Siempre que se avizora una crisis
económica, los rusos salen de compras. Por ello, cuando el rublo cayó a nuevos
niveles el mes pasado, las máquinas registradoras repicaron hasta altas horas
de la noche en los mega-centros comerciales de la capital rusa adonde los
moscovitas corrieron a comprar muebles escandinavos, lavadoras y autos, mientras
la televisión estatal –en un intento de aligerar las tensiones del colapso
monetario- atribuía las compras de pánico a un “repunte del consumo”.
Por supuesto, la carrera para gastar el
devaluado rublo dista mucho de un boom y el repiqueteo de las máquinas
registradoras es más el rebato de campanas de una historia que se repite: la
del ciudadano común que recurre a destrezas de supervivencia aprendidas en
devaluaciones previas (1992, 1998 y 2008). La primera de ellas, convertir el
efectivo en cualquier cosa sólida y tangible, como moneda extranjera o un
refrigerador nuevo. “Todos saben que hacer, desde el ama de casa hasta el
banquero”, bromea un financiero occidental que ha pasado gran parte de las
últimas dos décadas sobrellevando la desquiciada economía rusa. “Sueltan la
moneda y se disponen a resistir la tormenta”.
Pero en esta ocasión, la crisis económica
no es un problema limitado a Rusia. Gracias a 15 años de crecientes precios
petroleros, Rusia se ha integrado al resto del mundo más que nunca en el último
siglo y eso significa que, cuando el poder adquisitivo del consumidor ruso se
precipite al vacío debido a que el rublo ha perdido más de 50 por ciento de su
valor, los detallistas occidentales pagarán las consecuencias. Entre tanto, la
banca occidental se muerde las uñas porque quizás no recupere los 610 mil
millones de dólares en préstamos otorgados a empresas y bancos rusos en épocas
de bonanza, en tanto que un grupo de antiguas colonias soviéticas de Asia
Central y el Cáucaso, cuyas economías dependen de unos 7 millones de dólares en
remesas de ciudadanos que trabajan como obreros invitados de Rusia, tiembla
ante la perspectiva de que esa fuente de ingreso pronto pueda secarse. Por
último, la amenaza de que las empresas rusas puedan incumplir su deuda se ha
diseminado entre mercados emergentes como Turquía e India que, al menos en
teoría, deberían beneficiarse de los bajos precios del petróleo toda vez que
los fondos de inversión correrán a refugios seguros como el dólar; sin embargo,
según Bloomberg, el Fondo de Mercados Emergentes del gigante de inversiones
Pimco –valuado en 3.3 mil millones de dólares- perdió casi 8 por ciento de su
valor el mes pasado.
Lo más grave es que el problema no se
solucionará con algo tan simple como un incremento en el precio del petróleo.
Cierto que Vladimir Putin no tuvo la culpa de que, el año pasado, el precio del
barril cayera de 110 dólares a menos de 60, mas su decisión de anexar a Crimea
en febrero y respaldar a los revoltosos de Ucrania ha convertido una crisis en
un desastre.
Introducidas después que rebeldes
patrocinados por Moscú derribaran el vuelo MH-17 de Malaysia Airlines, las
sanciones de Estados Unidos y la Unión Europa hicieron imposible que compañías
y bancos rusos obtuvieran préstamos en mercados internacionales, lo cual
envenenó su economía hasta la raíz. Dichas sanciones han ocasionado que el
Banco Central sea el único sitio donde las empresas rusas pueden obtener
dólares y euros, bien para pagar deudas a sus acreedores extranjeros o para
entregar euros a nerviosos depositantes bancarios; pero el Banco Central
empieza a quedarse sin efectivo y con ello surge el temor de una implosión
total del sector bancario ruso.
“La situación es crítica”, previno Sergei Shvetsov,
vicepresidente del Banco Central ruso, uno de los pocos funcionarios que ha
osado manifestarse abierta y públicamente sobre la crisis. “Lo que ha ocurrido
es una pesadilla inimaginable hace apenas un año”. Evgeny Gavrilenkov,
importante economista de la banca de inversión en Sberbank, el banco más
importante de Rusia, ha advertido de una “crisis bancaria de gran escala”. En
los últimos meses, el gobierno ruso ha recurrido, con creciente desesperación,
a medidas para apuntalar la confianza, desde consumir alrededor de 100 mil
millones de dólares de las reservas de capital del país para comprar rublos
hasta elevar las tasas de interés de 10 a 17 por ciento al sonar la medianoche
del 15 de diciembre. No obstante, la caída de la moneda no hizo más que
acelerarse. El último intento del Banco Central para evitar el desastre fue
modificar las reglas de cómo calculan sus activos los bancos rusos,
permitiéndoles valorar su balance general a niveles pre-crisis. “Aritmética
Potemkin”, sentenció un prominente analista de un banco ruso que ha aprovechado
el tecnicismo. “Pero no engañarán a los mercados durante mucho tiempo”. El
Kremlin empeoró las cosas rescatando a los compinches de Putin, sin importar
las consecuencias para la economía. A mediados de diciembre, el mandatario
ordenó que el Banco Central emitiera 10 mil millones de dólares en bonos de
rescate para la petrolera estatal Rosneft, dirigida por su antiguo colega de la
KGB y ex jefe de estado del Kremlin, Igor Sechin. Aunque la compañía lo niega,
financieros moscovitas sospechan que Rosneft utilizó los fondos, de inmediato,
para comprar efectivo, lo que ocasionó que el rublo se desplomara
precipitadamente.
Al cierre de esta edición, la moneda rusa
había caído casi 50 por ciento frente al dólar y el producto interno bruto del
país se había contraído a 1.1 billones de dólares: menor que la economía de
Texas y la mitad de la italiana. A resultas de ello, la deuda externa de las
empresas rusas se ha duplicado a, por lo menos, 70 por ciento del PIB, lo que
ha puesto muy nerviosas a las agencias calificadoras. Según el jefe de
analistas de Standard Bank, Tim Ash: “Es cuestión de tiempo para que Rusia sea
degradada a la condición de chatarra”.
A mediados de diciembre, Janet Yellen,
presidenta de la Reserva Federal de Estados Unidos declaró que la crisis
económica rusa tendría poco efecto en la economía estadounidense debido a que
los lazos comerciales y financieros eran relativamente limitados. Sin embargo,
otros países no son igual de inmunes.
El temor del incumplimiento de Rusia ya ha
repercutido en las acciones del banco Raiffeisen de Austria, que otorgó 240 por
ciento de su capital tangible a empresas e individuos rusos. El francés Société
Générale, principal prestamista externo de Rusia, tiene una exposición de 30
mil millones de dólares (62 por ciento de su capital).
Una vez agotadas las compras de pánico en
Rusia, los detallistas enfrentarán una importante recesión que se contagiará a
los proveedores de todo el planeta. El mes pasado, BNS Group –comercializador
ruso de Calvin Klein, Armani Jeans, Michael Kors y TopShop- detuvo las nuevas
órdenes de casi todas sus marcas. En 2013, Alemania, el mayor socio comercial
europeo de Moscú, exportó 46 mil millones de dólares en bienes, desde autos y
maquinaria pesada hasta artículos electrónicos y alimentos que genera el 10 por
ciento de todos los productores germanos. “Nadie sabe, con exactitud, cuán mala
será la situación”, confiesa Rolf Witte, analista industrial de Deutsche Bank.
“La interrogante es si el colapso del mercado ruso acabará con el crecimiento
económico de Alemania”. China –que exporta volúmenes igual de importantes a
Rusia-, el sector electrónico nipón y la industria de cárnicos brasileña
también podrían experimentar grandes pérdidas.
El turismo, desde Turquía hasta Tailandia,
también sufrirá. A partir de este verano, cinco de los seis principales agentes
de viajes rusos se han declarado en bancarrota debido a la escalada del precio
en rublos de las vacaciones en el extranjero. Casi 4.5 millones de rusos
visitaron Turquía en 2013 (12 por ciento del turismo total de ese país), pero
la cifra caerá notablemente y destinos como Kremlin Palace Hotel –resort de 900
habitaciones en Antalya, que incluye una réplica en tamaño real de la Catedral
de San Basilio, así como una discoteca con la forma del Palacio del Senado del
Kremlin- enfrentan una grave recesión. “Estamos profundamente vinculados con la
economía rusa”, explica el director de mercadotecnia, Turker Morova. “La caída
del rublo impactará negativamente nuestra industria turística”. En Londres,
donde –entre abril y octubre 2014- los rusos pudientes representaron más de 20
por ciento de los compradores de propiedades de más de 10 millones de libras
esterlinas, los agentes de bienes raíces se preparan para una recesión.
Christie’s International Real Estate informó que, este año, ya se ha registrado
una caída de 70 por ciento en los compradores rusos de viviendas londinenses
valuadas en menos de 5 millones de libras esterlinas.
Por fortuna, no existe un exportador
europeo tan expuesto a Rusia que corra el riesgo de sufrir la ruina inmediata,
aunque no puede decirse lo mismo de las antiguas repúblicas soviéticas, que
dependen en gran medida del dinero que envían ciudadanos que trabajan en Rusia.
Según el Banco Mundial, Tayikistán –una de las naciones más pobres del mundo-
subsiste con remesas que componen 42 por ciento de su PIB. La mayor parte de
ese dinero procede de Rusia y es producto de un boom de construcción que ha
persistido una década. En el mismo barco viajan Kirguistán, con 31 por ciento de
su ingreso en remesas; Moldavia, con 25 por ciento; y Uzbekistán que, aunque
rica en gas, integra 12 por ciento de su PIB con remesas. A excepción de
Moldavia (que aspira a integrarse a la Unión Europea), todas esas naciones de
Asia Central están en manos de frágiles dictaduras que colapsarían con la
pérdida de ese ingreso.
“Dicen que la marea levanta todos los
barcos”, comenta un ex embajador estadounidense en Asia Central y actual
consultor en energía, no autorizado para opinar oficialmente. “Pero hoy ha
bajado la marea y los barcos con más filtraciones serán los primeros en
hundirse… Es posible que, por primera vez en una generación, seamos testigos de
una oleada de agitación política en Asia Central”.
Ya sea pisoteando la frágil recuperación
económica de Europa o fomentando la revolución en el patio trasero de Rusia, el
cuádruple quebranto de la caída del petróleo, el fracaso para diversificar la
economía rusa, la corrupción galopante del Kremlin y las devastadoras sanciones
de Occidente está traspasando las fronteras rusas con consecuencias
imprevisibles.