El mundo tiene que enfrentar un problema cada vez más inextricable: la amenaza creciente de los terroristas radicales cristianos que han asesinado a miles de inocentes. Hay la afiliación vaga de grupos terroristas vinculados con el movimiento de Identidad Cristiana, así como los Voluntarios Anaranjados, el Ejército de Dios, el Sacerdocio de Phineas y muchos, muchos otros. Y esas son sólo las organizaciones locales: la cristiandad ha inspirado grupos violentos en el extranjero que asesinan y decapitan gente, y violan y matan a niñas. El Ejército de Resistencia del Señor, un grupo fundamentalista cristiano radical, ha cometido miles de asesinatos y secuestros en nombre de Jesús. También hay la Iglesia de Dios Todopoderoso en China, el Frente de Liberación Nacional de Tripura en India y otras organizaciones cristianas terroristas alrededor del orbe.
Además de ellas hay los “lobos solitarios” terroristas inspirados en las Escrituras llenas de llamados a la violencia, incluido el asesinato de los no creyentes y de quienes no respetan el Sabbat, abriendo en canal las barrigas de mujeres embarazadas y celebrando el vapulear bebés contra rocas hasta la muerte. Hay unos Eric Rudolph, Shelley Shannon, Paul Jennings Hill, todos asesinos de Cristo. Anders Behring Breivik mató a 77 personas en Noruega, proclamando que buscaba crear una “Europa cristiana monocultural”.
Los cristianos a menudo niegan que estos actos de terrorismo tengan algo que ver con la cristiandad y declaran que la suya es una religión de paz, pero se les olvida condenar con firmeza las acciones violentas. Muchos se niegan siquiera a denunciar el asesinato de médicos que dan servicios de salud a los que se oponen los devotos. Y el mayor apoyo financiero para los terroristas católicos radicales en el Ejército Republicano Irlandés proviene de cristianos estadounidenses. A pesar de que el ERI mató a 1,800 personas, los políticos estadounidenses demostraron que son blandengues ante el terrorismo. Peter King, representante por Nueva York, incluso fue a Irlanda y pasó el rato con los simpatizantes del grupo. Afortunadamente, los británicos fueron duros y usaron técnicas mejoradas para interrogar —incluida la asfixia por agua— a estos radicales.
¿Le ofendió lo que acaba de leer? Bien. Se suponía que lo haría. Esa diatriba, aunque cierta, es horrenda. Los lunáticos sádicos, ya sean individuos o grupos, no tienen algo que ver con la cristiandad. Ellos sólo se han apropiado de una religión pacífica para justificar sus impulsos asesinos.
Sin embargo, no piense que esto está a punto de convertirse en una falsa equivalencia del terrorismo que emprenden quienes se autoproclaman cristianos y musulmanes. Los suníes extremistas sumaron 70 por ciento de todos los asesinatos terroristas en 2011, u 8,886 personas, según el informe más recientemente desclasificado del Centro Nacional de Contraterrorismo del gobierno de EE UU; la cantidad de terroristas cristianos es tan pequeña que el CNC no le da una categoría individual, aun cuando este fue el año de la masacre de Breivik. No obstante, para los musulmanes, la cifra más importante es cuántos devotos del islam que no cometen actos terroristas se inclinan a apoyar las enseñanzas religiosas de quienes sí los hacen. Sólo en Europa, según Angel Rabasa, un alto científico político de la Corporación Rand, 1 por ciento de todos los musulmanes está en riesgo de volverse radical porque simpatiza con las enseñanzas de los fundamentalistas que predican la violencia. Ese porcentaje podrá parecer bajo, pero dado que el islam tiene alrededor de 1,600 millones de adeptos, la cantidad de musulmanes abiertos a la violencia es demasiado alta. Basándonos en el análisis de Rabasa, más de 300,000 musulmanes en Europa podrían radicalizarse, un grupo peligrosamente grande de gente no violenta que podría ser llevada al extremo de cometer actos terroristas.
Así, el punto de la diatriba de los “terroristas cristianos” es demostrar un argumento sobre los imperativos de seguridad nacional de frente a los ataques violentos de algunas sectas musulmanas y la ignorancia abyecta de algunos republicanos eminentes que insisten en que, al evitar la frase “terroristas islámicos radicales”, la administración de Obama es blandengue con EI, Al Qaeda y otros. Esta exigencia republicana de su propia forma de corrección política se alimenta de lo que quieren los asesinos islámicos, dicen los expertos, porque les ayuda a presentar la lucha occidental contra los grupos terroristas como una guerra contra los musulmanes. De hecho, con el interminable análisis sintáctico del lenguaje sobre el terrorismo —como criticar a Obama por llamar al ataque de Bhengazi un “acto de terror” en vez de un “acto terrorista” (¿o fue al revés?)— la policía republicana de la corrección política se ha mostrado dispuesta a minar la lucha de EE UU contra los monstruos psicópatas que se anotan puntos políticos con los desinformados.
Tómese un momento para reflexionarlo. Si la arenga de líneas arriba sobre el terrorismo cristiano se repitiera una y otra vez —en televisión, en encuentros cotidianos, incluso por el presidente—, ¿cuántos de aquellos inclinados a la violencia sentirían que se atacaba su religión? Ese es el reto que enfrenta el mundo al lidiar con el ascenso del radicalismo entre los practicantes del islam. La meta es disminuir el atractivo entre los musulmanes por las interpretaciones radicales del islam, no reforzar el mensaje de los grupos terroristas. Equiparar al islam con el terrorismo, insultar a la religión y Mahoma, quemar Coranes, todo acto en que se falte al respeto, en especial por parte de los políticos, hace sonreír a los líderes de EI. Sí, se ofenden, pero saben que les han hecho otro regalo —como la invasión de Irak— que ayuda a reclutar más combatientes. “Nunca ha habido un grupo tan apto para usar nuestras propias palabras en nuestra contra con fines de propaganda” como EI, dice un ex alto funcionario de la inteligencia estadounidense. “Cada vez que alguna persona con autoridad insulta su religión, ellos pueden inspirar a musulmanes en sintonía con el mensaje radical para empezar a planear un ataque”.
De hecho, el lenguaje descuidado para describir a estos terroristas —en especial las palabras que los republicanos bobos le exigen usar a Obama— puede reforzar la idea entre los fundamentalistas no violentos de que unirse a la lucha entablada por EI y otros terroristas es una causa noble. “El lenguaje y la terminología importan”, dice un informe de 2013 de la Academia Internacional de Estudios en Seguridad de Qatar, una organización de consultoría usada por gobiernos y la industria privada. “Es importante abstenerse de usar términos como ‘radical’ o ‘yihad’, ya que las palabras tradicionalmente pueden tener connotaciones positivas”.
Por ello es que Obama y George W. Bush elegían cuidadosamente sus palabras al discutir el terrorismo perpetrado por musulmanes, evitando declaraciones que pudieran percibirse como insultos. “No estamos en guerra con el islam”, dijo Obama en febrero en la Cumbre de la Casa Blanca sobre Contrarrestar el Extremismo Violento. “Estamos en guerra con gente que ha pervertido el islam”.
Bush dijo más o menos lo mismo. “Esta gran nación de muchas religiones lo entiende, nuestra guerra no es contra el islam, o contra la fe practicada por la gente musulmana”, dijo él en 2002. “Nuestra guerra es una guerra contra el mal”.
Este enfoque inteligente al hablar del terrorismo es ahora más esencial que antes. Las tácticas mediáticas de EI —cuyos altos rangos incluyen a muchos ex miembros del Partido Baath que fueron altos funcionarios del dictador iraquí Saddam Hussein— han creado una necesidad sin precedentes de cuidado lingüístico en los políticos estadounidenses. Esta organización ha establecido una presencia asombrosa en los medios sociales, acercándose a millones de personas con el argumento de que EE UU y sus aliados están atacando el islam y sólo quienes los apoyen serán verdaderos musulmanes. “Las acciones mediáticas del Estado Islámico son una parte integral y esencial de sus operaciones, a la par de sus acciones militares y administrativas”, escribió Richard Barrett, un ex funcionario británico de inteligencia y director del equipo de Naciones Unidas encargado de monitorear a Al Qaeda y los talibanes, en un informe de 2014 para el Soufan Group, una consultora de seguridad. “En este aspecto, lo ayuda tremendamente la naturaleza descentralizada de los medios sociales (en especial Twitter), la cual ha permitido que cada uno de sus partidarios cree y opere efectivamente su propio ministerio de información, repitiendo una línea partidista estándar así como creando y propagando sus propios memes y mensajes. De hecho, la propaganda del Estado Islámico es una colaboración abierta y pública. No hay un precedente de esto”.
Así, cada vez que algún político —por ignorancia o cinismo— vincula directamente al islam con el terrorismo o inconscientemente vincula al radicalismo con la gloria o a la yihad con el martirio, EI y los de su clase tienen más evidencia para hacerse con conversos. Y desgraciadamente, muchos de los mentecatos que ayudan a los terroristas a conseguir más partidarios son aspirantes a la candidatura presidencial republicana, lo cual significa que mucho de su parloteo destructivo se disemina por la televisión nacional.
“Este presidente parece hacer lo imposible para querer evitar decir eso. Él ni siquiera dirá las palabras ‘terrorismo islámico radical’,” dijo Bobby Jindal, el gobernador de Luisiana. “Él tiene miedo de ofender a todos en vez de hacer su trabajo”.
Lindsay Graham, senador por Carolina del Sur y otro candidato presidencial republicano, ha demostrado un entendimiento bastante agudo de las complejidades de lidiar con el terrorismo global, pero demasiado a menudo se une a los rebuznos de sus contendientes. “Nunca he estado más preocupado por mi país de lo que estoy hoy en términos del islam radical”, dijo Graham en This Week, de ABC. “Y sí, es islam radical”.
Ted Cruz, senador por Texas, hizo lo mismo, afirmando que Obama es “un apologista de los terroristas islámicos radicales”, atacando la retórica de la administración y su enfoque del EI.
Y no son sólo quienes están en la contienda presidencial los que expresan esta tontería. Mike Pence —gobernador de Indiana, y quizás el único político republicano que no se postula a la presidencia— se unió a este coro de aleluyas a la tontería, atacando a Obama por su “indisposición a llamar al extremismo islámico lo que es”.
Y así, los políticos se prosternan al expresar los clichés que los arrogantes pero ignorantes quieren oír. Y en alguna parte del mundo, tal vez en la ciudad de usted, un musulmán fundamentalista previamente no violento sentirá el llamado a unirse a la lucha.