AUN EN EL PUNTO MÁS ALTO DEL VERANO, cuando la capa superior de El Cairo desciende en la cercana costa del Mediterráneo, el arsenal a cielo abierto más grande del mundo sigue siendo un lugar tenebroso. Con hasta 17 millones de minas terrestres enterradas en las arenas del noroeste de Egipto, nadie pone un pie más allá de las fronteras claramente definidas. Hogar de lo que es probablemente el campo minado sin explorar más grande del mundo, el área es un sobrecogedor recordatorio de la ferocidad de la Segunda Guerra Mundial. Fue escenario de intensas acciones a principios de la década de 1940, cuando los británicos buscaban frenar el avance de los nazis, y los ejércitos alemán, británico e italiano enterraron millones de toneladas de explosivos mientras combatían unos con otros por todo el norte de África. Sin embargo, no fue sino hasta hace poco tiempo que las minas terrestres del Sahara empezaron a convertirse en un problema principalmente para los beduinos locales, que son de las pocas personas que viven en el área; desde 2006, más de 150 personas han muerto.
Sin embargo, recientemente, conforme el Estado Islámico u otros grupos yihadistas han aumentado su presencia en la región, unas cuantas personas se han dado cuenta del poder potencial de esta enorme reserva de explosivos. Funcionarios militares y civiles de El Cairo dicen que el Estado Islámico y otros grupos ya han desguazado estas viejas minas y usado sus componentes para construir bombas y artefactos explosivos improvisados. “Hemos recibido al menos diez informes del ejército que dicen que los terroristas utilizan minas”, afirma Fathy el-Shazly, exembajador de Arabia Saudita que hasta hace poco se desempeñaba como el zar de la remoción de minas terrestres de Egipto.
El fenómeno, afirma, comenzó en 2004, cuando los extremistas mataron a 34 personas en el balneario del Taba en el Sinaí con siete bombas construidas a partir de viejas municiones, y ello se ha convertido en una práctica relativamente común conforme la seguridad se ha reducido en varias partes de Egipto, especialmente desde que Ansar Beit al-Maqdis, el gripo yihadista local más prolífico, juró lealtad al Estado Islámico a finales de 2014.
Dada la enorme cantidad de municiones modernas que están disponibles en la región, podría parecer inusual que algunos grupos extremistas y bandas criminales se interesen en los restos de un conflicto distante. Desde Arabia Saudita, el segundo mayor importador de armas, hasta Libia, cuyo pequeño ejército alguna vez tuvo al menos tantas armas como el ejército británico, Oriente Medio y el Norte de África están inundados de armamento avanzado.
Sin embargo, para grupos como el novel afiliado al Estado Islámico, que opera en el vasto interior de Egipto, así como en Libia, una bomba es una bomba. Con los constantes problemas de suministros, la tentación de hurtar las reliquias de la guerra de Hitler ha resultado ser demasiado fuerte como para resistirse a ella.
Más recientemente, en marzo, un ataque yihadista de artefactos explosivos improvisados contra un convoy del ejército cerca de la costa del Mar Rojo en Egipto, en el que murieron cinco personas, fue atribuido a explosivos extraídos de viejas minas. Oficiales del ejército, que recientemente habían recibido una entrega de más de 700 vehículos resistentes a minas, provenientes de Estados Unidos, para ayudarlos a combatir un movimientos insurgente en el norte del Sinaí, tratan de contener la amenaza, con resultados mixtos.
La extracción de esas minas es una tarea muy peligrosa. Sin embargo, los residentes de los pueblos que rodean Marsa Matruh, a 209 kilómetros al este de la frontera con Libia, son muy pobres, pues el grueso cinturón de explosivos que rodea la zona, en un área de cuatro kilómetros en tres direcciones, ha impedido el desarrollo; por esa razón, para algunas personas el riesgo de desenterrar estas minas bien vale la recompensa. “Hacen esto debido a que no tienen ninguna otra forma de ganarse la vida”, dice Abdul Moneim Waer, quien perdió tres dedos debido a una mina cuando era joven y que ahora hace campaña para crear conciencia de las minas terrestres en El Alamein.
Egipto no es el único país de la región en el que el armamento de la Segunda Guerra Mundial se ha abierto camino de vuelta al mercado. Investigadores de armas de Irak documentaron recientemente la existencia de un rifle Lee-Enfield de 1942 que los peshmerga kurdos capturaron de manos del Estado Islámico en la ciudad de Tuz Khurmatu, en el norte del país. En Mali, las autoridades han desenterrado una gran variedad de armas mortales, entre ellas, un arsenal de más de 10 000 armas europeas antiguas. Videos tomados en Siria sugieren que un grupo rebelde tiene al menos un obús de la década de 1940.
Y luego está el territorio sin ley de Libia, donde los investigadores de armas han encontrado un amplio suministro de armamento que perteneció a los Aliados y a los países del Eje. “Hemos visto varias docenas de revólveres británicos Webley que se encontraban o se encuentran a la venta, y también algunas carabinas de la caballería italiana, algunas pistolas Mauser y Bren”, afirma N. R. Jenzen-Jones, de Armament Research Services, una empresa de consultoría de armas independiente que trabaja en un informe acerca del uso de armas “antiguas” en las guerras modernas.
Pero lo que hace que las minas terrestres de Egipto sean tan problemáticas, además de su enorme volumen, es que protegen a los contrabandistas y a los yihadistas que penetran en el territorio, provenientes de la frontera libia. Al contratar a guías locales, convoyes de SUV se abren camino cuidadosamente a través de partes del país que están llenas de minas terrestres. Debido a que no temen tropezarse con patrullas del ejército, las cuales no se quedan en las áreas contaminadas, la zona “se ha convertido en un refugio para ellos”, señala Shazly.
Por motivos de seguridad, así como para liberar las considerables reservas de petróleo que, según se dice, yacen bajo el área, las autoridades egipcias dicen que han acelerado los esfuerzos de remoción. Se han retirado tres millones de minas desde 1981, y el gobierno afirma que el resto será recogido en un lapso de tres años.
Para los habitantes del desierto, nada de esto ocurrirá lo suficientemente rápido. Han visto cómo trabajadores petroleros estadounidenses y croatas han sido secuestrados y asesinados durante los últimos dos años, en un momento en que los yihadistas lanzaron varios mortíferos ataques a gran escala contra el ejército egipcio.
En ocasiones, las acciones del gobierno han complicado el problema. Ocho turistas mexicanos fueron asesinados el año pasado cuando un helicóptero del ejército los confundió con yihadistas y abrió fuego con cohetes y una ametralladora. Unos meses antes, un equipo de exploración petrolera perteneciente a una empresa francesa escapó por poco de un destino similar, declaró a Newsweek un trabajador petrolero estadounidense con la condición de permanecer en el anonimato. Desde entonces, las empresas de energía colocan banderas de colores en sus jeeps cuando se encuentran en áreas restringidas.
Sin embargo, la mayoría de los beduinos reservan su verdadera ira contra aquellos que plantaron esos artefactos asesinos hace tantos años. Ahmed Amer, director de la Asociación de Sobrevivientes de Minas Terrestres de Marsa Matruh, que cabildea a favor de los derechos de las víctimas, culpa a las potencias europeas que fueron responsables de arrojar la mayor parte de las municiones. ”No puede simplemente venir aquí y luego irse —dice—. Deben limpiar todo esto”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek