Cuando Donald Trump anunció su campaña presidencial el 16 de
junio frente a una multitud de partidarios y actores contratados, mostró su
espectáculo completo. Su descenso desde la escalera eléctrica hasta el podio en
la Torre Trump, en el centro de Manhattan, con Melania, su esposa modelo.
Exhibió su típica jactancia: “Seré el presidente del empleo más grande creado
jamás por Dios.” Echó mano de su truculento discurso sobre el comercio que es
el elemento central de su campaña: “¿Cuándo fue la última vez que alguien nos
vio vencer, por ejemplo, a China en un acuerdo comercial?”, preguntó Trump. “Yo
derroto a China todo el tiempo.”
Con su seguridad preternatural y su copete extragrande, sería
fácil descartar a Trump como un hombre espectáculo (lo cual es). Pero el
verboso multimillonario podría ser un jugador importante en las elecciones
primarias presidenciales republicanas, incluso si nunca gana una sola
contienda.
Para empezar, tiene muchísimo dinero, quizás no el patrimonio
neto de 8.5 mil millones de dólares que afirma tener en la declaración
patrimonial de una sola página que dio a conocer recientemente. Pero este
hombre de 69 años ciertamente tiene lo suficiente para complicar la contienda.
Puede contratar una andanada de anuncios negativos, perjudicando a otros
mientras promociona su programa.
En dos meses, es probable que dé la talla para participar en el
primer debate presidencial republicano. (En la transmisión que Fox News
realizará en agosto, aparecerán los 10 candidatos con mayor puntuación en las
encuestas a escala nacional.) Con el solo hecho de estar en ese escenario,
Trump podía desbaratar las esperanzas presidenciales de políticos más
establecidos como el ex gobernador de Texas Rick Perry o el gobernador de Ohio
John Kasich manteniéndolos fuera de la jugada. Y mientras esté en el escenario,
podía hacer que los otros candidatos se retuerzan y se encojan, reprendiéndolos
como “perdedores”, uno de sus epítetos más frecuentes, y permanecer
impertérrito ante sus réplicas. ¿Qué pueden decirle a Donald que no haya
escuchado? ¿Que es un egoísta? ¿Que está equivocado?
Pero la razón más importante por la que Trump importa tiene que
ver con un cambio sobresaliente en el Partido Republicano: el influjo de los
votantes blancos de clase obrera. Muchos de ellos han sido devastados por la
pérdida de empleos de fabricación, y podrían estar abiertos ante el mensaje
anti-libre comercio de Trump.
La disminución del apoyo de los obreros de raza blanca para los
Demócratas no es nueva, pero se ha acelerado. Comenzó a fines de la década de
1960, con el contragolpe al crecimiento de la contracultura, y quizás fue
captado de la mejor manera en All in the Family, el popular programa de
televisión de la década de 1970, que trataba sobre un obrero blanco
conservador. En la década de 1980, la ruptura se amplió cuando los denominados
Demócratas de Reagan abandonaron la coalición del New Deal. En la década de
1990, disminuyó su velocidad cuando Bill Clinton recuperó a muchos de estos
votantes, gracias en parte a su capacidad de mostrarse duro en temas como el
bienestar social y el crimen y su apoyo a la pena de muerte.
Pero desde el año 2000, impulsados por temas como el control de
armas y la regulación de las emisiones de carbono, los votantes blancos de
clase obrera han abandonado a los Demócratas en cantidades cada vez más
grandes. Sólo 33 por ciento de los votantes blancos sin educación
universitaria, que son los mejores representantes que los encuestadores tienen
de la clase trabajadora blanca, apoyaron a Barack Obama en 2012. En las
elecciones intermedias de 2014, 64 por ciento de los votantes blancos sin educación
universitaria favorecieron a los Republicanos. “Estamos hablando de personas
que están profundamente alejadas de la vida estadounidense, cultural y
económicamente”, señala Ronald Brownstein, un analista político que ha escrito
exhaustivamente sobre el tema.
Estos nuevos republicanos obreros son más escépticos acerca del
libre comercio que la base tradicional de la derecha. Y eso ha provocado un
cambio muy importante en el partido. En un estudio realizado en mayo por el
Centro de Investigación Pew se encontró que los republicanos, más que los
demócratas, creen que los acuerdos de libre comercio les quitan empleos, lo
cual es positivo para Trump, ya que los principales candidatos republicanos
conductores respaldan este tipo de acuerdos. Marco Rubio y Ted Cruz votaron por
la autoridad de la vía rápida para el Acuerdo Transpacífico, un paso esencial
para ratificar dicho acuerdo. Jeb Bush y Scott Walker también lo respaldan.
Otros se oponen al acuerdo, principalmente debido al carácter secreto de las
negociaciones. Pero nadie se ha opuesto tan ruidosamente como Trump.
Su postura ante el libre comercio no es el único atractivo de
Trump con los votantes republicanos; también está de acuerdo con la mayor parte
de la base del Partido Republicano respecto a los programas de ayuda social. La
mayoría de los votantes de ambos partidos se oponen a reducir programas como
Medicare y la Seguridad Social. No es de sorprender que los blancos que no han
ido a la universidad tiendan a oponerse firmemente a los recortes en la red de
seguridad.
Sin embargo, Trump es vulnerable en un tema clave del Partido
Republicano: los impuestos. Él amenaza con aumentar repetidamente los
impuestos; no la tasa del impuesto sobre la renta, sino los aranceles de
productos de países que, en su opinión, no juegan un juego justo con Estados
Unidos. Si Ford construye una planta automotriz en México y no en Estados
Unidos, dijo en su anuncio, impondría una tasa fiscal de 35% a los automóviles
provenientes de esa planta. Esta amenaza haría que el fabricante de automóviles
mantuviera sus puestos de trabajo en Estados Unidos.
Aumentar los aranceles no es lo mismo que aumentar la tasa del
impuesto sobre la renta, a lo que Trump y todos los candidatos del Partido
Republicano se oponen. Pero no deja de ser un impuesto. Si hay algo que une a
las distintas variedades de votantes republicanos, es la oposición al aumento
de impuestos, incluidos los derechos de importación. Y la temida palabra con
“I” podría convertirse fácilmente en un distractor para Donald y disminuir el
encanto de sus políticas más populares. Apoyar las cuotas a los artículos
importados, a diferencia de los aranceles, es una manera fácil de que Trump le
dé la vuelta a este dilema.
Muchos blancos sin educación universitaria también son evangélicos,
y es difícil ver que la historia familiar de Trump sea bien aceptada en las
iglesias fundamentalistas de los pueblos pequeños. En 1990, el New York Post
publicó un titular en el que la entonces novia de Donald se jactaba de que
Trump le había dado “El mejor sexo que jamás había tenido.” En algunos
entornos, esta podría ser una razón para jactarse, pero quizá no en el comité
político de Iowa. Asimismo, Trump ha declarado su apoyo al matrimonio
tradicional, y él ha tenido tres de ellos.
El multimillonario magnate de los bienes raíces no es un
candidato republicano perfecto, pero no tiene que ganar para ser importante. En
1992, Ross Perot recibió 19 por ciento del voto popular en las elecciones
generales. Su plataforma era simple, y similar a la de Trump. Perot se oponía
al libre comercio y afirmó que su perspicacia empresarial reviviría a la
economía. Su excentricidad y su predilección por las conspiraciones también
formaban parte de su atractivo; de una forma muy parecida a la obsesión de
Trump con el acta de nacimiento de Barack Obama, el tejano afirmó que George
H.W. Bush trató de arruinar la boda de su hija.
Si Perot pudo obtener 19 por ciento del voto en unas elecciones
generales, ¿quién dice que Donald no puede obtener 5 a 10 por ciento en las importantes
elecciones primarias republicanas, quizás reduciendo las oportunidades de otros
candidatos anti-establecimiento como Cruz o perjudicando a un candidato
favorito con un programa estricto contra la inmigración como Walker? Gracias a
su mensaje anti-libre comercio, Trump no necesita tener su nombre en la Casa
Blanca para influir en la elección de su próximo inquilino.