Pasé muchos años dejándome arrastrar por la marea del éxito corporativo. Grandes escenarios, aplausos constantes, elogios y reconocimientos interminables debido a mis conocimientos sobre la experiencia del empleado.
Era tal mi obsesión con la experiencia en el lugar de trabajo y la cultura corporativa que mis colegas terminaron por darme el título de “Sr. Experiencia del Empleado”, nombre que me catapultó a los escenarios y a las salas de consejo internacionales.
Mis libros, charlas e ideas sobre la experiencia del empleado tuvieron repercusiones globales y me posicionaron como uno de principales pensadores de mi campo. Para muchos, había alcanzado el éxito. Para mí, aquello no es más que una parte de mi historia.
Lo que casi nadie sabe es que aquel torbellino de logros me lanzó contra un muro. Aún recuerdo, claramente, una época que me estremeció hasta la médula; un periodo que ocurrió justo en uno de los momentos más álgidos de mi carrera. En 2021, la clasificación Thinker50 (que The Financial Times considera “el premio Óscar del pensamiento gerencial”) me reconoció como uno de los pensadores emergentes más importantes del sector en todo el mundo; y también fui finalista en el galardón Distinguished Achievement Award, otorgado ese año a Reed Hastings, director ejecutivo de Netflix.
MI CONOCIMIENTO EN EXPERIENCIA DEL EMPLEADO ME LLEVÓ A LAS NUBES
Todo apuntaba a que me había abierto paso hasta los niveles de gestión más altos del planeta, e incluso obtuve el reconocimiento de mi sector —recursos humanos— cuando la revista HR Magazine me designó uno de los pensadores más influyentes en ese campo durante la premiación que se llevó a cabo en uno de los edificios históricos más ilustres del mundo: la catedral de San Pablo en Londres, Reino Unido.
Pese a todo lo anterior, no dejaba de embargarme la sensación de que mi viaje no había terminado; de que no había llegado al final del camino. En vez de aceptar mis logros y sentirme satisfecho, no podía quitarme de encima un sentimiento de inconformidad que me hacía cuestionar: “¿Es todo lo que hay?”. No era agotamiento profesional o personal, sino algo mucho más difícil de expresar. Como si hubiera algo más allá de mi historia.
En ese momento me di cuenta de que necesitaba alejarme de todo. No solo de los eventos de alto perfil, sino también de la estructura sobre la cual había construido mi carrera. Necesitaba libertad, pero no como la que describen los libros. Sino la libertad de buscar un horizonte nuevo cada día.
QUERÍA SABER QUÉ QUEDABA DE MÍ
Fue por ello que decidí desmantelar mi vida. En 2017 empecé por renunciar a un montón de cosas, incluidos mi empleo y mi apartamento; doné todos mis trajes; me despojé de las pertenencias que no consideraba indispensables para vivir. Y en 2018 comencé un negocio propio. Quería saber qué quedaba de mí sin verme rodeado de todos esos símbolos del “éxito”. Quería averiguar quién era yo realmente.
Aquel fue el primer chispazo de la libertad y la autonomía que tanto anhelaba, y a partir de ese punto emprendí la transformación total de mi vida. Después de casi regalar mi apartamento opté por invertir el dinero en un estilo de vida alternativo que nada tuviera que ver con la vivienda convencional.
Iniciar mi vida de nómada fue como saltar a un precipicio. Nada de salas de consejo, nada de agendas cuidadosamente organizadas, nada de ovaciones y aplausos. Éramos solo yo y la inmensidad de lo desconocido. Así empecé a trabajar en lugares apartados donde no existían las reuniones de trabajo y la conexión a internet era un lujo.
CADA DÍA DEDICO TIEMPO A DISFRUTAR DE LA EXISTENCIA SIMPLE
Como nómada he descubierto que la libertad, la comunidad y el deseo de aventura son elementos muy importantes para un estilo de vida positivo. Mi día típico consiste en migrar, meditar, hacer algo de ejercicio y trabajar en mi negocio (así como ofrecer algunas conferencias, capacitación, investigación y escribir sobre la experiencia humana/laboral). Eso sí, cada día dedico también algún tiempo a la silvicultura natural, a sociabilizar con amigos y familiares, y a disfrutar de todos los momentos que brinda una existencia simple y minimalista.
De esa manera encontré algo que había perdido: el valor real de las conexiones humanas, sin filtros. Y, aún más importante, la inmensa belleza de la vida. Pocas cosas son más satisfactorias que sentarme en la cima de una montaña para, simplemente, ser y rodearme de paz.
Esto ha sido mucho más auténtico que todo lo que hice antes, y pretendo incorporarlo profundamente en mi vida. He podido restablecer mi conexión con el planeta y la naturaleza, lo cual me ha conducido a cuestionamientos cada vez más profundos sobre la experiencia humana.
MIS DÍAS DE PERSEGUIR EL ARCOÍRIS HABÍAN TERMINADO
Algo que me ha sorprendido sobremanera es que no he abandonado mi propósito. Lo que ha cambiado de la manera de alcanzarlo. Sigo trabajando y continúo con mi misión de ayudar a los empresarios a crear experiencias laborales positivas, pero ahora lo hago mediante presentaciones de alto impacto y coaching a través de esquemas presenciales ajenos al círculo vicioso del horario de trabajo convencional. Y eso me ha permitido asimilar plenamente la experiencia de vivir sin estar anclado a un lugar físico, con muy buenos resultados.
La decisión de abandonar mi trayectoria profesional no nació del deseo de buscar una definición de éxito que me resultara más adecuada. La realidad es que mis días de perseguir arcoíris habían terminado. Porque el arcoíris era yo mismo.
Mi vida de nómada no es una renuncia de mi pasado, sino la combinación de ese pasado con experiencias que trasciendan los roles corporativos. Ya no soy el “Sr. Experiencia del Empleado”. Hoy soy un alma nómada, un vagabundo que vive completamente feliz en los caminos. Esto es lo que debí ser siempre y lo que, de paso, me permite tener un impacto aún mayor en el mundo.
LOS RECONOCIMIENTOS POR LA EXPERIENCIA DEL EMPLEADO YA SON COSA DEL PASADO
Ahora dedico mis días a desplazarme en camioneta entre —y, a menudo, más allá de— tres países: Gales, Inglaterra y Francia. Y las estaciones determinan la “modalidad” de mi estilo de vida porque, aunque muchas veces puedo acampar en hamacas, a menudo debo ocupar la tienda de campaña instalada sobre el auto o refugiarme en algún otro tipo de residencia nómada. Hasta ahora este ha sido el periodo más satisfactorio de mi existencia.
Así que, aquí me tienes, en algún punto de un camino que siempre está cambiando. Los reconocimientos y homenajes ya son cosa del pasado, es verdad. Pero, a cambio, he encontrado algo mucho más rico: la libertad de vivir como quiero. Y, lo más importante, de disfrutar de la experiencia humana. N
—∞—
Ben Whitter es autor de la aclamada trilogía Employee Experience, que incluye Employee Experience (2019), Human Experience at Work (2021) y Employee Experience Strategy (2023). Su liderazgo intelectual ha sido objeto de editoriales en publicaciones como The Times, The Telegraph, BBC, Forbes, The Financial Times y The Economist. Ben goza de amplio reconocimiento por su investigación innovadora en el campo de la experiencia del empleado (EX), y comparte sus conocimientos a través del coaching ejecutivo. Todas las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor. Publicado en cooperación con Newsweek. Published in cooperation with Newsweek.