En tiempos del Virreinato, lo que hoy es Santa María la Ribera surgió como la primera
colonia construida más allá de la traza original de la Ciudad de México. Sus calles y manzanas, junto con su alameda, sigue la forma reticular de la antigua metrópoli.
De acuerdo con
Salvador Novo, la nomenclatura de sus calles se debía a que “la botánica
forestal alternaba en Santa María La Ribera con la floricultura –chopos,
cedros, naranjos, pinos, nogales”.
Durante
la época virreinal se fundaron aquí importantes construcciones barrocas como el
Templo de San Cosme y Damián y la Casa de los Mascarones, la antigua residencia
que perteneció a los condes del Valle de Orizaba en el siglo XVIII.
A mediados del siglo XIX, favorecidos por la
desamortización de los bienes eclesiásticos y las Leyes de Reforma (decretadas
por Benito Juárez), los hermanos Flores establecieron la primera empresa
inmobiliaria de México en la colonia Santa María La Ribera. En 1861 se
fraccionaron varias haciendas y los ranchos asentados en la zona.
El crecimiento de la colonia fue
lento hasta la época del porfiriato, cuando se pavimentaron las calles y se
instaló la energía eléctrica. De aquella época datan la mayoría de las
construcciones con pequeños patios centrales y detalles de estilo ecléctico en
puertas y ventanas. Además, se construyeron edificios y monumentos por las
fiestas del centenario como el actual Museo Universitario del Chopo, el de
Geología, con una interesante fachada renancentista, y el Kiosco Morisco.
El barrio mágico de Santa María La Ribera ha sido hogar de personajes importantes de la vida cultural de México como el Doctor Atl, Amado Nervo, Enrique González Martínez y Mariano Azuela, entre otros. Fue en la zona, cantando en el Salón París, donde José Alfredo Jiménez comenzó su carrera artística.
Santa María La Ribera es hoy una de las colonias
más tradicionales de la ciudad, donde los comercios familiares se ubican en
antiguas casas y monumentos que aún reflejan su esplendor del pasado.