La llegada de la variante ómicron hizo colapsar al mundo y lo puso en crisis. Además de no conocer su nivel de gravedad, tampoco se sabe a ciencia cierta el nivel de efectividad de las vacunas frente a ella.
Actualmente ómicron ha sido detectada en casi un centenar de países alrededor del mundo. En el caso de México, la Secretaría de Salud informó que en el país ya se han detectado casi 700 casos de contagio de la variante ómicron.
En tanto, el director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreyesus, advirtió que “ningún país podrá superar la pandemia con vacunaciones de refuerzo. Estas no significan una luz verde para celebrar como lo habíamos previsto”.
Estos escenarios permiten ver la naturaleza inevitable de expansión de las diferentes variantes. Por ello, cada vez es más relevante que los gobiernos entiendan cuáles son las mejores herramientas y decisiones frente a los acontecimientos venideros.
Poner en práctica la resiliencia servirá para preparar bien a las sociedades ante lo que venga. Tenemos que aprender a recuperarnos rápido.
Poniendo como ejemplo la emergencia por la pandemia, ¿qué se puede hacer para reaccionar adecuadamente a choques inevitables y severos, que seguramente volverán a ocurrir?
La respuesta es resiliencia. La Real Academia de la Lengua Española define “resiliencia” como “la capacidad de un material, mecanismo o sistema para recuperar su estado inicial cuando ha cesado la perturbación a la que había estado sometido”.
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El surgimiento y expansión de la pandemia de covid-19 empujó al planeta entero a someterse a cambios constantes. Lejos de menguar, las distintas variantes surgidas a lo largo de estos dos años han provocado cada vez más una profunda preocupación para los gobiernos, empresas y habitantes del común, con afectaciones que mantienen a todos los seres humanos en la incertidumbre sobre lo que pasará en la vida cotidiana.
MIRAR HACIA ADELANTE
La reflexión es clave a medida que el mundo trata de recobrar la normalidad perdida. El proceso ha sido desigual —como la propia distribución de las vacunas— y no está exento de angustias.
Si bien los estudios realizados sobre ómicron aún no señalan que exista una gravedad superior a la de la variante delta, sí ha impactado en escenarios como las bolsas y precios de materias primas, lo que permite ver el nivel de nerviosismo persiste.
Lo importante ahora es aprender las lecciones que dejó una circunstancia catastrófica. Esta afectó no solo la salud de cientos de millones de personas, sino la cotidianidad en los cinco continentes.
El abanico de posibilidades es amplio y comienza con el calentamiento global. El aumento de la temperatura promedio del planeta ya es una realidad ante la cual adaptarse no es una opción, sino una obligación. Sin desconocer que la humanidad debería hacer lo que esté a su alcance para desactivar la amenaza, lo importante es poder ajustarse a tiempo y no cuando sea demasiado tarde.
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Esa misma admonición se extiende a otros terrenos que van desde la pérdida de efectividad de los antibióticos hasta ciberataques que provoquen el colapso de las telecomunicaciones. Sin olvidar las tensiones geopolíticas conocidas, las cuales podrían derivar en conflictos de marca mayor. De no haber planes de contingencia o alternativas examinadas con anterioridad, las ramificaciones serán muy serias.
La tarea de los países en este momento es conseguir que el contrato social evolucione. Como ejemplo está Japón, donde el uso del cubrebocas es ya una costumbre desde hace años, algo que indudablemente los hizo menos vulnerables al coronavirus. En contraste, en occidente son conocidas las posturas de quienes se niegan a cubrirse la cara o vacunarse, alegando una violación de sus libertades individuales.
También se busca empatizar con las personas que han enfermado y sus familiares, así como con las que no pueden realizar el confinamiento en sus hogares debido a su situación económica o demanda laboral.
MALA REPARTICIÓN
En materia de economía hay fuerzas de largo plazo que vale la pena tener en cuenta. Los avances tecnológicos que permitieron el trabajo a distancia hicieron más resilientes a las naciones, pero no se puede desconocer que hay desigualdades crecientes, hechas más evidentes por la pandemia.
Tanto en lo que atañe al mercado laboral como a la enseñanza, las disparidades saltan a la vista. Junto a aquellos que conservaron su empleo están los que fueron víctimas del cierre de empresas y negocios. Lo mismo pasa con la educación, en donde millones niños y jóvenes pudieron seguir asistir a clases en línea, mientras otros dieron marcha atrás en lo que sabían.
Por su parte, en el caso del funcionamiento de los mercados financieros que estuvo en peligro a comienzos de 2020 mostró que, al salirse de la ortodoxia, un buen número de bancos centrales evitó una descolgada en los precios de las acciones y otros activos. Aun así, el tamaño de las deudas se disparó y ahora el desafío es irlas reduciendo de manera gradual.
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Sin embargo, la discusión de fondo es cómo hacer que el mundo tenga más capacidad de aguante ante choques que llegarán, más allá de que nadie sepa ni cómo ni cuándo. Asuntos como un orden internacional distinto, que promueva más la cooperación que el individualismo, encabezan la agenda.
En conclusión, la única opción es mantener la guardia arriba. Pero por contradictorio que parezca, esa aproximación requiere la debida combinación de fortaleza y flexibilidad. La cuestión no es preverlo todo, sino poder reaccionar.
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Markus Brunnermeier es ponente en la Conferencia de Estudios Económicos del Fondo Latinoamericano de Reservas (FLAR) y autor del libro La sociedad resiliente, escogido por el Financial Times como uno de los mejores de 2021. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor.