Aunque evidentemente no estamos en medio de la Tercera Guerra Mundial, y la idea del “enemigo invisible” del que muchos hablan no es más que una metáfora, ante los devastadores efectos de la covid-19 no son pocos los que hacen la comparación bélica.
No solo por la pérdida de vidas, sino también por el alza del desempleo y el aumento de la pobreza.
Tan duras son las consecuencias, que algunos expertos argumentan que ante una situación tan excepcional, se requieren soluciones excepcionales, como, por ejemplo, la creación de un “impuesto a las ganancias extraordinarias” de las empresas, inspirada en un gravamen que se aplicó durante la Primera y Segunda Guerra Mundial.
Básicamente, este impuesto -uno de los muchos que se han sugerido en estos meses- apunta a que todas aquellas empresas que han aumentado sus ganancias durante el período de la pandemia, paguen más impuestos.
¿Qué empresas?: las grandes farmacéuticas y las firmas tecnológicas, entre muchas otras compañías, cuya rentabilidad se ha disparado desde que el coronavirus se propagó por el mundo.
“Es hora de revivir el impuesto a las ganancias extraordinarias en tiempos de guerra para evitar el enriquecimiento oportunista“, argumenta Reuven Avi-Yonah, profesor de Derecho y director del Programa Internacional de Impuestos de la Universidad de Michigan.
“Es inadmisible que algunas corporaciones se beneficien. La mayoría está perdiendo por la pandemia y todos nosotros, los contribuyentes, estamos gastando dinero para ayudar a la gente que más lo necesita”, le explica a BBC Mundo.
Economistas como Emmanuel Saez y Gabriel Zucman -cercanos al autor francés Thomas Piketty-, y algunos abogados expertos en política tributaria también consideran la idea atractiva.
El objetivo, indican, es que el gigantesco costo económico de la pandemia sea un esfuerzo compartido.
Hasta ahora, gobiernos y bancos centrales han inyectado miles de millones de dólares para reactivar el consumo, responder a la falta de respiradores y camas, ayudar a las familias más vulnerables, a los desempleados y a las empresas afectadas por la paralización de la actividad económica.
Y una parte importante del gasto fiscal ha sido financiado con deuda que podría llegar a convertirse en una bomba de tiempo.
La gran duda es qué va a pasar cuando se acaben los subsidios de emergencia y no existan nuevos puestos de trabajo, dónde vivirá la gente que no puede pagar el arriendo o la hipoteca de su casa, o qué harán las personas con la despensa vacía. Preguntas que siempre surgen en momentos de crisis, tal como ocurrió durante la Primera Guerra Mundial.
La historia de un impuesto de guerra
En la época del conflicto, los gobiernos buscaron todos los caminos posibles para financiarlo y uno de ellos fue el impuesto a las ganancias extraordinarias, aplicado por países comoReino Unido, Australia, Canadá, Nueva Zelanda, Sudáfrica, Francia, Italia y Estados Unidos.
Aunque tenía variantes y excepciones dependiendo de cada país, el objetivo era el mismo: contribuir al pago de la guerra y evitar que algunas empresa se beneficiaran, mientras el resto estaba en la ruina.
En el caso británico, al ver que algunos sectores estaban obteniendo una alta rentabilidad –particularmente los fabricantes de armas– el gobierno introdujo un impuesto a las ganancias extraordinarias (comparadas con las ganancias que tenía la empresa en antes de la guerra) de 50%.
Esa tasa fue aumentada al 80% en 1917 y fue eliminada en 1921. En aquella época no hubo mucha resistencia, ya que las personas lo asumían como parte de su “deber patriótico”.
Cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial, este gravamen volvió a ser implementado, con una tasa de 100% para las ganancias extraordinarias producto del conflicto.
El gobierno lo utilizó junto a otros impuestos para financiar parte de los gastos de la guerra. Reino Unido no gozaba de una buena salud económica, y requería utilizar todas las opciones a su alcance. En ese sentido, la medida fue considerada un éxito porque logró recaudar lo que se esperaba.
Sin embargo, el gasto bélico era tan gigantesco, que la principal vía para conseguir fondos no fue la recaudación tributaria, sino el endeudamiento fiscal.
“Reino Unido quedó en la bancarrota luchando en la guerra”, escribió Margaret MacMillan, profesora de Historia Internacional en la Universidad de Oxford.
Estados Unidos siguió el mismo camino
En 1918 Estados Unidos también decidió aplicar un impuesto a las ganancias extraordinarias que, en una escala progresiva, llegó hasta un máximo de 80%. Y en la Segunda Guerra Mundial, llegó a ser de 95%.
Gravaba las ganancias directas e indirectas vinculadas con la guerra, mientras que la rentabilidad obtenida dentro de los niveles previos al conflicto armado se mantenía a la tasa corporativa normal de 21%.
“Fue un impuesto considerado exitoso. Recaudó una gran cantidad de ingresos públicos y fue políticamente popular.”, le dice a BBC Mundo Avi-Yonah.
El dinero recaudado por el gravamen contribuyó al financiamiento de los gastos bélicos y al posicionamiento de Estados Unidos como una de las grandes potencias en el nuevo orden mundial.
¿Nacional o internacional?
En Europa también existen voces que apoyan la propuesta de aplicar este gravamen de guerra en la actualidad.
“Hay empresas aprovechándose de la pandemia. Este impuesto es un asunto de solidaridad nacional“, afirma George Turner, director de la organización británica sin fines de lucro TaxWatch, en diálogo con BBC Mundo.
Pero frente a la idea de promover la solidaridad nacional, hay académicos que sostienen que este impuesto solo puede tener éxito si se aplica internacionalmente.
“La economía covid es como la economía de guerra”, le comenta a BBC Mundo Allison Christians, experta en Derecho Tributario de la Universidad McGill, en Montreal, Canadá.
El problema, advierte, es que este impuesto probablemente no funcionará si se implementa a nivel nacional porque las empresas transfieren sus capitales a países con bajos impuestos.
Es por eso que Christians propone un impuesto a las ganancias extraordinarias que se implemente a nivel global para evitar la fuga de capitales.
“Una idea ridícula”
Pero no todos apoyan el impuesto extraordinario.
“Ese tipo de idea es ridícula”, sostiene Chris Edwards, director de Estudios Tributarios del Cato Institute, en Washington, D.C, en diálogo con BBC Mundo.
El problema en una situación como la actual, dice, no es el exceso de ganancias, sino la escasez de ganancias en millones de pequeñas y grandes empresas, que debido a la crisis están despidiendo personas y reduciendo la inversión.
Según él, “subir impuestos durante una recesión no tiene sentido”, ni desde una perspectiva conservadora, ni desde una liberal-keynesiana.
Al final, argumenta, todos los impuestos corporativos recaen de alguna manera sobre las personas, ya sea como accionistas, trabajadores o consumidores.
Si en este contexto de pandemia un gobierno quiere aumentar los ingresos fiscales, agrega, es más simple y transparente hacerlo directamente con las personas -y preferiblemente eliminando complejas deducciones y créditos-, no aumentando las tasas, advierte.
“La historia tiende a repetirse”
Scott Hodge, presidente del centro de análisis estadounidense Tax Foundation, experto en política tributaria, presupuesto federal y gasto público, explica que históricamente el objetivo del impuesto a las ganancias extraordinarias ha sido penalizar a las empresas por su rentabilidad o recuperar las ganancias obtenidas a través de contratos gubernamentales durante el período de emergencia.
El problema, indica, es que en épocas de guerra “esos impuestos finalmente se aplicaron a la mayoría de las empresas”, incluso a aquellas que no tenían conexión con el conflicto bélico.
“Terminó desincentivando el emprendimiento y perjudicando a la economía“, apunta.
De hecho, argumenta, la última vez que el gobierno estadounidense aplicó este tipo de impuesto, fue cuando los precios del petróleo se dispararon a fines de la década de los 70 y principios de los 80.
Y en esa ocasión, afirma, el impuesto deprimió a la industria petrolera nacional y recaudó mucho menos ingresos de lo previsto.
“Deberíamos esperar un resultado similar” si se aplica un nuevo impuesto a las ganancias pandémicas dirigido a las empresas tecnológicas y farmacéuticas, opina Hodge.
“La historia fiscal tiende a repetirse”.
Hasta ahora, han surgido distintas propuestas para crear algún tipo de “impuesto covid” que permita financiar los enormes gastos de la crisis.
Muchas apuntan a gravar temporalmente los ingresos o la riqueza de las personas que tienen más dinero, mientras dure la crisis económica derivada de la pandemia. El debate de fondo sigue siendo, ¿quién va a pagar el costo de la pandemia?.
Y esa pregunta seguirá dando vueltas, probablemente, por un largo tiempo.
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