El jueves, el Grupo
Internacional de Apoyo a Siria (ISSG) —un grupo de 17 potencias
internacionales— delinearon su acuerdo para presionar por un “cese de
hostilidades” en Siria dentro de una semana. Si se implementa, el trato, que
también incluye disposiciones sobre el acceso humanitario, tiene el potencial
de salvar vidas y paliar el sufrimiento. Pero sus disposiciones son vagas,
dejando puntos clave abiertos a la interpretación incluso si se promulga.
De manera crucial, hay
pocos indicios de que el desacuerdo sustancial entre las posiciones de Rusia y
EEUU sobre quién puede considerarse un grupo de oposición legítimo ha sido
superado. Sin tal acuerdo, el anuncio del ISSG no es sino otra oportunidad
perdida, y una excusa para el asalto continuo contra la oposición moderada.
En sus comentarios a la
prensa, John Kerry, secretario de estado de EEUU, aceptó que el acuerdo
actualmente es “palabras en papel” que necesitan traducirse en “acciones en el
terreno”. Su anuncio fue recibido con optimismo cauteloso, pero este se ha
disipado en los días transcurridos, ya que Rusia aumentó su bombardeo contra
las fuerzas de la oposición dentro y alrededor de Alepo.
Cinco días antes de la
fecha planeada de implementación para el cese de hostilidades, hay la sensación
de que hemos visto esto antes. Las disposiciones del acuerdo tienen un parecido
notable con los términos de la Resolución 2254 del Consejo de Seguridad de la
ONU, aprobada en noviembre de 2015. Esa resolución también pedía el cese
inmediato de las hostilidades y acceso humanitario sin restricciones.
Simplemente nunca se ha implementado.
La impresión que dio el
fracaso de las conversaciones en Ginebra previamente este mes es que el régimen
y sus partidarios rusos vieron poca necesidad de aceptar un cese al fuego o
acceso humanitario cuando estaba teniendo avances importantes en el terreno. La
trayectoria del conflicto indicó que la posición de negociación de la oposición
solo se debilitaría con el tiempo, dando pocos incentivos para que Rusia y el
régimen propusieran un acuerdo ahora. Cuando el enviado especial de la ONU,
Staffan de Mistura, anunció que las conversaciones se suspenderían hasta el 25
de febrero, después de que no hubo un progreso en las conversaciones iniciales,
siempre cabía la posibilidad de que los rebeldes regresarían a Ginebra en una
posición peor de la que se fueron.
Así, ¿qué ha cambiado
desde entonces? Dos novedades merecen mencionarse. Primero, el régimen ha
tenido avances importantes en el terreno en la provincia de Alepo, donde, de
manera crucial, ha cortado las líneas de abastecimiento rebeldes con Turquía y
se ha acercado al punto en que ha rodeado la ciudad. Un cese de las
hostilidades presuntamente congelaría estos avances y evitaría cualquier
inversión. Rodear la ciudad es muy diferente de capturarla. Muchos dudan de la
capacidad del régimen y su coalición internacional de Hezbolá y milicias
chiitas iraníes e iraquíes para llevar a cabo semejante operación, la cual
tendría un costo alto.
Segundo, y tal vez más
crucial para las discusiones de Múnich, la polémica por los despliegues de
tropas saudíes, turcas y de los EAU en Siria amenazó con escalar más la lucha,
a un conflicto regional más abierto y directo. Semejante escalamiento
complicaría aún más la situación en el terreno y resultaría en un aumento aún
mayor en la destrucción y tragedia humana. El acuerdo del ISSG presuntamente
previene tal acontecimiento, por lo menos en el plazo inmediato.
En espera de la
implementación, la cuestión clave radica en establecer a quién se aplicará el
cese. El acuerdo dice que se aplicará a “cualquier parte actualmente
involucrada en hostilidades militares o paramilitares contra cualquiera de las
partes salvo Daesh, Jabhat al-Nusra, u otros grupos designados como
organizaciones terroristas por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas”.
Esto sigue siendo un punto a debatir entre EEUU y Rusia.
Aun cuando hay un
consenso sobre la aplicación de esa clasificación a EI y la filial de Al-Qaeda,
Jabhat al-Nusra, Moscú ha clasificado de manera consistente a otros grupos
rebeldes como Jaysh al Islam y Ahrar al Sham como “terroristas” mientras que la
clasificación internacional ha variado. Para los partidarios de la oposición,
el enfoque ruso es visto como parte de una política para reforzar el gobierno
de Bashar al-Assad mediante el debiltamiento a la oposición siria moderada.
Si el cese de las
hostilidades no se aplica a estos grupos, entonces no será visto como creíble
por la oposición. De forma similar, si resultan ciertos los rumores de que
Rusia considera que Alepo está bajo el control de Jabhat al-Nusra y por lo
tanto es un objetivo incluso si se llegara a un acuerdo de una lista mutuamente
aceptable de grupos “terroristas”, entonces el cese se vería minado por entero.
En una señal de la
importancia esencial del asunto, el Presidente Barack Obama supuestamente llamó
al Presidente Vladimir Putin el fin de semana para instar a Rusia a darle un
respiro a la oposición moderada. Aun así, hay pocos indicios de que Rusia esté
preparada para ceder en este aspecto, lo cual tiene todavía más importancia que
la implementación solo del cese de las hostilidades. Abrir camino en el impasse
por las designaciones “terroristas” le daría claridad a la campaña de EE UU
para degradar y destruir a EI, un elemento central de la política de EEUU en
Oriente Medio que está obstaculizado por el desacuerdo entre EEUU y Rusia.
El acuerdo del ISSG
ofrece un preludio a un avance diplomático potencial, en vez de un avance per
se. Por las razones esbozadas arriba, ese avance no parece próximo, pero por lo
menos al discutir el cese de las hostilidades en Siria, se ha visto que EEUU y
Rusia responden a la amenaza de un escalamiento regional mayor. Queda por ver
cómo reaccionarán los actores sirios y regionales.