El niño de siete años casi no tenía piel cuando llegó al centro de atención de quemaduras de un hospital alemán, en junio de 2015, y durante meses los médicos lucharon por mantenerlo vivo. Padecía una enfermedad de la piel rara y fatal que provoca la aparición de terribles ampollas, pero actualmente asiste a la escuela y es un feliz jugador de futbol. Es capaz de hacer esto porque una nueva piel genéticamente modificada cubre la mayor parte de su cuerpo.
Un equipo de médicos logró la asombrosa hazaña de modificar genéticamente una pequeña sección de la piel de este pequeño que corrigió la mutación de un gen llamado LAMB3. El niño aún padece esta enfermedad debilitante, llamada epidermólisis ampollosa juntural (EAJ), y algunas de las células de su cuerpo todavía contienen el gen mutado, pero este no existe ya en prácticamente ninguna de las células de su piel.
Identificada por primera vez a finales del siglo XIX, la epidermólisis ampollosa puede identificarse fácilmente por las ampollas de apariencia grotesca y sanguinolenta que provoca en todo el cuerpo. Esta enfermedad es resultado de mutaciones en proteínas que mantienen unidas las distintas capas de la piel humana. Existen variantes de esta enfermedad, las cuales dependen de la proteína afectada. Algunas de ellas mantienen unidas las células de la capa superior (epidermis), otras hacen lo mismo en la capa inferior (dermis). Otras de ellas unen a ambas capas: estas proteínas son las que resultan afectadas en la EAJ. Dado que las proteínas afectadas son de distintos tipos, una persona con uno de los tipos de esta enfermedad puede lucir distinta de otra. Por ejemplo, una persona cuyas proteínas dérmicas padecen una mutación tendrá una cicatrización más permanente que alguien cuyas capas epidérmicas se encuentran perturbadas.
Es posible que las ampollas sean el síntoma más visible, pero no necesariamente el más mortal. Cuando la piel de un paciente se ve constantemente en riesgo, y dado que la proteína mutante puede encontrarse en otras partes del cuerpo, se presentan otros problemas. “Cuando una persona no tiene piel, pierde las proteínas de esta, pierde sangre, se vuelve anémica”, dice la doctora Anne Lucky, directora médica del Centro de atención de la Epidermólisis Ampollosa del Hospital Infantil de Cincinnati. Y la piel no es el único tejido afectado por la EAJ. “Muchos de esos niños desarrollan problemas en las vías respiratorias: estas tienen vasos y tejidos sanguíneos excesivamente desarrollados, lo que se conoce como tejido granular, que obstruye su respiración”.
Dicha proteína también es necesaria para el correcto funcionamiento del tejido epitelial de los pulmones, por lo que la EAJ suele ser cruelmente mortal para los recién nacidos. “Es como si estos bebés se fueran apagando”, afirma Lucky. Este abatimiento es muy difícil de observar para los padres y los médicos. “Estos padres deben tomar terribles decisiones”.
La piel que habitan
Hasta hace poco tiempo, el tratamiento para la EAJ era casi tan sofisticado y útil como colocar una bandita adhesiva en una herida de bala, dice el doctor Dr. Peter Marinkovich, especialista e investigador en dermatología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Stanford. Los pacientes con EAJ pueden gastar decenas de miles de dólares cada año solo en vendajes. “Tienen una vida muy triste. Sienten dolor todos los días. A todos nos frustra que no existan tratamientos más específicos”, explica.
Ahora, gracias al caso de ese niño de Alemania, podría haber esperanza para miles de personas que padecen la misma enfermedad. Sus médicos probaron varios tratamientos experimentales, entre ellos, un trasplante de piel donada por el padre del pequeño. Sin embargo, nada de ello funcionó. “Tras dos meses, estábamos absolutamente seguros de que no podíamos hacer nada por este niño, y que acabaría muriendo”, dice el Dr. Tobias Rothoeft, uno de los médicos que lo atendió.
El equipo médico contactó al doctor Michele de Luca, un investigador en terapia genética que había estudiado una técnica de injerto de piel en el Centro de Medicina Regenerativa de la Universidad de Módena y Reggio Emilia, en Italia. “Prometió que nos daría la suficiente piel para sanar a este niño”, recuerda Rothoeft.
Y lo hizo.
El equipo de De Luca tomó pequeñas muestras de la piel que aún le quedaba al niño y utilizó un virus para insertar una versión sana del gen LAMB3 dentro de las células de la piel. A partir de esas pequeñas muestras, el equipo elaboró hojas de células hasta que tuvieron el tamaño suficiente para cubrir completamente un plato de plástico. Posteriormente, desarrollaron piel suficiente para cubrir 80 por ciento del cuerpo del niño. Con el paso de los meses, el equipo colocó grandes parches de la piel desarrollada en el laboratorio sobre las heridas abiertas del niño y les permitió adherirse a su cuerpo. El niño fue dado de alta en febrero de 2016. El equipo que lo trató publicó detalles de su caso y el tratamiento en la revista Nature de principios de noviembre.
La técnica básica para realizar injertos de piel, sin la innovadora terapia genética realizada por De Luca, se usa actualmente para atender a víctimas de quemaduras. Y otros investigadores han hecho lo mismo con pacientes con EAJ, utilizando parches mucho más pequeños. Sin embargo, esta fue la primera vez en que las células de piel genéticamente modificadas se extienden más allá de las áreas del trasplante original.
Marinkovich y sus colegas han trabajado en tratamientos similares para sus pacientes de Estados Unidos. El año próximo comenzarán los ensayos de la Fase III, que es uno de los últimos pasos antes de presentar el tratamiento ante la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos para su aprobación. De Luca también lleva a cabo pruebas clínicas.
Este tratamiento no está exento de riesgos. En teoría, dice Marinkovich, el sistema inmunológico de una persona puede atacar a la nueva piel, o esta puede convertirse en un cáncer (estos pacientes son particularmente propensos a ciertos tipos de cáncer, señala De Luca, aunque la razón no está del todo clara). Sin embargo, los médicos del niño no han notado ninguna respuesta inmunológica y observarán atentamente su nueva piel. Los médicos del chico alemán seguirán supervisando sus avances conforme él crezca, al igual que Marinkovich y todas las demás personas relacionadas con el área, entre ellas, sin duda, otras personas con epidermólisis ampollosa juntural.
“Pienso que quizá no podemos decir que es una cura”, dice Marinkovich. “Pero probablemente nos estemos acercando a una”.