Cuando mi novia me dijo que estaba embarazada caí en un torbellino de emociones; llevábamos apenas 4 meses y no sabía cómo sentirme con el hecho de ser papá, claro que teníamos una conexión increíble, como no la había sentido con nadie más, pero no me sentía preparado para tomar una responsabilidad tan grande a los 19 años.
Un día después de tener la certeza la idea de casarme con ella para que sintiera verdaderamente mi respaldo y mi amor incondicional tanto por ella como por el bebé que crecía en su vientre, mi bebé, y lo hice, se lo propuse y nos casamos en menos de un mes por el civil, ella ya tenía 3 meses de embarazo y aun no se le notaba la panza de la que ya muchos hablaban.
Los meses pasaron y su vientre fue creciendo a la par de mi emoción por conocer a nuestra princesa, a los 6 meses ya me habían dicho que sería una hermosa niña, y mi esposa Silvia ya había hasta comprando libros con nombres y había comprado una carriola color rosa.
Yo solo veía como su vientre crecía y crecía, me acercaba a él para acariciarlo con miedo de lastimarla, era tan frágil pero a la vez tan fuerte, creadora de vida, mi compañera y constructora de sueños.
Llegó el día del parto, yo estaba en el trabajo cuando mi jefe llego corriendo a decirme la noticia, mi suegro la había llevado al hospital donde ya todo estaba planificado, ese día recuerdo que no podía ni manejar correctamente por lo que pedí un taxi, fueron los 10 minutos más largos de mi vida en la espera del auto, el camino fue aún peor, una desviación que nos retrasó casi veinte minutos mientras que yo solo pensaba en estar con ellas, no quería perderme ese momento, por fortuna finalmente llegué, y para mi suerte , a pesar de todo lo hice justo a tiempo.
Entré a la sala de hospital,me pusieron la bata blanca, de fondo escuchaba la voz de Silvia, que siempre ha sido un bálsamo, era mi turno, de tomé su mano y mientras respirábamos cómo nos había indicado la instructora de yoga, ella apretaba los ojos y sacaba aire intentando concentrarse y no gritar, yo la acompañaba y entre resoplidos sentía que era el hombre más afortunado que existía al estar frente a la mujer más hermosa del planeta.
Después de unos minutos, la escuché por primera vez, ese primer manifiesto de vida, un llanto profundo que nos daba alivio, era una humanita perfecta, cuando la enfermera la termino de limpiar y la cargué por primera vez, me di cuenta al instante de que tenía entre mis brazos al verdadero amor, que esa niña nunca iba estar sola, que todo lo que era y todo lo que tenía era y sería suyo por siempre y que haría lo que estuviera en mi poder para hacerla feliz.
Han pasado ocho años, verla crecer es de mis mayores orgullos, cada vez que ríe, cada vez que llora, cada vez que está enferma, cada vez que sonrie me recuerda la suerte que tengo de estar vivo en el mismo planeta que ella, ella es mi princesa y yo seguire esforzándome por siempre ser su caballero.