La primera vez que descubrí a Omar con otra mujer fue en nuestra luna de miel, llevábamos dos días en un crucero por el caribe, pensó que el dramamine me dejaría noqueada por más tiempo, pero no. Desperté con hambre y desorientada en el camarote por lo que salí a buscarlo, fue fácil ubicarlo, estaba en una de las mesas del casino jugando a ser Rico Mc Pato besándola en medio de aquel salón, en frente de quienes serían nuestros compañeros de viaje las siguientes semanas…él no se percató, salí corriendo y llamé a mi madre; para mi sorpresa su consejo fue que arreglara aquello, que estábamos casados y que las reglas entonces eran otras pero que sí, que debían ser claras, así que en lugar de regresarnos o separarnos en la siguiente parada decidí seguir y hacer de cuenta que no había pasado mucho, o quizá nada.
Después de varios meses bien y contentos hasta llegué a pensar que había imaginado aquella escena y que era más bien miedo al compromiso y a la maternidad. Cumplimos un año de casados y a las pocas semanas me embaracé, o bueno, como ahora dicen ´nos embarazamos´aunque eso me parece injusto en plural porque sólo yo fui la que subió de peso, mudo de talla de calzado, se llenó de estrías y perdió pelo.
La carga de trabajo de Omar fuera de la ciudad era inversamente proporcional a mis trimestres de embarazo, por lo que nos veíamos realmente poco, por lo general al menos siempre los fines de semana, cuando nació Camila conocí a otro Omar, era gentil y muy atento con ambas, ni cuando éramos novios me trataba con aquella ternura que de pronto se le desbordaba por todos lados, seguía con ausencias periódicas pero el tiempo que pasaba con nosotras nos hacía sentir que éramos lo único, lo más importante.
Dejé guardadas todas las sospechas e ideas ‘tóxicas’ que me cruzaban por la mente cada vez que llamaba para avisar que no llegaría o anunciaba viajes sin muchos detalles. Sentía un alivio culposo, casi una cruda moral por pensar aquello del padre de mi hija que con tanto sacrificio nos cuidaba y trabajaba de más.
Pero, ese ‘alivio’ comenzó a disiparse conforme a que Camila crecía.
Omar evitaba a toda costa que estuviéramos a solas, era como si no quisiera tocarme, podía ver la tensión en su rostro y sentirla en su cuerpo cuando después de un abrazo yo lo besaba o sugería algo más, en una ocasión incluso me quitó con gestos de disgusto “eres la madre de mi hija” me dijo, como si en aquella frase afirmativa se encontrara algún tipo de explicación o respuesta.
Me atormentaban mis propios pensamientos construidos de recuerdos, resentimientos y fantasmas, lo imaginaba como aquella noche del casino, besando otros labios, abrazando a alguien más…pero seguía sin poder decirle nada, no tenía pruebas ni argumentos, llegué a pensar que quizá que no quisiera tener intimidad conmigo era mi culpa, total, al final del día mi deber de esposa era estar ahí para él, verme bien, cuidarme, ser una buena madre pero sobre todo una buena mujer, entonces ¿Cómo una buena mujer acusaría a su esposo de ser infiel sólo porque llega cansado del trabajo? hasta por un tiempo sospeché que se trataba de un desbalance hormonal, mío por supuesto, pero no.
En un afán desesperado de ‘reconquistarlo’ fui a visitarlo de sorpresa a su oficina, un jueves a media tarde, pero la sorpresa me la llevé yo cuando lo vi con su socia jugueteando al bajar del elevador, él no me vio, yo si, y ahora ya había tenido suficiente, no podía seguir deambulando en el laberinto de sus infidelidades, mentiras y lo que mi mente creaba alrededor de las mismas para justificarlo, convertida en mi peor enemiga.
Una noche, por fin me armé de valor , dejé a Camila con mi madre y lo esperé en el comedor, llegó tarde, como siempre, y parecía recién salido de la regadera, me vio sentada esperándolo y sin un asomo de sorpresa fue a la cocina, sacó un par de cervezas del refrigerador, las destapó y puso una frente a mi.
Después de tres horas, cuatro cervezas y un café nuestra decisión era clara, hacía tiempo que estábamos juntos sin estar, Omar me confesó algunas de sus infidelidades, definiéndolas como resbalones, borrachazos o circunstancias fuera de su control, yo me limité a escuchar y deshacerme de todas las lágrimas que no había llorado.
Esa madrugada decidí que quería el divorcio, no quería seguir compartiendo mi vida, cuerpo y cama con un hombre que deseaba estar en cualquier otro sitio, excepto conmigo. Pero si iba a hacerlo quería hacerlo de manera amigable tanto para nuestra hija como para nuestros bolsillos, no me parecía justo dividir aquello y que cada quien empezara de cero, siendo más franca, no me parecía justo tener que quedarme a Camila todos los días y que él sólo la tuviera 4 días al mes, mucho menos tener que despedirme de mi casa, mis muebles, mis espacios, vecinas, rutina, y no me lo parecía justo, porque no lo es.
Estuvimos dándole vuelta al asunto hasta que por fin, un par de meses después nuestra casa hipotecada se convirtió después de unos meses en dos departamentos con áreas comunes; el patio, la cochera y el cuarto de lavado. Camila ahora sube y baja a su antojo, nosotros dos no, pusimos reglas y límites claros. Ahora conozco a otro Omar, y creo que este es mi favorito, me llama del supermercado por si necesito algo, se encarga de la gestión del 50% del tiempo de Camila ( cuando vivíamos juntos apenas y era la mitad, y parecían favores más que labores de cuidado paternal), no me miente, ni me saca la vuelta, creo de hecho que nos llevamos mejor que nunca. No siento ningún tipo de presión por su aprobación, ahora creo que lo veo más como es que como yo esperaba que fuera y viceversa, y claro que me respeta más que cuando era su esposa ( que no era mucho a juzgar por la evidencia).
Teníamos planeada realizar la transición para que él se mudara cuando comenzó la pandemia, por motivos económicos ha sido más conveniente continuar así, entiendo que, cuando alguno de los dos tenga una nueva relación – más formal- las cosas deberán cambiar, pero por ahora me queda claro que nunca me había llevado mejor con mi ex marido, resulta que al final del día no tenía madera de marido pero si es un excelente papá y buen vecino.