Muchos periodistas rusos se han vuelto
expertos en el humor negro. Tienen que serlo si una de sus metas es mantenerse
cuerdos. Un reportero de un periódico ruso de propiedad estatal bromeó en
privado con sus amistades de que él tendría que garabatear la “verdadera
historia” con leche entre las líneas de tinta, a la manera en que los mensajes
clandestinos de los exilados eran transmitidos dentro de Rusia en la época
zarista por el futuro padre de la Revolución bolchevique, Vladimir Lenin.
La libertad de prensa ha dado un paso
gigantesco hacia atrás desde los emocionantes días posteriores a la caída del
comunismo, cuando los editores rusos recibían con agrado las ideas
independientes y valoraban el reporteo profesional. Se ha vuelto difícil seguir
comprometido con el periodismo decente sin arriesgar el empleo y el bienestar
de la familia. En los malos días de la Unión Soviética, los disidentes
inventaron la palabra samizdat para describir sus garabateos clandestinos.
Ahora, una nueva generación de disidentes está empezando proyectos
discretamente en línea, o viaja al extranjero para llegar hasta los rusos desde
afuera de las fronteras del país.
Esto no sorprende. La mayoría de los
periodistas en Rusia vive con miedo de que las autoridades despidan a un editor
o un reportero por publicar algo vilipendioso. Para Russkaya Planeta, una
compañía televisiva que cubre noticias regionales, ese día llegó el 27 de
noviembre cuando el inversionista principal del canal despidió al editor en
jefe, Pavel Pryanikov, después de que se transmitió un reportaje sobre los
secuestros de tártaros en la Crimea anexada a Rusia.
Muchos periodistas han creado sitios
multimedia independientes, tanto en Rusia como en el extranjero. Han aparecido
blogs con patrocinadores anónimos. “Si el Kremlin cierra cinco canales
mediáticos, 10 aparecerán en línea”, dice Timur Olevsky, quien cubre la guerra
en Ucrania para Dozhd TV, un canal independiente que lucha por sobrevivir con
donativos del público. El año pasado, el Comité para Proteger a los Periodistas
honró al editor en jefe de Dozhd, Mikhail Zygar, con el Premio Internacional a
la Libertad de Prensa por resistir al encarcelamiento, la represión y censura.
Al reportero Oleg Kashin sólo le costó US$40
lanzar su proyecto mediático Kashinguru la primavera pasada, la cuota mensual
por el dominio y los servicios de servidor requeridos para el sitio en la red.
Para octubre, medio millón de lectores lo había visitado.
Dos miembros de la banda Pussy Riot que
fueron liberadas de prisión recientemente, Maria Alyokhina y Nadezhda
Tolokonnikova, lanzaron el sitio en la red Media Zona, un juego de palabras con
la jerga rusa para referirse al gulag (la zona). El sitio cubre noticias de las
prisiones rusas, violaciones a los derechos humanos y casos legales
abiertamente políticos.
Puede tomar sólo unas horas crear un nuevo
canal en las redes sociales. Cargo-200, de Yelena Vasilyeva, publicó las voces
de familias militares que buscaban a seres queridos que habían desaparecido o
fueron desplegados ilegalmente para combatir en Ucrania. Cuanta más presión
ejerce el Kremlin sobre los periodistas, más crece la solidaridad entre ellos.
El caso de Lenta, un periódico en línea, es
instructivo. En marzo pasado, Ivan Kolpakov era uno de los 78 reporteros que
renunciaron a su empleo en el sitio de alto perfil después de que una llamada
telefónica de un inversionista cercano al Kremlin provocó el despido de su
editora en jefe, Galina Timchenko. “Simplemente no podía respirar en esa
atmósfera sofocante”, dijo Kolpakov en su nueva oficina en Riga, Letonia, donde
él, Timchenko y dos docenas de reporteros moscovitas autoexiliados lanzaron su
nuevo canal, Meduza, en octubre.
Durante la guerra en Ucrania, ha habido una
cantidad sin precedentes de propaganda estatal en los periódicos y las ondas de
radio. La guerra ha dividido a los periodistas entre quienes transigen con la
nueva línea dura y quienes eligieron renunciar a sus empleos o protestar por la
censura de otras maneras. Dos reporteros estatales se quejaron de que uno de
cada dos artículos que escribían era puesto “en espera” o nunca se publicaba.
El 29 de diciembre, las autoridades rusas
cerraron uno de los últimos canales mediáticos independientes, el canal
televisivo siberiano TV-2. En un mensaje en video final a su público, los
reporteros del canal dijeron que trataron de reportar la verdad a pesar de la
presión constante para cambiar su política editorial.
A menudo, no se necesita de la intervención
directa del Kremlin. La autocensura está en todas partes y es corrosiva; los
editores saben lo que se debe hacer cuando colegas de mentalidad liberal, como
Timchenko, pierden sus empleos. El Kremlin ha dejado en claro la línea general:
durante esta guerra informativa con Occidente, los periodistas tienen el deber
de defender a la Madre Rusia. Lenta se percató de que el conflicto con Ucrania
era “un campo minado”, dijo Timchenko, pero de todas formas ella le asignó al
reportero Ilya Azar la cobertura de ambos bandos en la línea del frente.
El verano pasado, el parlamento ruso
presentó una ley que obligaba a los blogueros con más de 3,000 lectores a
registrarse, lo cual le permite al gobierno revisar la información personal del
autor. Eso no ha sido muy efectivo, según Robert Schlegel, diputado estatal de
la Duma, quien apoya las políticas para contener los canales mediáticos
anti-Putin que son “parciales” pero dice que no tiene caso prohibirlos en
línea. “A Medusa simplemente le crecen cabezas nuevas”, dice él.
No obstante, el Kremlin continúa “limpiando
el periodismo destructivo y anti-ruso”, como lo dice el analista pro-Kremlin
Yuri Krupnov. Cuando miles de médicos y enfermeras se manifestaron en contra de
las reformas médicas de Putin (que incluían recortes a los presupuestos a
hospitales), las únicas fuentes noticiosas que publicaron detalles de la acción
estaban en línea.
Murat Gelman, experto en arte moderno ruso y
bloguero, decidió dejar el país la primavera pasada. Su proyecto Alianza
Cultural, una red que involucraba artistas de ciudades rusas en 11 regiones,
fue considerado como no lo suficientemente patriótico. Él fue presionado para ceder.
“No podía dejar de escribir mi blog, es parte de mí”, dice Gelman. El editor en
jefe de Kommersant, Mikhail Michailin, tuvo que renunciar después de que el
periódico publicó un artículo sobre una de las figuras más influyentes en el
círculo de Putin, Igor Sechin. La nota al parecer enfureció a Sechin, y así el
editor tuvo que irse.
Perder un empleo de una manera tan pública
puede llevar a cosas mejores. La noche en que Pryanikov fue despedido del canal
televisivo Russkaya Planeta, cinco de sus colegas renunciaron por solidaridad.
La mayoría del personal asistió a una vigilia líquida por la “muerte” de las
noticias en Rusia. A las pocas horas, Open Russia, un sitio de noticias en la
red introducido por el magnate otrora encarcelado Mikhail Khodorkovsky, quien
se ha vuelto una irritación persistente para Putin desde su base en Suiza,
publicó en Twitter: “Chicos, envíen sus CV”.