Todos parecen tener una historia sobre Seymour Hersh. La mía se
remonta a 1971, alrededor de dos años después de que regresé de Vietnam. A
altas horas de una noche en Boston, mi teléfono sonó. Era el ya famoso
reportero de investigación, preguntando qué sabía del programa Phoenix de la
CIA, el cual envió equipos de cazadores-asesinos a “neutralizar” agentes
comunistas. Él oyó que yo había dado testimonio de ello de cuando fui encargado
de espías de inteligencia militar en Vietnam. Él no perdió tiempo en sutilezas.
Por supuesto que sabía quién era él. Su revelación de la
masacre de My Lai en Vietnam había provocado un alboroto nacional. ¿Qué más
podía decirle sobre asesinatos?, exigió él. ¿Podía corroborar lo que alguien
más había dicho sobre la tortura de un prisionero? ¿Yo sabía de tal o cual, y
patatín patatán? Soltaba preguntas como ametralladora, más como un
interrogatorio que una entrevista. Y luego terminó. La publicación en 1972 de
su libro Cover-up, el cual mostraba cómo oficiales de alto nivel del Ejército
de EE UU enterraron los hechos de otra masacre vietnamita, recibió mucha menos
atención que su historia original y ganadora del Pulitzer sobre My Lai, la cual
se enfocaba más en la matanza en la aldea.
Revelar embustes de alto nivel es la especialidad de Hersh,
como se ha apreciado de nuevo recientemente, en historias que recuentan sus
sorprendentes revelaciones del asunto Watergate, la intromisión de la CIA en
Chile, el espionaje local de la agencia y demás, hasta las atrocidades de Abu
Ghraib, que abrieron a la fuerza la ventana de la tortura por la CIA, reportajes
que, con algunas excepciones notables, dieron justo en el blanco. Pero incluso
entonces Hersh era una historia tanto como sus revelaciones. Su estilo de
entrevista similar a un Taser era legendario hace cuatro décadas. Y como
alguien lo confesó previamente este mes, es el Alec Baldwin del periodismo,
rápido para albergar resentimientos ante preguntas sobre su trabajo.
Así sucedió previamente este mes con la publicación de su
artículo de 10,000 palabras sobre las múltiples versiones de la administración
de Obama sobre el asesinato de Osama bin Laden, las cuales él afirmó que
estaban llenas de “mentiras, declaraciones erróneas y traiciones”, algo que
“podría haber sido escrito por Lewis Carroll”. Cuando los críticos hicieron
acusaciones similares a su historia, la respuesta de Hersh fue muy parecida a
“¡Fuera de mi césped!”
Algo es seguro, la historia de Hersh sobre Bin Laden está llena
de alegaciones que suenan piradas, en especial aquella respecto a que los
asaltantes del equipo SEAL arrojaron pedazos del cadáver al Hindú Kush y la
Armada fingió su sepelio en el mar. Y aun cuando es un axioma del periodismo
que una historia sólo es tan fuerte como su eslabón más débil, todo el
escándalo por los eslabones cuestionables ha oscurecido la cadena: que la
perfidia de Pakistán siempre tiene permiso cuando la Casa Blanca decide que es
conveniente.
El hecho es que los presidentes estadounidenses desde hace
mucho han tratado a Pakistán como a una prostituta, usándolo y desechándolo al
paso de las décadas, haciéndose de la vista gorda con su obsesión mortal por
India siempre y cuando se obtenga lo que se quiere. En la década de 1970, la
administración de Nixon ignoró el genocidio cometido por Pakistán en
Bangladesh, que era apoyado por India, porque los estadunidenses usaban a
Islamabad como un conducto diplomático secreto con China. En la década de 1980,
la administración de Reagan encubrió el que Islamabad reacondicionase los F-16
para portar bombas nucleares porque necesitaba a su agencia de inteligencia para
entablar una guerra contra los rusos en Afganistán. (Los pakistaníes estaban
encantados de utilizar a sus compañeros y guerreros sagrados sunníes, como Bin
Laden, en la tarea.) ¿Y qué pasó con Bin Laden y sus lugartenientes después de
que los estadounidenses fueron tras ellos en Afganistán a finales de 2001? Se
desvanecieron dentro de Pakistán, con la ayuda, según muchos reportes creíbles
de la época, de Islamabad.
Los detalles del paradero de Bin Laden en la siguiente década
siguen siendo oscuros. Se piensa que él pasó los primeros cinco años en alguna
parte del área tribal de Pakistán, escondido en un programa de protección de
testigos virtual en colusión con Islamabad (y los saudíes también, dice Hersh).
Difícilmente Hersh es el primero en acusar que los pakistaníes con el tiempo
escondieron a Bin Laden en Abbottabad, hogar de la West Point de esa nación y
de muchos de sus principales funcionarios militares y de inteligencia. O que,
al enfrentarse con que los estadounidenses lo encontraron allí (gracias a un
chaquetero pakistaní), por lo menos algunos oficiales pakistaníes facilitaron
la incursión de los SEAL en mayo de 2011. De hecho, ex funcionarios de
inteligencia pakistaníes y estadounidenses decían eso mismo a pocas horas de la
operación.
El 7 de mayo de 2011, un ex oficial pakistaní de tanques bien
conectado, Agha H. Amin, notó que ninguna fuera de seguridad local se presentó
durante los 40 minutos que los SEAL andaban de aquí para allá en el recinto de
Bin Laden, lo cual empezó con un muy sonoro choque de helicóptero y terminó con
una salida muy escandalosa. “¿Cómo racionalizas el hecho de que dos batallones
pakistaníes habían acordonado las áreas 15 minutos antes de la incursión, y
cuando la incursión comenzó, las tropas pakistaníes advirtieron a los
residentes del área que apagaran sus luces?”, dijo Amin en la edición de Lahore
de The Nation. “Cuando lo dije el 7 de mayo de 2011 fue una teoría de
conspiración”, escribió Amin en su página de LinkedIn esta semana. “Pero cuando
Hersh lo expuso [en] mayo de 2015 es periodismo de investigación”.
El periodismo pakistaní es una cloaca de rumores y teorías de
conspiración, pero la veterana corresponsal extranjera de The New York Times en
la región, Carlotta Gall, también nos recordó recientemente que Hersh “está
siguiendo una historia de la que muchos de nosotros ensamblamos partes” hace
años. En 2013, ella dijo: “Supe de un miembro de alto nivel del servicio de
inteligencia pakistaní que la [Dirección de Inteligencia Inter-Services (ISI)]
había ocultado a Bin Laden y tenía una oficina específicamente para manejarlo
como un activo de inteligencia. Después de que salió [mi] libro, supe más
cosas: que de hecho fue un brigadier del ejército pakistaní —todos los altos
oficiales de la ISI son militares— quien dijo a la CIA dónde se ocultaba Bin
Laden, y que Bin Laden vivía allí con el conocimiento y protección de la ISI”.
Hersh no identificó al supuesto “espontáneo” que, según él
afirma, ofreció la información sobre la ubicación de Bin Laden a la CIA a
cambio de $25 millones de dólares y su reubicación a EE UU. Pero recientemente
un respetado reportero pakistaní, Amir Mir, lo identificó como “ningún otro más
que un funcionario de la ISI, el brigadier Usman Khalid”. Mir añadió: “El
brigadier retirado, a quien ya se le había concedido la ciudadanía
estadounidense junto con todos los miembros de su familia, persuadió al Dr.
Shakil Afridi, un médico pakistaní, para que realizara una campaña contra la
polio en el [suburbio] Bilal Town de Abbottabad para ayudar a la Agencia
Central de Inteligencia a cazar a Osama”.
Un sinsentido, dijo Michael Morell, director interino de la
CIA. Nunca sucedió. En un artículo del 15 de mayo en The Wall Street Journal,
Morell expuso una refutación convincente de prácticamente todo detalle en la
jeremiada de Hersh, llamándola “equivocada en casi todo aspecto significativo”.
¿Recabar ADN a través del médico de la polio de la CIA? Falso. ¿El
“espontáneo”? Falso. ¿El falso sepelio de Bin Laden? Falso. “¿Cómo lo sé?”,
escribió él. “Oí al presidente dar la orden, y vi fotografías y videos del
sepelio en el mar”.
Morell encuentra increíble que Hersh y periodistas expertas
como Gall tomen la palabra de sus fuentes “sobre las declaraciones oficiales
hechas en los últimos cuatro años por gente que estuvo en la sala, o en la
escena”. Por otro lado, Morell insiste en que la tortura de la CIA “produjo
montones de inteligencia crucialmente importante”, una afirmación contradicha
por los documentos internos de la CIA e ilustrada en un nuevo documental de Frontline
para PBS: “Secrets, Politics and Torture”.
Pero otra de las negaciones de Morell merece más atención. Él
critica la afirmación de Hersh de que la incursión en contra de Bin Laden fue
una operación conjunta estadounidense-pakistaní, al grado de que altos
generales cortaron las defensas aéreas de Islamabad mientras los helicópteros
de los SEAL pasaban sobre las montañas. “Lo cierto es que la decisión de no
decirles a los pakistaníes se tomó previamente en las discusiones de nuestras
opciones”, escribió Morell. “Nos hubiera gustado hacer de la incursión una
operación conjunta con los pakistaníes —¿qué mejor manera de fortalecer la
relación bilateral?— pero simplemente no podíamos confiar en que alguien en el
sistema pakistaní no diese el pitazo a Bin Laden”.
Ahora bien, eso suena cierto. También explica muy bien cómo es
que Bin Laden escapó de Afganistán y permaneció sin ser detectado en Abbottabad
por media docena de años. Nuestros amigos cercanos los pakistaníes lo
protegían. ¿En verdad no lo sabíamos, o todavía hay otro capítulo por contar?
Morell llamó al artículo de Hersh “uno de los documentos más
tremendamente defectuosos que haya producido jamás un escritor ganador del
premio Pulitzer”. Pero él y otros en la administración de Obama tienen todavía
mucho más que explicar.
JEFF STEIN escribe Spytalk desde Washington D. C. Se lo puede
contactar más o menos confidencialmente a través de [email protected]