Nadie duda como Adalberto Pérez. Nadie evita la mentira como Alicia Covarrubias. Alicia nunca miente, la novela más reciente de Jorge F. Hernández, enlaza a estos dos personajes en una historia de amor poco convencional, en donde ambos se proponen buscar juntos su verdad.
Además de narrador, historiador y ensayista, Jorge. F Hernández, quien se considera guanajuatense por su extensa familia y cuevanense por culpa de Jorge Ibargüengoitia, se ha desempeñado como locutor, periodista y funcionario público. Fue reconocido por su tesis con el Premio Nacional de Historia Regional con mención honorífica y el Premio Nacional de Cuento Efrén Hernández por su relato “Noche de ronda”.
Es autor de cinco libros de cuentos, dos volúmenes de “cuentínimos” y seis libros de ensayo y crónica. Este año irrumpe en la escena con una novela fuertemente influenciada por su propia vida y sus síntomas de escepticismo que, en sus palabras, comparte con millones de personas.
Adalberto Pérez, el protagonista de Alicia nunca miente (editorial Alfaguara), encara el límite máximo de la duda. El punto de no retorno es la ruptura de una relación de varios años, que lo lleva a dudar de todo. Se da cuenta de que su identidad y su entorno están colmados de mentiras, desde apellidos falseados y un registro civil dudoso hasta detalles cotidianos como si un licuado de fresa se hubiera hecho realmente con fruta o con simples saborizantes.
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Adalberto desarrolla una obsesión hilarante al comienzo e incómoda a la larga. “La enfermedad empieza a invadirle y para colmo de su biografía, se topa con una mujer que se llama Alicia y que no dice mentiras” detalla el autor. “Y ahí se complica la situación, porque la moraleja sería: hay cosas que no te conviene andar preguntando. Hay verdades que no te conviene saber”.
Alicia Covarrubias es una española que en la primera versión de la novela se llamaba Elena, pero que cambió de nombre debido a que, al escribir, el autor pensó mucho en Alicia en el País de las Maravillas y las maravillosas mentiras que nos tragamos. Ella surge como una alusión a la verdad y resulta encantadora para los lectores.
“Alicia se vuelve un personaje muy entrañable porque le pone límites a Adalberto, no se anda con rodeos. Y también ella le cuestiona: ¿qué vas a ganar con tus libretas? Es decir, este cuate se la pasa anotando puras falsedades y lo que le diría cualquier persona es: bueno, Adalberto, ¿y qué vas a hacer con eso?”.
Con libretas repletas de falsedades, la duda se vuelve divertida y espontánea, hasta que llega a hartar. Hasta que la búsqueda por la verdad convierte al protagonista en un ser intratable, al que ya no se puede llevar con nadie. Todo el mundo lo alucina. ¿Qué se hace entonces cuando todo es mentira? ¿Cómo se vive consciente de que nada es verdad? De eso se trata esta novela.

“ESTÁ MAL QUE NOS DIGAN MENTIROSOS A LOS ESCRITORES”
Entre las consideraciones de la verdad y la mentira, Hernández destaca el pensamiento de mucha gente al señalar a los escritores de novelas como escritores de mentiras. “Si le dices eso a Miguel de Cervantes, que es un amigo mío personal. Si tú le dices: ‘Don Quijote es una mentira. No existió’. Él se ofendería muchísimo porque te diría: existe cada vez que lo leas”.
Es ahí donde radica la gran diferencia entre otros dos personajes de la novela, que están, al igual que muchos otros detalles, relacionados con la vida personal del autor y se les rinde homenaje. El tío Carlos, por un lado, quien resulta ser un mentiroso a secas. Y el tío Pepe, por otro lado, un mitómano.
“Hay una gran diferencia entre decir mentiritas, que además a veces no te salen bien. Y la otra es cuando el mitómano te inventa todo un cuento. Y está mal que nos digan mentirosos a los escritores, porque en realidad lo que nosotros estamos haciendo es ficción. Y hay novelas que, si te logran atraer, si te logran imantar, ya te metes en ese reino de Narnia y nadie te saca porque ya te la creíste, ya estás metido ahí. Y eso es la magia de la ficción”.
En contraste con la ficción, en la actualidad surgen nuevas formas de mentir. Con la inteligencia artificial cambiando la percepción y valor del arte y las nuevas formas de convivir con la tecnología, el ser humano se planta ante un entorno que no podría llamar una mentira, pero tampoco una verdad.
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“Se nos vino encima una época en que hay jovencitos que ven un video de inteligencia artificial y te dicen: ‘Vi un video donde está cantando John Lennon con Paul McCartney una nueva canción’. Y lo malo de ser viejo es que tenemos el doloroso deber de decirle a ese joven: ‘Oye, mira, lo que viste, a lo mejor la parte de Paul sí es un video, pero a John lo mataron en 1980. Yo lloré, yo guardé luto, yo estaba en la UNAM, duré tres días sin dormir, y lamentablemente lo que estás viendo es una ficción’”.
Y el fenómeno no es exclusivo del entretenimiento, detalla el autor, pues así como nos sumergimos en una actualidad en donde muy pronto las películas podrían incluir actores muertos, revividos por la magia digital, y se podrá acudir a conciertos con hologramas, también vemos el comienzo de la deshumanización de las relaciones humanas con parejas virtuales.
“Nuestro deber es por lo menos aclarar que eso no es verdad. No proclamar una verdad inapelable, sino simplemente decir: ‘Ojo, eso no es verdad’. Si tú estás de acuerdo en tomar un café que en realidad no es café, pues gózalo. Si tú quieres pagar dinero para ver en el escenario a Vicente Fernández, ojo, don Vicente ya no está, lo que vas a ver es una proyección. Entonces, yo me tengo que decir a mí mismo: no te la creas”.
JORGE F. HERNÁNDEZ Y LA CONCEPCIÓN DE LA MENTIRA
En este sentido, un detalle de la novela que puede llamar la atención de los lectores es el descubrimiento de que la mentira no es únicamente mexicana. No hay una única víctima de las mentiras. “En España también hay libretas y libretas y libretas de mentiras. Es un fenómeno mundial y no es nada nuevo. Antiguamente se resolvía de otra manera. Es decir, tú podías echarte una mentira y a lo mejor alguien lo interpretaba como una visión mística. En realidad, estabas mintiendo. Y en esta época de la verificación, yo creo que hacía falta una novela como esta”.
Al ser la mentira un hecho universal, el autor destaca los dichos de Trump como un ejemplo del alcance de las falsedades en Estados Unidos. En México, señala, es preciso voltear a mirar a colectivos que encaran la realidad más cruda y violenta del país: las desapariciones.
“Las madres buscadoras han sido cuestionadas como buscadoras y como madres. Esto es muy delicado porque estamos hablando de personas que perdieron hijos. Y eso no tiene nombre. Si se muere tu marido, te vuelves viuda. Si se mueren tus padres, te vuelves huérfana. Pero si pierdes un hijo, ¿cómo te llamas? ¿Cómo se le dice a eso? No hay una palabra en el idioma, ni en inglés. Hemos vivido una época en donde la falta de moral y de respeto crea un clima muy peligroso”.
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De seguir por este camino, reflexiona Hernández, las mentiras serán no solo más descaradas cada vez, sino que la verdad dependerá de las percepciones subjetivas de cada persona y no de hechos palpables e inobjetables: lo que considere uno que significa fumar, lo que considere otro que significa un penalti, el consenso al que lleguen algunos sobre las corridas de toros, con o sin toros.
La banalización de la verdad, al igual que la mentira, no es algo nuevo. En el deporte, detalla el autor, se tiene a jugadores que portaban cierta camiseta y, una vez que se les llegó al precio, vistieron la camiseta del rival como si nada.
“Y al niño que le encanta el futbol como un sueño, ya lo jodiste, ya le partiste el alma. Eso ya se ha visto en la política. ¿Cómo es posible que un señor, por muy preparado que esté, diga: yo puedo ser director de Pemex, aunque no soy ingeniero petrolero? ¿Pero, si te late, luego me pasas a educación? Y si no cuajo en educación, ¿por qué no me haces secretario de la Marina?”.
A pesar de lo normalizadas que tenemos estas falsedades, el autor destaca la importancia de recalcar que las cosas no son ni se hacen así, pues, en palabras de Jorge F. Hernández, “ese tipo de cochupos, de arreglos, de mentiritas, de promesas vanas, cobran rédito. Al final eso se cobra”. N