Llego buscando a Carla Morrison. El mesero responde que no está, que si hubiera ido, él se hubiera enterado. Lo dice con el entusiasmo que revela que es uno de esos chicos que encuentran en las letras de Carla todo lo que la sociedad no siempre les permitimos expresar a los hombres: emociones.
La luz avanza sobre la tarde y sobre la cúpula de la catedral. Carla llega con una melena plateada y negra que ondea al viento y la disposición de una chica sencilla que parece más en una reunión de amigas que ser quien presenta su nuevo disco, Amor supremo, y llenará el próximo 6 de noviembre el Teatro Metropolitan.
Carla vive en el Distrito Federal desde hace casi cuatro años, en los que la búsqueda de sus sueños avanzó más rápido de lo que ella esperaba posicionándola como una de las cantautoras más destacadas de la escena nacional y con más proyección internacional.
La ganadora de dos Grammy Latino, por Mejor Canción Alternativa y Mejor Disco Alternativo, nos cuenta cuáles son los últimos sueños en los que tiene puesta la mira…
“Se me antoja hacer muchas cosas, pero en este momento mi sueño es consolidar bien mi empresa. Porque mi proyecto —musical— es una empresa, es independiente. Me gustaría que se volviera más sólida. Me encanta la idea de formar un módulo del trabajo independiente que sea más sólido y que pueda compartir con otras personas”.
—No es tan común que los artistas piensen en esta otra parte más empresarial y que es indispensable para triunfar y mantenerse vigente…
—Los artistas están pensando en el arte y no en la empresa, pero creo que sí es importante tener un balance, e interesarte o conseguir alguien que te ayude con eso, empaparte de eso, y aprenderlo porque al final del día el único que se va quedar en tu proyecto eres tú. Creo que la onda de ser independientes es mucho lo de hoy. Como mujer me gusta empoderarme y me gustaría ayudar a dar guía a otras chicas que vengan y a bandas.
—¿Cuál sería la última vez que sentiste que el mundo de la música era distinto para hombres que para mujeres?
—No creo que lo sea. Yo nunca he sentido la necesidad de tener la aceptación de un hombre para sentirme valorada. Estamos en un mundo en el que todos estamos definidos por sexos, pero todos somos iguales, nada más que la diferencia es que las mujeres somos mucho más emocionales y se nos ha permitido, desde el día uno, serlo, y a los hombres no. A los hombres —cuando intentan expresar algo— se les da una palmada en la espalda y una cerveza y ya.
—¿Cuál fue la última vez que te sorprendió alguno de tus seguidores varones?
—Diariamente. Me sorprende mucho recibir muchos mensajes de chicos o de hombres extranjeros. Pero la vez que me quedé muy impresionada fue cuando toqué en Monterrey, en el festival Pa’l norte, y vi un chico que lloró todo el show. Y era un chico con tipo de escuchar reggae, con rastas, y tuvo un encendedor prendido todo el show, cantaba todas las canciones, se sabía todas las letras, ¡y se le corrían las lágrimas! Yo quería llorar con él porque se ve que le estaba doliendo mucho y que significaba mucho ese momento, y yo quería abrazarlo.
—Algunas de tus canciones justamente son muy melancólicas. ¿Cuándo fue la última vez que te sentiste así?
—Todo el tiempo vivo en la melancolía, es algo que me pasa muy seguido porque, a pesar de que soy muy extrovertida, también soy introvertida y observo mucho, entonces soy muy consciente de mis alrededores y de la vida. Me clavo mucho y me dan melancolía muchísimas cosas.
—¿Cuál sería el último suceso que te haya conmovido en México?
—Me da mucha tristeza que vivimos en un país donde la gente es muy cálida, muy soñadora, y también es muy inocente y muy conformista. Me importa que vean cuando tengo giras que si yo puedo, una mujer de una ciudad muy pequeña, ellos también pueden. Pero creo que nuestros hijos son los que van a cambiar eso, porque las cosas se están moviendo. Tenemos líderes que son una vergüenza, pero al final creo que tiene que ver mucho con nosotros y la sociedad: la gente que sale adelante es porque le echa ganas y se dedica y no se rinde; decir que todo está bien jodido es una zona de confort y ahí te quedas. Hay que quedarse con lo positivo.