“Señor, no se aleje tanto”, advirtió el soldado.
Era 2010, y Jeffrey Brown, un auditor del Pentágono, caminaba con una escolta del Ejército de Estados Unidos por la Universidad Nangarhar en Jalalabad, una ciudad afgana cercana a la frontera pakistaní. Acababan de caminar hacia uno de varios edificios color arena en el campus cuando el soldado detuvo a Brown y miró hacia las colinas bañadas de sol en la distancia.
“Si los talibanes disparasen sólo AK-47, no tendríamos que preocuparnos”, añadió. “Pero sabemos que tienen M-16, y hemos recibido fuego de francotiradores de esas colinas.”
Por décadas, el M-16 ha sido el rifle preferido de los militares de Estados Unidos. Tiene más del doble de alcance que el AK-47, la legendaria arma rusa de asalto. Por ello también los talibanes favorecen el M-16. En otra gira de inspección, Brown entendió muy bien la preferencia de los talibanes. Cuando su convoy retumbaba fuera del aeródromo de Bagram, el veterano combatiente del ejército reconoció el repiqueteo distintivo del fuego del M-16 mientras las balas rebotaban en los costados de su transporte blindado de tropas. Los talibanes le disparaban a su convoy con armas y municiones estadounidenses.
Sólo había unas cuantas maneras de que los talibanes consiguieran armas de Estados Unidos. Los insurgentes a veces las incautan a policías o soldados afganos. Pero, usualmente, dicen funcionarios estadounidenses y afganos, sólo se las compran a miembros corruptos de las fuerzas de seguridad afganas. Un coronel del ejército afgano, quien pidió ser identificado sólo por su apellido, Ahmadzai, dijo que grupos completos de soldados a cargo de varios puestos de revisión habían vendido sus armas y municiones a los insurgentes. Y comandantes talibanes señalan que hay un próspero mercado negro para las armas abastecidas por Estados Unidos que incluso incluye a traficantes del vecino Irán.
“La gente en el negocio sabe cómo conseguir armas de la policía y el ejército afganos”, dijo un comandante talibán en la provincia sureña de Helmand (como muchos de quienes hablaron con Newsweek, pidió el anonimato a causa de lo sensible de la cuestión).
Es difícil saber cuántas armas estadounidenses el ejército y la policía afganos les han vendido a los talibanes. Pero pocos en Afganistán hayan sorprendente esta tendencia. Lo mismo sucedió, dijo Ahmadzai, durante la ocupación soviética en la década de 1980, cuando soldados afganos de manera rutinaria empeñaban sus armas proveídas por los rusos a los muyahidín por dinero y protección política. En un caso, recuerda el coronel, un piloto afgano voló su helicóptero Hind ruso sobre la frontera de Pakistán, donde vendió la aeronave.
Antes de que la mayor parte de las tropas de Estados Unidos dejaran Afganistán el año pasado, algunos soldados fueron muertos o heridos por militantes talibanes que disparaban armas proveídas por los estadounidenses. Los primeros reportes empezaron a aparecer en 2009, cuando fuerzas de la coalición descubrieron armas estadounidenses en los cuerpos de los insurgentes que habían matado. Pero en los últimos años el problema parece haber crecido exponencialmente. Por estos días, con las fuerzas afganas tomando la batuta en el campo de batalla, se están enfrentando a un enemigo que en muchos casos ha sido armado por sus propios camaradas.
El año pasado, una auditoría de Estados Unidos reveló que el Pentágono perdió el rastro de alrededor de 465 000 armas ligeras que el país proveyó a las fuerzas de seguridad afganas. Parte del problema: un chapucero manejo de los registros por parte de los estadounidenses. Muchos de los números de serie de las armas fueron duplicados o entrados erróneamente en dos bases de datos. Pero la auditoría también halló que alrededor de ochenta mil de las armas en cuestión eran rifles de asalto AK-47 excedentes, los cuales el Pentágono había remplazado con M-16, pero olvidaron retirárselos a los afganos.
“Si tienes ochenta mil armas guardadas en un almacén y llevas malos registros de ellas, diez mil podrían venderse, y es poco probable que alguien llegue a saberlo”, dijo Brown, quien llevó a cabo la auditoría para el Inspector General Especial para la Reconstrucción de Afganistán (SIGAR, por sus siglas en inglés), una agencia creada para monitorear de manera independiente cómo se gasta el dinero de Estados Unidos a lo largo y ancho del país. Brown también dijo que funcionarios afganos obstruyeron los intentos de su oficina de inspeccionar los almacenes donde las armas supuestamente se guardaban. “Es corrupción directa”, dijo. “Las cosas simplemente salen por la puerta.”
En algunos casos, dicen funcionarios de Estados Unidos, sus pares afganos ordenan armas que no necesitan y las venden a sus enemigos. El dinero que obtienen con estas ventas ilícitas es significativo en un país donde un soldado u oficial de policía gana aproximadamente 165 dólares al mes. El comandante talibán en la provincia de Helmand dijo que un M-16 puede venderse en unos 5000 dólares en el mercado negro. Ahmadzai, el coronel del ejército, señala que la munición antiblindaje del rifle también tiene gran demanda; una docena de balas fabricadas en Estados Unidos se vende entre 40 y 50 dólares. Los proyectiles para lanzagranadas salen en alrededor de 60 dólares. Y las armas de mano proveídas por Estados Unidos, como pistolas Smith & Wenson o Beretta 9 mm semiautomáticas, tienen tan alta demanda que funcionarios afganos recientemente impusieron multas de 1500 dólares y cortes marciales automáticas a los miembros de las fuerzas de seguridad que digan haberlas perdido.
Para pasar las inspecciones periódicas de sus superiores, algunos comandantes de la policía afgana incluso permiten a los insurgentes “rentar” sus armas de fabricación estadounidense para ataques; luego las reclaman después del asalto, según funcionarios estadounidenses. Otras veces, los talibanes emplean formas novedosas de adquirir armas y munición de las fuerzas del gobierno afgano sin riesgo de un contacto directo.
“Tenemos evidencia de que, durante la noche, los talibanes sueltan un burro entrenado que luego encaminan a un puesto de revisión”, dice Khalil Hotak, funcionario de policía en la provincia oriental de Ghazni, al Instituto de Reportaje en Guerra y Paz en un reporte de diciembre de 2013. “El burro se detiene allí, la policía saca cajas de municiones y las cargan en el burro, y este regresa por donde vino… llevándolas a los talibanes.”
Desde que el SINGAR publicó su auditoría de las armas, señala Brown, el Pentágono ha empezado a limpiar sus bases de datos. Pero en el último giro de los problemas que plagan las acciones de Estados Unidos en Afganistán, el Departamento de Estado dice que quiere reducciones importantes en el personal del SIGAR, aparentemente como parte de un plan para reducir el personal de la embajada estadounidense en Kabul para el siguiente año. Tal medida no sólo violaría las garantías legales de independencia de la agencia, también significaría menos vigilancia en las acciones de reconstrucción afganas. Desde 2002, Washington ha repartido casi 110 000 millones de dólares para reconstruir Afganistán; cuando se le ajusta a la inflación, eso es más dinero del que el país norteamericano gastó en reconstruir Europa Occidental después de la Segunda Guerra Mundial. En una letanía de reportes hechos en los últimos años, el SIGAR ha identificado miles de millones de dólares perdidos a través de despilfarro, fraude y otras formas de corrupción.
John Sopko, el inspector general especial, dice que las reducciones planeadas son especialmente inoportunas porque el nuevo gobierno afgano ha sido más receptivo a las recomendaciones de la agencia que su predecesor. En enero, los inspectores de Sopko descubrieron un complot de contratistas locales para cobrar de más al gobierno afgano —y a los contribuyentes de Estados Unidos— por alrededor de 200 millones de dólares en un contrato de combustible de 1000 millones de dólares. El presidente Ashraf Ghani despidió a los contratistas, canceló el acuerdo e inició una investigación. “Este es un giro total de 180 grados en la forma en que era con [Hamid] Karzai”, señala Sopko. “Ghani no sólo está diciendo lo correcto sobre la corrupción; en verdad está haciendo lo correcto.”
El enfoque de Ghani con el tiempo podría llevar a tomar medidas severas en contra de la venta de armas estadounidenses a los talibanes. Pero funcionarios de Estados Unidos a nivel de terreno, como Brown, advierten en contra de esperar mucho demasiado pronto. El Pentágono y los afganos, señala, primero tienen que mejorar sus sistemas de rastreo de armas antes de que algo cambie. Hasta entonces, añade Brown, “la responsabilidad es muy pobre”; si las fuerzas de seguridad venden más armas al enemigo, en la mayoría de los casos “no lo sabríamos”.