Si cree que los nuevos candidatos al Oscar para la Mejor Película son una porquería, espere. Se pondrá mucho peor.
Fuerzas económicas y tecnológicas empujan el arte de la cinematografía por el mismo camino que han seguido la ópera y los poemas épicos, y aunque las expresiones artísticas rara vez se extinguen, sin duda pierden vigencia y a menudo terminan arrinconadas en un nicho, temblando de frío.
Y mientras el cine se estremece, el talento fluirá hacia formas artísticas más populares y lucrativas; así que, no es casualidad que Woody Allen acabe de firmar un acuerdo para producir una serie para Amazon.com. Sin embargo, conforme los mejores talentos abandonen las salas de proyección, la calidad de las películas se desplomará.
El horizonte económico de la cinematografía ya luce como Tokio después del paseo matutino de Godzilla. En 2014 se registró la cifra más baja de asistentes a las salas de cine en dos décadas. En 2002, la asistencia en América del Norte alcanzó niveles históricos con la venta de 1570 millones de entradas, pero el total del año pasado fue de 1260 millones, una pérdida de 300 millones de boletos. El ingreso ha caído 5 por ciento frente a los resultados de 2013 (la mayor baja en nueve años) y las entradas en otros renglones (proyecciones de vídeo casero o mercado internacional) no están salvando traseros hollywoodenses, como hacían antes. Mientras que los estadounidenses están más interesados en el streamingbarato y compran cada vez menos películas, los públicos extranjeros prefieren cintas caricaturescas como Los Vengadoresy Frozen y no dan un cacahuate por cosas como Selma o Boyhood (Momentos de una vida).
Entre tanto, la producción se ha vuelto más costosa. Universal Pictures se ufana de enfocarse en películas de “presupuesto modesto” como Unbroken (Inquebrantable), pero hasta esas cuestan alrededor de 70 millones de dólares. Y ahora que los medios sociales diseminan, instantáneamente, opiniones sobre nuevos títulos, más vale que la película haya conquistado un enorme público el primer fin de semana porque, de lo contrario, esa inversión se irá por el caño. No olvidemos que encinematografía no hay clase media, solo éxitos de taquilla y, después, las demás. Y el 1 por ciento de arriba se lleva todo. ¿Alguien ha oído hablar del movimiento Occupy Hollywood?
Esas zozobras económicas no son incidentes aislados, sino una tendencia impulsada por la tecnología y la tecnología no va a desaparecer a menos que un ciberataque masivo acabe hasta con el último dispositivo digital del planeta.
Para empezar, las salas de cine siempre han sido la locomotora financiera de las películas y la tecnología las vuelve cada vez más y más irrelevantes. Durante la feria de tecnología Consumer Electronics Show de este mes, docenas de empresas presentaron enormes y curvos televisores 4K para ver películas con tanta claridad como en una pantalla de cine. Combinemos eso con streaming HD, palomitas de microondas y una botella de tinto, y solo quedará un motivo para ir a la sala de proyecciones: ver la película el mismo día del estreno.
Pero aun esa ventaja está por desaparecer. Hace poco, Sony decidió lanzar The Interview (La entrevista) simultáneamente en línea y teatros, y ganó 15 millones de dólares en cuatro días. Ahora, otros estudios están calculando cuánto tiempo pasará para que semejantes lanzamientos sean la norma. Entrevistado por The Associated Press, Nikki Rocco, recién jubilado después de 50 años como director de distribución nacional de Universal, comentó: “Todos necesitan tomar nota, porque el mundo ha cambiado”.
El problema va más allá de las salas. El año pasado, durante una conferencia en Nueva York, Jeff Bezos (Amazon) trató de explicar la dificultad de vender libros en el mercado actual. En su opinión, no es que los libros compitan contra otros libros, sino que compiten contra cualquier otra manera de pasar el tiempo. Para gran parte de la población, la inversión de tiempo en un libro es excesiva y por eso, aunque los libros fueran gratuitos (y lo son, en una biblioteca), la lectura no aumentaría de manera significativa.
El cine, como lo conocemos, es una obra única que suele prolongarse entre 90 y 180 minutos; es decir, una historia de larga duración para mirarla de principio a fin. ¿Hoy tiene sentido ese formato? 7000 millones de dispositivos móviles pululan por el planeta devorando una cantidad enorme y creciente de entretenimiento. La gente que usa sus teléfonos y tabletas ingiere pequeñas dosis, y ya que las películas son demasiado extensas para ese medio, el dinero y los talentos jóvenes comienzan a fluir hacia programas cortos como Smosh y Real Annoying Orange. ¿Sabía que el dúo responsable de Smosh–de quienes sin duda jamás a oído hablar- está valuado en casi 6 millones de dólares?
A pesar de todo, cada civilización necesita alguna forma de narrativa larga, rica en personajes y con argumentos complejos. En la última década, públicos y creativos han sido atraídos por series comoLos Soprano, Breaking Bad yJuego de Tronos. Como narrativa visual larga, ese formato es superior al cine en términos de nuestra época y tecnología; y es que un programa, diseñado para el hogar o pantallas portátiles, dura una hora o menos y eso le vuelve más competitivo respecto de otras producciones. Además, un programa de una serie lleva a otro, gancho que no tienen las películas. Por último, con servicios de streaming como Netflix y Amazon, es posible ver esas historias en cualquier lugar y momento, una a la vez o en un atracón de toda la noche.
El centro de gravedad del entretenimiento está cambiando. Matthew McConaughey hizo True Detective, Tea Leoni actúa en Madame Secretary, Netflix contrató a Adam Sandler y Amazon consiguió que Woody creara una serie no especificada (ojalá sea una continuación de El dormilónde 1973 y que, después de 42 años en el futuro, Miles Monroe regrese a Nueva York en 2015, como un anciano e invente el orgasmatrón). En adelante, los mejores talentos exigirán ese tipo de compromisos prolongados, pues existen el prestigio, el dinero y la libertad artística; y lo más importante, también existe el público.
Cuando McConaughey o Allen –o Christopher Nolan, Robert Downey Jr., Meryl Streep- consigan más series que duren varios años, tendrán menos tiempo para hacer cine. Y cuando los mejores directores, actores y escritores hagan menos películas, sus colegas de segunda se encargarán de las películas y entonces, más películas serán un asco y el negocio del cine se irá al demonio.
Como dijo alguien, ya vi esa película y el argumento es el siguiente: la nueva tecnología cambia el consumo de medios. El menguante ingreso provoca que recorten costos y eso ahuyenta el talento, lo que redunda en un producto de baja calidad que, a su vez, ahuyenta al público y eso, inevitablemente, resulta en ingresos cada vez más bajos… y una espiral negativa que se perpetúa.
De hecho, tuve un pequeño papel en esa película, hace una década. Se llamó Periódicos.