LOS ESCOMBROS: Bonilla patrulló la Zona Cero durante meses y cuidó niños huérfanos. Ahora necesita una andadera. Foto: Evin Yalkin para Newsweek.
“ENCONTRARON ALGUNOS HUESOS”
Esta época del año siempre es la más difícil para los sobrevivientes del 11/9, afirma Perez, debido a que se sienten asolados por pensamientos y recuerdos perturbadores. Además del cáncer y otras enfermedades, dicen los médicos, muchos de ellos sufren de los mismos problemas de salud mental que los soldados que regresaron de Irak y Afganistán.
Gerasimczyk, el policía retirado, recuerda vívidamente haber estado a unos cuantos metros de la torre sur cuando cayó. “Estábamos justo a un lado de la Capilla de San Pablo cuando el primer edificio se vino abajo —explica—. Fue una pesadilla. Pensé: ya estamos muertos”. Había sido enviado al centro de la ciudad tan pronto como los aviones chocaron. Timmy Roy, uno de sus supervisores y sargento de la policía de Nueva York, hablaba por radio pidiendo ayuda desde la base de las torres. En los días que siguieron, Gerasimczyk y sus colegas buscaron a Roy entre los escombros y lo pusieron en la lista de personas desaparecidas. “Nunca volvimos a ver a Timmy —dice—. Encontraron algunos huesos. Y encontraron su pistola. Se había derretido”.
El duelo que aún siente por sus colegas perdidos como Roy hace que le resulte doloroso pensar acerca del aniversario de los ataques. “No puedo ver cosas en la televisión donde hablen de ello”, sentencia.
Desde el 11/9, Soltes, el oficial retirado de la Autoridad Portuaria, dice que ha batallado con la claustrofobia, el pánico y el miedo a las alturas, en parte debido a que vio a varias personas saltando de las torres en llamas. Sin embargo, no se arrepiente del tiempo que pasó en los esfuerzos de rescate de la Zona Cero. “Si me hubiera quedado viéndolo todo por televisión sin hacer nada me habría vuelto loco —dice—. Para mí, fue mejor haber estado ahí”.
Una noche, mientras excavaba entre los escombros, halló un portafolios completamente intacto. Dentro había un par de anteojos y un ejemplar de The New York Timescon fecha del 11 de septiembre de 2001. El hombre que había sido su propietario se encontraba en la lista de personas desaparecidas, por lo que Soltes y sus colegas pudieron devolverlo a la familia del hombre. “Cuando pienso acerca de haber estado allí, excavando entre los escombros de 3 a. m. a 7 a. m. —señala—, sé que todos y cada uno de nosotros lo haríamos otra vez el día de mañana”.
A pesar de su enfermedad y de los dolorosos recuerdos, Perez siente lo mismo. Nunca publicó las fotos que tomó el 11/9. Las mantiene como una forma de tratar de sanar y aceptar lo que ocurrió. “He ido al sitio y llevo conmigo mi álbum de fotos. Pienso: estoy parado justo aquí, donde estaba en aquel entonces”.
Es menos seguro que sane del daño físico que padece. “Solo pido que me mantengan en sus oraciones. Manténgannos a todos en sus oraciones concluye—. Todos las necesitamos”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek